40

Frank, Thomas

Una nueva pista

Me hallaba junto a Krista contemplando el inmenso mar desde la cubierta principal del Unicornio. Habíamos dormido juntos, pese a que nos habían asignado habitaciones diferentes. Krista era una mujer apasionada, yo la amaba y su presencia hacía que me sintiera feliz. Una mujer que no hace una escena de celos ni demuestra inseguridad ante otra a la que podría considerar una poderosa rival es digna de tomarse en cuenta. Recostó su cabeza en mi hombro y la besé en la frente con ternura. Al levantar la vista vi a Thomas, que venía hacia nosotros.

—Hace media hora que ando buscándote —me dijo como saludo—. El manuscrito tiene algo escrito. Al menos lo tenía hasta hace…

Le arrebaté el legajo de las manos y lo abrí como si esperara encontrar el Santo Grial. Mis ojos se posaron en la única página que aparecía escrita.

—¿Tiene para ti algún sentido? —le pregunté a Krista extendiéndole el libro.

—No tiene fecha. Podría ser algo que aún no ha sucedido —contestó después de leerlo.

—Es lo que imaginé —afirmó Thomas.

—Pero, pensándolo mejor, creo que ya sucedió. Y me parece saber a quién se refiere —añadió Krista—. ¿Notaron ustedes la actitud de Erasmus anoche? ¿Y la de Huguette?

—Y la de Spiros —concluí—. Tienes razón. Y creo que él lo sabe. Spiros se encuentra en una situación muy incómoda. Ahora me explico por qué Erasmus dejó de trabajar para él.

—Pero ¿por qué aparece este detalle en el manuscrito? Debe tener alguna relevancia —dijo Thomas.

—Pensaré en voz alta —dijo Krista— a veces funciona. Es probable que Huguette juegue un papel más importante de lo que creemos. Es notorio que Spiros está loco por ella; sin embargo, diría que no es un sentimiento recíproco. Supongamos que Huguette esté enamorada de Erasmus. Antes, él no tenía dinero pero desde ahora tendrá una fortuna, que es lo que ella busca. Se podría convertir en un rival para Spiros, él sabe que Huguette podría dejarlo por Erasmus.

Recordé entonces que Spiros me preguntó por qué había incluido a Erasmus en la aventura; pareció incomodarle. Sabía que con ello podría perder a Huguette.

—¿Crees que deberíamos hablar con Erasmus? —preguntó Thomas.

—¿Y decirle qué?

—Que deje sus sentimientos a un lado hasta que termine todo esto. No queremos que Spiros cometa alguna tontería.

—¿Como cuál? —pregunté.

—Como matarse. Los griegos tienden a ser trágicos —acotó Thomas.

—No digas sandeces, Thomas —espeté. Aunque la idea no me parecía tan descabellada.

—En caso de suicidarse, la operación con el ruso quedaría sin efecto. El trato será con Spiros, no con nosotros. Y si el señor Yaroslav Bogdanovich pertenece a la mafia rusa, no sería raro que se quedara con todo. No tendríamos modo de reclamarle, se trata de una operación ilegal —razonó Thomas.

—Hemos de hablar con Erasmus. Búscalo, Thomas, en este barco soy incapaz de encontrar a alguien.

—Su camarote queda al lado del mío. ¡Cuídalo! —advirtió, señalando el manuscrito que yo tenía en mis manos, y se fue.

Un camarero se acercó para decirnos que el desayuno estaba servido en la cubierta de popa. Fuimos tras él y nos sentamos a una mesa redonda. Confiaba que Erasmus y Thomas aparecieran pronto y que Spiros y Huguette se mantuviesen lejos mientras hablábamos.

Si estar en quiebra significa vivir en la opulencia que nos rodeaba, no quise imaginar cómo sería si los negocios marcharan bien. El amplio comedor que daba a la piscina parecía un jardín exótico. Las mesas, vestidas con fina mantelería, la cubertería de plata y el selecto menú eran impresionantes. Soy hombre de gustos sencillos, no creo que pudiera acostumbrarme a un nivel de vida tan exquisito. Además, mantener un yate como aquel debía costar unos cuantos millones de dólares al año. Además el jet, y casas en varios lugares… Gastos así acaban con cualquier fortuna, de no ser que se tenga una fuente constante de ingresos.

—Solo he visto lujo parecido en el yate del emir de Qatar —comentó Krista.

—No te imaginaba visitante de yates de lujo —respondí.

—Entonces trabajaba para el gobierno tailandés. Pasé algunos días en un barco como este, era parte de mi trabajo. No me extrañaría que conocieran a Spiros. Naves así hay pocas en el mundo. La del ruso será casi tan grande como un crucero, ya verás.

—Vaya…

—No dejes que te aturda tanta ostentación, Frank, son seres humanos como cualquiera de nosotros.

—Eso fue lo que cegó a Huguette. Es una mujer ambiciosa.

—No comprendo cómo congenió contigo.

—De peluquera a esposa de un coleccionista de antigüedades hay un buen paso.

—Ahí vienen —dijo Krista, señalando con la mirada detrás de mí. Cuando me volví, Erasmus y Thomas llegaban.

—Buenos días, Frank, Krista… —Ambos se sentaron con nosotros—. Dijo Thomas que tenían algo que decirme.

—Sí, Erasmus. Lee esto. —Le alargué el libro, abierto por la única página escrita.

Erasmus arrugó la frente y su rostro adquirió un tono rojizo.

—No voy a negarlo, Frank. Soy yo. Pero no quise problemas y dejé el trabajo.

—¿O Spiros te dijo que te fueras?

—Fue un consenso.

—Sé que Huguette puede ser muy persuasiva, pero eso no es importante ahora. Por favor, mantente alejado de Huguette, al menos hasta que hayamos terminado la negociación y tengamos el dinero en el banco. Spiros podría echar todo a perder. Es por el bien de todos.

—Huguette no está en mis planes. Ni siquiera estaba previsto que ella llegase aquí. Quizá se enteró de que estarías tú, también yo, y Spiros… Es una mujer caprichosa. No me creo tan importante en su vida como para que haya venido por mí.

—No lo sabemos, Erasmus.

—Yo no haría…

—Ya lo hiciste una vez.

—Fue una noche en la que Spiros tuvo una reunión con un hombre importante. La primera vez que no lo acompañé, pues quería demostrarle confianza. Parece que Huguette hubiera estado esperando la ocasión… ¿Puedo hablar a solas contigo?

Caminamos hasta al otro lado de la piscina. Apoyado en la baranda del yate, Erasmus pareció adquirir más confianza.

—Soy todo oídos. —Y me dispuse a escucharle.

—Huguette me dijo que me amaba, Frank, me pareció un sueño, pues yo estaba… estoy enamorado de ella, no te voy a mentir. Pero la veía inalcanzable. Ella decía que, si abandonaba a Spiros, él se mataría.

—No lo creo, Erasmus, son sus mentiras.

—Tal vez. En cualquier caso, yo no podía darle el nivel de vida que ella deseaba, así que me hice a un lado.

—¿Spiros lo sabe?

—Por eso me despidió, aunque ya había decidido marcharme. Spiros la ama demasiado, le perdona todo.

—Siento lástima por él. No puedo meterme en tus asuntos, Erasmus, pero hagamos un pacto: apártate de Huguette hasta que termine la operación. Spiros es un hombre acostumbrado a hacer su voluntad, y quién sabe qué podría suceder si le quitas a su esposa. Después, haz lo que quieras.

—No necesitas decírmelo, Frank. Solo quise sincerarme contigo, no te lo había dicho antes porque no había motivo.

—¿Desde cuándo están ustedes enamorados?

—Yo, desde el día en que la vi. Trabajar con Spiros era un verdadero suplicio.

Increíble. ¡Quién lo hubiera imaginado!, el fiel Erasmus enamorado de la mujer de su patrón. Una vez más me sentí un hombre afortunado por haberla olvidado.

Ni Spiros ni Huguette aparecieron para el desayuno. Terminado este, me retiré a descansar, sentía agujetas por todo el cuerpo. Creo que todos estábamos igual. Krista se quedó dando un paseo por las cubiertas del yate y después fue a la habitación que le asignaron, para no interrumpir mi sueño.

Me despertó el timbre del teléfono. Miré la hora y pasaba de las seis de la tarde. Era Spiros.

—Quisiera que conozcas a Yarik. En la puerta de tu habitación espera un camarero para guiarte a mi despacho.

Me refresqué la cara para despabilarme y salí al pasillo.

El hombre delgado y moreno que esperaba sonrió e hizo un gesto para indicarme que lo siguiera. Caminamos un buen trecho y bajamos tres niveles. Abrió una puerta y me invitó a pasar. Tras un escritorio vi lo que parecía una gran pecera; después caí en cuenta de que se trataba de un ojo de buey y lo que veía al otro lado era el mar. Spiros nos presentó y estreché la mano del hombre, grueso y entrado en años, sentado frente a él: Yaroslav Bogdanovich.

—Trabajaron mucho ayer, Frank —dijo el ruso mostrando una fila de pequeños dientes amarillentos—. Vi lo que trajeron y confieso que estoy asombrado. Es mucho más de lo que había supuesto, pero eso no es problema. —Sonrió con autosuficiencia.

Miré a Spiros, que intentaba parecer inmutable, con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas bajo el mentón, pero noté tensión en su gesto. Me pregunté cuánto tiempo llevarían los dos hombres discutiendo sobre el asunto y cómo iría la negociación.

—Yo tampoco esperaba que fuese tanto. ¿Se podrá colocar en el mercado en un tiempo relativamente corto? —pregunté.

—Comprendo la prisa, pero no es buena en este tipo de negocios. Si aumenta la oferta, el precio baja, eso lo sabe todo el mundo. No se puede inundar el mercado. Sin embargo, como ya le dije a Spiros, estoy dispuesto a adelantar una parte del precio. Yo me haré cargo de la operación, les daré una cantidad a cuenta y el remanente lo arreglaremos después, cuando todo esté vendido. ¿De acuerdo?

—Si a Spiros le parece bien, no tengo inconveniente. ¿De qué cantidad estamos hablando?

Me extendió una pequeña hoja de papel y lo que leí casi me dejó sin aliento. ¡Mil cuatrocientos millones de dólares! Jamás imaginé que aquello pudiera valer tanto.

—¡Vaya…! —Apenas podía articular palabra—. ¿Y cuál será la comisión? —pregunté haciendo un esfuerzo.

—Lo mío ya está descontado —contestó Yarik sonriendo—. Esa cantidad es la parte de ustedes.

Me miraba con los ojos entornados. Sus párpados pesados daban a su rostro extrema tranquilidad. Me pregunté cuánto podría valer realmente el tesoro, daba por supuesto que el beneficio del ruso sería muy sustancioso. Pero no teníamos elección y lo que nos ofrecía era una cantidad fabulosa, al menos para mí.

—Estoy de acuerdo.

—Trato hecho, Frank. Hemos cerrado un buen negocio. Spiros, te haré la transferencia ahora mismo y mis hombres trasladarán el cargamento a mi yate —explicó Yarik con el acento característico de la gente de Europa del este, que en su voz de barítono se escuchaba especialmente extraño.

Usó su teléfono móvil para dar unas órdenes en ruso y luego colocó un ordenador portátil sobre el escritorio. Spiros tenía el suyo abierto delante de él.

Uspokysya, vsyo harasho! Acabo de transferir cuatrocientos. ¿Lo tienes?

—Lo tengo —respondió Spiros.

Me pareció que cuatrocientos mil eran una miseria, pero antes de que pudiera abrir la boca, Spiros me mostró la pantalla. Eran cuatrocientos millones.

Subimos a cubierta y lo que vi me dejó asombrado. El yate de Yarik era casi el doble de grande que el de Spiros. Tenía hasta helipuerto, con helicóptero y todo. Yo, un simple anticuario coleccionista de relojes, estaba con los peces gordos más gordos del planeta. Pensé que estaba resultando demasiado sencillo, en ese momento sentía que todo discurría como cuando de niño echaba talco en el suelo y me deslizaba hasta caer a trompicones. Esa era mi experiencia: cuando las cosas se deslizan, uno puede acabar cayendo. Sin embargo noté a Spiros relajado y Yarik parecía un hombre acostumbrado a hacer grandes negocios, por lo que lo suponía bastante confiable. Le calculé unos setenta años bien cuidados. Tenía la frente tan amplia que más bien era calvicie. Su pequeña boca de labios gruesos daba indicios de su sensualidad. Cuando no sonreía, su aspecto era el de una lechuza de ojos entornados. Fuera de esos detalles su apariencia era bastante ordinaria. Aunque sus modales eran correctos había algo en él que no terminaba de encajar. Se dice que la gente no cambia ni aunque se vista de armiño, y esa tarde lo comprobé. El porte es algo que se lleva en los genes.

Iba a retirarme cuando apareció Huguette. Se acercó para saludar a Yarik y él la abrazó con demasiada confianza. Me hizo sentir incómodo, no por mí sino por Spiros, quien pareció no darse cuenta. El ruso le pasó un brazo por los hombros, la atrajo hacia él y la besó en la frente.

—Esta niña es como una hija para mí —dijo mirándonos con una sonrisa que me pareció especialmente repugnante—. Te la voy a robar unos momentos Spiros, tengo una sorpresa para ella.

Caminaron hasta la puerta de uno de los salones. Spiros miraba a otro lado, con gesto impertérrito. Algo se revolvió dentro de mí. Por un momento quise creer que de verdad Yarik sentía amor filial por Huguette, pero presentí que no era así. Paseamos juntos, contemplando las luces del barco del ruso. Noté un rictus de tristeza en su rostro pero preferí no preguntar nada.

—Esta será tu última noche aquí, Frank. Mañana el helicóptero de Yarik nos devolverá a Sapelo y de allí partiremos en mi avión a Nueva York.

—Espero que no tengamos problemas.

—No veo por qué habríamos de tenerlos. El único que sabe algo es Asmuldson y eso está arreglado.

Ambos guardamos silencio. Pude observar de reojo a Spiros, noté que sus ojos brillaban. Un gesto de melancolía ablandaba su perfil aristocrático.

Media hora después apareció Yarik con un puro entre los labios. Se despidió con besos en las mejillas y por último me dio otro en los labios, cosa que me tomó desprevenido. Hizo lo mismo con Spiros, bajó las escalerillas y alcancé a escuchar que le decía:

—Nos veremos en dos semanas, en Cefalonia.

Spiros, sin decir nada, se quedó observando al ruso regresar en una lancha a su yate. Busqué a Huguette con la mirada pero se había perdido de vista.

—¿Confías en ese hombre? —le pregunté.

—Es una rata. Pero sí, confío en él —dijo sin mirarme. Su vista seguía fija en la espalda de Yarik.

Yo debía ir a hablar con los otros para informales de lo pactado. Spiros adivinó mi intención y me retuvo poniendo una mano en mi brazo.

—Tenemos que conversar, Frank.

—Tú dirás…

—Somos cinco. Lo que quiere decir que a cada uno debería tocarle doscientos ochenta millones de dólares.

—Excelente. Más de lo que hubiera imaginado antes de empezar esta expedición.

—Yarik ha transferido a mi cuenta cuatrocientos millones. Nada mal, ¿no?

—Obviamente no está nada mal, son ochenta millones de anticipo para cada uno de nosotros. ¿Adónde quieres llegar?

—Creo que todos estarán de acuerdo en que mi aportación a esta campaña ha sido crucial. He tenido más gastos que todos ustedes.

—Absolutamente de acuerdo. Deberías descontar lo que has invertido y después hacer el reparto.

—No es tan sencillo. No solo se trata de descontar los gastos. Hay cosas que no se pueden evaluar. Las relaciones, la logística… ¿Cuánto vale mi mediación con Yarik, por ejemplo? Creo que merezco un tanto más que ustedes. Quiero ser claro, Frank, no estoy jugando sucio, a eso me refería en el avión. Debemos ser «equitativos» y eso para mí significa que cada cual debe recibir la cantidad que merece. Por otro lado, ya sabes la situación en que me encuentro, tengo mucho más que perder que todos ustedes juntos, sé que no es su problema, pero…

—Un momento, Spiros, ¿por qué no lo hablas con los demás? Yo no tengo la última palabra.

—Tienes ascendencia sobre ellos. Es evidente.

Si algo sabía Spiros era servirse de la vanidad ajena. Y no se equivocó. De pronto me volví comprensivo.

—¿Qué quieres? —le pregunté directamente.

—La mitad del dinero. Los otros setecientos millones pueden repartirlos entre ustedes. Es una cantidad que necesito con urgencia. ¿Qué dices?

Esa danza de millones empezaba a agobiarme. No podía tomar una decisión por los otros, pero comprendía las razones de Spiros y aun cediendo a su deseo los demás obtendríamos una cantidad mayor de lo que cualquiera hubiese soñado. Como estaba tratando con un griego opté por regatear.

—¿Qué te parece el cuarenta por ciento? Son quinientos sesenta millones…

—Hecho, Frank. Acepto.

Me tomó la palabra al vuelo. Tonto de mí. Él lo había planeado de ese modo, hubiera podido sacarle más. Pero a lo hecho, pecho, como decía mi madre. Al menos serían treinta y cinco millones más para cada uno.

—Veamos ahora qué piensan los otros.

—Estoy seguro de que no habrá problemas —dijo Spiros.

Llamó a uno de sus empleados y le dio instrucciones en griego.

—Le dije que avisara a los muchachos de que nos reuniremos en mi oficina en unos minutos —aclaró.

Saberme dueño de una fortuna de ese calibre me parecía irreal. Esperaba que la idea se fuese afianzando en mi cerebro poco a poco. Era demasiado para digerirlo de una vez.

Como supuso Spiros, todos estuvieron de acuerdo con el reparto, aunque les correspondería bastante menos dinero. Hablar de cientos de millones de dólares era para nosotros como hablar de la distancia a las estrellas, ¡qué más da un año luz más o menos! Lo que todos deseábamos era disponer cuanto antes del adelanto. Spiros realizó la operación como antes la hiciera Yarik, desde su ordenador, y pudimos comprobar que en cada una de nuestras cuentas se había depositado la cantidad pactada: ochenta millones de dólares USA. Recibiríamos lo restante cuando Yarik hubiese cerrado la venta del oro.

—Quiero hacerles una advertencia y esto va en serio, sobre todo a ti, Thomas —dije—. En los Estados Unidos, un movimiento de capitales que no se pueda justificar corre el peligro de ser investigado.

—Eso es cierto —aclaró Krista—. Debido al lavado de dinero del crimen organizado y a las leyes antiterroristas, cualquier persona que no pueda demostrar la procedencia de altas sumas es sospechosa. Si alguno de nosotros empieza a gastar dinero en grandes cantidades o a hacer ingresos bancarios por más de diez mil dólares pone en riesgo a los demás. Y no sólo en los Estados Unidos.

—Lo entiendo, y no deben preocuparse. Espero que ustedes tampoco me pongan en riesgo —contestó Thomas—. He decidido buscar un sitio tranquilo para empezar a escribir la novela de mi vida, tal vez vaya a la Patagonia chilena, es un sitio espectacular. Pierdan cuidado.

Pensé que sería una magnífica idea que Thomas se fuera a la Patagonia.