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Frank Cordel, Krista y Erasmus

Manhattan, Nueva York

Erasmus cruzó el umbral con la misma parsimonia de siempre, es decir, con su acostumbrada cara de póquer. Krista, que probablemente esperaba encontrarse con un hombretón rudo y de modales bruscos, guardó silencio.

—Hola, Erasmus. Aquí, Krista Schneider. —Él le alargó la mano.

—Buenas tardes, Erasmus —dijo Krista, correspondiendo a su saludo.

—Toma asiento —pedí, y después de mirar a Krista agregué—: Vamos a proponerte una aventura.

Erasmus dio muestras de extrañeza y su rostro monolítico adquirió ribetes humanos al traslucir una sonrisa casi infantil. Miró de soslayo a Krista y luego a mí.

—Como digas, Frank. ¿De qué se trata?

—¿Qué te parecería ir a España para encontrar un tesoro? —pregunté, sin pensar en que a él, que no sabía nada del caso ni de nuestras averiguaciones, le podría sonar a cuento de hadas.

Por primera vez Erasmus reflejó cierta emoción. Sus mandíbulas se apretaron mientras miraba a Krista y a mí alternativamente.

—Tú dirás, Frank, de qué clase de tesoro se trata. En esos asuntos tú eres el experto, ¿para qué necesitas que te acompañe?

—No, Erasmus, no se trata de adquirir algo para la tienda. Es un te-so-ro, tal cual: oro en lingotes, tal vez en monedas… nos hará falta ayuda y pensé en ti.

Le hice un resumen de todo lo que sabíamos hasta el momento; él no pestañeó ni una sola vez mientras escuchaba.

—Comprendo, Frank, y claro que me interesa. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera? Sabes que mi madre no puede quedar sola. Tendré que hablar con la señora que la cuida durante el día para ver si es posible que se quede a dormir en casa hasta que yo regrese.

—Pienso que no tardaremos más de un par de días. Quizá tres…

—¿Cuándo saldremos?

—Mañana —contesté.

—Está bien. —Titubeó antes de continuar—. ¿Qué gano yo en todo esto? No estás proponiéndome unas vacaciones…

—Por supuesto que no, Erasmus. ¿Qué te parece el diez por ciento de lo que encontremos?

—¿Y si no encontramos nada? El diez por ciento de nada…

—Claro que encontraremos. Si no, te pagaría por esos días el triple de lo que cobras en la tienda. Los gastos corren por mi cuenta, naturalmente. No está mal, ¿no?

—Aprovecharé para practicar mi español —contestó.

—¿Sabes español? ¡Perfecto! No había pensado en eso.

—Me preocupa que no podamos llevar armas. ¿Habrá manera de conseguirlas allá?

—Es lo que me preocupa a mi también —habló Krista por primera vez—. Sin armas me siento desnuda.

Ante la mirada interrogante de Erasmus aclaré:

—Krista es mi guardaespaldas.

Erasmus pareció perplejo. Si no lo conociera bien hubiese jurado que trataba de contener una carcajada. Sus mandíbulas estaban más apretadas que nunca.

—Acabo de comprar los pasajes, mañana debemos estar a las 17:05 en el aeropuerto, nuestro vuelo es el IB6250, de Iberia, con destino Madrid. En el aeropuerto de Barajas tendremos que cambiar de avión para continuar hasta Santiago de Compostela, así que lo que tengas que arreglar hazlo de una vez. Nos encontraremos mañana en el John F. Kennedy.

—Comprendido —dijo poniéndose de pie. Y salió sin hacer más preguntas.