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Thomas Cooper

El Unicornio

Thomas se retiró a su habitación. Se sentía agotado física y mentalmente. Había soportado la embestida sostenida de la adrenalina durante todo el día y parecía que, después de ver lo que contenía el tan mentado tesoro, se había relajado por completo. Tenía la sensación de que sus rodillas irían a doblarse de un momento a otro, así que se retiró a su dormitorio, dejándonos en la fiesta.

Acomodó con religiosa devoción el manuscrito en la mesilla de noche, apagó la luz y se durmió antes de que su cuerpo hubiera terminado de caer en la cama.

Despertó al escuchar un extraño zumbido. Miró el reloj junto al teléfono, marcaba las tres. El camarote estaba envuelto en total oscuridad, excepto por el brillo que despedía el manuscrito. Aquello terminó de despabilarlo, encendió la lámpara y tomó con ansiedad el legajo. Sus manos, doloridas por el esfuerzo de la tarde anterior y temblorosas por los nervios, no atinaban a abrirlo.

Y allí estaba: ¡el manuscrito volvía a hablar!