9
Intenta no tener una muerte demasiado violenta, ama —pidió Wyndle mientras Lift se acercaba sigilosa a los sonidos de personas hablando—. Mejor un buen trompazo en el cogote que un destripamiento.
Esa voz pertenecía sin duda a Oscuridad. Oírla daba escalofríos a Lift. Cuando se había enfrentado a él en el palacio de Azir, la voz del hombre no había revelado la menor emoción, ni siquiera cuando casi se disculpaba por lo que estaba a punto de hacer.
—He oído que la asfixia no está mal —siguió diciendo Wyndle—, pero si se da el caso, no me mires mientras expiras. No sé si podría soportarlo.
«Acuérdate de la chica del mercado. Tranquilízate».
Tormentas, cómo le temblaban las manos.
—No estoy nada seguro de cómo sería que cayeras desde las alturas —añadió Wyndle—. Supongo que lo pondrías todo perdido, pero por lo menos no habría apuñalamientos.
El pasillo daba a una amplia sala iluminada por diamantes que emitían un brillo claro y sosegado. No eran lascas, ni siquiera esferas, sino gemas grandes y sin engarzar. Lift se agachó ante la puerta entreabierta, oculta en las sombras.
Oscuridad, que llevaba una camisa blanca y lisa, caminaba adelante y atrás frente a dos subordinados con uniformes blancos y negros y espadas al cinto. Uno era un hombre makabaki con cara redonda de bobalicón. La otra, una mujer con la piel un poco más clara. Quizá fuese reshi, sobre todo por el cabello largo y oscuro que llevaba recogido en una trenza tirante. Tenía el rostro cuadrado, los hombros fuertes y una nariz demasiado pequeña, como si hubiera vendido la suya para comprarse unos zapatos nuevos y estuviera usando otra encontrada en la basura.
—Vuestras excusas no son dignas de quienes pretenden alistarse en nuestra orden —estaba diciendo Oscuridad—. Si queréis ganaros la confianza de vuestros spren y pasar de iniciados a portadores de esquirlada, debéis poner más empeño. Debéis demostrar vuestra valía. Hoy mismo he seguido una pista que se os ha escapado a los dos, y he descubierto que hay una segunda infractora en la ciudad.
—Señor —dijo la mujer reshi—, yo he impedido un atraco en un callejón. Unos matones estaban acosando a un hombre.
—Aunque lo apruebe —replicó Oscuridad, sin dejar de pasearse con pisadas tranquilas y regulares—, debemos llevar cuidado de no distraernos con delitos menores. Comprendo que puede ser difícil seguir centrados ante una ruptura en los códigos que conforman la sociedad. Pero recordad que los asuntos mayores, y los crímenes mayores, deben ser nuestra principal prioridad.
—Los potenciadores.
Potenciadores. Las personas como Lift, la gente maravillosa que podía lograr lo imposible. No había tenido miedo cuando se infiltró en un palacio, pero acurrucada contra aquella puerta, mirando al hombre al que había apodado Oscuridad, se notó atemorizada.
—Pero… ¿de verdad son…? —dijo el iniciado varón—. Quiero decir, ¿no deberíamos querer que regresaran, para no ser nosotros la única orden de Caballeros Radiantes?
—Por desgracia, no —respondió Oscuridad—. Yo antes pensaba como tú, pero Ishar me hizo ver clara la verdad. Si regresan los vínculos entre hombres y spren, el hombre acabará descubriendo sin mediación el poder superior de los juramentos. Sin Honor para regularlo, hay una pequeña posibilidad de que lo que llegue a continuación permita de nuevo a los Portadores del Vacío dar el salto entre mundos. Eso provocaría una Desolación, y hasta la posibilidad más exigua de que el mundo se destruya es un riesgo que no podemos asumir. Se requiere una fidelidad absoluta a la misión que nos encomendó Ishar, a la ley suprema de proteger Roshar.
—Te equivocas —susurró una voz desde la oscuridad—. Quizá seas un dios, pero aun así te equivocas.
Lift estuvo a punto de dejar atrás su piel de un brinco. ¡Tormentas! Había otro tipo sentado justo al otro lado de la puerta, a escasos centímetros de donde ella se ocultaba. No lo había visto porque estaba demasiado concentrada en Oscuridad.
El hombre estaba sentado en el suelo, vestido con ropa blanca hecha jirones. Llevaba el pelo corto, apenas una pelusilla castaña, como si se lo hubiera estado afeitando hasta hacía poco. Tenía la piel pálida como un fantasma, y sostenía una espada larga en su vaina plateada, con el pomo apoyado en el hombro y la hoja extendida a lo largo del torso y las piernas. Rodeaba la vaina con los brazos, como un niño abrazando su juguete.
Se movió sin levantarse y… tormentas, dejó una leve imagen suya atrás, como las que salían cuando se miraba demasiado tiempo una gema brillante. Se disipó al momento.
—Ya han regresado —susurró, hablando con un suave y despreocupado acento shin—. Los Portadores del Vacío ya han regresado.
—Te equivocas tú —replicó Oscuridad—. Los Portadores del Vacío no han regresado. Lo que viste en las Llanuras Quebradas eran simples restos de hace milenios, Portadores del Vacío que llevaban todo ese tiempo ocultos entre nosotros.
El hombre de blanco alzó la mirada y Lift se apartó. Al moverse, dejó otra imagen que titiló brevemente antes de desaparecer. ¡Tormentas! Ropa blanca, poderes extraños, varón shin con la cabeza rapada, hoja esquirlada.
¡Era el famélico Asesino de Blanco!
—Los he visto regresar —susurró el asesino—. La nueva tormenta, los ojos rojos. Te equivocas, Nin-hijo-Dios. Te equivocas.
—Pura casualidad —replicó Oscuridad con voz firme—. Me puse en contacto con Ishar y él me aseguró que así es. Lo que viste son unos pocos oyentes que quedaban de los viejos tiempos, con libertad para emplear las formas antiguas. Convocaron un grupo de vacíospren. Hemos encontrado otras veces restos de ellos en Roshar, escondidos.
—¿Y la tormenta? ¿La tormenta nueva, de relámpago rojo?
—No significa nada —dijo Oscuridad. No parecía importarle que le llevaran la contraria. No parecía importarle nada, nada en absoluto. Tenía la voz modulada a la perfección—. Una rareza, sin duda.
—Vas errado. Muy errado.
—Los Portadores del Vacío no han vuelto —dijo Oscuridad con firmeza—. Ishar lo prometió, y él no miente. Debemos cumplir nuestro deber. Estás cuestionándolo, Szeth-hijo-Neturo, y no es bueno. Es una debilidad. Cuestionar es aceptar la caída a la inactividad. La única senda hacia la cordura y la acción consiste en escoger un código y seguirlo. Por eso acudí a ti desde el principio. —Oscuridad dio media vuelta y anduvo frente a los otros.
»Las mentes de los hombres son frágiles, sus emociones volubles y a menudo impredecibles. La única senda que lleva a Honor es mantenerse fiel al código escogido. Así actuaban los Caballeros Radiantes, y así actuamos los Rompedores del Cielo.
El hombre y la mujer que estaban de pie hicieron sendos saludos marciales. El asesino se limitó a agachar la cabeza de nuevo y cerrar los ojos, abrazado a aquella extraña hoja esquirlada con vaina de plata.
—Ha mencionado a una segunda potenciadora en la ciudad —dijo la mujer—. Podemos encontrar…
—Ella es mía —zanjó Oscuridad sin levantar la voz—. Vosotros continuaréis con vuestra misión. Encontrad a quien se oculta aquí desde nuestra llegada. —Entrecerró los ojos—. Si no detenemos a uno, se congregarán más. Siempre se aglomeran. A lo largo de estos cinco años los he hallado a menudo estableciendo contacto unos con otros, si los dejo en paz. Deben de atraerse entre sí.
Se volvió hacia sus dos iniciados. Al parecer, hacía caso omiso al asesino salvo cuando este hablaba.
—Vuestra presa cometerá errores, incumplirá la ley. Las demás órdenes siempre se consideraron fuera del alcance de la ley. Solo los Rompedores del Cielo comprendimos jamás la importancia de establecer límites. De escoger algo externo a uno mismo y guiarse por ello. Vuestras mentes no son de fiar. Ni siquiera mi mente, la que menos mi mente, es de fiar.
»Os he proporcionado la suficiente ayuda. Contáis con mi bendición y… y tenéis vuestros contratos, que os conceden autoridad para actuar en esta ciudad. Hallaréis al potenciador, descubriréis sus pecados y le impartiréis justicia. En nombre de todo Roshar.
Los dos iniciados volvieron a saludar y la estancia se oscureció de repente. La mujer empezó a brillar con una luz fantasmagórica, se sonrojó y miró avergonzada a Oscuridad.
—¡Lo encontraré, señor! Tengo una investigación en marcha.
—Yo tengo una pista también —dijo el hombre—. Dispondré de la información para esta noche, sin falta.
—Colaborad —les ordenó Oscuridad—. Esto no es una competición, sino una prueba para evaluar vuestra competencia. Os concedo hasta la puesta de sol, pero después de eso ya no podré esperar más. Ahora que han empezado a llegar otros, el riesgo es excesivo. Al anochecer, me ocuparé en persona del asunto.
—¡Cojones! —susurró Lift. Negó con la cabeza y retrocedió a hurtadillas por el pasillo, alejándose del grupo.
—Un momento —dijo Wyndle, siguiéndola—. ¿Cojones? ¿No decías que nunca pronuncias palabras como…?
—Todos ellos los tienen —repuso Lift—. Menos la chica, aunque con esa cara tampoco estoy segura. Pero vamos, que lo que he dicho no era una grosería, sino una observación.
Lift llegó a la intersección de pasillos y miró hacia su izquierda. El anciano guardia estaba dormitando, así que Lift pudo cruzar hacia la sala por la que había entrado. Salió por la ventana al árbol y cerró los postigos.
A los pocos segundos ya había doblado una esquina corriendo y estaba en un callejón, donde se dejó resbalar hasta el suelo con la espalda apoyada en la piedra y el corazón martilleándole en el pecho. Un poco más hacia dentro del callejón, una familia comía tortitas en una choza bastante apañada. Tenía dos paredes y todo.
—¿Ama? —dijo Wyndle.
—Tengo hambre —rezongó ella.
—¡Pero si acabas de comer!
—Eso era para compensar todo lo que he gastado para colarme en ese famélico edificio.
Cerró los ojos con fuerza para reprimir la inquietud. ¡Qué fría era la voz de Oscuridad!
«Pero son como yo. Brillan como yo. ¿Son maravillosos como yo? Condenación, ¿qué narices está pasando?».
Y luego estaba el Asesino de Blanco. ¿Pretendía ir a matar a Gawx?
—¿Ama? —Wyndle se le enroscó en la pierna—. Oh, ama. ¿Has oído cómo lo llamaban? ¡Nin! ¡Es otro nombre de Nalan, el Heraldo! No puede ser verdad. Desaparecieron, ¿verdad? Hasta nosotros tenemos leyendas al respecto. Si esa criatura es en verdad uno de ellos… Oh, Lift, ¿qué vamos a hacer?
—No lo sé —susurró ella—. No lo sé. Tormentas. ¿Para qué he venido hasta aquí?
—Creo que llevo preguntando eso desde…
—Cállate, Portador del Vacío —lo interrumpió ella, obligándose a rodar y alzarse de rodillas.
Más al fondo del atestado callejón, el padre de la familia cogió una cachiporra mientras su esposa cerraba la cortina frontal de su chabola.
Lift suspiró y echó a caminar de vuelta hacia el barrio de los inmigrantes.