25

Frank Cordell

Aeropuerto de Barajas, Madrid

De manera que finalmente estaba el autor del robo del pendrive frente a mí. Tenía el rostro desencajado, sin embargo, capté que trataba de recomponerse. Lo observé en silencio dejando que fuera él quien hablara primero. El mutismo se hacía cada vez más incómodo, Thomas levantó ligeramente la barbilla y se dirigió a mí.

—¿Me podría decir por qué estoy aquí?

Sonreí porque la pregunta era graciosa.

—Es justo lo que quisiera saber, Thomas.

—Este hombre me trajo en contra de mi voluntad —dijo mirando de soslayo a Erasmus.

—Tenemos mucho que hablar, Thomas. Usted fue hace un par de días a mi tienda y preguntó por mí. ¿Qué deseaba?

—Yo… vi su nombre en la parte de afuera y deduje que era el dueño. Quería saber si el antiguo tomo de Henry James estaba a la venta.

—Supongamos que le creo. ¿Por qué entró a mi casa y se llevó el pendrive?

—Yo no entré…

—Es inútil que lo niegue. Está grabado —interrumpió Erasmus.

Vi que Thomas de pronto miró fijamente a Krista.

—Y yo podría hablar mucho. Sé que su amiga Krista es perseguida por la mafia tailandesa.

Fue como recibir un golpe en la mandíbula. Hasta empezó a dolerme la barbilla. Krista no pareció acusar el golpe, seguía sentada en el sillón sin hacer el menor movimiento. Erasmus, que había quedado de pie, basculó el peso de su cuerpo de un pie al otro y volvió a quedar tieso como una estatua.

—Lo que estás afirmando es muy grave, Thomas —respondí tuteándolo. Me empezaba a cansar no saber qué terreno pisaba.

—Mire, señor Cordell, lo único que quiero es seguir mi viaje y que me dejen en paz.

—No va a poder ser. Vamos todos al mismo sitio, así que no tienes opción, Thomas. ¿Ves a Erasmus? Él trabaja para mí. Hace todo el trabajo sucio sin dejar huellas. Puedes desaparecer en este viaje antes de llegar a tu destino.

—Vamos, Frank, ambos sabemos que él no es un asesino —respondió Thomas cada vez más seguro de sí mismo—. Aunque uno nunca sabe…, como comprenderá, no puedo oponerme a una persona de su tamaño —dijo Thomas, como si con sus incoherencias estuviera haciendo tiempo.

—Te recuerdo que estás grabado.

—¿Por qué no entregó la grabación a la policía? —preguntó el muchacho.

—Porque estábamos más interesados en ir a Finisterre, y tú sabes por qué. ¿Quiénes más están contigo? ¿Con quiénes te vas a reunir?

—Con nadie. ¿Para qué habría de reunirme con alguien?

Di un suspiro de cansancio. No podía hacer nada más. Lo único que podíamos hacer era seguirlo descaradamente y ver qué hacía.

—Solo una pregunta más, Thomas, ¿qué sabes de la mafia tailandesa?

—Lo que sabes tú y ella —contestó con descaro. Bastó para que el calor recorriera mi cuerpo desde los pies hasta las orejas.

—Ok, tú lo quisiste. Erasmus, haz lo que tengas que hacer.

Erasmus arqueó las cejas y agrandó los ojos, luego miró hacia abajo, donde Thomas se hallaba sentado. Dejé que improvisara. Agarró a Thomas por el hombro derecho y yo sé bien cuánto puede doler un apretón de esos. El chico hizo un gesto de dolor y su rostro reflejó miedo.

—Acompáñame —dijo Erasmus con sequedad, sin dejar de apretar.

—¡Un momento! Sé que cometeré la peor tontería de mi vida, pero está bien. Ustedes ganan.

Erasmus dejó de apretar.

—Habla —dije relajándome en el sillón.

Thomas cogió el manuscrito que había quedado en un asiento junto a su mochila y lo blandió delante de mí.

—Todo empezó con esto. Sé que no me creerán pero aquí estaba escrito todo lo que sucedió hasta hace un par de días. Sé quién es Huguette, Spiros Dionisius, y que Erasmus trabajó para él de guardaespaldas. Sé que usted, Krista, vivió durante seis años en la isla Sapelo porque deseaba ocultarse de la mafia tailandesa…

Thomas estuvo hablando un buen rato y yo no salía de mi asombro. Sabía hasta lo que sentía por Huguette, o mejor dicho, había sentido. Erasmus parecía hipnotizado, esta vez sentado en el sillón al lado de Thomas y Krista parecía la mujer de Lot convertida en sal.

—¿Dices que todo eso está escrito en este manuscrito?

—Estaba. Yo pensé que me había vuelto loco cuando de pronto quedó en blanco, pero el hombre que me lo entregó dijo que de vez en cuando sucedía.

—¿Quién es ese hombre?

—¡No lo sé! Un desconocido. No he vuelto a encontrarlo.

Agarré con cuidado el manuscrito y recordé que lo había visto en el avión. Lo abrí y, efectivamente, en sus tersas hojas no había nada escrito. ¿Sería cierto?, ¿cómo, si no, sabía tanto? Es más, lo que Thomas contaba de Giulio Clovio nos daba un nuevo enfoque a todo el asunto que nos había llevado allí. En Finisterre no habría sino un mapa con indicaciones, el verdadero tesoro se encontraba en otro lado.

—Supongamos que creo todo lo que nos has dicho. ¿Cómo ibas a llevar a cabo la búsqueda del oro? Se requiere una embarcación, no se puede pasar por las aduanas con semejante cargamento.

Esta vez Thomas bajó el rostro y miró fijamente sus zapatos.

—Solo cumplía lo que decía el manuscrito. Tenía que llamar a Spiros Dionisius.

Y allí estaba yo, frente a un extraño sujeto que decía que había visto parte de mi vida en un manojo de hojas, escuchándole decir que se había aliado con mi enemigo. ¿Es que Spiros me iba a perseguir de por vida? Miré a Erasmus y detecté un extraño brillo en sus ojos oscuros. Krista descruzó y volvió a cruzar las piernas.

—Acabas de decir que sabes lo que me hizo Spiros, ¿por qué tenías que buscarlo a él precisamente?

Thomas puso una mano a un lado de la cabeza, como cubriéndose la frente.

—Lo sé, Frank, pero ya te dije que lo decía el manuscrito.

—Ese desgraciado lo tiene todo. No permitiré que otra vez se quede con algo mío. ¿Qué te ofreció?

—A cambio de darle el mapa, un cheque por doscientos mil dólares. Me conformé con eso, no quiso darme más; él suponía que el oro no sumaría más de cuatro millones de dólares, según el cálculo que hizo de la cotización del metal. Para mí sería difícil justificar y vender ese oro…

Miré el cielo raso iluminado tenuemente, respiré hondo y luego puse la mirada en el rostro de Thomas. Ahora que lo recuerdo me parece extraño, pero en ese momento le creí absolutamente todo, como si fuese normal que hubiera sabido parte de mi vida en un manuscrito que estaba evidentemente en blanco. Y al parecer, Erasmus y Krista estaban de acuerdo.

—Mira lo que te propongo, Thomas, aunque no debería proponerte nada, por ladrón.

—Un ladrón obligado por las circunstancias —se defendió Thomas, acomodándose los anteojos.

—Como sea. Reconozco que el manuscrito sirvió al menos para saber que en Finisterre existe un mapa con indicaciones. Te propongo dividir lo que encontremos entre cuatro.

—¿En serio? —preguntó Thomas.

Esta vez Erasmus movió su humanidad de manera perceptible. Le lancé una mirada tranquilizadora. Si tenía que enfrentar a Spiros lo haría con gente que me fuese totalmente adepta. Sentí que era el momento de vengarme del griego que se había llevado a Huguette.

—Dime cuál es tu plan, Thomas —le dije sin hacer caso a su pregunta.

—Después de tener el mapa en mis manos, o lo que fuera que encontrase en Finisterre, debía tomar un vuelo a Grecia, de allí partiríamos en su avión privado hasta el sitio indicado, mientras una embarcación haría el recorrido por mar, porque si como dice el manuscrito el oro está en una isla, se necesitará un barco para sacarlo de allí.

—No has respondido, Thomas. ¿Aceptas mi propuesta?

—Claro, Frank. Parece más justa que la de Spiros.

—No creo que él te pudiera pagar. Está en bancarrota, por ello necesita ese oro —dije para finalizar.

Thomas parecía estar digiriendo lo que le había dicho.

—Lo leí en el manuscrito, pero pensé que para un multimillonario no es lo mismo estar en bancarrota que para uno cualquiera.

Tomé el manuscrito entre mis manos y lo examiné esta vez con cuidadoso detenimiento. Sus hojas estaban impolutas. Parecía que jamás hubiesen tenido nada escrito, ¿cómo era posible que yo estuviera creyendo lo que Thomas decía?, me pregunté. Sentí un escalofrío y dejé el manuscrito al lado de la mochila.

—Este será el plan: iremos todos a Finisterre. Buscaremos lo que tengamos que buscar y cuando lo encontremos regresaremos a los Estados Unidos. Thomas, tú llamarás a Spiros y le dirás que no encontraste nada, ¿comprendes? Después iremos a por el oro. Si debemos alquilar una lancha o un barco lo haremos; valdrá la pena. Algo me dice que lo que nos espera es más de lo que pensamos.

La verdad, no sé qué motivos me impulsaron a decir semejante discurso. Apenas cerré la boca me maldije por ser tan hablador. Miré a Krista, quien no había dicho nada durante todo ese tiempo, y seguía como una esfinge. Quién sabe qué diablos estaría pasando por su mente. Erasmus seguía con su cara de piedra, aunque atisbé cierto brillo divertido en sus ojos. Tal vez ambos se estuvieran burlando de mí, pero la codicia por una riqueza probable los hacía mantenerse en apariencia ecuánimes. Por un momento pensé que me hubiera gustado saber qué decía el manuscrito acerca de la relación entre Huguette y Spiros. Sé que todavía tenía la espina clavada en el pecho, pero ¿cómo evitarlo? Ella había significado todo en mi vida, quería estar a solas con aquel muchacho de aspecto patético, para que me hablara de ella, de todo lo que había leído en ese siniestro manuscrito, pero me contuve por la presencia de Krista y Erasmus.

Miré la hora. El tiempo había transcurrido demasiado rápido. De pronto sentí hambre. Ninguno de nosotros había almorzado y era más de mediodía.

—Coge tu bulto y el manuscrito y no te pierdas de vista, Thomas, te estaremos vigilando —le advertí—. Vayamos a comer algo.

—Erasmus dijo que guardara esto. —Sacó una especie de pan comprimido del bolsillo de su cazadora y empezó a alisarlo para darle un mordisco.

Miré a Erasmus y él se alzó de hombros.

—Pensé que era mejor que no pareciera que había abandonado su desayuno de improviso —aclaró.