14
Tres horas más tarde, Lift estaba sentada en el centro del escritorio de la escriba gorda, con el gorrito del escriba desgarbado en la cabeza y comiendo tortitas con las manos.
Un enjambre de escribas inferiores estaba repasando informes en el suelo delante de ella, montones de libros esparcidos por todas partes como caparazones rotos de cangrejo después de un banquete. La escriba gorda estaba de pie al lado de la mesa, leyendo a Lift lo que escribía la vinculacaña correspondiente a la parte de la conversación de Gawx. La mujer por fin se había bajado la tela de la cara y resultó que era guapa y mucho más joven de lo que Lift había creído.
—«Estoy preocupado, Lift —le leyó la escriba gorda—. Aquí todos están preocupados. Están llegando informes desde el oeste. En Steen y Alm se ha visto la nueva tormenta. Está sucediendo como el caudillo alezi dijo que sucedería. Una tormenta de relámpago rojo, soplando al revés».
La mujer miró a Lift.
—En eso tiene razón, su… hum…
—Dilo —ordenó Lift.
—Su tortitencia.
—Suena de maravilla, ¿verdad?
—Su excelencia imperial tiene razón sobre la llegada de una nueva y extraña tormenta. Hemos recibido confirmaciones independientes de nuestros contactos en Iri y Shinovar. Una enorme tormenta con relámpagos rojos que sopla desde el oeste.
—¿Y los monstruos? —preguntó Lift—. ¿Cosas con ojos rojos en la oscuridad?
—Todo es confuso —dijo la escriba, que se llamaba Ghenna—. Nos está costando recibir respuestas claras. Ya teníamos nociones sobre ello, a partir de informes procedentes de la costa este cuando la tormenta la alcanzó, antes de desplazarse al océano. Casi todo el mundo consideró exagerados esos informes y creyó que la tormenta se disiparía. Pero ahora que ha rodeado el planeta y llegado al oeste… Bueno, se dice que el príncipe está preparando un decreto de emergencia para el país entero.
Lift miró a Wyndle, que estaba enrollado en la mesa junto a ella.
—Portadores del Vacío —dijo con un hilo de voz—. Está ocurriendo. Dulce virtud, es cierto que las Desolaciones han vuelto…
Ghenna siguió leyendo la vinculacaña de Gawx.
—«Esto va a ser un desastre, Lift. Nadie está preparado para una tormenta que sopla al revés. Pero los alezi son casi igual de preocupantes. ¿Cómo es que saben tanto de ella? ¿La invocó de algún modo ese caudillo que tienen?».
Ghenna bajó el papel.
Lift masticó su tortita. Era de las densas, con una pasta machacada en el centro que era demasiado pegajosa y salada. La de al lado estaba cubierta de pequeñas semillas crujientes. Ninguna estaba tan buena como las dos otras variedades que había probado en las horas anteriores.
—¿Cuándo va a llegar? —preguntó Lift.
—¿La tormenta? Difícil de precisar, pero es más lenta que una alta tormenta, según casi todos los informes. Podría llegar a Azir y Tashikk en tres o cuatro horas.
—Escribe esto a Gawx —dijo Lift con la boca llena de tortita—. «Aquí tienen buena comida. Hay mucha variedad de tortitas. Una tiene azúcar en el centro».
La escriba vaciló.
—Escríbelo —dijo Lift—, o te haré llamarme más cosas absurdas.
Ghenna suspiró, pero obedeció.
—«Lift —leyó cuando la vinculacaña escribió la respuesta de Gawx, que tendría a unos quince visires y vástagos alrededor sugiriéndole qué decir y escribiéndolo cuando él lo aceptara—, no es momento de charlar sobre comida».
—Claro que sí —replicó Lift—. Tenemos que recordarlo. Puede que venga una tormenta, pero luego la gente tendrá que comer. El mundo se acaba mañana, pero pasado mañana la gente preguntará qué hay de desayuno. Ese es tu trabajo.
—«¿Y las historias de algo peor? —escribió él—. Los alezi están avisando sobre los parshmenios y yo hago lo que puedo con tan poco tiempo. Pero ¿qué hay de los Portadores del Vacío que dicen que están en las tormentas?».
Lift miró la estancia atestada de escribas.
—Estoy con esa parte —dijo. Mientras Ghenna lo escribía, Lift se levantó y se limpió las manos en su lujosa túnica—. Eh, gente lista, ¿qué tenéis?
Los escribas alzaron la mirada hacia ella.
—Señora —dijo uno—, no tenemos ni idea de lo que estamos buscando.
—¡Cosas raras!
—¿Qué clase de «cosas raras»? —preguntó el escriba de amarillo, el tipo desgarbado que parecía ridículo y medio calvo sin su gorrito—. ¡Ocurren cosas inusuales a diario en la ciudad! ¿Quiere el informe del hombre que afirma que su cerdo nació con dos cabezas? ¿O el del hombre que dice que vio la silueta de Yaezir en el liquen de su pared? ¿O la mujer que tuvo la premonición de que su hermana caería y entonces cayó?
—No, no —dijo Lift—. Eso es raro normal.
—¿Y qué es lo raro anormal, entonces? —preguntó él, irritado.
Lift empezó a brillar. Invocó su maravilla, tanta que empezó a irradiar de su piel como si fuese una famélica esfera. A su lado, las semillas que cubrían la tortita que no se había comido brotaron, y de ellas crecieron largas y retorcidas enredaderas que se embarullaron unas en torno a otras y escupieron hojas.
—Algo como esto —dijo Lift, y entonces miró hacia el lado. Genial. Había echado a perder la tortita.
Los escribas la miraban boquiabiertos, así que dio una fuerte palmada para que volvieran al trabajo. Wyndle suspiró, y Lift supo lo que debía de estar pensando. En tres horas no habían encontrado nada relevante. Estaba en lo cierto: en aquella ciudad escribían las cosas. Y ahí estaba el problema. Lo escribían absolutamente todo.
—Hay otro mensaje del emperador para ti —dijo Ghenna—. Esto para su tortita… Tormentas, qué ridículo suena.
Lift sonrió de oreja a oreja y miró el papel. Las palabras estaban escritas con una caligrafía fluida y elegante. Tenía que ser Labios Gordos.
—«Lift —leyó Ghenna—, ¿vas a volver? Aquí te echamos de menos».
—¿Labios Gordos también? —preguntó Lift.
—«La visir Noura también te echa de menos. Lift, ahora este es tu hogar. Ya no tienes por qué vivir en la calle».
—¿Qué se supone que haré allí, si vuelvo?
—«Todo lo que quieras —escribió Gawx—. Te lo prometo».
Ese era el problema.
—Todavía no sé lo que voy a hacer —dijo, sintiendo un extraño aislamiento, a pesar de la habitación llena de gente—. Ya veremos.
Ghenna la miró al oírlo. Al parecer, pensaba que el emperador debería obtener todo lo que quería, y que las chicas reshi no deberían tomarse como costumbre negárselo.
La puerta se abrió un poco y la capitana de la guardia miró dentro. Lift saltó de la mesa, corrió hacia ella y dio un saltito para ver lo que sostenía. Un informe. Estupendo. Más palabras.
—¿Qué has averiguado? —preguntó, ansiosa.
—Tenías razón —dijo la capitana—. Un colega mío de la guardia del barrio ha estado vigilando el orfanato Luz de Tashi. La mujer que lo dirige…
—La Tocón —aportó Lift—. Es mala que no veas. Come huesos de niños para merendar. Una vez hizo un duelo de miradas con un cuadro y ganó.
—… está siendo investigada. Tiene una especie de trama de blanqueo de dinero, aunque los detalles son confusos. Ha estado intercambiando esferas por otras de menor valor, una práctica que la llevaría a la bancarrota si no tuviera alguna otra forma de ingreso. Según el informe, acepta dinero de organizaciones criminales como donativos y luego los transfiere en secreto a otros grupos después de quedarse una parte, para ayudar a emborronar el rastro de las esferas. Y hay más. En todo caso, los niños son una tapadera para apartar la atención de sus prácticas.
—Ya te lo decía yo —repuso Lift, cogiéndole el papel de las manos—. Deberías detenerla y gastar todo su dinero en sopa. Dame a mí la mitad por decirte dónde buscar y no se lo contaré a nadie.
La capitana levantó las cejas.
—Podemos escribir que lo hacemos, si quieres… —dijo Lift—. Así será oficial.
—Pasaré por alto los intentos de soborno, coacción, extorsión y malversación de fondos estatales —respondió la capitana—. En cuanto al orfanato, no tengo jurisdicción sobre él, pero te aseguro que mis compañeros actuarán contra esa Tocón bien pronto.
—Me basta —dijo Lift, volviendo a subir a la mesa frente a su legión de escribas—. Venga, ¿qué habéis encontrado? ¿Hay alguien que brille, como si fuese una famélica fuerza benévola de la verdad y la justicia, o algo así?
—¡Es un proyecto demasiado extenso para asignárnoslo sin previo aviso! —protestó la escriba gorda—. Señora, esta investigación es del tipo en el que normalmente trabajamos durante meses. ¡Concédanos tres semanas y podemos preparar un informe detallado!
—No tenemos tres semanas. Apenas tenemos tres horas.
Daba lo mismo. Durante las siguientes horas, intentó engatusar, amenazar, bailar, sobornar y —a modo de última opción, loca y desesperada— quedarse muy callada y dejar que leyeran. A medida que pasaba el tiempo, encontraban nada y todo al mismo tiempo. Había montones de rarezas difusas en los informes de la guardia: historias de un hombre que sobrevivió a una caída desde demasiado alto, una queja por ruidos extraños fuera de la ventana de una mujer, spren que actuaban de forma inusual por las mañanas en la puerta de otra mujer a menos que esta les dejara un cuenco de agua azucarada. Y sin embargo, ninguno de aquellos informes contaba con más de un testigo, y en ninguno de ellos la guardia había encontrado nada concreto que resultara extraño, aparte de las habladurías.
Cada vez que aparecía una rareza, a Lift le entraban unas ganas terribles de salir por la puerta, salir apretándose por una ventana y correr a buscar a la persona implicada. Y cada vez, Wyndle le aconsejaba paciencia. Si todos los informes fuesen veraces, prácticamente cualquier habitante de la ciudad podría ser un potenciador. ¿Y si se marchaba a investigar uno de los cien informes que no eran más que superstición normal y corriente? Perdería horas y no encontraría nada.
Que era justo lo que sentía que estaba haciendo. Estaba molesta, impaciente y sin tortitas.
—Lo siento, ama —dijo Wyndle mientras rechazaban un informe sobre una mujer veden que afirmaba que su bebé había sido «bendecido por el mismísimo Tashi con una piel más clara que la de su padre, para que estuviera más cómodo en sus relaciones con los extranjeros»—. No creo que ninguno de estos sea más señal que los demás. Empiezo a pensar que deberíamos elegir uno y confiar en la suerte.
Lift odiaba la suerte, últimamente. Le estaba costando convencerse a sí misma de que no estaba en una edad desafortunada de su vida, así que había renunciado a la suerte. Hasta había intercambiado su esfera de la suerte por una cuña de queso de cerda.
Cuanto más lo pensaba, más le parecía que la suerte era lo contrario de ser maravillosa. Una era algo que hacías, la otra algo que te sucedía hicieras lo que hicieras.
Pero claro, eso no significaba que la suerte no existiera. O creías en ella o creías en lo que decían siempre aquellos sacerdotes vorin, que los pobres habían sido elegidos para la pobreza, por ser demasiado tontos como para pedir al Todopoderoso que los hiciera nacer forrados de esferas.
—¿Qué hacemos, entonces? —preguntó Lift.
—Elegir un informe de estos, supongo —dijo Wyndle—. Uno cualquiera. Aunque yo descartaría el del bebé. Sospecho que quizá la madre no esté siendo sincera.
—No me digas.
Lift echó un vistazo a los papeles extendidos ante ella, papeles que no sabía leer y que detallaban informes de curiosidades vagas. ¡Tormentas! Si elegía bien, podía salvar una vida y quizá encontrar a alguien más que podía hacer lo mismo que ella.
Si elegía mal, Oscuridad y sus siervos ejecutarían a una persona inocente. Con disimulo, sin nadie que presenciara su muerte ni lo recordara.
Oscuridad. De pronto, lo odió. Lo odió con una bullente ferocidad que la sorprendió incluso a ella por lo intensa que era. No creía que hubiera odiado de verdad a nadie nunca antes. Pero a él… con aquellos ojos fríos que parecían rechazar toda emoción… Y lo odiaba más por el hecho de que parecía hacer lo que hacía sin el menor ápice de remordimiento.
—¿Ama? —dijo Wyndle—. ¿Cuál eliges?
—No puedo elegir —susurró ella—. No sé hacerlo.
—Coge uno y ya está.
—No puedo. Yo no tomo decisiones, Wyndle.
—¡Bobadas! Las tomas a diario.
—No, yo solo…
Iba donde la llevaban los vientos. Cuando se tomaba una decisión, era también un compromiso. Se estaba diciendo que lo que se pensaba era lo correcto.
La puerta de la sala se abrió de golpe. Apareció un guardia, uno al que Lift no conocía, sudoroso y jadeante.
—Decreto de emergencia de estado cinco procedente del príncipe, para distribuirse por toda la nación de inmediato. Estado de emergencia en la ciudad. Tormenta soplando en dirección opuesta, prevista para alcanzarnos antes de dos horas.
»Toda la población debe abandonar las calles y dirigirse a los refugios para tormentas, y los parshmenios deben ser encarcelados o exiliados a la tormenta. Quiere que los callejones de Yeddaw y otras ciudades talladas se evacuen de inmediato, y ordena a los oficiales del gobierno que se presenten en sus refugios asignados para hacer conteos, esbozar informes y mediar en las disputas que puedan darse por confusiones derivadas de la evacuación. Habrá copias de esta orden en todos los puntos de reunión, que se están distribuyendo en estos momentos.
Los escribas de la sala apartaron la mirada de su trabajo y, al instante, empezaron a guardar los libros y los apuntes contables.
—¡Esperad! —gritó Lift mientras el mensajero se marchaba—. ¿Qué estáis haciendo?
—Acabas de ser desautorizada, pequeña —dijo Ghenna—. Tu investigación tendrá que esperar.
—¿Cuánto tiempo?
—Hasta que el príncipe decida derogar el estado de emergencia —respondió ella, recogiendo a toda prisa las vinculacañas de su estante y guardándolas en una caja acolchada.
—¡Pero el emperador ha dicho que me ayudéis! —exclamó Lift, cogiendo la nota de Gawx y moviéndola en el aire.
—Y te ayudaremos encantados a llegar a un refugio para tormentas —dijo la capitana de la guardia.
—¡Necesito ayuda con este problema! ¡Os ha ordenado obedecerme!
—Y nosotros, por supuesto, escuchamos al emperador —dijo Ghenna—. Lo escuchamos con gran atención.
Pero no necesariamente obedecían sus órdenes. Se lo habían explicado los visires. Azir afirmaba ser un imperio, y casi todos los demás países de la zona le seguían la corriente. Era como seguirle la corriente al niño que decía que era capitán de equipo en un partido de anillos. Pero cuando sus exigencias se hacían demasiado extravagantes, quizá terminara hablando con un callejón vacío.
Los escribas eran notablemente efectivos. Tardaron poco en sacar a Lift al pasillo, cargada con un puñado de informes que no sabía leer, y separarse para correr a cumplir sus distintos deberes. La dejaron con una joven subescriba, que no podía ser mucho mayor que Lift y que debía llevarla a un refugio para tormentas.
Lift se libró de la chica en el primer cruce que pudo, escabulléndose por un pasillo lateral mientras la joven explicaba la emergencia a un anciano erudito de ojos vidriosos, vestido con una shiqua marrón. Lift se quitó su ropa buena azishiana y la tiró en un rincón, quedándose en pantalones, camisa y su chaqueta fina sin abotonar. Desde allí pasó a una parte menos poblada del edificio. En los largos pasillos, los escribas se reunían y se gritaban unos a otros. Lift no habría esperado tanto alboroto de un puñado de viejos y viejas decrépitos con tinta en las venas.
Estaba oscuro, y Lift deseó no haber intercambiado su esfera de la suerte. Los pasillos estaban señalados con alfombras en las que había diseños azishianos para diferenciarlos unos de otros, pero nada más. Había lámparas de esfera a intervalos regulares en las paredes, pero solo una de cada cinco contenía una esfera infusa. Seguía escaseando la luz tormentosa. Lift pasó un minuto entero agarrada a una, intentando forzar su pestillo, pero estaban bien aseguradas.
Siguió pasillo abajo, dejando de lado una sala tras otra, todas ellas atestadas de papel, aunque no había tantas estanterías como Lift esperaba encontrar. No parecía una biblioteca. Lo que había eran paredes llenas de cajones que contenían pilas de papeles.
Cuanto más caminaba, más silencioso estaba todo, hasta que le pareció estar recorriendo un mausoleo… un mausoleo de árboles. Arrugó los papeles que llevaba en la mano y se los metió en el bolsillo. Eran tantos que no pudo meter la mano también.
—¿Ama? —la llamó Wyndle desde el suelo, a su lado—. No nos queda mucho tiempo.
—Estoy pensando —dijo Lift. Era mentira. Lo que hacía era intentar no pensar.
—Lamento que el plan no haya funcionado —dijo Wyndle.
Lift alzó los hombros.
—De todas formas, tú no querías estar aquí. Quieres hacerte jardinero.
—Sí, y tenía planeada una galería de botas encantadora —respondió Wyndle—. Pero supongo… supongo que no podemos quedarnos quietos cuidando jardines mientras el mundo termina, ¿verdad? Y si me hubieran asignado con aquella iriali tan maja, no estaría aquí, ¿a que no? Y ese Radiante al que intentas salvar, sea quien sea, puede darse por muerto.
—Posiblemente puede darse por muerto de todas formas.
—Pero aun así… merece la pena intentarlo, ¿verdad?
Estúpido y animoso Portador del Vacío. Lift le lanzó una mirada y luego sacó los papeles del bolsillo.
—No sirven para nada. Tenemos que empezar de cero con un plan nuevo.
—Y con mucho menos tiempo. Ya llega el anochecer, y también esa tormenta. ¿Qué hacemos?
Lift soltó los papeles.
—Hay alguien que sabe dónde ir. Esa mujer que hablaba con Oscuridad, su discípula, decía que tenía una investigación en marcha. Sonaba confiada.
—Je —dijo Wyndle—. Y no supondrás que su investigación implicaría un puñado de escribas buscando en los registros, ¿verdad?
Lift ladeó la cabeza.
—Sería la opción inteligente —dijo Wyndle—. Se nos ha ocurrido hasta a nosotros.
Lift sonrió y echó a correr en la dirección de la que venía.