Capítulo 20
La casa de los Graham estaba encendida como un árbol de Navidad cuando Chase condujo el carro cerca del porche. Le dolían los dos brazos por intentar conducir con uno mientras sostenía a Franny en el otro, así que rodeó el poste con las riendas y se quedó sentado allí un momento, tratando de recuperar las fuerzas. Franny estaba sentada en silencio junto a él, con la vista aún fija en algo que él no podía ver. Durante todas las largas horas del viaje, no había hablado ni se había movido por voluntad propia.
Bajando del carro de un salto, Chase la cogió por debajo de las rodillas y le rodeó los hombros para bajarla del asiento. Mientras se giraba con ella hacia la casa, se le ocurrió que el deseo que había pedido al verla por primera vez estaba a punto de suceder. Iba a luchar contra un puma por ella. Y por Dios que iba a salir vencedor.
Subió las escaleras con paso enérgico. Cuando llegó a la puerta, no se atrevió a llamar. Se limitó a dar una patada con el pie y a abrir de una vez la puerta. Con el impacto, la puerta estalló contra la pared interior. Todos en la casa se volvieron para mirar. Las chicas estaban en la cocina, lavando los platos de la cena. Mary Graham estaba sentada en la mesa, partiendo guisantes en un gran cuenco. Frankie y Matthew estaban sentados en cuclillas sobre un tablero de ajedrez en la sala de estar. Chase no recordaba haber visto nunca tantas expresiones de condena en una misma habitación. Era evidente que Frankie no había perdido el tiempo para ir con las noticias a casa.
¿Cómo se atrevían? Chase miró cada una de las caras, consciente del peso ligero que sostenía en sus brazos, del sufrimiento al que ella había tenido que hacer frente. ¿Cómo podía ninguno de su familia mirarla con desprecio?
La vida continuaba, pensó Chase. Era evidente que habían conseguido comer. Y habían comido la comida que Franny les había pagado. Nada nuevo. Ella llevaba alimentando a esa banda de desagradecidos nueve años. Pues bien, estaban a punto de saber el precio que ella había tenido que pagar para que ellos tuviesen llena su maldita despensa. Chase cogió el borde de la puerta y la cerró con la bota. El sonido resultante de madera contra madera les hizo dar un brinco.
—¿Frankie? —llamó Mary Graham—. ¿Pasa algo?
—Todo está bien, madre. —Frankie se puso en pie—. Usted y esta mujer no son bienvenidos en esta casa —dijo con voz de piedra—. Largaos de aquí.
—¿Francine? ¿Eres tú? —preguntó Mary—. Cállate, Frankie. Tu hermana siempre será bienvenida en esta casa.
—¿Como la hija pródiga? —preguntó Chase con frialdad—. ¿Porque es su deber cristiano perdonar y amar a los pecadores?
Chase ignoró la mirada amenazadora de Frankie y se dirigió directamente hacia la mesa en la que Mary Graham estaba sentada. Los olores a guiso de carne con patatas se mezclaban con el olor dulce de las verduras frescas. Dejando descansar parte del peso de Franny en la mesa, dio un golpe con el brazo al bol de guisantes, que salió volando por los aires. Alaina chilló al ver que la porcelana acababa en el suelo y se rompía. Los guisantes salieron disparados en todas direcciones. Sin preocuparse, Chase puso con cuidado a su esposa en la mesa ante su madre.
—Le he traído lo que queda de su hija —dijo con voz ronca.
Los ojos ciegos de Mary Graham se centraron en su voz.
—¿Chase Lobo?
Frankie vino de la cocina.
—Te he pedido amablemente que te marcharas.
Chase le miró con frialdad.
—¿Que me lo has pedido amablemente? Me ocuparé de ti en unos minutos, jovencito. Mientras, mantén amablemente la boca cerrada y abre los oídos.
Cuando se dio la vuelta, vio que Mary Graham pasaba sus manos por la cara de Franny.
—Ay, Dios mío, ¿qué le ha pasado? ¿Está enferma?
Chase puso las manos en la mesa y se echó hacia delante.
—¿Enferma? Ojalá lo estuviese. Entonces tal vez un médico podría ayudarla. Por decirlo de forma sencilla, esta chica tiene roto el corazón. La he traído aquí porque, con todo lo que yo la amo, no puedo recoger sus pedazos. —Agudizando la voz y bajando el volumen, siguió hablando—: Usted es la única que puede, y creo que sabe por qué.
—No dejaré que molestes a mi madre así —objetó Frankie, quien llegó hasta la mesa—. Coge esta basura y llévatela a donde pertenece. Sácala de nuestra casa.
Eso dolía. Chase se dio la vuelta y golpeó al joven en la cara con los nudillos. Frankie se tambaleó con el impacto, pero consiguió mantenerse en pie y, erguido, se llevó la muñeca a los labios.
—No se te ocurra volver a hablar así de tu hermana —dijo Chase con una voz sedosa y amenazante—, porque, si lo haces, juro por Dios que te romperé la cara. ¿Lo has entendido, Frankie?
A Frankie le brillaron los ojos de rabia y odio, y murmuró:
—No puedes entrar aquí y dejarnos el fardo. Iré en busca de la ley.
—Hazlo —dijo Chase en voz baja. Volviéndose hacia Mary, añadió—: Cuando vuelvas, tu madre se habrá encargado de que tus cosas estén empaquetadas y esperándote en el porche. ¿No es verdad, señora Graham? Usted sabe muy bien a qué árbol debe arrimarse, ¿no?
Mary cerró los ojos.
—Cerrar los ojos no le ayudará —susurró Chase con rabia—. Usted ya está ciega —se inclinó más cerca de ella—, aunque no tanto como pretende estar. Usted lo sabía. Lo vi en su cara el día que nos conocimos. ¡Lo sabía! Lleva sabiéndolo todos estos años.
—No siga —susurró Mary. Pasó una mano temblorosa por el pelo de su hija—. ¿Qué es lo que le pasa? ¿No será… no será algo contagioso, verdad?
Por primera vez en su vida, Chase quiso pegar a una mujer. Cerró los puños sobre la mesa.
—¿Y si lo fuera? Solo piénselo. Podría hacerla sentir culpable otros diez años y quedarse con los beneficios.
Mary Graham se quedó pálida.
—¿De qué me acusa usted, señor Lobo?
—Creo que será mejor que se vaya —intervino Frankie.
—Y yo creo que será mejor que te calles —respondió Chase. Con la vista fija en Mary, continuó hablando—. Llegaremos al fondo de este asunto antes de que me vaya. Por las buenas o por las malas. Vosotros elegís. Pero de una forma o de otra, mi esposa va a oírlo de sus labios. Admítalo, señora Graham. Todo este tiempo usted sabía lo que Franny estaba haciendo para mantener a esta familia. ¿Me equivoco?
Ella clavó un codo en la mesa para poner una mano temblorosa sobre su cara.
—Si la quiere —la pinchó Chase— y sé que usted debe hacerlo, entonces, por el amor de Dios, ¡admítalo!
Con un sollozo roto, ella dijo:
—Que Dios me perdone, sí, lo sospechaba.
Con un bufido de desprecio, Chase preguntó:
—¿Que lo sospechaba?
—¿Madre? —La voz de Alaina se convirtió en un gemido—. ¿Qué estás diciendo?
Chase se irguió.
—La cruda verdad, Alaina —dijo más calmado—. Vuestro padre murió. Vuestra madre se quedó ciega. Ella debía alimentar a ocho hijos, uno de ellos enfermo y necesitado de medicina, y no tenía ninguna forma de conseguir el dinero para manteneros a todos. —Chase miró fríamente a Mary—. Para sobrevivir, tuvo que tomar una decisión que ninguna madre debería tener nunca que hacer. ¿Es eso cierto, señora Graham?
—No —susurró Mary—. A mí dime lo que quieras, pero no delante de los niños. Concédeme al menos eso.
Chase se pasó la mano por el pelo y miró uno por uno a los niños. Todos excepto Jason estaban presentes. Al ver sus expresiones contraídas, estuvo a punto de cambiar de idea. Pero después volvió a mirar a Franny. Nadie la había protegido de las feas realidades. Por el contrario, sus hermanos habían vivido demasiado protegidos. Franny no podía llevar esa carga sola por más tiempo. Era tan sencillo como demoledor. Todos los niños, excepto Jason, tenían edad suficiente para oír la verdad y, por el bien de Franny, Chase se había propuesto que así fuera.
—Lo siento —dijo Chase en voz baja—. Pero en mi opinión, tengo que elegir entre mi esposa y todos vosotros. No tengo otra opción. Por mucho que les duela enfrentarse a esto, nunca conoceréis ni la menor parte del dolor que ha tenido que sufrir Franny. ¿Y todo para qué? —Miró a Frankie—. ¿Para que su hermano pudiese escupirle a los pies y repudiarla? ¿Para que pudiese despreciarla por ser una prostituta y ofrecérsela en venta a unos extraños? —Miró a cada una de las niñas—. ¿Para que sus hermanas pudiesen torcer el gesto y sentirse decentes?
Un silencio de conmoción llenó la habitación.
—Es hora de que sepan la verdad, señora Graham. Toda la verdad. Sobre la epidemia de sarampión y el hecho de que Franny la trajese a casa. Como, en lo más profundo, usted la culpó de su ceguera y del retraso de Jason. En cierto modo, ella fue incluso responsable de la muerte de su esposo, ¿no es cierto? Si no hubiese sido por su desgracia y por la de Jason, él no hubiese tenido que trabajar tantas horas para pagar a los médicos y comprar medicinas. Él ni siquiera hubiese tenido que aceptar ese trabajo del campanario para tener que ganar más dinero. ¿No es eso cierto?
—Deténgase —gritó ella con voz entrecortada.
—No puedo —dijo Chase, ronco. Y era la verdad. No porque quisiese hacer daño con sus palabras, sino porque estaba consiguiendo lágrimas. De Franny. Ella seguía sin moverse en la mesa. La expresión de su rostro era la misma. Pero en sus ojos había lágrimas. Lágrimas calladas.
—Hace usted que parezca un monstruo —le acusó Mary.
—No —contestó Chase—. Una madre que ama a sus hijos. Una madre que sacrifica a uno para salvar a los otros siete. No la juzgo por eso. Sé que Franny no lo haría tampoco. Pero la juzgo por la manera en que lo hizo.
Deteniéndose para dar más énfasis a sus palabras, Chase clavó la vista en el rostro pálido de Franny.
—Ella os quiere tanto que a pesar de todo lo hubiese hecho. Usted no tenía por qué cargarla con el peso de la culpa, que bastante pesada era ya su tarea. Pero eso es exactamente lo que hizo. Ella desobedeció a sus padres. Nada serio. Solo una falta sin importancia, normal entre las chicas de su edad, y, al hacerlo, contrajo el sarampión. Usted lleva acusándola de eso durante nueve interminables años.
—¡Usted no tiene ni idea! —gritó Mary—. ¿Cómo se atreve a venir aquí y acusarnos? Usted no sabe nada sobre esta familia ni sobre mí.
—Sé que durante nueve años ha pretendido no saber dónde ganaba Franny el dinero que os daba para manteneros. Lo cierto es que no solo lo sabía sino que probablemente fue usted la que lo arregló.
Mary Graham se estremeció como si la hubiesen golpeado. Chase vio que Franny apretaba los ojos. Le ponía enfermo. Profundamente enfermo. Pero no podía parar ahora. Ella tenía que oírlo. Y tenía que oírlo de los labios de su madre.
—Encargarse de la colada para ganar un dinero extra. La madama del prostíbulo buscando a Franny en la calle, usted enviándola al establecimiento a recoger la ropa sucia. Suena bastante inocente, pero no me cuadra el hecho de que la madama saliese a buscar a Franny. Las prostitutas no se atreven a hacer eso. Si empiezan a hablar a chicas inocentes de esa manera, se arriesgan a ser expulsadas del pueblo en el que trabajan.
Chase se acercó a ella.
—Pero esa madama se acercó a Franny con toda su audacia, ¿no? Y en cuanto Franny empezó a ocuparse de la colada del prostíbulo, la madama sugirió otras formas de que ella ganase dinero. Mucho más dinero. ¿Cómo pudo arriesgarse tanto la mujer? Si la chica hubiese ido a decirlo en su casa, podrían haber cerrado el local. Aun así, ella intentó contratar a Franny, no una, sino varias veces, al parecer sin miedo a las consecuencias.
—Deténgase —susurró Mary.
—No. Yo creo que usted habló con esa mujer, señora Graham. Por eso no tuvo miedo de acercarse a Franny, porque su madre le había dado permiso. ¿No es verdad? Porque usted estaba desesperada. Su hijo estaba muriéndose. Sus otros hijos tenían hambre. Y Franny era su única salida.
Los sollozos de Mary Graham se hicieron más entrecortados.
—No tiene derecho. Ni pruebas. Mentiras, son todo mentiras.
—No creo —replicó Chase en el mismo tono de voz—. Admito que me llevó un tiempo poner todas las piezas en su sitio. Lástima que Franny nunca lo hiciese. ¿Usted sabía muy bien cómo manejarla, eh, señora Graham? Cómo hacerla sentir culpable. Usó esa culpabilidad con ella como un cuchillo afilado, justificando sus acciones todo el tiempo porque pensaba que si no hubiese sido por ella no se habrían visto metidos en esa situación. ¿No es así como se justificó? El sacrificio de una hija para salvar a los demás. Y qué mejor elección que la hija que sin querer os había causado todas las desgracias.
—No.
—Ah, sí. De un primer vistazo, no parece obvio. Una amable mujer ciega que parece amar a todos sus hijos, que va a misa cada domingo, que en su inocencia no sospecha dónde gana su hija esa exorbitante cantidad de dinero que necesita para mantener a su familia. Todo parece bien. Suena verosímil. Pero siempre hubo algo que me pareció falso. Seguí dándole vueltas, recordando lo que Franny me había dicho. Y tengo que decirle que, mucho tiempo después de que empezase a sospechar por primera vez, seguí rechazando esta idea porque no quería creerlo.
Sin piedad, Chase siguió con la carnicería.
—¿Sabe qué me dio la primera pista? El día en que la conocí y oyó mis pasos. Muy poca gente puede percatarse de ellos. Camino como un indio, de los pies a la cabeza, y apenas hago ningún ruido, incluso con las botas puestas. Pero usted supo que estaba en casa por el sonido. Los ciegos desarrollan mucho el oído. ¿No es así, señora Graham? Para compensar la ceguera.
—¿Y? ¿Por qué eso…?
—Porque —la interrumpió Chase— usted tuvo que haber oído a Franny cuando se levantó esa primera noche y se puso su vestido de los domingos. Tuvo que haberla oído salir de casa para ir al prostíbulo.
—No, no. Si la hubiese oído la habría detenido.
—Exacto —dijo Chase en voz baja—. Pero no lo hizo. No porque no la oyese, sino porque era lo que usted quería que hiciese, lo que había estado rezando que hiciese. Porque era la única manera de que esta familia sobreviviese. ¿Por qué, por el amor de Dios, no puede simplemente admitirlo? Entiendo que sea doloroso para usted, que desearía que Dios no le hubiese puesto una prueba tan dura en el camino y que le rompe el corazón admitirlo, incluso a sí misma. ¡Pero eso es mejor que permitir que sea esta chica la que cargue con toda la culpa ella sola!
—¡Usted me está acusando de empujar a mi hija a prostituirse!
Chase hizo como que no la había oído.
—Puedo creer que usted no la oyese esa primera noche. ¿Pero y las otras noches, señora Graham? ¿También careció del oído suficiente para oírla entonces? ¿Y cuando volvía por las mañanas? Usted debería de haberse preguntado dónde había estado Franny y cómo traía en sus manos tanto dinero. Pero no lo preguntó, ¿verdad? No preguntó sobre sus ausencias ni sobre esas ganancias inesperadas. No necesitaba hacerlo. Porque lo sabía.
—Ay, Dios… Perdóname, Francine. Perdóname.
Chase cerró los ojos, aliviado aunque lleno de remordimientos. Su voz se quebró de emoción al decir:
—Ella la perdona, señora Graham. El problema es si puede perdonarse a sí misma.
—¿Madre?
Al oír la voz de Frankie, Chase abrió los ojos para ver que la cara del joven se había quedado completamente pálida.
—¿Madre? —repitió—. Di que no es cierto. Que nunca lo hizo.
La súplica era demoledora. Y se quedó sin respuesta. Mary Graham se limitó a sollozar y sacudir la cabeza. Los otros niños parecían pegados al suelo, con los ojos llenos de incredulidad y asombro. Chase no se sentía particularmente orgulloso de haber tenido que destrozar a una familia de esa manera.
Frankie caminó hacia atrás lentamente, en dirección a la puerta. Al verle, Chase podía casi degustar la angustia del chico.
—No, Frankie —dijo en voz baja—. Ya no eres un niño pequeño. No puedes salir corriendo a lamerte las heridas mientras tu familia te necesita.
—¿Mi madre empujó a mi hermana a la… —los tendones de su garganta se tensaron— prostitución? ¿Para mantenernos? ¿Mi propia madre?
Chase tomó aire y se volvió para mirar a Franny. Ella tenía ahora las manos abrazadas a la cintura. Seguía teniendo los ojos cerrados, y las lágrimas aún le resbalaban por las mejillas.
—Tu madre hizo lo que tenía que hacer —dijo Chase con suavidad—. ¿Qué otra cosa podía hacer, Frankie? ¿Buscar un trabajo? Es ciega. La única opción que les queda a las viudas con hijos es volverse a casar, y ¿qué hombre querría casarse con una mujer ciega y ocho hijos? Jason estaba enfermo. Si no hubiese conseguido su medicina, hubiese muerto probablemente. Y por si esto fuera poco, todos sus hijos morirían de hambre. —Chase miró al muchacho a los ojos—. Si tu madre hubiese podido, estoy seguro de que hubiese ido en lugar de Franny. Pero las mujeres ciegas no valen un centavo en esos lugares. ¿Verdad, Frankie? Las chicas bonitas de pelo dorado sí.
Mary volvió a sollozar.
—Ay, Dios… Ay, Dios… —Rodeó a Franny con los brazos—. Mi pequeña. Que Dios me perdone. Mi niñita.
Frankie apoyó los hombros contra la puerta, con la mirada fija en Franny.
—Yo era tan pequeño entonces que me parecía muy mayor —dijo, temblando.
—Pues no lo era, Frankie —dijo Chase con voz cortante—. Solo tuvo mala suerte de ser la mayor. Si no hubiese sido por el orden de nacimiento, hubiesen podido ser Alaina o Ellen. No hay ni una sola persona en esta casa que deba mirarla por encima del hombro, eso por descontado. Ella se ha sacrificado de una forma que no podríais ni imaginar por alimentaros.
Frankie se inclinó.
—Nunca lo había pensado. Ella era solo una niña, ¿verdad? Solo tenía la edad de Theresa.
Theresa estaba de pie cerca del fregadero, con sus manitas clavadas en una toalla y unos ojos azules tan grandes que no le cabían en la cara. Estaba empezando a desarrollarse, pero solo un poco. Al mirarla, Chase se sintió mareado. Franny se había convertido en una prostituta a su edad.
—En mi opinión, Frankie, hay muchas cosas en las que no has pensado —apuntó Chase. Inclinando la cabeza sobre la nueva chaqueta del chico, dijo—: Veo que tu hermana te dio el dinero para comprar una chaqueta y un chaleco ya hecho. Por no hablar del buen tabaco que fumas o del dinero que pensabas gastarte en Tierra de Lobos en la taberna, mejor no mencionar eso. ¿En qué estabas pensando, hijo? ¿Crees que el dinero crece de los árboles? ¿Alguna vez se te ocurrió pensar que sería bueno que consiguieses un trabajo?
A Frankie se le torció la cara y movió la cabeza. Consciente de los sollozos de Mary Graham, Chase miró a Alaina.
—Y tú, jovencita. Tienes dieciséis años. Cuando Franny tenía tu edad estaba ya manteniendo a toda la familia. ¿Qué has hecho tú para ayudarla? ¿Has hecho la colada? ¿Has limpiado los establos de los vecinos? ¿Has cosido al menos la ropa para tus hermanos?
—Franny siempre lo hacía —dijo la chica con voz débil.
—Franny siempre ha hecho todo por vosotros —siguió Chase—. Por eso es por lo que quiero que entendáis. —Miró a cada uno de los niños con dureza—. Todos vosotros sois lo suficientemente grandes como para apreciarlo. El dinero no llega por arte de magia a la mano de la gente. Tienes que sacrificarte para conseguirlo. Vuestra hermana ha sacrificado su vida. —Miró a Theresa—. Nadie le compró peinetas de piedras preciosas cuando tenía tu edad. —Miró después a Alaina—. Nunca pudo llevar zapatillas de baile. Ningún chico la invitó nunca a bailar. —Miró por encima de su hombro para dirigirse a Mattew—. Tú quieres un rifle de caza. No para alimentar a tu familia, porque eso ya lo hace Franny. Lo quieres como deporte. Franny nunca tuvo tiempo para jugar cuando tenía tu edad.
Chase se detuvo para dejar que todo lo que había dicho surtiese efecto, con la mirada fija en el rostro pálido y lleno de lágrimas de Franny. Rezó para que estuviese oyendo cada palabra. En voz baja, les contó lo de sus sitios de ensueño, cómo había sobrevivido a la dureza de la vida, lo cuidadosamente que había guardado su anonimato para proteger a su familia, la frustración de su embarazo. Terminó contándoles lo de Toodles, que había sabido todas las cosas malas que había hecho y a pesar de todo la había amado.
Alaina se acercó a la mesa. Frankie se alejó de la puerta.
—Lo que le dije hoy… ¿Por eso está así, verdad? —preguntó con voz temblorosa—. Es mi culpa. Todo es culpa mía. —Tenía un sollozo en el pecho—. ¿Francine? No quería hacerlo. Perdóname por lo que dije. No quería hacerlo.
Mary Graham contuvo la respiración, gimiendo en silencio. Después susurró:
—Yo soy la única responsable de esto, Frankie. Soy la única que debería pedirle perdón.
Chase le pasó la mano por el pelo a Franny y se inclinó para besarla en la frente.
—Ella no quiere que ninguno de vosotros le pidáis perdón —dijo en voz baja—. Lo que ella siempre ha querido de vosotros es muy simple.
—¿Qué es? —preguntó Alaina con la voz quebrada.
Chase respiró hondo.
—Que la améis a pesar de todo. Es todo. Que la améis a pesar de todo. Desde mi punto de vista, no creo que sea mucho, ¿no creéis?
Mary Graham emitió un sonido ahogado y apretó los brazos alrededor de su hija. Alaina las abrazó a las dos. Chase se quedó observándolas un momento, pero solo un momento.
Después, salió de la casa. Sin duda, los diez pasos más difíciles que había dado en toda su vida.
Una vez en el porche, Chase se hundió contra la columna de sujeción, el cuerpo dolorido de cansancio y el corazón con un dolor aún peor. ¡Amaba tanto a la mujer que había dejado ahí dentro…! Por mucho que supiese que era lo mejor, dejarla allí era la decisión más dura que había tenido que tomar en su vida.
La puerta de la casa se abrió detrás de él, y una brecha de luz dorada cayó sobre Chase. Un instante después, hubo un sonido de bisagras al cerrarse, y la luz artificial enmudeció. Oyó pasos que cruzaban el porche. Frankie se acercaba a él. Después de un momento, se sentó en el escalón y rodeó sus rodillas con los brazos, dejando colgadas las manos.
Al principio, ninguno de los dos dijo nada. Los caballos amarrados al carro de Chase dieron un relincho y movieron sus colas para espantar a los mosquitos. Una melodía aguda de grillos flotaba en el aire cálido de la noche. Chase levantó los ojos a las estrellas, a la luna, y deseó con todo su corazón poder llevarse a Franny a casa con él.
—Supongo que piensas que soy una persona horrible —dijo por fin Frankie—. Que soy un niño mimado y egoísta y que no quiero a mi hermana como debería.
Chase hizo una mueca.
—El hecho de que te des cuenta de que yo puedo pensar algo así de ti me dice que no es cierto —contestó por fin—. La gente horrible, mimada y egoísta rara vez se da cuenta de lo horrible, lo mimada y lo egoísta que es.
—Así que crees que es la forma en la que actúo.
Chase suspiró y se unió a él en la escalera.
—Frankie, creo que aún tienes que madurar; eso es todo. No estoy seguro de que se te pueda culpar por eso, no del todo. Maduramos cuando tenemos que hacerlo, y nadie te ha pedido que lo hagas hasta ahora. Franny te facilitó la vida. Quizá demasiado. Creo que, al hacerlo, ella podía sentir que sus sacrificios valían la pena. Ella os entregó a ti y a los demás todos sus sueños, quiso que se hicieran realidad en vosotros. ¿Tiene sentido esto que te digo?
—Supongo. —Y guardó silencio unos segundos—. Siento mucho haber actuado como lo hice.
Chase se giró para mirarle.
—¿Sí? Bien, yo lo siento aún más. No debería haberte pegado. Reconozco que te debo una.
El chico consiguió sonreír.
—Tengo el labio morado.
—Lo siento.
—Disculpas aceptadas.
El chico le ofreció la mano. Chase se la estrechó. Hecho esto, Frankie dejó escapar un hondo suspiro.
—¿Crees que Francine se pondrá bien?
Chase escudriñó la oscuridad. Había robles diseminados por toda la propiedad, como champiñones gigantescos a la luz de la luna con sus copas infladas y sus troncos corpulentos.
—No lo sé —admitió por fin, y decir estas palabras supuso para él una gran agonía—. De verdad que no lo sé.
—¿Qué puedo hacer para ayudarla? —preguntó el chico.
—Quererla —dijo Chase con voz ronca—. Quererla por encima de todo —dijo tomando aire—. Esto es lo que se supone que deben hacer los hermanos.
—Siempre la he querido. Incluso hoy cuando le dije todas esas cosas horribles, la quería. Es solo que… me ponía enfermo y me dolía por dentro. Quería que ella se sintiese igual de mal.
Chase apretó los dientes. Mirándolo de manera objetiva, algo que le resultaba bastante difícil, entendía cómo debía de sentirse.
—Eso que hiciste hoy… tienes que encontrar la manera de deshacerlo, Frankie. Tienes que poner tu propio dolor a un lado y pensar en el suyo. ¿Crees que podrás hacerlo?
—Ya lo he hecho.
Chase asintió.
—Imaginaba que así era. Si no, no estarías aquí fuera. —Se volvió para mirar el perfil del chico—. ¿Te has mirado alguna vez en el agua y has visto tu propio reflejo?
—Unas cuantas veces.
—Cuando el viento sopla fuerte, o si el agua está turbia, las ondas distorsionan la imagen —murmuró Chase—. Puedes quedarte mirando hasta que te duelan los ojos y aun así no podrás verte con claridad. —Cogió al chico por un hombro—. Tú eres la superficie de agua para Franny, Frankie. Hoy, esos terribles secretos que os ha estado ocultando se convirtieron en el viento o en la perturbación en el agua, y ella está perdida ahí dentro. Por mucho que intente mirarse, no consigue verse; lo único que ve es fealdad.
»Debes intentar hacer que el agua se quede quieta otra vez en la superficie. Tu amor por ella será el sol que ilumine su reflejo en el agua.
—No lo entiendo.
Chase sonrió levemente.
—Sí, verás, aprendí de un hombre muy sabio que reflexionamos aquello que no entendemos. Quiero que pienses en ello y que encuentres tu propia respuesta. Cuando eras pequeño, estabas necesitado y Franny estuvo ahí para ti. Ahora el viento ha cambiado de dirección. Ella te necesita. Desesperadamente. Tienes que convertirte en su espejo.
Los ojos del chico se llenaron de lágrimas y, brillantes a la luz de la luna, rodaron por sus mejillas.
—En otras palabras, yo soy su espejo, y quieres que me asegure de que lo que ve es un reflejo hermoso.
—Exactamente. Si piensas en ello, Frankie, todos obtenemos nuestro reflejo de la gente a la que amamos. Sus opiniones conforman las nuestras. Franny no está segura de merecer ser amada. Debes convencerla de que no es así.
—Lo intentaré.
—Si llegas a conocer a tu hermana —dijo Chase con voz suave—, conocerla de verdad, el reflejo que ella verá en tus ojos será hermoso porque ella es hermosa.
—¿La quieres mucho, verdad?
—Sí, mucho.
—¿Su hijo es tuyo?
—Sí, es mío.
—Entonces, ¿por qué vas a dejarla aquí? Eso es lo que vas a hacer, lo sé por la manera en la que actúas.
Chase cogió aire y lo exhaló en un suspiro. Extendiendo las manos, se miró las palmas. De una manera sencilla, explicó a Frankie la creencia comanche de que el ayer no existía y de que una persona siempre podía caminar hacia delante con la mirada fija en el horizonte.
—En el caso de Franny, esta creencia no sirve —concluyó—. Ella no puede dejar atrás su pasado porque muchas de las cosas que le sucedieron quedaron sin ser resueltas. Ella debe caminar hacia atrás y hacer las paces con quien fue en el pasado antes de poder enfrentarse a lo que quiere ser hoy.
—Podrías quedarte y ayudarla. Sé que quieres hacerlo, y podemos hacerte sitio.
Para resistirse a la tentación, Chase se puso en pie como un resorte.
—Yo no soy parte de su pasado, Frankie. Yo soy su presente. Si me quedase todo sería más difícil para ella. Ella os necesita a vosotros, no a mí. Necesita que la améis por encima de todo antes de poder creer que yo lo haré también. ¿Lo entiendes? Ella ha sufrido mucho por tu madre. No la culpo por ello, no te equivoques. En realidad, lamento mucho que tuviese que encontrarse en esa situación. Pero la cuestión es que ella es la que provocó las heridas y la única que puede sanarlas por completo. Ella y todos vosotros.
El joven se abrazó a las rodillas.
—Si te necesito y te lo hago saber con un mensaje, ¿vendrás?
—¡Como el rayo! —Chase se acercó al carro, buscó algo bajo la lona y sacó una talega de piezas de oro—. Aquí hay dinero suficiente para pagar los gastos del próximo mes. Antes de que se termine, pediré al banco que os haga una transferencia. —Chase puso el dinero entre las manos de Frankie. Mirándole a los ojos, dijo—: Eres casi un hombre, hijo. Es hora de que asumas tus responsabilidades. Cuento contigo para que cuides de esta familia y de mi mujer.
—Lo haré.
Chase se subió al asiento del conductor, soltó las riendas y después miró sombríamente a la oscuridad que tenía delante. No quería irse. Aunque sabía que estaba haciendo lo mejor para Franny, lo único que podía hacer, seguía recordando la promesa que le hizo de que nunca la abandonaría.
—Frankie, si despierta y pregunta por mí, ¿le darás un mensaje de mi parte?
—Claro.
—Es importante que se lo digas con las palabras exactas —dijo Chase con voz ronca—. Dile que, cuando esté lista para volver a casa conmigo, estaré esperándola en nuestro lugar soñado.