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Lift se preparó para ser maravillosa.

Corría a toda velocidad por un campo abierto al norte de Tashikk, a poco más de una semana de viaje desde Azimir. El campo estaba plagado de una hierba marrón de medio metro de altura. Los dispersos árboles eran altos y retorcidos, con troncos que parecían hechos de enredaderas entretejidas y ramas que apuntaban más hacia arriba que hacia fuera.

Tenían algún nombre oficial, pero todos los conocidos de Lift los llamaban caemuertos por sus raíces elásticas. Cuando había tormenta, el árbol caía de plano contra el suelo y se quedaba tendido. Después volvía a levantarse, como haciendo un gesto obsceno al viento.

La carrera de Lift asustó a unos ciervohachas que pastaban cerca. Los esbeltos animales se apartaron saltando a cuatro patas, con las dos garras frontales muy pegadas al cuerpo. Se comía bien, de esos bichos. Casi no tenían nada de caparazón. Pero por una vez, Lift no tenía ganas de comer.

Estaba huyendo.

—¡Ama! —exclamó Wyndle, su Portador del Vacío mascota. Tenía la forma de una enredadera que crecía a lo largo del terreno junto a ella, a toda velocidad, manteniéndole el ritmo. En ese momento no tenía rostro, pero podía hablar de todas formas. Por desgracia—. Ama —suplicó—, ¿no podríamos volver, por favor?

De eso ni hablar.

Lift se volvió maravillosa. Recurrió a lo que llevaba dentro, a eso que la hacía brillar. Lo usó para hacer resbaladizas las plantas de los pies, dio un salto y empezó a deslizarse.

De pronto, el suelo dejó de rozar contra ella por completo. Resbaló como sobre hielo y cruzó el campo como una exhalación. La hierba de su alrededor, asustada, se combaba mientras se hundía en madrigueras de piedra. Era como si se inclinara ante ella en oleada.

Se deslizó con el viento echándole hacia atrás el cabello largo y negro, tirándole de la chaqueta suelta que llevaba encima de una camisilla más ajustada y marrón, metida en sus pantalones bombachos.

Resbaló y se sintió libre. Estaban solos ella y el viento. Un pequeño vientospren, que parecía una cinta blanca en el aire, empezó a seguirla.

Y entonces dio contra una roca.

La condenada roca se mantuvo firme. La mantenían en su sitio unos pequeños jirones de musgo que crecían en el suelo y se adherían a cosas como las piedras, para que no se los llevara el viento. Lift notó un intenso dolor en el pie, salió volando por los aires y cayó de cara al suelo de piedra.

Por acto reflejo, volvió maravillosa su cara, de modo que siguió hacia delante, resbalando sobre la mejilla hasta chocar con un árbol. Allí por fin se detuvo.

El árbol se derrumbó despacio, haciéndose el muerto. Dio contra el suelo con un estremecedor sonido de hojas y ramas.

Lift se incorporó y se frotó la cara. Tenía un corte en el pie, pero su maravilla taponó el agujero y lo curó en un pispás. La cara ni siquiera le dolía mucho. Cuando una parte de ella era maravillosa, no frotaba contra lo que tocaba, sino que solo fluía.

No por ello dejaba de sentirse como una idiota.

—Ama —dijo Wyndle, creciendo junto a ella.

Su enredadera parecía de las que los ricachones ponían en sus casas para esconder las partes que no parecían lo bastante lujosas. Solo que a Wyndle le crecían cristalitos a lo largo de toda su longitud de enredadera. Asomaban cuando menos te lo esperabas, como uñas del pie en una cara.

Para moverse, no se arrastraba como una anguila. De verdad crecía, dejando atrás una larga estela de enredadera que al poco tiempo cristalizaba y se deshacía en polvo. Los Portadores del Vacío eran raros.

Wyndle se enrolló en círculo como una cuerda y formó una pequeña torre de enredadera. Y entonces creció algo en la cima, una cara compuesta de enredadera, hojas y gemas. Se le movió la boca al hablar.

—Oh, ama —dijo—, ¿podemos dejar de jugar aquí fuera, por favor? ¡Tenemos que volver a Azimir!

—¿Volver? —Lift se levantó—. ¡Pero si acabamos de escapar de allí!

—¿Escapar? ¿De palacio? ¡Ama, eras una invitada de honor del emperador! Lo tenías todo, tanta comida como quisieras, tanto…

—Todo mentiras —afirmó ella, con los brazos en jarras—. Para impedir que descubriera la verdad. Iban a comérseme.

Wyndle tartamudeó. No daba tanto miedo, para ser un Portador del Vacío. Seguro que era algo así como el Portador del Vacío del que se reían todos los demás porque llevaba sombreros ridículos. El que corregía siempre a todos los demás y les explicaba qué tenedor había que usar para sentarse a devorar almas humanas.

—Ama —dijo Wyndle—, los humanos no se comen a otros seres humanos. ¡Eras su invitada!

—Ya, pero… ¿por qué? Me daban demasiadas cosas.

—¡Salvaste la vida del emperador!

—Eso debería haberme valido unos días de gorroneo —dijo ella—. Una vez saqué a un tipo de la cárcel y me dio cinco días gratis en su escondrijo, además de un buen pañuelo. Eso sí que fue generosidad. Pero ¿que los azishianos me dejen quedarme todo el tiempo que quiera? —Negó con la cabeza—. Algo querían, los muy famélicos. Es la única explicación. Se me iban a comer.

—Pero…

Lift echó a correr de nuevo. La fría piedra, perforada por las madrigueras de la hierba, era agradable a sus pies descalzos. No llevaba zapatos. ¿De qué servían los zapatos? En palacio habían empezado a ofrecerle zapatos a montones. Y ropa buena: abrigos y túnicas grandes y cómodos. Ropa dentro de la que una podía perderse. Le había gustado llevar prendas suaves por una vez.

Luego habían empezado a pedir cosas. ¿Por qué no recibir unas lecciones y aprender a leer? Le agradecían lo que había hecho por Gawx, que ahora era el Aqasix Supremo, la forma rebuscada en que llamaban a su gobernante. En recompensa por sus servicios, podía disponer de tutores, le dijeron. Podía aprender cuál era el modo correcto de vestir aquella ropa, podía aprender a escribir.

Había empezado a reconcomerse. Si se quedaba, ¿cuánto tiempo tardaría en dejar de ser Lift? ¿Cuánto tiempo hasta que se la tragaran y quedara otra chica en su lugar, con la cara parecida pero toda nueva al mismo tiempo?

Probó a usar de nuevo su maravilla. En palacio habían hablado de la recuperación de los poderes antiguos. Los Caballeros Radiantes. El vínculo de potencias, las fuerzas naturales.

«Recordaré a aquellos que han sido olvidados».

Lift se resbaladizó de poder y resbaló unos metros por el suelo antes de tropezar y caer rodando a la hierba. ¿Cómo iba a quedarse en pie, si sus pies resbalaban más que si estuvieran cubiertos de aceite? Tendría que volver a remar de rodillas. Era mucho más fácil. Así podía mantener el equilibrio y dirigirse con las manos. Como un cangrejillo, correteando por aquí y por allá.

«Tenían una elegante belleza —había dicho Oscuridad—. Podían cabalgar la cuerda más fina, danzar en los tejados, moverse como un lazo al viento».

Oscuridad, aquella sombra de hombre que la había perseguido, se lo dijo en el palacio, hablando de quienes, hacía mucho tiempo, habían usado poderes como los de Lift. Quizá fuese mentira. Al fin y al cabo, en esos momentos Oscuridad se disponía a asesinarla.

Pero precisamente por eso, ¿para qué mentir? La había tratado con desprecio, como si Lift no fuese nada. Como si no valiese nada.

Tensó la mandíbula y se levantó. Wyndle seguía hablando, pero no le hizo caso y arrancó de nuevo por el campo desierto, corriendo tan deprisa como pudo y sorprendiendo a la hierba. Llegó a la cima de la pequeña colina, saltó y recubrió sus pies de poder.

Empezó a resbalar al instante. ¡El aire! El aire que empujaba al moverse era lo que la retenía. Lift siseó y entonces recubrió todo su yo de poder.

Surcó el viento, girando a un lado mientras resbalaba ladera abajo. El aire resbalaba y se apartaba de ella, como si no la encontrara. Hasta la luz del sol parecía derretirse antes de alcanzar su piel. Estaba entre lugares, allí pero no. Sin aire, sin suelo. Solo movimiento puro, tan rápido que llegaba a la hierba antes de que tuviera tiempo de retraerse. Fluía en torno a Lift, sin entrar en contacto gracias a su poder.

Empezó a brillarle la piel y salieron de ella unas volutas de luz humeante. Lift rio, llegando a la base de la pequeña colina. Entonces saltó unas piedras.

Y se estampó de cara contra otro árbol.

La burbuja de poder que la rodeaba estalló. El árbol se derrumbó y, ya puestos, los dos que tenía al lado decidieron caer también. A lo mejor se sentían excluidos de algo.

Wyndle la encontró sonriendo de oreja a oreja como una idiota, mirando hacia el sol, despatarrada sobre el tronco del árbol con los brazos metidos en las ramas, y un solitario glorispren dorado, con forma de orbe, trazando círculos sobre ella.

—¿Ama? —dijo—. Ay, ama. Eras feliz en palacio. ¡Se te notaba en la cara!

Ella no respondió.

—Por no hablar del emperador —siguió diciendo Wyndle—. ¡Te echará de menos! ¡Ni siquiera le has dicho que te marchabas!

—Le dejé una nota.

—¿Una nota? ¿Has aprendido a escribir?

—¡Tormentas, no! Me comí su cena. De debajo del cubrebandejas, mientras se preparaban para llevársela. Gawx sabrá lo que significa.

—Lo dudo bastante, ama.

Se levantó encima del árbol caído, estiró los músculos y se sopló el pelo de los ojos. A lo mejor sí que podría danzar en los tejados, cabalgar cuerdas o ¿qué era lo otro? ¿Crear viento? Sí, eso su trasero ya lo hacía sin problemas. Bajó del árbol dando un salto y siguió recorriendo el campo.

Por desgracia, su estómago tenía cuatro cosas que decirle sobre cuanta maravilla había utilizado. Lift funcionaba a base de comida, incluso más que la mayoría de la gente. Podía extraer un poco de maravilla de todo lo que comía pero, cuando se usaba, ya no podía volver a hacer nada increíble hasta que hubiera comido más.

Su estómago rugió, en rebeldía. A Lift le gustaba imaginar que estaba soltándole unos insultos horribles. Se registró los bolsillos. La comida del petate se le había terminado por la mañana, y eso que había cogido un buen montón. Pero ¿no había encontrado una salchicha al fondo antes de tirar el petate?

Ah, sí. Se la había comido mientras miraba a aquellos ríospren unas horas antes. Se hurgó en los bolsillos de todos modos, pero solo encontró un pañuelo que había usado para envolver una buena pila de pan ácimo antes de meterla en el petate. Se metió parte del pañuelo en la boca y empezó a masticar.

—¿Ama? —dijo Wyndle.

—A o ejor guedan igajas —explicó ella, con la boca llena de pañuelo.

—¡No deberías estar Potenciando tanto! —Se arqueó en el suelo junto a ella, dejando un rastro de enredaderas y cristales—. Y de verdad tendríamos que habernos quedado en palacio. ¿Cómo ha podido pasarme esto a mí? Debería estar trabajando en mi jardín ahora mismo. Tenía unas sillas magníficas.

—¿Illas? —preguntó Lift, dejando de masticar.

—Sí, sillas. —Wyndle se arremolinó en espiral a su lado y formó una cara inclinada hacia ella en ángulo en la parte de arriba—. ¡En Shadesmar había reunido la mejor colección de almas de sillas de este lado que puedas imaginar! Yo las cultivaba para que se convirtieran en unos cristales grandiosos. Tenía unas cuantas Winstel, una Shober muy buena, toda una colección de butacas… ¡y hasta un par de tronos!

—¿Udtivabas illas?

—Pues claro que cultivaba sillas —dijo Wyndle. Su cinta de enredadera saltó de la espiral y la siguió cuando Lift echó a andar de nuevo—. ¿Qué iba a cultivar si no?

—Adtas.

—¿Plantas? Bueno, tenerlas, las tenemos en Shadesmar. Pero yo no soy un jardinero del montón. ¡Soy un artista! Caramba, pero si estaba preparando una exposición entera de sofás cuando el Anillo me escogió para este deber atroz.

—Arhutío ramitch mragdufud.

—¿Quieres quitarte eso de la boca? —saltó Wyndle.

Lift lo hizo.

Wyndle dio un bufido. Lift no sabía cómo podía bufar una cosa pequeña con forma de enredadera, pero Wyndle lo hacía a todas horas.

—Muy bien, ¿qué era lo que intentabas decirme?

—Nada, era un galimatías —dijo Lift—. Solo quería ver cómo reaccionabas.

Se metió en la boca el otro extremo del pañuelo y empezó a chuparlo. Siguieron adelante con un suspiro de Wyndle, que se puso a hablar de jardinería y de lo triste que era su vida. Desde luego, era un Portador del Vacío muy raro. Ahora que lo pensaba, Lift nunca lo había visto ni mínimamente interesado en consumir el alma de nadie. ¿Sería vegetariano?

Cruzaron un bosquecillo, que en realidad casi podía llamarse un calvero. Era una palabra rara, porque Lift casi nunca encontraba calvos en ellos. Ni siquiera había caemuertos, que crecían en extensiones pequeñas de terreno pero apartados unos de otros. Las ramas de aquellos árboles se enroscaban unas sobre otras al crecer, densas y entrelazadas para afrontar las altas tormentas.

Que venía a ser la forma buena de hacerlo, ¿no? Todos los demás juntaban las ramas. Se apuntalaban. Pero Lift era un caemuerto. No te entrelaces, no te dejes atrapar. Haz las cosas a tu manera.

Sí, desde luego así es como era. Y por eso había tenido que irse del palacio, evidentemente. Una no podía vivir levantándose por la mañana y viendo las mismas cosas un día tras otro. Había que seguir moviéndose, o la gente empezaba a saber quién eras y entonces empezaba a esperar cosas de ti. De ahí a que te engulleran solo había un paso.

Paró entre los árboles, sobre un sendero que alguien había talado y mantenía. Miró hacia atrás, al norte, hacia Azir.

—¿Esto es por lo que te pasó? —preguntó Wyndle—. No sé mucho sobre humanos, pero me parece que es natural, por desconcertante que parezca. No estás herida.

Lift se hizo visera en los ojos. Estaba cambiando lo que no debía. Ella debía seguir siendo como era y el mundo debía cambiar a su alrededor. Era lo que había pedido, ¿o no?

¿Le habían mentido?

—¿Vamos a volver? —preguntó Wyndle, esperanzado.

—No —dijo Lift—. Solo me despedía.

Se metió las manos en los bolsillos y dio media vuelta antes de seguir su camino entre los árboles.