Veinte
Stella notó que Rob se ponía rígido antes de darse la vuelta para mirarla mientras se colocaba entre Thomas Carwell y él. Sabía que Carwell no solía decir nada sin pensarlo primero y esperó que esa vez no fuese una excepción, porque si decía algo, todo lo que estaba intentando hacer habría sido en vano. ¿Y Rob?
Vislumbró una felicidad indisimulada en su rostro. Su sonrisa se debatía con el ceño fruncido de enfado porque no se hubiera quedado a salvo donde la había dejado. Sin embargo, ya se acostumbraría a eso. Cuando dejó la abadía, no tenía un plan premeditado, pero, al parecer, Dios la había llevado justo a tiempo. Su repentina aparición y su confesión habían dejado atónito a todo el mundo. El Guardián de la Frontera inglés comentó algo con sus primos, quienes la miraban y señalaban como si hubiesen visto a un resucitado de entre los muertos. Entonces, ella miró al rey. Parecía perplejo, pero no como sus primos. Parecía como si supiera muy bien lo que había hecho y estuviese intentando reaccionar de la mejor manera. Hasta un rey impulsivo que ahorcaría a un rebelde sin juicio previo se lo pensaría dos veces antes de hacerle lo mismo a ella. Había confesado un crimen, pero era una mujer y súbdita inglesa que había matado a otro súbdito inglés. Al rey Enrique no le gustaría que el rey Jaime se entrometiera.
—Como ve —siguió ella una vez que había captado su atención—, Rob Brunson el Negro ha desvelado la verdad —le dirigió una mirada de advertencia—. Por eso me entrego.
—¡Ella no lo mató! —rugió Oswyn con desesperación—. ¡Lo maté yo! ¡Castigadme a mí!
—No lo mataste tú —intervino Humphrey como si no quisiera permitir que Oswyn entregara su vida para salvar la de Stella—. ¡Yo lo maté!
Ella tuvo que contener una carcajada y Rob y Thomas, a sus costados, una sonrisa. Una vez más, Humphrey y Oswyn habían hablado demasiado.
—¿Afirmáis que ella miente? —preguntó Rob.
Los primos apretaron los dientes. No podían llamarla asesina o mentirosa y esperar que se casara con uno de ellos para convertirlo en jefe de la familia. Además, ellos también habían confesado que eran unos asesinos. Aunque estaba lejos, ella pudo ver que el rey los mataría a casi todos con mucho gusto. Ella había evitado que ejecutara a Rob Brunson allí mismo, pero tendría que evitar algo más.
—Como veis, majestad, hasta los integrantes de su familia se enorgullecen de atribuirse su muerte.
—Además, si lo hubiesen matado —volvió a intervenir Carwell—, lord Acre sería cómplice por no haber querido castigar a... alguien.
El rey tenía la cara tan roja como el pelo y ella notó que podía ser peligroso. Todavía no había aprendido a dominar las emociones con la cabeza. Rob habló con una voz clara y tranquila.
—Sin embargo, majestad, si pensáis castigar a alguien, hombre o mujer, antes tendréis que saber con certeza a quién.
Tendría que estar furioso con ella y lo estaría más tarde, cuando dejara de sonreír. Su presencia allí era tan elocuente como las palabras que había esperado oír: para siempre. Efectivamente, quizá la hubiesen salvado para que hiciese un milagro. Si salían vivos de allí, lo sería. Johnnie y Carwell susurraron algo entre ellos, como si intentaran encontrar algo que apaciguara al rey. Los dejó hablar porque sería él quien tomaría la decisión. Hacía poco se habría hecho dos preguntas. ¿Qué habría hecho su padre y cómo parecería más fuerte? La respuesta habría sido que atacara. Habría confiado en la fuerza de su brazo y en su ballesta para derrotar al enemigo, aunque fuese un rey. Sin embargo, había aprendido que la fuerza bruta no era la solución a todos los problemas. No lo era con Stella. Ni siquiera lo era con el pequeño Wat. Además, tampoco era la única manera de demostrar fortaleza. Al fin y al cabo, un hombre necesitaba algo de paz si quería formar una familia y criar un hijo.
—Al parecer —dijo él al cabo de un rato—, voy a tener que retenerla hasta que esto se resuelva.
—¡No puedes hacerlo!
No se supo cuál de los primos lo había dicho, pero fue tan intrascendente como el trino de un pájaro.
—Bueno —replicó Rob—, como habéis confesado, podría colgaros a vosotros en vez.
Ellos se quedaron en silencio y fue Carwell quien habló como un diplomático.
—Como sabéis, majestad, su propia familia había repudiado a Willie Storwick el Marcado. Era un hombre que había cometido todo tipo de atrocidades a ambos lados de la frontera. Es posible que Dios lo castigara sin esperar a la justicia terrenal.
—No lo creerá —le comentó Johnnie en voz baja—. Tú tampoco te lo creíste cuando te lo dijimos nosotros.
—Lo cierto es que si tanto los Storwick como los Brunson estamos dispuestos a atribuirnos la muerte de ese hombre, eso quiere decir que no ha sido ninguna pérdida para la humanidad —añadió Rob en voz alta.
El rey frunció el ceño, como hacía Wat cuando no se salía con la suya.
—Aunque no lo hayas matado tú o alguno de los tuyos, estoy seguro de que has matado a otros hombres.
—En defensa propia.
—Ese es un concepto muy amplio en la frontera —gruñó el rey.
Rob contuvo el aliento y esperó. El silencio podía ser un arma en ese momento. Entonces, el rey volvió a hablar.
—Rob Brunson, ¿me prometes, me das tu palabra de que obedecerás las leyes de la frontera?
—Os doy mi palabra de que viviré en paz con los Storwick si ellos prometen lo mismo.
Lord Acre y los primos Storwick susurraron algo entre ellos. Rob esperó en tensión y oyó los cascos de más caballos. Cate y Bessie habían acudido con ellos.
—Os dije que os quedarais dentro de las murallas.
¿Acaso nadie obedecía sus órdenes? Sin embargo, al ver a Cate al lado de su marido y a Bessie al lado del de ella, comprendió lo acertado de todo eso y deseó poder tomar la mano de Stella.
Entonces, lord Acre se dirigió a ellos.
—Los Storwick aceptan.
—¿Atenderás a mis llamadas en el futuro? —le preguntó el rey a Rob.
Serviría a los intereses del rey, pero no como él esperaba.
—Majestad, mientras haya un solo Brunson en Liddesdale, defenderemos esta tierra de cualquiera que cruce la frontera para conquistarla —la advertencia era clara. Conviviría en paz con los Storwick si ellos hacían lo mismo—. No debéis preocuparos de que el rey Enrique, vuestro tío, ni ningún inglés vayan a robar un solo centímetro de tierra escocesa.
Sin embargo, no iba a acudir a su llamada para que lucharan en algún remoto valle, como si fuese un perro pastor que cuidaba un rebaño de ovejas. Pudo ver que el rey sacudía la cabeza. ¿Era rechazo o resignación? ¿Estaría intentando tomar una decisión complicada? Stella estaba a su lado. Thomas y Johnnie los flanqueaban a ambos costados. Cate, la temible Cate, estaba a la izquierda de Johnnie y Bessie, la embarazada Bessie, estaba al otro lado de Carwell y miraba al rey con un gesto serio. ¿Un rey contra seis Brunsons? La verdad era que se apiadaba de él.
Entonces, el rey se dirigió a Johnnie, quien había sido como un hermano mayor para él.
—Johnnie Brunson, me dijiste que erais obstinados y tú, Bessie Brunson, me contaste que cuando un Brunson tiene que tomar una decisión, solo se pregunta qué es lo mejor para la familia —el rey suspiró—. Un rey tiene que pensar en Escocia y Escocia está formada por muchas familias. Un rey tiene que tener en cuenta las necesidades de todas.
El rey miró a Rob y él supo que había llegado el momento de saber si había acertado o se había equivocado. Él miró a Stella, se sonrieron y supo que si el rey decidía matarlo, moriría feliz.
—Sin embargo, cualquier rey se sentiría afortunado por tener una protección así en su frontera —añadió el rey, quien no volvió a exigir que los Brunson obedecieran a sus llamadas.
—Creo que eso significa que vas a conservar la cabeza —susurró Thomas.
Rob gruñó para intentar disimular una sonrisa.
—Entonces, dejaré que él también la conserve.
El rey agarró las riendas y miró a los señores que lo acompañaban.
—Entonces, Carwell, como mi Guardián de la Frontera, ¿puedes colaborar con este Brunson?
Rob miró a Carwell, cuyo rostro no reflejaba nada. Carwell había desobedecido las órdenes directas del rey, pero, aun así, le ofrecía la posibilidad de seguir a su servicio.
—Sí, majestad. Además, un Guardián que puede colaborar con los Brunson en la frontera, os será muy útil.
—¡Yo, no! —bramó el Guardián de la Frontera inglés—. Vuestro Guardián fue quien violó el Día del Armisticio que prometisteis a Inglaterra en el tratado.
Carwell tenía una expresión sombría. Rob no sabía qué había pasado exactamente entre los dos hombres, pero sí sabía que los dos eran culpables de traición.
—Acre, no eres quién para hablar de violaciones del Día del Armisticio.
Sin embargo, eso no lo amilanó.
—En vez de someterse a la justicia del rey, ¡él y esos cuatreros capturaron a Hobbes Storwick y mataron a nuestro jefe! Han matado a más de un Storwick.
—¡No es verdad! —exclamó Stella—. Mi padre murió consumido por la enfermedad y lamentando que no hubiera nadie digno de confianza para que fuese el jefe de la familia.
Los ingleses se enzarzaron en una disputa y hasta los hombres del rey empezaron a hablar y señalar para que el rey les hiciese caso.
—Es posible que no debieras haberme hecho caso, Rob —comentó Carwell con una sonrisa abatida—. Es posible que hubieras debido cumplir el Día del Armisticio.
Rob negó con la cabeza. Entonces no confió realmente en ese hombre, pero ¿en ese momento? Sí. Carwell también era un Brunson.
—Si hubiésemos acudido, nos habrían tendido una emboscada y habríamos acabado colgados de una soga.
—Todavía no podemos descartarlo —intervino Johnnie—. Conozco ese gesto. El rey no está satisfecho.
El rey Jaime levantó una mano para que todos se callaran.
—Johnnie Brunson, dirígete allí —el rey señaló hacia un trozo de hierba en medio del valle—. Solo. Hablaremos tú y yo.
Así había empezado todo hacía unos meses. Johnnie había vuelto con unas órdenes del rey y Rob las había desobedecido. Johnnie pasó de ser el mejor amigo del rey a ser un enemigo mortal.
—No vayas, Johnnie.
Su hermano, sin embargo, no dejó de sonreír.
—No va a pasar nada. No dispares al rey.
Rob agarró con fuerza su ballesta.
—Solo si es necesario.
Miró a su hermano, que se dirigía al centro del espacio vacío y puso el dedo en el gatillo de la ballesta.
—Te cuidado con el dedo —le advirtió Carwell en tono tenso.
—Tendré tanto cuidado como el rey con su daga.
Los observó mientras cruzaban unas palabras. Eran altos y delgados los dos. Entonces, el rey estrechó la mano de Johnnie y lo agarró del brazo. Fue un gesto fraternal y de despedida. El rey volvió con sus hombres y Johnnie, con ellos.
—¿Y bien?
El rostro de su hermano nunca había sido tan indescifrable. El rey dijo algo a sus hombres y, súbitamente, rodearon a lord Acre.
—Acompáñeme a Edimburgo, lord Acre —oyeron que decía el rey—. Disfrute de mi hospitalidad y yo estaré encantado de decirle a mi tío, el rey Enrique, que fue usted quien permitió que Willie Storwick hiciera lo que quisiese en vez de juzgarlo como exigía la justicia.
Acre palideció y no pudo decir nada por el miedo.
—Al rey Enrique no va a gustarle eso —comentó Rob.
El marido de Bessie sonrió.
—Habrá un cruce de cartas diplomáticas.
Fue inusitado porque Carwell nunca mostraba sus sentimientos. Su historia con Acre debía de remontarse a mucho tiempo atrás. Rob lo lamentó por un instante.
El Guardián inglés había sido quien les había dicho que Stella estaba en peligro y esperaba que conservara la cabeza por eso.
El rey miró a Johnnie por última vez, se despidió de él con la mano y se dirigió hacia el este con sus hombres.
—Una vez fuimos como hermanos —dijo Johnnie antes de mirar a Rob—, pero ahora tengo a mi verdadero hermano.
—No cantes victoria demasiado pronto —replicó Rob aunque sus palabras lo habían emocionado—. Todavía tenemos enfrente a un grupo de Storwicks armados.
Además, el rey se había marchado y nadie iba a interponerse entre ellos.
—Yo no me preocuparía —intervino Stella—. Se quedarán horas discutiendo si deben atacar o no.
Efectivamente, ya habían empezado los gritos, los aspavientos y las discusiones.
Rob, rodeado por su familia, nunca se había sentido más fuerte. Johnnie volvió a sonreír como siempre.
—Cualquiera puede darse cuenta de que los Storwick necesitan un jefe.
—Alguien fuerte y resolutivo —añadió Bessie.
—Alguien que pueda mantener la paz —puntualizó Carwell.
—Y que mantenga al rey a raya —dijo Johnnie.
—Serviría alguien que se casara con una Storwick —comentó Cate.
—Aunque el rey querría dar su aprobación —le recordó Johnnie.
—Los matrimonios entre ambos lados de la frontera están prohibidos —sentenció Carwell.
Ya estaba bien de que su familia le dijese lo que tenía que hacer, aunque fuese lo que él quería.
—Ningún rey elegirá mi esposa.
Se había comprometido a defender la frontera de invasores, a nada más. Stella sonrió y él quiso que pareciese tan feliz el resto de su vida.
—Brunson y Storwick... —siguió Rob—. ¿Te parece un milagro suficiente para ti, mi amor?
—El milagro por el que me salvaron —Stella se llevó las manos al vientre—. Ese y tu hijo.
No gritó de alegría solo porque tenía mucha práctica. Miró alrededor. Su familia había estado siempre a su lado.
—¿Y vosotros?
Miró a Thomas y a Bessie y a Johnnie y a Cate. Un jefe tomaba decisiones, pero solo con el respaldo de su familia. Sin embargo, fue Stella quien preguntó a quien había que preguntar.
—¿Cate...?
Ella contuvo el aliento. Había sido la más agraviada por los Storwick.
—¿Ser la hermana de la mujer que mató a Willie Storwick? —preguntó Cate con una sonrisa. Cate había vuelto a sonreír gracias a Johnnie—. No podría pedir un honor mayor.
La vida era inmejorable si estaba rodeada por una familia que sonreía. Stella miró hacia su familia.
—¿Vamos a invitarlos al festejo de la boda?
—Si ayudas a Bessie a organizarlo, mi amor —contestó Rob con una sonrisa.
Invitaron a los Storwick al festejo y, además, ellos acudieron. Rob se enteró de que había sido la madre de Stella quien, al final, los había llevado. Les dijo, y a él le habría encantado verlo, que el mismo ángel que salvó a su hija del pozo la había rescatado de la cabaña y que una visión le había revelado que la habían salvado exactamente por ese motivo, para que se casara con un Brunson y que las dos familias fuesen aliadas. Según Stella, la historia no acababa ahí, pero que solo se la contaría si prometía no repetirla. Además, había dicho que le gustaría.
Sin embargo, al parecer, su madre había decidido que se conformaba con el milagro de que su hija llevara la paz entre las dos familias. Al menos, una paz suficiente para que los pastores no tuvieran que pasarse las noches despiertos intentando oír los cascos del los caballos. Bebió cerveza mientras observaba los torpes intentos de conversar. Él era un hombre de pocas palabras en el mejor de los casos y mucho más si se trataba de hablar con un Storwick, pero las mujeres no tenían tantos inconvenientes. Después de dar unos sorbos de cerveza su pusieron a charlar como si nada. Naturalmente, era demasiado pronto para que las familias se unieran. Primero, tendría que conseguir que ellos dejaran de lanzar dardos en su dirección. Luego, cuando naciera el bebé, quizá hubiese algo más.
Más tarde, cuando se dieran cuenta de que la familia Storwick necesitaba un jefe y quién debería serlo, quizá acabaran creyendo que Dios la había salvado para eso.
¿Lo habrían aprobado su padre y el de ella? Daba igual, él era el jefe para bien o para mal.
Wat, que nunca había visto tanto alboroto, corría de un lado a otro dando gritos de alegría y Stella lo perseguía como si fuese hijo suyo. Aunque pronto tendría todos los hijos que quisiera perseguir.
También se había dado cuenta de que los Storwick eran amables con el chico y eso los honraba. Aunque había quien decía que los deficientes estaban más cerca de Dios.
También se dio cuenta de que los Storwick se mantenían alejados de Belde. El perro estaba más cerca de Cate que de costumbre. Quizá estuviese abrumado por la presencia de tantos Storwick. Johnnie sería su marido, pero el perro nunca había renunciado a su responsabilidad hacia ella.
Cuando el baile terminó, Rob cantó. Bessie y Thomas bailaban tan bien como Rob cantaba e, incluso, lo habían convencido para que diera algunos pasos con Stella, aunque su padre siempre decía que los Brunson no bailaban; quizá se hubiese equivocado.
Aun así, Rob cantaba mejor que bailaba y esa noche cantaron todas las canciones de los Brunson.
Cantaron la del perro, la de Bessie que se iba a la corte y, para terminar, la balada de los Brunson. Incluso, cantó la que dedicó a Hobbes Storwick y se alegró de poder brindar por él con su familia.
—Esta noche tengo una canción nueva en honor a este día.
Un Brunson es alto y fuerte
También es tan obstinado como largo es el día
Pero uno se perdió y lo han hallado por suerte
Fue una mujer Storwick que apareció sin guía
Los Brunson y los Storwick aplaudieron juntos cuando terminó.
—Creo que eso es lo que pasó —susurró Stella mucho más tarde, cuando estaban solos en la cama del jefe—. Creo que la Storwick perdida fue quien salvó al primer Brunson.
—Es posible.
—Alguien lo hizo. No resucitó de entre los muertos.
—Supongo —reconoció él—, aunque él pudo ser quien la encontró ella. Al fin y al cabo, la llamaron Leitakona, la mujer que buscaba y que fue encontrada.
Ella sonrió de felicidad.
—Y ya no estuvo perdida nunca más.