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A Lift le gustaba la ropa suave. Aquellos abrigos y túnicas azishianos tan blanditos eran el equivalente textil de un pudin fino. Era bueno recordar que la vida no consistía solo en cosas que picaban. A veces incluía almohadas blandas y dulces esponjosos. Palabras amables. Madres.

El mundo no podía ser malo del todo si tenía ropa suave. El traje le venía grande, pero no pasaba nada. Le gustaba suelto. Se acurrucó un poco en la túnica, sentada en la silla con las manos cruzadas sobre el regazo y un gorrito en la cabeza. El traje entero estaba surcado de colores vivos, tejidos en formas que significaban cosas muy importantes. Lift estaba bastante segura de eso, porque la gente de Azir no paraba de hablar de los símbolos que llevaba en la ropa.

La escriba era gorda. Le harían falta unas tres shiquas para cubrirla, o eso o una shiqua hecha para un caballo. Lift nunca habría pensado que dieran tanta comida a los escribas. ¿Para qué necesitaban tanta energía? Las plumas no pesaban nada.

La mujer llevaba anteojos y tenía la cara cubierta, a pesar de estar en una tierra que conocía a Tashi. Dio unos golpecitos en la mesa con la pluma.

—Dices que eres del palacio de Azir.

—Ajá —dijo Lift—. Amiga del emperador. Yo lo llamo Gawx, pero luego le cambiaron el nombre a no sé qué. Está bien, porque Gawx es un nombre bastante tontorrón y no te interesa que tu emperador suene tontorrón. —Ladeó la cabeza—. Aunque cuando se pone a hablar, ya no hay forma de evitarlo.

En el suelo, a su lado, Wyndle dio un leve gemido.

—¿Sabías que tienen a alguien que le hurga la nariz? —preguntó, inclinándose hacia la escriba.

—Jovencita, creo que me estás haciendo perder el tiempo.

—Ahí me has ofendido bastante —dijo Lift, enderezando la espalda en su asiento—. Sobre todo si tenemos en cuenta lo poco que parece que hagáis por aquí.

Era cierto. El edificio entero estaba lleno de escribas que correteaban de aquí para allá, llevando montones de papel de una alcoba sin ventanas a otra. Hasta tenían unos spren particulares que pasaban allí el rato, de un tipo que Lift solo había visto un par de veces. Parecían como ondulaciones en el aire, como gotas de lluvia en charcos, solo que sin lluvia y sin charco. Wyndle los llamaba concentraspren.

¡Tenían tanto famélico papel por allí que hasta necesitaban parshmenios para cargarlo! Pasó una de ellas por el pasillo de fuera, una mujer que llevaba una gran caja llena de papeles. Se los llevaría a alguno de entre los mil millones de escribas que había sentados a sus mesas, rodeados de vinculacañas destellantes. Wyndle decía que estaban respondiendo a preguntas formuladas desde todo el mundo, transmitiendo información.

La escriba que estaba con Lift era un poco más importante. Lift había logrado llegar a aquella habitación haciendo lo que le había sugerido Wyndle: no hablar. Era algo que también hacían los visires. Asentían con la cabeza sin abrir la boca. Había entregado su tarjeta, en la que había garabateado las letras que formaba para ella Wyndle con sus enredaderas.

Los de la entrada se habían quedado tan intimidados que la habían llevado por los pasillos hasta aquella habitación, que era más grande que otras que había visto pero tampoco tenía ventanas. Pero en la pared pintada de blanco había una mancha entre amarilla y marrón que podía fingirse que era luz del sol.

En la otra pared había un estante en el que reposaba una hilera larguísima de vinculacañas. Había unos tapices azishianos colgados al fondo. La escriba era una especie de enlace con el gobierno, allá en Azir.

Sin embargo, después de llegar a la sala, Lift se había visto obligada a hablar. No podía seguir evitándolo, de modo que tendría que ser convincente.

—¿A qué pobre desgraciado has robado para conseguir esa ropa? —preguntó la escriba grandota.

—Como si fuera a quitársela a alguien mientras la lleva puesta —replicó Lift, poniendo los ojos en blanco—. Mira, coge una pluma brillante de esas y escribe a palacio, y así podremos ponernos con lo importante. Mi Portador del Vacío dice que aquí tienes un montonazo de papeles que vamos a tener que repasar.

La mujer se levantó. Lift casi oyó a su silla dando un suspiro de alivio. La mujer señaló la puerta con ademán desdeñoso, pero en ese momento entró un escriba inferior, desgarbado, con una shiqua roja y un gorrito marrón y amarillo muy raro, y le susurró algo al oído.

La escriba pareció disgustarse. El recién llegado se encogió de hombros, incómodo, y se apresuró a marcharse. La mujer gorda giró la cabeza hacia Lift.

—Dime los nombres de los visires que conoces en palacio.

—Bueno, está Tonelete, que tiene la nariz graciosa, con forma de espiga. Y el Gran A, aunque no sé cómo se llama de verdad. Su nombre tiene todos esos ruidos como de ahogarse. Y Papi Culocaído, aunque ese no es visir de verdad. Lo llaman vástago, que también es importante pero de otra forma. ¡Ah, y Labios Gordos! Es la que manda de todos. En realidad no tiene gordos los labios, pero se enfada cuando la llamo así.

La mujer se quedó mirando a Lift. Luego se volvió y fue hacia la puerta.

—Espera aquí —ordenó a Lift, y salió.

Lift se agachó hacia el suelo.

—¿Cómo voy?

—Fatal —dijo Wyndle.

—Sí, ya me he dado cuenta.

—Casi hasta podría afirmarse —dijo Wyndle— que te habría venido bien aprender a hablar con educación, como te decían siempre los visires.

—Bla, bla, bla —respondió Lift, acercándose a la puerta para escuchar.

Desde fuera se entreoía a los escribas hablando entre ellos.

—… Encaja con la descripción que hizo la capitana de la guardia de inmigración, para que se la busque por la ciudad —decía uno de ellos—. ¡Y se ha presentado aquí mismo! Hemos enviado a buscar a la capitana, que por suerte había venido para su informe…

—¡Condenación! —susurró Lift mientras se apartaba—. Nos han pillado, Portador del Vacío.

—¡Nunca debí ayudarte con esta idea enloquecida!

Lift cruzó la sala hasta la hilera de vinculacañas. Todas estaban etiquetadas.

—Ven para acá y dime la que necesitamos.

Wyndle creció pared arriba y envió enredaderas sobre las plaquitas.

—Vaya, vaya, son vinculacañas importantes. Veamos… la tercera comunica con los escribas reales de palacio.

—Estupendo —dijo Lift.

La cogió y volvió a la mesa. La situó en el punto correcto de su superficie, porque había visto hacer lo mismo montones de veces, y giró el rubí del extremo de la caña. Respondieron al instante: los escribas de palacio no se alejaban muy a menudo de sus vinculacañas. Antes preferirían que les arrancaran los dedos.

Lift cogió la vinculacaña y la situó contra el papel.

—Esto…

—Oh, por el amor de Cultivación —dijo Wyndle—. No prestaste nada de atención, ¿verdad?

—Nada.

—Dime lo que quieres decir.

Lift se lo dijo y, de nuevo, Wyndle hizo crecer enredaderas sobre la mesa con las formas adecuadas. Con la pluma agarrada en el puño cerrado, Lift copió las palabras, una absurda letra tras otra. Le costó una eternidad. Escribir era ridículo. ¿La gente no podía hablar y punto? ¿Por qué inventarse una manera de hablar en la que no hubiera que ver a la gente para decirles lo que tenían que hacer?

«Aquí, Lift —escribió—. Decid a Labios Gordos que la necesito. Estoy en apuros. Y que alguien traiga a Gawx, si no es que le están hurgando la nariz ahora mis…».

La puerta se abrió y Lift dio un gañido, giró el rubí y se apartó corriendo de la mesa.

Al otro lado había una gran concentración de gente: cinco escribas, incluyendo a la gorda, y tres guardias. Una era la mujer que dirigía el puesto de vigilancia de la entrada de la ciudad.

«Tormentas —pensó Lift—, sí que se han dado prisa».

Se lanzó al suelo en dirección a ellos.

—¡Cuidado! —gritó la guardia—. ¡Es resbaladiza!

Lift se volvió maravillosa, pero la capitana empujó a los escribas dentro de la sala, entró y empezó a cerrar la puerta a su espalda. Lift pasó entre sus piernas, resbalando con facilidad, pero se estampó contra la puerta mientras se cerraba del todo.

La capitana se abalanzó sobre ella. Lift gritó y se cubrió de maravilla, por lo que cuando la asieron, su chaqueta azishiana de anchas mangas salió, dejándola en una falda parecida a una túnica con pantalones y sus camisas de siempre.

Se escabulló por el suelo, pero la estancia tampoco era muy grande. Intentó huir por la periferia, pero tenía encima a la capitana de la guardia.

—¡Ama! —gritó Wyndle—. ¡Oh, ama, que no te apuñalen! ¿Me oyes? ¡Evita que te den con nada afilado! ¡Ni romo, en realidad!

Lift gruñó al ver que los otros guardias se metían en la sala y cerraban la puerta deprisa. Cada uno de ellos fue hacia un lado de la habitación.

Esquivó a un lado, luego al otro y dio un puñetazo en el estante de las vinculacañas, haciendo que la escriba chillara cuando cayeron unas pocas.

Lift se lanzó hacia la puerta. La capitana de la guardia la embistió y otro guardia cayó encima de ella.

Lift se revolvió, se hizo maravillosa y se escurrió entre sus dedos. Solo tenía que…

—Tashi —susurró una escriba—. ¡Dios de Dioses y Encuadernador del Mundo!

Alrededor de su cabeza apareció un asombrospren, con forma de anillo de humo azul.

Lift saltó de entre las manos de los guardias y se subió de pie en una de sus espaldas, lo que le permitió ver bien el escritorio. La vinculacaña estaba escribiendo.

—Sí que han tardado —dijo, y entonces bajó de un salto de la pila de guardias y se sentó en la silla.

El guardia se levantó detrás de ella, soltando improperios.

—¡Alto, capitana! —dijo la escriba gorda. Miró al escriba desgarbado que iba de amarillo—. Ve a enviar otro mensaje al palacio de Azir. ¡Que sean dos! Necesitamos confirmación.

—¿De qué? —preguntó el escriba, caminando hacia la mesa.

La capitana de la guardia se acercó a ellos para leer lo que escribía la pluma. Luego, muy despacio, los tres alzaron la mirada hacia Lift con los ojos muy abiertos.

—«A quien corresponda —leyó Wyndle, que había extendido sus enredaderas por encima del papel—. Por el presente decreto, yo, el Aqasix Supremo Yanagawn I, emperador de todo Makabak, proclamo que la joven conocida como Lift debe ser objeto de toda cortesía y respeto. La obedeceréis como me obedeceríais a mí, y cargaréis en la cuenta imperial todo gasto en el que pueda incurrir durante su incursión en vuestra ciudad. A continuación hallaréis una descripción de la mujer y dos preguntas que solo ella puede responder, como prueba de autenticidad. Pero sabed que si resulta dañada u obstaculizada de cualquier modo, conoceréis la ira imperial».

—Gracias, Gawx —dijo Lift, y miró a los escribas y los guardias—. ¡Significa que tenéis que hacer lo que yo diga!

—Y ¿qué es lo que quieres? —preguntó la escriba gorda.

—Depende —respondió Lift—. ¿Qué tenéis hoy para comer?