Capítulo 21

Esperar… A Chase ese mes de agosto le estaba pareciendo eterno. Una vez a la semana, recibía una carta de Frankie, en la que le ponía al día de la recuperación de Franny. El chico decía que su hermana iba bien. Su estado de estupor era cada vez menor conforme pasaban los días. Sonreía a menudo y parecía haber encontrado la paz en su interior. Hacia el final del mes, Chase lo arregló todo con el banco para hacer un giro de dinero a Grants Pass. Mientras tanto, fue a trabajar a la mina con su padre y Jake para cubrir la sangría en sus ahorros que suponía mantener a la familia Graham. Aunque no le gustaba especialmente la mina, era mejor que salir de Tierra de Lobos y poner aún más distancia entre él y la mujer que amaba.

Por fin llegó septiembre y los días pasaron conduciéndole inexorablemente hacia el otoño. Las cartas de Frankie empezaron a llegar con menos asiduidad, y en ella nunca mencionaba si Franny tenía planes de volver con su marido. Chase se decía que era comprensible que el chico escribiese menos. Había aceptado un trabajo y, con el paso del verano, había reanudado también las clases en el colegio. Pero en su interior Chase temía estar mintiéndose a sí mismo.

Perder a Franny. Había sido una posibilidad desde el principio, y él había elegido arriesgarse para darle tiempo a que se curase. Pero enfrentarse a la realidad de que tal vez no volviese nunca era otra cosa. Chase recordó el vacío en sus ojos y se dijo que había hecho lo correcto. Sin embargo, saberlo le servía de poco consuelo. Cada día que pasaba, se enfrentaba al hecho de que cuanto más tiempo pasase Franny lejos de él, menos posibilidades habría de que volviese.

Tampoco podía culparla por ello. En Grants Pass nadie sabía su terrible secreto. Aquí en Tierra de Lobos todos lo sabían. Conociéndola como la conocía, Chase no podía culparla por no querer volver y enfrentarse a ese horror. No la culparía si decidía no hacerlo nunca.

A finales de septiembre, Frankie le escribió para agradecerle que les hubiese enviado dinero por segunda vez, pero también le dijo, educadamente, que la familia había encontrado otras formas de financiarse. Su madre estaba planchando, algo que podía hacer con el tacto. Alaina estaba haciendo también algún que otro trabajo. Theresa limpiaba para las mujeres del pueblo. Matthew tenía un trabajo como chico de almacén en la tienda de abastos. Ellen había encontrado un trabajo de oficinista en un despacho de abogados. Franny hacía trabajos manuales, que se vendían bastante bien en las tiendas locales. Frankie tenía aún el trabajo en los establos y había empezado recientemente a ganar dinero cortando y apilando leña para la gente del pueblo.

Chase se llevó la carta al río para poder leerla y releerla, tratando de encontrar algún significado entre líneas. En ningún sitio mencionaba que Franny pensase volver.

Esa tarde, Chase aceptó que podía muy bien haber perdido a la mujer que amaba. Su único consuelo era saber que ya no seguía perdida en sí misma.

May Belle y Shorty fijaron una fecha de octubre para su boda. Los Lobo recibieron la invitación, y Loretta respondió ofreciendo tener una recepción informal de la pareja en su casa. Chase hubiese preferido ignorar todo lo referente a la fiesta, pero, dada la proximidad, le resultaba imposible. Una ceremonia sencilla tendría lugar en el salón comunitario. El párroco local había accedido a hacer los honores. La mañana de la boda, los Lobo pusieron mesas improvisadas en su jardín para la recepción de la tarde; después fueron al salón a decorar y arreglar los asientos para los invitados.

A las dos, Chase volvió al salón con su familia para asistir a la ceremonia. Índigo estaba preciosa con su vestido indio blanco y su pelo leonado recogido en lo alto con un juego de peinetas de nácar que Jake le había traído por su último cumpleaños. Los niños iban impecables con sus mejores ropas de domingo. Cazador vestía su traje de ante, que era lo más elegante que podía llevar. Loretta flotaba junto a él envuelta en alpaca azul.

—Te prometo, Chase Kelly, que cualquiera que te vea pensará que vas a un funeral. ¿Tenías que vestirte de negro? —le preguntó su madre.

Chase se cubrió los ojos con el ala del sombrero.

—El tío Antílope siempre viste de negro, y nunca le dices nada.

—Tu tío Antílope vestía de negro mucho antes de venir a Tierra de Lobos. Tú, sin embargo, fuiste criado para apreciar qué tipo de ropa es más apropiada para cada ocasión.

Lo cierto era que Chase se sentía como si fuese a un funeral. Por mucho que intentase no pensar en ello, May Belle le hacía pensar en Franny, y pensar en Franny le hacía sentir como si le hubiesen clavado un cuchillo en las entrañas. Respiró profundamente.

—Lo siento, madre. ¿Quieres que vaya a casa y me cambie?

Loretta le miró exasperada.

—Cielos, no. ¡Entonces llegarías tarde!

—No habrá mucha gente allí —añadió Chase.

—Casi todo el pueblo. El padre Thompson ha hecho muchos esfuerzos para conseguir que la gente asista a la ceremonia como un gesto de aceptación. Por el bien de May Belle, entiéndeme.

Chase supuso que su madre había sido parte activa de ese plan y sonrió levemente.

—Bueno, entonces nadie se fijará en mí.

Una vez en el salón comunitario, Chase se unió a su familia en la fila central y tomó asiento. Con la mirada fija en la nada, era consciente de cómo se iban llenando los bancos, pero apenas prestó atención a la gente que los ocupaba. Distanciado de lo que le rodeaba como estaba, dio un brinco al encontrarse de repente con unos ojos verdes.

Como si le hubiesen despertado de un sueño, Chase parpadeó y fijó la vista. Ojos verdes. Unos hermosos ojos verdes y una cara tan dulce que tenía memorizada al milímetro. Franny. Ella y su familia estaban todos sentados en la fila que había frente a los Lobo. Antes de tomar asiento, se había girado para encontrarse con su mirada.

Chase sintió como si el banco hubiese desaparecido debajo de él. Franny. Ella sonrió levemente, asintió a su madre, y se sentó en el banco. Él se quedó mirando a la espalda de su vestido azul. La mayoría de su ropa seguía colgada aún en su cuarto. No reconoció ese vestido y se preguntó si se lo habría hecho ella. Su máquina de coser seguía en casa de sus padres, pero, a juzgar por las cartas de Frankie, Chase supuso que Mary Graham debía de tener una propia.

La ceremonia había empezado, pero Chase apenas oía lo que estaba pasando. Tenía un centenar de preguntas que le revoloteaban en la cabeza. El único pensamiento claro era que Franny, su mujer y la madre de su hijo, no se habían sentado con su familia, sino con la de ella. Aunque hubiese saludado a su madre con una ligera inclinación, no le había saludado a él. Una sonrisa incierta, sí. Pero en sus libros, eso no contaba mucho. Eso era una bofetada pública para él. Claro, aunque no lo hubiese dicho en alto, le anunciaba una ruptura del compromiso entre ellos.

Lo primero que pensó Chase fue en salir de allí inmediatamente, pero su orgullo se lo impidió. Si desaparecía, todos sabrían lo dolido que estaba, incluida Franny. Dios sabía lo mucho que quería a la muchacha, pero no quería que volviese a él porque se sintiese con la obligación de hacerlo. Sintiéndose el hombre más infeliz del mundo, Chase consiguió seguir sentado durante el resto de la ceremonia y dar la enhorabuena a los novios al final.

Aunque fue lo más difícil que había hecho nunca, cuando las formalidades hubieron terminado, Chase esperó fuera, en la puerta del salón, a los Graham. Prometiéndose a sí mismo que no mostraría su dolor, se obligó a sonreír cuando Franny salió por la puerta del brazo de Frankie. Chase observó que su embarazo era evidente y que el vestido no acertaba ya a ocultar su barriga. Le dolía la mano de deseos de tocársela, de sentir la vida que llevaba dentro. De tocar a su hijo, porque así lo reclamaba él. Pero este era su problema, no el de ella.

—Franny —consiguió decir con voz cálida y de bienvenida—. Tienes buen aspecto.

Esos grandes ojos verdes se clavaron en los de él. Chase apartó la vista, sabiendo que haría una estupidez si no lo hacía. Como cogerla y sacarla de allí a rastras. Había mucho de su padre en él, supuso.

—Tú también —contestó ella con voz trémula—. Me alegro de verte, Chase. Me alegro mucho. —Ella parecía buscar las palabras—. Yo… esto… empecé a escribirte pero siempre terminaba rompiendo las cartas. Algunas cosas resultan imposibles de decir por carta.

En otras palabras, prefería romperle el corazón en persona. Chase se preparó para lo peor y se enfrentó a su mirada.

—Frankie me ha estado escribiendo regularmente.

Dos puntos de color brillante aparecieron en sus mejillas.

—Sí, bueno. Resulta inexcusable que yo no lo hiciera. Sé que ha pasado mucho tiempo. —Su voz tembló y comprimió los labios un momento. Después, matándole poco a poco con esos ojos suplicantes suyos, dijo—: Por favor, dime que no estás enfadado.

—Desde luego que no. Entiendo que has pasado unos momentos muy difíciles, Franny.

—Entonces, ¿por qué… —tragó saliva y apartó la vista un instante. Volviendo a mirarle a los ojos, siguió hablando— por qué has estado tan frío conmigo?

¿Fría con ella? Todo lo contrario.

—Lo siento. Supongo que me has pillado por sorpresa. —Se obligó a sonreír—. Creo… que, ahora que estáis en el pueblo, deberías decir a Frankie que recogiese tus cosas. Apuesto a que estás echando mucho de menos tu máquina de coser.

Ella levantó la vista hacia él durante un buen rato.

—Sí, una barbaridad. Eso, entre otras cosas.

—Estaremos en casa todo el día. Mi madre ha organizado una fiesta para celebrar la boda.

—Lo sé. Nos ha invitado.

Eso era nuevo. Cerró las manos en un puño, deseando tener entre ellas el precioso cuello de su madre.

—Ah, ¿sí? Bien, estupendo. Estoy deseando veros allí. —Esa era la mentira más grande que había dicho nunca. No solo no deseaba una tortura así, sino que estaba determinado a no ponerse en tal situación. Pasaría el día junto al río en algún lugar y se privaría a sí mismo de tan dudoso placer. Extendió la mano hacia ella—. ¿Hasta entonces?

Ella apenas le tocó la punta de los dedos con los suyos.

—Sí, hasta entonces.

Cegado, Chase se alejó de allí. No se molestó en esperar a su familia y no fue de vuelta a casa. En vez de eso, pasó página al libro de Franny y se escapó a un lugar especial en el que el mundo no pudiera seguirle.

—¿Qué quieres decir con lo de que no vas a ir a la recepción? —quiso saber Frankie—. ¿Diablos, por qué no, Francine? ¿Qué va a pensar Chase?

Sentada con determinación en el carro, Franny miraba hacia delante, a la calle principal, sin querer mirar a su hermano.

—Sencillamente no voy a ir, y ya está.

—¡Pero madre y los niños ya están allí! ¿Qué vas a hacer, quedarte aquí sentada y coger polvo hasta que volvamos?

—Sí.

Frankie gruñó y saltó al carro para sentarse junto a ella.

—Francine, no estás siendo muy razonable. Has estado esperando este día como un gato nervioso. Te hiciste este bonito vestido. ¿Y ahora estás pensando en volverte a casa con nosotros? —Él se inclinó para verle la cara—. Perdona, pero hay un pequeño detalle del que te estás olvidando. ¿Qué crees que va a decir tu marido de esto?

Franny se mordió la parte interna del labio.

—Nada. De hecho, él sugirió que recogiese mis cosas.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

Frankie suspiró.

—Entonces debe de haber un malentendido.

—Así es, y soy yo la que no ha entendido nada. —Franny parpadeó para mantener los ojos secos—. Él ya no me quiere, Frankie.

—Ah, por el amor de Dios. —Su hermano golpeó el reposapiés con las botas—. Esa es la cosa más estúpida que he oído nunca. Él está loco por ti.

—Pues desde luego no actúa como tal.

—Entonces te corresponde a ti ir a hablar con él y aclarar las cosas.

—Pensará que le estoy suplicando. —Miró a su hermano con ojos asustados—. Frankie, ponte en su lugar. Todos en este pueblo me conocen. A mí, ahora, ya no me importa. De verdad que no. Pero un hombre… Bueno, ¿imaginas cómo debe ser que la gente murmure de tu esposa? Chase es una buena persona, y siempre le estaré agradecido por todo lo que ha hecho por mí, pero no pienso obligarle a estar conmigo. Hoy me saludó de una forma muy educada.

—¿Es eso importante?

—Chase no es de los educados.

Frankie se frotó la mano en los pantalones.

—Francine, él te quiere. Sé que es así. Y si no vas a hablar con él, te arrepentirás siempre. Pero supongo que esa es una decisión que tú debes tomar.

Se bajó del carro.

—¿Dónde vas? —preguntó ella.

—Te dejo con tus tonterías —dijo refunfuñando—. Si quieres tirar por la borda algo tan maravilloso como lo que tú y Chase podríais tener solo porque tienes miedo a hablar con él, entonces hazlo. Pero no esperes que yo me siente aquí y te dé la razón mientras arruinas tu vida.

—¿Miedo? No tengo miedo. Estoy tratando de ser justa con él.

—Está bien —se burló Frankie—. La verdad es que tienes miedo de que él te mande a paseo, de que confirme tus peores temores y te diga que de verdad no te quiere.

Franny cerró los ojos.

—No podría soportar que me dijera eso.

Frankie suspiró.

—Sí, claro que podrías. Eso no quiere decir que vaya a pasar, pero, si fuera así, podrías soportarlo. Tienes a mucha gente que te quiere y que estará ahí si las cosas van mal.

Con esto, su hermano se alejó.

Franny necesitó mucho coraje para entrar en el jardín de los Lobo. Loretta le dio la bienvenida calurosamente. Cazador le dio un abrazo. Índigo parecía eufórica de verla. Franny miró nerviosa a su alrededor, rechazando la comida y la bebida que se le ofrecía. Entonces vio a Frankie, quien trató de animarla con un guiño.

Volviéndose hacia Loretta, Franny dijo:

—No veo a Chase. ¿Tienes idea de dónde está?

A su suegra le cambió la cara.

—No, querida. Desapareció después de la ceremonia, y no tengo ni la más remota idea de dónde se puede haber metido.

Desilusionada, Franny forzó una sonrisa. Felicitó a May Belle y a Shorty por su boda. Cuando Índigo le trajo un plato lleno de comida, hizo como que comía. Sin embargo, tenía el estómago revuelto y las piernas le pesaban veinte kilos cada una. Sintiendo que llamaba demasiado la atención, empezó a caminar a través de la multitud hasta su familia. Estaba casi junto a ellos, cuando una gran mano le rodeó el hombro. Miró hacia arriba y se encontró con la cara morena de Cazador Lobo.

—Sigue tu corazón —le dijo en voz baja— y lo encontrarás.

Sin decir nada más, se giró para alejarse.

Lugares soñados. Recuerdos. Rayos de sol del frío otoño donde había bailado una vez bajo la luz de verano con un ángel en sus brazos.

Chase se sentó en la ribera del río, con los brazos caídos sobre las rodillas, la mirada fija en la corriente de agua. Hubiese deseado que la corriente de agua se llevase su dolor. En el aire limpio flotaba un olor a madera ahumada, señal de que el invierno estaba cerca. Se preguntó cuántos otros inviernos pasarían antes de que empezase a olvidar.

Franny… El dolor dentro de su pecho era tan fuerte que casi le impedía respirar.

Con una ráfaga de viento, las hojas del otoño fueron arrancadas de las ramas y volaron en una espiral a su alrededor, como un caleidoscopio de colores terrestres: burdeos, naranja, marrón y dorado. El frío que acariciaba sus mejillas le llegaba también al corazón.

Franny, su ángel de ojos verdes. Por mucho que había buscado, no había encontrado ni una sombra en ellos al encontrarse. El tiempo que había pasado con su familia la había curado, justo como él había esperado. Pero a él le había dejado sangrando.

—¿Chase?

Por un instante creyó imaginar esa voz. Entonces, se giró y vio que estaba allí de pie a unos metros de distancia, frágil y bella, con esos ojos suyos verdes que eran como una promesa de primavera en un esplendor rojizo. Sorprendido, dio un salto para ponerse en pie.

—Franny —dijo absurdamente—. No esperaba verte aquí.

Ella miró lentamente a su alrededor, deteniendo la mirada en cada uno de los sitios en los que habían hecho el amor el verano anterior. Una leve sonrisa asomó a su boca.

—¿Dónde más hubieses esperado verme, Chase, sino en nuestro lugar especial?

Sin atreverse a albergar esperanzas, Chase apartó la vista.

—Si has venido a buscarme para pedirme el divorcio, eso tendrás que hacerlo tú, porque yo no creo en ellos. Pero no me opondré tampoco.

Ella se abrazó la cintura y tembló.

—Entiendo.

—No firmaré ningún papel —añadió—. Así que no me lo pidas. Va en contra de mis creencias, tanto la comanche como la católica. No quiero ponerme difícil, entiéndeme.

—Por favor, Chase, ponte difícil.

—¿Qué?

Ella dio un paso hacia él.

—Ponte difícil. Grítame si quieres. Dime que soy una desconsiderada y una egoísta, que nunca me perdonarás por haber estado lejos más de dos meses sin escribirte ni explicarte nada. Puedes incluso odiarme un poco. Pero cuando hayas terminado con todo eso, ponte difícil. No trates de mandarme lejos.

—¿Mandarte lejos?

Ella levantó la barbilla. Le brillaban los ojos y se le llenaron de lágrimas al encontrarse con la mirada de él.

—Te quiero —se limitó a decir.

—Me quieres. —Chase se mordió en la parte de atrás de la boca—. Tu hermano lleva dos meses escribiéndome y en ninguna de sus cartas mencionó que fueses a volver a casa. ¿Qué demonios crees que iba yo a pensar?

—Siento haberte hecho daño.

—¿Por eso estás aquí? ¿Porque te has dado cuenta de que me has hecho daño?

Ella estudió su cara un momento.

—No. Estoy aquí porque Frankie me dijo que me lamentaría si no me arriesgaba.

—¿Arriesgarte a qué?

—A que me dijeses que ya no me amas.

—Llevo esperando aquí dos meses interminables, ¿y pensaste que ya no te amaba? ¡Dios santo! Nunca te entenderé, ¿sabes?

—¿Y de verdad necesitas hacerlo?

—Me ayudaría en mi desconcierto.

—No estaba segura de que… —Hizo una pausa y apretó los labios—. ¿Me quieres o no?

—Maldita sea, no preguntes tonterías.

—¿Podrías darme entonces una maldita respuesta tonta?

—Sí.

—¿Sí? ¿Es todo lo que puedes decir?

—Te quiero —admitió él.

Utilizando la punta rozada de su zapato, hizo una línea en el suelo. Sus ojos brillaron con picardía cuando extendió una mano hacia él.

—Entonces da un paso hasta aquí, Chase Lobo. Deja de enfadarte conmigo por cosas que ocurrieron ayer.

Él entornó los ojos, mirándola.

—¿Sabes que estás tentando a la suerte?

—Es tu creencia. La comanche. Como tu obediente esposa, la he adoptado.

—Convenientemente, diría yo.

—Ah, pero es un concepto tan hermoso. El momento pasa, ¿verdad? Siempre queda perdido. No deberías desperdiciar un segundo del presente preocupándote de algo que ya quedó detrás de nosotros. —Hizo un movimiento con los dedos—. Vamos. Hagamos un lugar especial, Chase, un lugar soñado solo para los dos y nuestro hijo. Quiero que cada segundo del presente cuente. Es lo único que tenemos, ¿sabes? Solo este momento y la esperanza en el futuro.

Era una invitación que Chase nunca hubiese esperado y, a pesar del hecho de que seguía tentado a retorcerle el cuello, era también una invitación a la que no podía negarse.

—Estás diciendo todas las palabras adecuadas —susurró—, pero ¿de verdad las sientes? ¿Dejaste todo tu pasado atrás, Franny?

—Completamente. Ese ha sido tu regalo, Chase. Todo envuelto en magia. El presente y todas mis mañanas. Estoy empezando de nuevo. ¿Querrás compartirlo conmigo?

En vez de cogerle la mano, se lanzó hacia ella, la levantó en sus brazos y giraron juntos en un círculo con ella cogida a su pecho. Franny rio con fuerza, y el sonido penetró cálido por todo su cuerpo.

Franny, su ángel de grandes ojos verdes. Por muy angustiosos que hubiesen sido esos dos últimos meses, había valido la pena. Se sintió como si estuviera sosteniendo al cielo en sus brazos.

—Te quiero —susurró con fuerzas—. Te quiero tanto.

—Y yo te quiero a ti.

Aunque Chase sabía que era una extravagancia, le pareció que el sol de invierno había brillado un momento, y no pudo evitar preguntarse si los Grandes no estarían sonriendo. Toda su vida había oído la canción de su padre. Las palabras pasaban como un susurro por su cabeza ahora, y se dio cuenta de que la última parte de la canción, la parte más hermosa, se había cumplido por fin.

En un remolino de hojas de otoño, un hombre, una mujer y un niño aún no nacido giraron en un círculo eterno, y su unión fue el último cumplimiento de una profecía más vieja que ellos, que los comanches y sus doncellas de pelo rubio encontrarían un lugar especial en el que podrían vivir en armonía y engendrar una nueva nación, donde las canciones de su pueblo pudiesen ser cantadas para siempre.