44

Nueva York

El regreso

Tras llegar al aeropuerto, Spiros se despidió de nosotros con efusividad y subió al coche que había ido a recogerlo. Erasmus hizo lo propio y tomó un taxi. Krista, Thomas y yo compartimos otro; la casa de Thomas nos quedaba en la ruta y, a pesar de sus millones, él no llevaba ni un centavo en el bolsillo. En el camino, el grito de Thomas me puso en alerta y lo adiviné de inmediato: el manuscrito volvía a manifestarse. Krista, sentada en el centro, leyó en voz alta: