5
Una media hora más tarde, Lift estaba tumbada en una lona extendida por encima de una choza, jadeando tras una larga carrera. Ese guardia había sido muy insistente.
Se meció perezosa en la lona mientras el viento soplaba por el callejón abarrotado de chabolas. Debajo de ella, una familia comentaba el milagro de que el grano de un carro entero cayera de repente sobre el barrio. Una madre, tres hijos y un padre, todos juntos.
«Recordaré a aquellos que han sido olvidados». Había hecho ese juramento cuando se disponía a salvar la vida de Gawx. Eran las Palabras correctas, Palabras importantes. Pero ¿qué significaban? ¿Y qué pasaba con su madre? A ella no la recordaba nadie.
Parecía haber demasiada gente allá fuera siendo olvidada. Demasiada para que la recordara una chica.
—¿Lift? —dijo Wyndle. Había creado una pequeña torre de enredaderas y hojas que se mecía al viento—. ¿Por qué no has ido nunca a las islas Reshi? Es de donde eres, ¿verdad?
—Eso decía mi madre.
—¿Y por qué no visitarlas? Por lo que dices, has recorrido medio Roshar, pero nunca has ido a tu supuesta tierra natal.
Lift alzó los hombros, con la mirada fija en el cielo de finales de tarde, sintiendo el viento en su piel. Olía fresco, comparado con el hedor que había abajo, en las zanjas. La ciudad no olía a podrido, pero sí a rancio, como a animales encerrados.
—¿Sabes por qué teníamos que irnos de Azir? —preguntó Lift en voz baja.
—Para perseguir a ese Rompedor del Cielo, al que llamas Oscuridad.
—No. No hemos venido a hacer eso.
—Claro.
—Nos fuimos porque la gente empezaba a saber quién soy. Si te quedas demasiado tiempo en el mismo sitio, la gente empieza a reconocerte. Los tenderos se aprenden tu nombre. Te sonríen al entrar y saben qué vas a pedirles, porque recuerdan lo que necesitas.
—¿Y eso es malo?
Ella asintió, sin dejar de mirar el cielo.
—Es peor incluso cuando creen que eres su amiga. Gawx, los visires. Suponen cosas. Creen que te conocen, y luego empiezan a esperar cosas de ti. Y entonces tienes que ser la persona que todos creen que eres, no la que eres en realidad.
—¿Y quién es la persona que tú eres en realidad, Lift?
Pero ahí estaba el problema, ¿verdad? Una vez lo había sabido, ¿o no? ¿O quizá era solo que era demasiado pequeña para que la preocupara?
¿Cómo lo sabía la gente? El viento meció su hamaca de lona y Lift se acurrucó, recordando los brazos de su madre, su aroma, su voz cálida.
Las punzadas de un estómago rugiente la interrumpieron, y las necesidades del presente estrangularon las querencias del pasado. Lift suspiró y se puso de pie en la lona.
—Vamos —dijo—. Tenemos que encontrar a unos pillastres callejeros.