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Palabra clave

Escuché repicar el teléfono y el esqueleto danzante con el que estaba soñando se esfumó.

—Manuscrito, ¡manuscrito!, ¡manuscrito!…

—¡Qué demonios…! ¿Thomas?

—¿Qué sucede? —preguntó Krista, que también se había despertado.

—Thomas repite la palabra «manuscrito», no sé a cuento de qué. Creo que delira; está desbordado por tantas emociones.

—Es la clave —dijo Krista.

—¿Qué clave?

—La palabra que indica peligro, ¿recuerdas? Debemos ir a su cuarto. Probablemente piense que alguien podría escuchar por la línea telefónica.

—Solo a él se le ocurre algo así, a estas horas. Espero que no sea una de sus tonterías. Quizá el manuscrito se haya vuelto a manifestar…

Me puse el albornoz y seguí a Krista hasta la habitación de Thomas, que aguardaba con la puerta entornada.

—¡Huguette está con Erasmus! —susurró cuando entramos.

—¿Cómo lo sabes?

—Los escuché hace un momento en la habitación de al lado. Debes hacer algo, Frank.

No me explicaba cómo Erasmus podía ser tan estúpido.

—¿Y qué puedo hacer? No quiero que parezca que estoy celoso. Sería ridículo.

—Ya voy yo —ofreció Krista—. Huguette debe marcharse antes de que alguien se entere.

Krista fue a la habitación de Erasmus y tocó enérgicamente con los nudillos. Al no recibir respuesta volvió a hacerlo. La puerta se abrió y apareció Erasmus.

—Krista, qué susto me has dado. ¿Qué sucede?

—Si siguen haciendo tanto ruido todo el barco se enterará de que estás con Huguette.

—¡Qué dices!, ella no está aquí.

—Lo siento, no te creo. Dile a la señora que vaya con su marido, no queremos problemas. Lo sabes, Erasmus.

Huguette apareció en la puerta, besó a Erasmus y sonrió a Krista con malicia. A nosotros nos lanzó un beso volado y desapareció de la vista al doblar el pasillo.

—¿Qué rayos está pasando, Erasmus? —increpé.

—Ella me esperaba en el camarote, ¿qué querías que hiciera?

—Mandarla de vuelta con Spiros.

—No es tan fácil, Frank… Estaba en la cama, desnuda. Comprende…

Claro que comprendía. Con Huguette nada era fácil.

—Espero que nadie se haya enterado. No más errores, Erasmus, hicimos un pacto y no lo has respetado.

—Lo siento, Frank. No volverá a suceder —prometió apesadumbrado.

—No es para tanto, Erasmus, Huguette es una mujer mayor para ti —apostilló Thomas, metiendo baza.

—¿Mayor? —exclamamos al unísono Erasmus y yo, sin pensarlo. Miré a Krista y ella rio. Adoré a esa mujer, la abracé y nos fuimos a nuestro cuarto.

—Manuscrito, manuscrito, manuscrito… —repetí, y reímos a carcajadas. Las ideas del chico eran como para escribir un libro—. Ojalá Spiros no haya notado la ausencia de Huguette. Lo que menos necesitamos son problemas.

Por la mañana partimos en helicóptero hacia Sapelo y cada uno de los yates siguió su rumbo. Nos habíamos alejado bastante de la isla, el vuelo duró cerca de media hora. El Pegasus estaba listo para trasladarnos a Nueva York, donde Spiros debía hacer unas gestiones antes de viajar a Grecia.

Asmuldson nos esperaba en el aeropuerto, le dio un efusivo abrazo a Spiros y estrechó la mano de cada uno de nosotros. Parecía satisfecho, supuse que por la cantidad que había recibido. Sin entretenernos, despegamos hacia el JFK. Durante el vuelo sentí tensión entre Erasmus y Spiros, pese al esfuerzo de este último por mostrarse amable. Ya cerca de nuestro destino, ambos desaparecieron de nuestra vista durante unos diez minutos. Los demás nos miramos, sospechando que tendría que ver con lo ocurrido la noche anterior. Cuando volvieron con nosotros Spiros parecía relajado; Erasmus se mostraba tranquilo aunque un poco triste. No hubo oportunidad de preguntarle nada debido a la presencia de Spiros.