17
Lift dejó fluir su maravilla. Se sumergió a conciencia en el poder, convocando fuerza, velocidad y haciéndose resbaladiza. A la gente de Oscuridad parecía darle igual que los vieran volando por ahí, de modo que Lift decidió que a ella también le daba igual que la vieran.
Dio un salto para alejarse del asesino, volvió resbaladizos sus pies y aterrizó en la rampa lisa que había junto a los peldaños que rodeaban el exterior del edificio. Pretendía salir disparada hacia la ciudad, resbalando por el lado de la escalera.
Por supuesto, duró más o menos un segundo antes de que los pies se le fueran en direcciones distintas y su entrepierna se estrellara contra la piedra. Se encogió con un dolor agudo, pero no le dio tiempo a mucho más, ya que rebotó un par de veces antes de caer por el lado de los altos escalones.
Dio contra el fondo unos instantes después y se hizo un ovillo avergonzado. Su maravilla impidió que se hiciera mucho daño, así que hizo caso omiso a los gritos preocupados de Wyndle mientras crecía pared abajo hacia ella. Se dio la vuelta, se alzó a cuatro patas como pudo y echó a correr hacia la zanja que la llevaría al orfanato.
¡No tenía tiempo para que se le diera mal aquello! Corriendo como una persona normal no llegaría a tiempo. ¡Sus enemigos volaban! ¡Literalmente!
En su mente, visualizaba cómo debía ser. La ciudad entera descendía desde aquella altura central donde estaba la Gran Indigestión. Debería poder deslizarse sobre sus pies resbaladizos y recorrer como una exhalación la calle casi vacía. Debería poder dar palmadas en las paredes que encontrara, en los salientes, en los edificios, y ganar velocidad con cada empujón.
Debería ser como una flecha en pleno vuelo, afilada, dirigida, sin trabas.
Podía verlo. Pero no podía hacerlo. Intentó resbalar de nuevo, pero de nuevo sus pies volaron debajo de ella. En esa ocasión salieron hacia atrás y ella cayó de cara contra la piedra. Vio un fogonazo blanco. Cuando alzó la mirada, la calle vacía se balanceaba delante de ella, pero su maravilla no tardó en curarla.
La calle sombría era una avenida principal, pero estaba desolada y vacía. La gente había retirado los toldos y las carretillas, pero se había dejado la basura. Aquellas paredes la agobiaban. Todo el mundo sabía que era necesario alejarse de los cañones durante una tormenta, para evitar ser arrastrados por la inundación. Y a aquella gente no se le había ocurrido otra cosa que construir toda una famélica ciudad absolutamente en contra de ese principio.
Tras ella, en la lejanía, el cielo retumbó. Pero antes de que llegara esa tormenta, un pobre viejo loco iba a recibir la visita de dos asesinos santurrones. Necesitaba impedirlo. Tenía que impedirlo. No podía explicar por qué.
«Vale, Lift, tranquila. Puedes ser maravillosa. Siempre has sido maravillosa, y ahora tienes mucha maravilla de más. Venga, puedes hacerlo».
Gruño, echó a correr, giró de lado y resbaló. Podía hacerlo, y desde luego que iba a…
Esa vez rozó la esquina de una pared en una intersección y terminó despatarrada en el suelo, con los pies hacia el cielo. Dio otro golpe con la cabeza contra el suelo, frustrada.
—¿Ama? —dijo Wyndle, serpenteando hacia ella—. No me hace ninguna gracia el sonido de esa tormenta…
Lift se levantó, sintiéndose avergonzada y de todo menos maravillosa, y decidió limitarse a correr el resto del camino. Sus poderes le permitían correr deprisa sin cansarse, pero sentía en sus entrañas que no iba a bastar con eso.
Le pareció que transcurría una eternidad antes de detenerse trastabillando fuera del orfanato, con agotaspren arremolinándose a su alrededor. Se le había terminado la maravilla un poco antes de llegar y su estómago protestó con un rugido. El anfiteatro estaba desierto, por supuesto. Tenía el orfanato a su izquierda, tallado en sólida roca, y los asientos del pequeño anfiteatro enfrente. Y más allá, el oscuro callejón, con las chabolas de madera y los edificios bloqueándole la visión.
El cielo se había oscurecido, aunque Lift no sabía si era por la puesta de sol o por la tormenta que llegaba.
Al fondo del callejón, Lift oyó un grave y crudo grito de dolor. Le dio un escalofrío.
Wyndle tenía razón. El asesino tenía razón. ¿Qué estaba haciendo? No podía derrotar a dos soldados entrenados y maravillosos. Se dejó caer, exhausta, en el centro del suelo del anfiteatro.
—¿Entramos? —preguntó Wyndle desde su lado.
—No me queda poder —susurró Lift—. Lo he gastado todo corriendo hasta aquí.
¿Ese callejón siempre había dado tanta sensación de profundidad? Con las sombras de las chabolas, las cortinas y las planchas de madera, el lugar parecía una barricada extendida, con solo el más estrecho pasadizo para cruzarla. Parecía un mundo distinto por completo al resto de la ciudad. Era un reino oscuro y oculto que solo podía existir en las sombras.
Se puso de pie con dificultad y echó a andar hacia el callejón.
—¿Qué estás haciendo? —gritó una voz.
Lift se volvió y encontró a la Tocón de pie en el umbral del orfanato.
—¡Tenías que haber ido a algún refugio! —gritó la mujer—. Niña idiota. —Fue hacia ella y cogió a Lift del brazo para llevarla hacia el orfanato—. No creas que haber entrado significa que vaya a cuidar de ti. Aquí no hay sitio para los que son como tú, y no me vengas fingiendo que estás enferma o cansada. Todo el mundo se pasa el día fingiendo para llevarse lo que tenemos.
Pero por mucho que dijera, soltó a Lift dentro del orfanato, cerró de golpe el portón de madera y lo atrancó.
—Alégrate de que haya mirado fuera para ver quién gritaba. —Observó a Lift y dio un sonoro suspiro—. Supongo que querrás comer.
—Aún me queda una comida —respondió Lift.
—Estoy por dársela a los otros niños —dijo la Tocón—. Después de una broma como esa, ya lo creo que sí. ¡Mira que quedarte fuera chillando! Tendrías que haber ido a un refugio. Si crees que puedes darme pena haciéndote la desamparada, te equivocas.
Se alejó murmurando. Lift estaba en una sala grande y abierta, con niños sentados en esterillas por todas partes, iluminados por una sola esfera de rubí. Los niños parecían asustados, y varios se abrazaban entre ellos. Uno se había tapado las orejas y gemía con el sonido de cada trueno.
Lift se sentó en una esterilla vacía, con una sensación de surrealismo, de estar fuera de lugar. Había llegado corriendo, brillando de poder, dispuesta a enfrentarse a monstruos que volaban surcando el cielo. Pero allí… allí solo era otra niña de la calle huérfana.
Cerró los ojos y escuchó a los demás.
—Tengo miedo. ¿La tormenta durará mucho?
—¿Por qué ha tenido que ir dentro todo el mundo?
—Echo de menos a mi mamá.
—¿Y qué pasa con los tipos del callejón? ¿Estarán bien?
Su incertidumbre vibró a través de Lift. Había estado allí. Tras la muerte de su madre, había estado allí. Había estado decenas de veces desde entonces, en ciudades por todo el territorio. En lugares para niños olvidados.
Había hecho juramento de recordar a la gente como ellos. No lo había pretendido. Fue como que sucedió, sin más. Igual que todo sucedía en su vida, sin más.
—Quiero control —susurró.
—¿Ama? —dijo Wyndle.
—Antes me has dicho que no creías que hubiera venido aquí por ningún motivo de los que te dije. Me has preguntado qué quería.
—Lo recuerdo.
—Quiero control —dijo Lift, abriendo los ojos—. No como un rey ni nada así. Solo quiero poder controlarla un poquito. Mi vida. No quiero que me empuje por ahí la gente, ni el destino, ni nada. Solo… solo quiero ser yo la que elija.
—Sé muy poco de cómo funciona tu mundo, ama —replicó Wyndle, enrollándose sobre la pared y componiendo una cara que sobresalía hacia ella—. Pero me parece un deseo razonable.
—Escucha lo que dicen estos niños. ¿Los oyes?
—Tienen miedo de la tormenta.
—Y de la llamada a esconderse de repente. Y de estar solos. Cuánta incertidumbre…
Desde la sala contigua le llegaba la voz de la Tocón, hablando flojito con uno de sus ayudantes más mayores.
—No sé yo. No es día de alta tormenta. Sacaré las esferas arriba, por si acaso. Ojalá alguien nos dijera lo que está pasando.
—No lo entiendo, ama —dijo Wyndle—. ¿Qué se supone que debo sacar en claro de observarlos?
—Calla, Portador del Vacío —espetó ella, todavía escuchando. Oyendo.
Entonces abrió los ojos. Arrugó la frente, se levantó y cruzó la estancia.
Un chico que tenía una cicatriz en la cara estaba hablando con otro. Miró a Lift cuando notó que se acercaba.
—Oye —le dijo—, yo a ti te conozco. Viste a mi madre, ¿verdad? ¿Dijo cuándo pensaba volver?
¿Cómo se llamaba el chico?
—¿Mik?
—Sí —dijo él—. Mira, yo no tendría que estar aquí, ¿vale? No recuerdo muy bien las últimas semanas, pero… en fin, no soy huérfano. Todavía tengo madre.
Era él, el chico al que habían dejado allí la noche anterior. «Entonces babeabas —pensó Lift—. Y hasta hoy mismo, hablabas como un idiota. Tormentas, ¿qué te he hecho?». No podía curar a quienes eran distintos en la cabeza, o eso creía. ¿Por qué era diferente Mik? ¿Sería porque lo suyo era resultado de una herida, porque no había nacido así?
Lift no recordaba haberlo curado. Tormentas, decía que quería control pero ni siquiera sabía usar lo que tenía. Su carrera hacia el orfanato era suficiente demostración.
La Tocón regresó con paso firme, cargada con una gran bandeja de la que empezó a repartir tortitas a los niños. Llegó a Lift y le dio dos.
—Es la última vez —dijo, levantando un dedo.
—Gracias —musitó Lift mientras la Tocón seguía adelante.
Las tortitas estaban frías, y por desgracia eran de una variedad que ya había probado, las que tenían algo dulce en el centro. Sus preferidas. A lo mejor la Tocón no era mala del todo.
«Es una ladrona y una matona —se recordó Lift mientras comía, restaurando su maravilla—. Está blanqueando esferas y usando el orfanato de tapadera». Pero quizá incluso una ladrona y una matona pudiera hacer algún bien por el camino.
—Estoy muy confundido —dijo Wyndle—. Ama, ¿qué estás pensando?
Lift miró hacia la gruesa puerta principal. El anciano ya debía de estar muerto. Y a nadie le importaría. Qué narices, seguro que nadie se enteraría siquiera. Un viejo, hallado muerto en un callejón tras la tormenta.
Pero Lift… Lift lo recordaría.
—Vamos —dijo.
Fue hasta la puerta. Cuando la Tocón le dio la espalda para regañar a un niño, Lift levantó el barrote y salió fuera.