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Frank Cordel y compañía

Camino a Finisterre

14 de septiembre, 2011

Pasé la página y para mi sorpresa no había nada más escrito. Thomas, que se había pegado a mí mientras leía, se apartó dando un profundo suspiro.

—Al menos sabemos más que antes.

—Es un tesoro enorme. Tener tanto oro sin poder recuperarlo es como no tener nada. Para Martín de Paz fue su sentencia, se pasó media vida detrás de una fortuna que no le pertenecía, siempre con el miedo de ser robado. Eso no debe sucedernos —dije.

Todos guardamos silencio. Mientras leía lo ocurrido en la isla de Guales imaginaba que algo así podría pasarnos a nosotros. El ser humano es impredecible y he aprendido a desconfiar de todos en primera instancia. Cuando hay una fortuna de tamaña envergadura es mejor asegurarse de que todos los implicados son absolutamente honestos. Confiaba en Krista. Erasmus también me inspiraba confianza. Pero ¿Thomas? El solo hecho de haber ido directamente a Spiros sin haberse comunicado antes conmigo, habiendo leído el manuscrito, no me daba muy buenas señales.

—La isla Sapelo —dijo Krista de improviso.

—¿A qué te refieres? —pregunté.

—A que la isla Sapelo era conocida en el siglo XVI como la isla de los Guales, porque fue un asentamiento de los indios guales. Al menos es lo que la historia de la isla Sapelo señala.

—¿Estás segura?

—Sí, no olvides que viví allí seis años. No es una isla grande, si las indicaciones son claras creo que se podrá encontrar el sitio con facilidad.

—El manuscrito se refiere al norte de la isla, un lugar lleno de marismas donde construyeron una choza de piedra, conchas y madera.

—El norte es la parte menos poblada. Creo haber visto unas ruinas de piedra en esa zona, es uno de los pocos vestigios de los primeros españoles que llegaron a la isla. Si no me equivoco, los que vivieron allí fueron misioneros franciscanos. El problema es que la mayor parte de Sapelo, especialmente en el norte, es propiedad del estado de Georgia, y está considerado un estuario protegido.

Erasmus detuvo el coche a un lado del camino.

—Si tenemos la localización no veo para qué tengamos que ir hasta Finisterre —dijo girándose hacia Frank.

—Estamos a medio camino, ya que hemos llegado tan lejos, creo que deberíamos llegar hasta el final —adujo Thomas.

—¿Alguien más sabe adónde te diriges? Hiciste una llamada desde el aeropuerto… —le preguntó Erasmus.

—Llamé a Spiros para informarle que había llegado a Santiago, tal como acordamos. Y, claro, él sabe que voy a Finisterre.

—Entonces podría ser que allí te espere alguien. O quizá nos estén siguiendo desde el aeropuerto —dedujo Krista.

—Nadie nos ha venido siguiendo —aseguró Erasmus.

—¿Qué hacemos? —apremió Thomas.

—Krista, ¿estás segura de que sabes dónde están esas ruinas?

—Son las únicas ruinas españolas que existen en la parte norte de Sapelo, Frank. Pero soy de la opinión que, ya que estamos aquí, vayamos hasta Finisterre. Debemos estar atentos por si vemos gente sospechosa.

Frank miró a Erasmus y este arrancó el coche. En el resto del trayecto reinó el silencio.