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El trueno la persiguió. El viento aullaba por las zanjas de la ciudad y los vientospren la adelantaban zumbando, como huyendo de la extraña tormenta. El aire empujaba la espalda de Lift y hacía volar papeles y basura a su alrededor. Llegó al anfiteatro de la boca del callejón y arriesgó una mirada a su espalda.

Se detuvo de sopetón, aturdida.

La tormenta recorría el cielo, un majestuoso y terrible yunque negro surcado de relámpagos rojos. Era gigantesca, dominando el cielo entero, con diabólicos fogonazos de luz interior.

Las gotas de lluvia empezaron a picotearle la piel y, aunque la tormenta no traía muralla, el viento ya empezaba a hacerse tempestuoso.

Wyndle creció en un círculo a su alrededor.

—¿Ama? Oh, ama, esto es mal asunto.

Lift dio un paso atrás, estupefacta por la masa bullente de negro y rojo. Los relámpagos caían sobre las zanjas y el trueno la alcanzaba con tanta fuerza que sentía como si debiera lanzarla hacia atrás por los aires.

—¡Ama!

—Dentro —dijo Lift, corriendo a trompicones hacia la puerta del orfanato.

Estaba tan oscuro que apenas distinguía la pared, pero, al llegar, reparó al instante en que algo fallaba. La puerta estaba abierta.

La habrían cerrado después de que ella saliera, ¿verdad? Pasó al interior. La sala estaba negra, inescrutable, pero tanteando la puerta notó que el barrote estaba partido en dos. Posiblemente desde fuera, y con un arma que hacía tajos limpios a la madera. Una hoja esquirlada.

Temblando, Lift buscó a tientas por el suelo la parte cortada del barrote y consiguió colocarlo en su sitio, para atrancar de nuevo la puerta. Se volvió hacia la sala, escuchando. Oía los gemidos de los niños, sollozos ahogados.

—Ama —susurró Wyndle—, no puedes enfrentarte a él.

«Ya lo sé».

—Hay Palabras que debes pronunciar.

«No servirán».

Esa noche, las Palabras eran la parte fácil.

Costaba no contagiarse del miedo de los niños a su alrededor. Lift se descubrió temblando y dejó de andar cerca del centro de la habitación. No podía avanzar poco a poco, tropezando con otros chicos, si quería detener a Oscuridad.

En algún punto lejano de algún piso del orfanato, oyó pisadas. Pasos firmes de botas sobre los suelos de madera de la primera planta.

Lift recurrió a su maravilla y empezó a brillar. La luz se alzó de sus brazos como el vapor de una parrilla caliente. No era muy refulgente, pero en aquella habitación sumida en la oscuridad total, bastaba para revelarle a los niños que había oído. Se quedaron callados, mirándola con asombro.

—¡Oscuridad! —gritó Lift—. ¡Ese al que llaman Nin, o Nale! ¡Nakku, el Juez! Estoy aquí.

Las pisadas de arriba cesaron. Lift cruzó la sala, pasó a la siguiente y miró por el hueco de una escalera ascendente.

—¡Soy yo! —gritó por él—. La que intentaste matar, y fracasaste, en Azir.

La puerta que salía al anfiteatro traqueteó bajo el azote del viento, como si alguien intentara entrar desde fuera. Las pisadas se reanudaron y Oscuridad apareció en la cima de la escalera, sosteniendo una esfera de amatista en una mano y una brillante hoja esquirlada en la otra. El fulgor violeta le iluminaba la cara desde abajo, resaltando el mentón y los pómulos pero dejándole los ojos a oscuras. Parecían huecos, como las cuencas de la criatura que Lift había conocido fuera.

—Me sorprende ver que aceptas el juicio —dijo Oscuridad—. Creía que te quedarías en tu supuesta seguridad.

—Ya —respondió Lift—. ¿Sabes el día en que el Todopoderoso repartía los sesos a la gente? Ese día yo salí a buscar pan ácimo.

—Vienes aquí durante una alta tormenta —dijo Oscuridad—. Estás atrapada aquí dentro conmigo, y sé de tus crímenes en esta ciudad.

—Pero volví el día en que el Todopoderoso repartía hermosura. ¿Qué te distrajo a ti?

El insulto no pareció surtir efecto, aunque era de sus favoritos. Oscuridad dio la impresión de fluir como el humo mientras empezaba a bajar peldaños, con pasos cada vez más suaves y su uniforme ondeando como por un viento invisible. Tormentas, qué aspecto tan oficial tenía en aquel traje de largas mangas y aquella chaqueta lisa. Era como la viva encarnación de la ley.

Lift fue hacia la derecha, alejándose de los niños, internándose más en la planta baja del orfanato. Desde allí llegaba un olor a especias, de modo que permitió que su nariz la guiara hacia una cocina oscura.

—Por la pared —ordenó a Wyndle, que creció a lo largo de ella junto al umbral.

Lift afanó un tubérculo de la encimera, se agarró a Wyndle y trepó. Acalló su maravilla y se volvió oscura mientras llegaba al techo, colgada de las finas enredaderas de Wyndle.

Oscuridad entró por debajo de ella y miró primero a la derecha y luego a la izquierda. No miró hacia arriba, por lo que, cuando dio un paso adelante, Lift se dejó caer a su espalda.

Oscuridad se volvió al instante, lanzando un tajo con aquella hoja esquirlada, empuñada con una sola mano. El filo atravesó la pared de la puerta y pasó a un dedo de Lift, que se había apartado saltando hacia atrás.

Dio contra el suelo y estalló de luz con su maravilla, haciendo resbaladizo su trasero para deslizarse por el suelo lejos de él y terminar topando con la pared justo debajo de los peldaños. Desenmarañó sus extremidades y empezó a subir la escalera a gatas.

—Eres un insulto para la orden que te correspondería —dijo Oscuridad, siguiéndola a grandes pasos.

—Ya, supongo —replicó Lift—. Tormentas, soy un insulto para mí misma casi todos los días.

—Por supuesto que lo eres —afirmó Oscuridad mientras llegaba al pie de la escalera—. Esa frase no tiene significado.

Lift le sacó la lengua, una táctica absolutamente racional y razonable para combatir a un semidiós. A él no pareció molestarle, pero claro, Oscuridad tenía un pegote de cera de oreja costrosa en lugar de corazón. Qué tragedia.

La primera planta del orfanato estaba llena de habitaciones más pequeñas a su izquierda. A su derecha, otro tramo de escalones llevaba más arriba. Lift se lanzó hacia la izquierda, casi atragantándose con el largorraíz sin cocinar, buscando a la Tocón. ¿La habría encontrado Oscuridad? En varias habitaciones había camas para los niños. Así que la Tocón no los ponía a dormir en aquella sala grande; se habrían congregado allí por la tormenta.

—¡Ama! —exclamó Wyndle—. ¿Tienes algún plan?

—Puedo crear luz tormentosa —dijo Lift, dando un bufido e invocando un poco de maravilla para comprobar la habitación del otro lado del pasillo.

—Sí. Incomprensible, pero cierto.

—Él no. Y le costará encontrar esferas, porque nadie esperaba la tormenta que ha llegado en pleno Llanto, así que…

—Ah… ¡A lo mejor, podemos agotarlo!

—No puedo luchar contra él —dijo Lift—. Parece la mejor alternativa. Pero a lo mejor tengo que volver abajo a por más comida.

¿Dónde estaba la Tocón? No había ninguna señal de que se ocultara en aquellos dormitorios, pero tampoco había ni rastro de su cadáver asesinado.

Lift volvió corriendo al pasillo. Oscuridad dominaba el otro extremo, el más próximo a la escalera. Caminó despacio hacia ella, empuñando su hoja esquirlada en un extraño agarre inverso, con el lado peligroso apuntado hacia detrás de él.

Lift acalló su maravilla y dejó de brillar. Tenía que agotarlo, así que quizá le haría creer que ella iba escasa para que no se preocupara de ahorrar.

—Lamento tener que hacer esto —dijo Oscuridad—. En otros tiempos, te habría dado la bienvenida como hermana.

—No —replicó Lift—. En realidad no lo lamentas, ¿verdad? ¿Puedes sentir siquiera algo parecido al lamento?

Oscuridad se detuvo en el pasillo, sosteniendo aún la esfera por delante para ver. Parecía estar planteándose en serio su pregunta.

Bueno, pues tocaba moverse. No podía permitir que la arrinconara, y eso a veces significaba embestir hacia el tipo que llevaba una famélica hoja esquirlada. Mientras Lift se arrojaba contra él, Oscuridad adoptó una postura de esgrima y dio un paso adelante para descargar su golpe.

Lift se echó a un lado y se resbaladizó, esquivó la espada y resbaló por el suelo a la izquierda del hombre. Lo rebasó, pero tuvo la sensación de que había sido demasiado fácil. Oscuridad la observaba con ojos cautelosos y perceptivos. Había esperado fallar el golpe, Lift estaba segura.

Oscuridad dio media vuelta y avanzó de nuevo hacia ella, con paso rápido para evitar que bajara la escalera hacia la planta baja. El movimiento la obligó a acercarse a los peldaños ascendentes. Oscuridad parecía querer que fuese en esa dirección, de modo que Lift optó por retroceder por el pasillo. Por desgracia, en aquel lado solo había una habitación, la de justo encima de la cocina. Abrió la puerta de una patada y miró dentro. Era el dormitorio de la Tocón, con una cómoda y ropa de cama. Pero sin el menor rastro de la propia Tocón.

Oscuridad siguió avanzando.

—Tienes razón. Parece que por fin me he liberado de los últimos vestigios de remordimiento que una vez sentí por cumplir con mi deber. Honor me ha imbuido, me ha cambiado. Llevaba mucho tiempo esperándolo.

—Estupendo. Así que ahora eres como una especie de spren sin emociones.

—Oye —dijo Wyndle—, eso es ofensivo.

—No —respondió Oscuridad, que no podía oír a Wyndle—. Soy un mero hombre, perfeccionado. —Hizo un gesto hacia ella con su esfera—. Los hombres necesitan luz, niña. Solos estamos en la oscuridad y nos movemos caprichosos, basándonos en mentes subjetivas y mutables. Mas la luz es pura, no cambia dependiendo de nuestros caprichos diarios. Sentir culpabilidad por seguir un código a rajatabla es desperdiciar emociones.

—¿Y sentir otras emociones no, en tu opinión?

—Hay muchas emociones útiles.

—Que tú sientes que no veas, a todas horas.

—Por supuesto que las… —Dejó la frase en el aire y, de nuevo, pareció plantearse lo que había dicho Lift. Ladeó la cabeza.

Lift saltó hacia delante, haciéndose resbaladiza de nuevo. Él defendía la escalera descendente, pero Lift tenía que rebasarlo de todos modos y volver abajo. Coger comida y seguir subiendo y bajando hasta que Oscuridad agotara todo su poder. Predijo que atacaría con la espada y, mientras lo hacía, Lift se arrojó de nuevo a un lado, con el cuerpo entero resbaladizo salvo la palma de la mano, para dirigirse.

Oscuridad soltó su esfera y se movió con una velocidad repentina e inesperada, ardiendo en luz tormentosa. Soltó también la hoja esquirlada, que se deshizo en humo, y desenvainó un cuchillo del cinturón. Mientras Lift pasaba, apuñaló hacia el suelo y le atrapó la ropa.

¡Tormentas! Una herida normal la habría sanado su maravilla. Si Oscuridad hubiera intentado agarrarla, habría sido demasiado resbaladiza y se habría escabullido. Pero el cuchillo se clavó en la madera y la atrapó por la cola de su chaqueta, deteniéndola de sopetón. Resbaladiza como estaba, pareció que rebotaba y se deslizaba de vuelta hacia él.

Oscuridad sacó la mano a un lado y volvió a invocar su hoja mientras Lift se afanaba, frenética, por liberarse. El cuchillo se había clavado hondo y Oscuridad no había retirado la mano. ¡Tormentas, qué fuerte era! Lift le mordió el brazo, pero fue en vano. Intentó quitarse la chaqueta, resbaladizándose ella pero no la prenda.

La hoja esquirlada apareció y Oscuridad la alzó. Lift se revolvió, medio cegada por la chaqueta, que ya tenía medio por encima de la cabeza y apenas dejaba que viera nada. Pero pudo sentir cómo aquella hoja descendía hacia ella…

Algo hizo: «¡Ploc!», y Oscuridad gruñó.

Lift miró como pudo y vio a la Tocón de pie en los peldaños de arriba, sosteniendo un gran madero. Oscuridad sacudió la cabeza, intentando despejarla, y la Tocón volvió a atizarle.

—Deja en paz a mis niños, monstruo —gruñó ella.

La mujer goteaba. Había llevado sus esferas al terrado del edificio para cargarlas. Pues claro, allí era donde estaba. ¡Si lo había dicho antes!

Alzó el madero por encima de su cabeza. Oscuridad suspiró y trazó un arco con su hoja que cortó la pieza de madera por la mitad. Desclavó su daga del suelo, liberando a Lift. «¡Sí!».

Y entonces le propinó un puntapié que la envió deslizándose pasillo abajo sobre su propio cuerpo resbaladizo, completamente descontrolada.

—¡No! —gritó Lift, retirando su maravilla.

Rodó hasta detenerse. Le tembló la visión mientras Oscuridad se volvía hacia la Tocón y la agarraba por el cuello, la levantaba de la escalera y la arrojaba al suelo. La mujer mayor crujió al caer y se quedó laxa, inmóvil.

Entonces Oscuridad la apuñaló, no con su hoja, sino con el cuchillo. ¿Por qué? ¿Por qué no acabar con ella?

Se volvió hacia Lift, ensombrecido por la esfera que había soltado, en aquellos momentos más monstruo que la cosa Insomne que Lift había visto en el callejón.

—Sigue viva —dijo Oscuridad a Lift—, pero sangra y está inconsciente. —Apartó su esfera de un puntapié—. Es demasiado nueva para saber cómo alimentarse de luz tormentosa en su estado. A ti tendré que empalarte y esperar a que estés muerta del todo. Pero a esta puedo dejarla desangrándose. Ya está sucediendo.

«Puedo curarla», pensó Lift, desesperada.

Y él lo sabía. Estaba tendiéndole una trampa.

Ya no tenía tiempo para hacerle agotar su luz tormentosa. Con la hoja esquirlada apuntando hacia Lift, era de verdad solo una silueta. Oscuridad. Verdadera Oscuridad.

—No sé qué hacer —dijo Lift.

—Pronuncia las Palabras —sugirió Wyndle, a su lado.

—Ya las he dicho, en el corazón.

Pero ¿de qué servirían?

Poca gente escuchaba algo que no fueran sus propios pensamientos. Pero ¿de qué le iba a servir escuchar en la situación en que se hallaba? Lo único que oía era el ruido de la tormenta fuera, el relámpago que hacía vibrar las piedras.

Trueno.

Una nueva tormenta.

«No puedo derrotarlo. Tengo que hacerlo cambiar».

Escucha.

Lift corrió hacia Oscuridad, invocando toda la maravilla que le quedaba. Oscuridad dio un paso adelante, daga en una mano, hoja esquirlada en la otra. Se acercó a él, que de nuevo protegía la escalera descendente. Saltaba a la vista que esperaba que Lift intentara bajar o se detuviera junto al cuerpo inconsciente de la Tocón para intentar curarla.

Lift no hizo nada de eso. Resbaló hasta más allá de los dos, giró y subió los peldaños por los que acababa de descender la Tocón.

Oscuridad soltó un reniego y lanzó un tajo contra ella, pero falló. Lift llegó a la segunda planta y Oscuridad se lanzó a la carga tras ella.

—La estás dejando morir —le advirtió, persiguiéndola mientras Lift encontraba otro tramo más pequeño de escalones que subían. Al exterior, con un poco de suerte. Tenía que hacer que la siguiera…

Le cerraba el paso una trampilla en el techo, pero la abrió. Salió a la mismísima Condenación.

Vientos temibles, interrumpidos por aquellos espantosos relámpagos rojos. Una horrible tempestad de lluvia lacerante. El «techo» era solo la llanura que coronaba la ciudad, y Lift no acertó a ver la cesta de esferas de la Tocón. La lluvia era demasiado cegadora, el viento demasiado terrible. Se alejó un paso de la trampilla, pero de inmediato tuvo que agacharse y agarrarse a las rocas. Wyndle formó unos asideros para ella, gimoteando. La sostuvo con fuerza.

Oscuridad salió a la tormenta, pasando por aquel agujero en la cima de la colina. La vio y fue hacia ella, alzando su hoja esquirlada como un hacha.

Atacó.

Lift chilló. Soltó las enredaderas de Wyndle y alzó las dos manos por encima de ella.

Wyndle dio un largo y suave suspiro, derritiéndose, transformándose en una larga vara de metal plateado.

Paró la hoja descendente de Oscuridad con su propia arma. No era una espada. Lift no sabía ni un crem sobre espadas. Su arma era solo una vara plateada. Brillaba en la oscuridad y detuvo el golpe de Oscuridad, aunque el impacto le dejó los brazos temblando.

Au, dijo la voz de Wyndle en su cabeza.

La lluvia aporreaba a su alrededor, y unos relámpagos carmesíes caían detrás de Oscuridad, dejando nítidas imágenes residuales en los ojos de Lift.

—¿Crees que puedes combatirme, niña? —gruñó él, manteniendo su hoja contra la vara de ella—. ¿A mí, que he tenido vidas inmortales? ¿A mí, que he aniquilado a semidioses y sobrevivido a Desolaciones? Soy el Heraldo de la Justicia.

Y entonces Lift gritó:

—¡Escucharé a aquellos que han sido ignorados!

—¿Qué? —dijo Oscuridad, brusco.

—¡Oí lo que dijiste, Oscuridad! ¡Intentabas impedir la Desolación! ¡Mira detrás de ti! ¡Niega lo que estás viendo!

El relámpago quebró el aire y el viento aulló en la ciudad. Sobre las tierras de cultivo, el brillo de rubí mostró a un grupo apiñado de personas. Un grupo triste y lamentable. Los pobres parshmenios a los que habían desterrado.

El relámpago rojo pareció permanecer con ellos.

Les brillaban los ojos.

—No —dijo Nale. La tormenta pareció amainar, brevemente, con sus palabras—. Es un acontecimiento aislado. Parshmenios que habían… que habían sobrevivido con sus formas

—¡Has fracasado! —gritó Lift—. Ha llegado.

Nale alzó la mirada hacia los nubarrones, que retumbaban de poder y relucían con el brillo incesante de la luz roja en su interior.

En ese momento pareció, para sorpresa de Lift, que emergía algo del interior de Nale. Sería estúpido por su parte creer que, con todo lo que estaba pasando, con la lluvia, el viento y el relámpago rojo, podría apreciar alguna diferencia en sus ojos. Pero Lift habría jurado que así era.

Pareció enfocarse, como quien despierta de una modorra. La espada cayó de sus dedos y se deshizo en neblina.

Entonces Nale cayó de rodillas.

—Tormentas. Jezrien… Ishar… Es cierto. He fracasado.

Agachó la cabeza.

Y se echó a llorar.

Resollando, notándose empapada y dolorida por la lluvia, Lift bajó su vara.

—Fracasé hace semanas —dijo Nale—. Lo supe entonces. Oh, Dios. Dios Todopoderoso. ¡Ha regresado!

—Lo siento —dijo Lift.

Él la miró, con el rostro iluminado por los incesantes relámpagos, sus lágrimas mezclándose con la lluvia.

—De verdad lo sientes —dijo él, y se palpó la cara—. Yo no siempre fui así. Es cierto que estoy empeorando, ¿verdad? Es cierto.

—No lo sé —respondió Lift.

Y entonces, por instinto, hizo una cosa que jamás habría creído posible.

Abrazó a Oscuridad.

Él se aferró a Lift, aquel monstruo, aquel ser desalmado que una vez fue un Heraldo. Se aferró a ella y sollozó en la tormenta. Luego, con un trueno, se apartó de ella. Trastabilló en la roca mojada, empujado por los vientos, y empezó a brillar.

Salió disparado hacia el cielo oscuro y se desvaneció. Lift se levantó con esfuerzo y corrió hacia abajo para curar a la Tocón.