12
Las enredaderas de Wyndle crecieron hacia arriba por la pared de un callejón y Lift trepó, sin preocuparse por si llamaba la atención. Al llegar arriba, se izó a un campo donde había unos granjeros mirando al cielo y refunfuñando. Las estaciones se habían vuelto locas. Se suponía que debía haber una lluvia constante y era mala época para plantar, dado que el agua arrastraría la pasta simiente.
Pero llevaba días sin llover. Sin tormentas, sin agua. Lift anduvo entre granjeros que extendían una pasta de la que saldrían unos pólipos minúsculos que con el tiempo crecerían hasta el tamaño de rocas grandes y se llenarían a rebosar de grano. Machacando ese grano, ya fuese a mano o a tormenta, se generaba una nueva pasta. Lift siempre se había preguntado por qué no le salían pólipos en el estómago después de comerlo, y nadie le había dado una respuesta clara.
Los confundidos granjeros trabajaban con los shiquas bajados hasta la cintura. Lift pasó entre ellos e intentó escuchar. Oír.
Era la única época del año en la que no deberían trabajar. Sí, por aquellas fechas plantaban treb para que creciera en las grietas, ya que sobrevivía a las inundaciones. Pero no tendrían que estar plantando lavis, taliú ni clem, que requerían mucho más esfuerzo aunque luego también dieran más beneficios.
Sin embargo, allí estaban. ¿Y si llovía al día siguiente y el agua se llevaba todo su esfuerzo? ¿Y si no volvía a llover nunca? Las cisternas de la ciudad, aunque rebosaran del agua de semanas de Llanto, no durarían para siempre. Estaban tan preocupados que Lift avistó algunos miedospren, con forma de viscosos pegotes morados, acumulándose por los montículos en los que los hombres plantaban.
Como contrapunto, los vidaspren se desprendían de los pólipos en formación y flotaban hacia Lift, siguiéndola como un arremolinado polvo verde y brillante. Por delante de ella, el Gran Indicium se elevaba como la cabeza de un calvo vista desde detrás de la silla en la que estaba sentado. Era una gigantesca y redondeada masa de piedra.
Toda la ciudad giraba alrededor de ese punto central. Las calles giraban en su dirección, enroscándose hacia él, y cuando Lift se acercó al borde, vio que habían extraído una enorme franja de piedra alrededor del Indicium. El fortín redondo no era una visión espectacular, pero desde luego parecía a salvo de las tormentas.
—Sí, el terreno desciende alrededor de ese punto central —comentó Wyndle—. Debía de ser el punto más alto de la llanura en un principio, y supongo que debieron aceptarlo y convertir ese abultamiento central en una fortaleza.
Una fortaleza para libros. Qué rara era la gente. Por debajo había hordas de gente, la mayoría tashikkis, entrando y saliendo de la construcción, a la que llegaban numerosas y enrevesadas calles en cuesta.
Lift se sentó al borde de la pared de piedra, con los pies colgando.
—Se parece un poco a la punta del colgajo de alguien. Como si algún tipo tuviera la espada tan corta que daba lástima a todo el mundo y le dijeron: «Mira, vamos a hacerle una estatua enorme de verdad, y así, aunque sea pequeña, ¡parecerá enorme!».
Wyndle suspiró.
—No ha sido grosero —matizó Lift—. Estaba siendo poética. El viejo Peloblanco decía que no se puede ser ordinario mientras estés hablando de arte. Lo que estás siendo es elegante. Por eso está bien colgar cuadros de mujeres desnudas en los palacios.
—Ama, ¿ese no era el hombre que se hizo tragar a propósito por un conchagrande marabeziano?
—Sí. Ese hombre estaba más loco que una caja de visones borrachos. Lo echo de menos.
A Lift le gustaba pensar que en realidad no había muerto devorado. Le había guiñado un ojo mientras saltaba a las fauces abiertas del conchagrande, escandalizando a todo el mundo.
Wyndle hizo una pila sobre sí mismo y compuso una cara: ojos de cristales, labios formados por una fina red de pequeñas enredaderas.
—Ama, ¿cuál es el plan?
—¿Plan?
Wyndle suspiró.
—Tenemos que entrar en ese edificio. ¿Piensas hacer lo que mejor te vaya pareciendo y punto?
—Evidentemente.
—¿Me permites unas sugerencias?
—Siempre que no tengan que ver con absorber el alma a nadie, Portador del Vacío.
—No soy… Escucha, ama, ese edificio es un archivo. Sabiendo lo que sé de esta región, sus salas estarán repletas de leyes, registros e informes. Miles y miles y miles de ellos.
—Sí —dijo ella, cerrando un puño—. ¡Y entre todo eso, seguro que habrán escrito cosas raras!
—¿Y cómo exactamente vamos a encontrar la información concreta que nos interesa?
—Fácil. Tú leerás.
—Leeré.
—Ajá. Entraremos ahí, tú leerás sus libros y demás y entonces decidiremos dónde están los sucesos extraños. Eso nos guiará hasta el almuerzo de Oscuridad.
—Quieres que me lo lea todo.
—Ajá.
—¿Tienes la menor idea de cuánta información puede contener ese sitio? —preguntó Wyndle—. Habrá cientos de miles de informes y libros de contabilidad. Y para que quede claro, sí, es un número superior a diez, así que no sabes contar hasta él.
—No soy idiota —espetó ella—. También tengo dedos en los pies.
—Pero sigue siendo mucho más de lo que puedo leer. No puedo filtrarte toda esa información. Es imposible. Olvídate.
Lift le lanzó una mirada.
—De acuerdo, a lo mejor puedo conseguirte un alma, pero solo una, ¿eh? Quizá un recaudador de impuestos, solo que esos no son humanos. ¿Te valdrían? ¿O serían necesarios, yo qué sé, tres recaudadores para reunir el alma de una persona normal?
—¡Ama, no estoy regateando!
—Venga ya. Todo el mundo sabe que a los Portadores del Vacío les gusta negociar. ¿Tiene que ser alguien importante o te vale algún imbécil que no le caiga bien a nadie?
—¡Que no como almas! —exclamó Wyndle—. ¡No estoy intentando sacarte nada a cambio! Estoy exponiendo los hechos. ¡Es imposible que lea toda la información de ese archivo! ¿Por qué no puedes darte cuenta de que…?
—Venga, calma los tentáculos —dijo Lift, balanceando los pies y haciendo rebotar los talones contra la pared de piedra—. Ya te he oído. Es imposible no oírte, con lo mucho que lloriqueas.
Detrás de ella, los granjeros empezaban a preguntarse de quién sería hija y por qué no estaba llevándoles agua como debían hacer los críos. Lift tensó el gesto, pensando.
—No podemos esperar a que anochezca para colarnos —musitó—. Oscuridad quiere que para entonces su pobre presa ya esté muerta. Además, seguro que esos escribas hacen turnos de noche. ¿Para qué dormir, si puedes escribir una ley nueva que diga cuántos dedos pueden usarse para levantar una cuchara?
»Pero se conocen bien su oficio. Y lo venden a diestro y siniestro. Los visires siempre estaban escribiéndoles para que les contestaran cosas. Sobre todo les pedían noticias de todo el mundo. —Lift sonrió y se levantó—. Tienes razón. Esto tenemos que hacerlo de otra forma.
—Ciertamente.
—Tenemos que ser listos. Taimados. Pensar como un Portador del Vacío.
—Yo no he dicho…
—Para ya de quejarte —dijo Lift—. Voy a ir a afanar ropa de persona importante.