Capítulo 28

Las pistas se sucedían unas tras otras en el ordenador. Resultaba casi imposible distinguir cuándo terminaba una y empezaba la siguiente, eran músicas muy parecidas. Pero, lejos de aburrirle, le motivaban. El ritmo marcaba las repeticiones dentro de cada serie. Cada mancuerna pesaba veinte kilos.

Annibal estaba sentado en uno de los bancos de aquella sala amplia de su casa que hacía las veces de gimnasio. Con el codo apoyado cerca de la rodilla en el interior del muslo, subía y bajaba el peso. Ya estaba terminando la última tanda del ejercicio de bíceps, al fallo. Apenas podía con las últimas repeticiones. A pesar de que ejercitaba su cuerpo unas horas cada día, ya estaba cansado. Esa tarde había estado corriendo cuarenta y cinco minutos en la cinta a la que le sacaba tanto partido. Luego había continuado con ejercicios de espalda y de brazo. Tenía previsto terminar con una sesión de abdominales y lumbares, como acostumbraba a hacer. Era una manera muy efectiva de descargar tensiones. Sobre todo, cuando pegaba al saco de boxeo. Lo había utilizado el día anterior, horas antes de que sus hombres acudieran a la reunión.

El timbre de la verja sonó en el momento en el que dejaba caer la mancuerna al suelo. No esperaba a nadie. Terminaría con lo que había programado. Volvieron a llamar. No le gustaba perder el ritmo. Pero insistieron. Annibal resopló y se levantó del banco. Se acercó a una pequeña estantería donde guardaba varias toallas y cogió una de color rojo. Se secó el cuello y la dejó ahí apoyada, con los extremos cayendo a ambos lados sobre el pecho.

Se dirigió al cuarto del piso inferior donde reposaban los monitores. Escuchó otra vez el timbre antes de que le diera tiempo a llegar. Alzó las cejas ante la imagen. Pasó la mano por el corto cabello despeinado.

Le parecía inaudito.

—¿Qué quieres? —Había pulsado el botón del interfono. Se saltó la costumbre de saludar primero.

—Ábreme.

—Vete.

Pero la policía de pelo capeado y oscuro no se movió del sitio. De vez en cuando echaba vistazos fugaces a su alrededor. Más que enfadado, el chico estaba desconcertado.

—Ábreme, Scorpio —repitió esta con determinación.

—Fuera.

—Vengo a hablar contigo.

Insólito. Tanto, que Annibal continuaba sin reaccionar. Observaba fijamente a la mujer. No parecía ir acompañada, lo cual era más raro aún. Aunque sus gestos eran impacientes, se veía tranquila.

—Abre, por favor.

Era educada.

El hombre evaluó la situación. Permitirle la entrada a su recinto no parecía entrañar peligro alguno. Pero seguía siendo policía. La curiosidad que le picó entonces le movió a activar el mecanismo que abrió la puerta para esa mujer. Esperaba no tener que arrepentirse. No haber visto al metódico sargento ni al otro inútil le había ayudado a tomar la decisión. Se quedó un rato parado en medio del cuarto de seguridad.

Fue a abrir la puerta una vez escuchó cómo la golpeaba con los nudillos.

—Os pasáis más tiempo dándome por culo que en la puta comisaría —comentó Annibal cuando tuvo a la detective enfrente. Su arrogancia ocultaba que estaba a la defensiva.

Catherine Jones, que se cuestionaba si había hecho bien, le miró impasible. El hombre vestía una camiseta blanca que se ceñía al cuerpo sin dejar holguras innecesarias. Los pantalones eran cortos, anchos y negros. Las zapatillas deportivas eran en su mayoría blancas también. Algunos mechones de pelo oscuro se presentaban rebeldes. Tenía la frente húmeda de sudor, al igual que los brazos. Era obvio que le había interrumpido alguna sesión de ejercicio. Se lo confirmó la toalla que le colgaba del cuello. Desde luego, no era la típica imagen a la que les tenía acostumbrados.

Los pensamientos que la asaltaron fueron los menos adecuados que había tenido en mucho tiempo. Se reprendió con gran dureza.

—Déjame pasar —ordenó Jones. Sonó más autoritaria de lo que había pretendido, pero no fue a propósito. Debía evitar a toda costa que se notara que se estaba poniendo nerviosa. Confiaba en que accediera.

—Creo que no te he escuchado bien. ¿Dónde piensas que estás? ¿Con quién te crees que estás hablando? —atacó él. Le importaba muy poco que se tratara de una mujer, él solo veía un uniforme. Incluso cuando no lo llevaba puesto. Sus maneras no entendían de género. Continuaba sorprendido, también harto de tener a esa gente pegada a los talones. Frunció el ceño—. ¿Acaso tienes alguna orden?

—No. Pero quiero que me dejes pasar. —La voz de la de ojos verdosos no temblaba.

—¿Así, sin más? —Annibal esbozó una pequeña sonrisa burlona—. Venías a decirme algo, ¿no? Pues dímelo aquí fuera. O espera. Si vas a detenerme por lo que quiera que os hayáis inventado ahora, por lo menos déjame arreglarme un poco.

—Scorpio, agradéceme que esté aquí, porque no debería. Si me ven, puedo meterme en un problema —admitió Catherine.

—No sé por qué debería importarme.

—Porque seguramente le esté salvando la vida a Rafael —determinó la policía. Vio cómo la expresión del gánster cambió. Había logrado borrarle la sonrisa de la cara. Aprovechó el momento—. Déjame pasar.

Annibal dudó. Podría tratarse de un farol, podría haberse ayudado de esas palabras para conseguir lo que quería. ¿Pero qué quería? Había ido sola, ¿qué clase de trampa cabría esperar de aquello? No creía que se inventase algo así. Entrecerró los ojos y examinó el rostro de la mujer. No era la primera vez que le facilitaban información de su interés, a pesar de que él no quería tener nada que ver con ellos. Y esa información había resultado verídica.

Después de unos segundos eternos, se echó a un lado. Catherine casi hubiese preferido tener la oportunidad de pensárselo dos veces, pero sabía que era mejor así. Scorpio cerró la puerta en cuanto ella estuvo dentro.

Jones se quedó parada en medio del hall, esperándole. Empezó a recibir gritos de su parte racional reprochándole que estaba cometiendo una locura. Lo sabía, claro que lo sabía. Su nerviosismo crecía. Al fin y al cabo, estaba allí sola. El narcotraficante tomó rumbo al salón. Ella caminaba detrás. Vio cómo cogía la toalla y se frotaba el pelo. Fue demasiado incómodo para la detective comprobar que, mientras él entraba por la puerta, le miró de cintura para abajo. Corrigió la trayectoria con urgencia.

Cuando llegó al salón, Catherine vio que permanecía exactamente igual que aquella primera y última vez.

—¿Dónde te has dejado a tus amiguitos? —preguntó Annibal. Había pronunciado el diminutivo con desprecio. Se sentó en el sofá. Notó la textura del cuero blanco en las piernas. Aquello era demasiado surrealista.

—Mis “amiguitos” no saben que estoy aquí. No eran partidarios de venir a verte —explicó Jones, todavía de pie. No estaba muy segura de cómo debía proceder.

—Hacen bien. No te cortes, puedes sentarte aquí.

Al hombre le resultó gracioso la forma en que ella levantó ambas cejas.

Catherine le miró con desconfianza. Terminó accediendo. La placa ganó peso en su bolsillo y le hizo cobrar algo de seguridad, al igual que la pistola. Se sentó en medio del hueco que quedaba entre él y el otro brazo del sofá. De pronto se dio cuenta de que tenía que haberse quedado de pie. No quería que Scorpio tuviese la sensación de que manejaba la situación. Pero ya no podía levantarse, resultaría extraño. La mujer, muy a su pesar, advirtió que no estaba empezando muy bien.

—Tú dirás.

—Hace unas horas recibimos los resultados de la autopsia de Larry Greenwich —reveló la detective. Vio cómo una mueca casi imperceptible recorrió la boca de Scorpio—. Ya sabes cómo murió. Pero hay algo más. Los forenses encontraron una nota en un bolsillo de su pantalón. Pensamos que está dirigida al Lobo. —No iba a jugar a las adivinanzas.

—¿Cómo que una nota? ¿Qué ponía? —se sorprendió Annibal. Por un momento, dejó a un lado las diferencias que les separaban. Su expresión era impenetrable. Le parecía aberrante que el hijo de puta de Nelson se hubiese mofado de esa manera

— “A la segunda va la vencida”.

—¿Y eso qué tiene que ver con el Lobo? Podría referirse a cualquier cosa, podría dirigirse a mí. Podría ser que incluso Larry lo llevase antes de ir allí.

—Es posible. Pero no se trata del primer mensaje —descubrió Jones, pendiente de la reacción.

—¿Qué?

Scorpio se quedó de piedra. Comprobó que, efectivamente, la policía conocía datos que él ignoraba. Ocultó esa repentina y punzante percepción de inferioridad. Aguardó antes de sacar conclusiones precipitadas. Volvió a notar algunas gotas de sudor en la frente. Utilizó la toalla.

—Fue la noche en que asesinaron a Jay Taylor y presuntamente hirieron a Rafael. —Catherine miró de un modo significativo a su oyente—. Encontramos una pintada en la pared de la escena del crimen. La hicieron con espray. Era reciente. Alguien había escrito “Aúlla mientras puedas”. —Dejó una pausa durante la cual se dio cuenta de que el hombre no había tenido conocimiento del hecho hasta ese mismo instante—. Creo que es evidente, ¿no? Estoy... Estamos seguros de que ambos mensajes van dirigidos a la misma persona. Rafael.

—¿Te importa que fume? —preguntó Annibal. Ella negó con la cabeza. Había pedido su opinión por pura cortesía, pues ya tenía el cigarro en la mano. Lo encendió. Saboreó la primera calada con los ojos cerrados. Aún estaba procesando la información.

—Annibal, ¿atacó a Rafael ya una vez? —probó suerte Jones. No acostumbraban a utilizar ese nombre, sino su apellido. Si le respondía la verdad, podría hacerlo en otras cuestiones.

—¿Por qué me preguntas algo que ya sabes?

Sawyer se había encargado de dejar claras sus sospechas durante la primera visita. De no ser por esas conjeturas, habría resultado complejo asociar el segundo mensaje al primero, y el primero al Lobo. Le interesaba esa conversación incluso tras haberle arrancado la vida a Austen. Si era verdad que O’Quinn estaba detrás, todo conocimiento al respecto era poco. Y más teniendo en cuenta que irían a visitarle al día siguiente.

—Sí, esa noche le atacaron —reconoció Annibal. Lo sabían, no servía de nada fingir lo contrario.

—¿Tienes alguna idea de quién puede estar detrás?

—Esto ya se ha convertido en un interrogatorio. No has venido a eso —se cerró él. Expulsó con suavidad el humo por la boca, levantando un espectro entre ellos.

—Deberías tener en cuenta que, si hubiese sido por mis compañeros, no te habrías enterado de nada de esto. Así que no te vendría mal colaborar un poco en algo que además te interesa a ti —le recriminó Catherine.

—Ya no sabéis qué más hacer, ¿eh?

Scorpio dejó escapar una pequeña risotada. Después, sin previo aviso, se acercó hasta quedarse apenas a veinte centímetros de ella. Al momento se percató de lo incómoda que estaba, pudo leerlo en su expresión. Los ojos verdes de la detective vacilaron, pero no se apartó. Bien. La llevaría a su terreno.

—Dime, Jones. Si no querían que yo me enterara, ¿qué haces aquí conmigo?

Scorpio estaba tan cerca que Catherine podía incluso captar su olor. El ejercicio previo no lo convertía en desagradable. Al contrario. La mujer se dio cuenta del enorme peligro que entrañaba aquella situación. La inesperada acción le había disparado los nervios. Contuvo el aliento sin atreverse a realizar ningún movimiento. Quería apartarle de un empujón, pero no lo hizo. Tenía que fingir que todo iba bien, que no la intimidaba. Sabía que buscaba romper su tranquilidad.

Annibal se separó. Dibujó una sutil sonrisa inclinada a la derecha. Sacó otro cigarro de la cajetilla de Lucky Strike y lo encendió. La miró con indiferencia.

—Parece que no soy solo yo el que se niega a responder. Hay que predicar con el ejemplo, ¿no crees? —comentó Annibal. Ni siquiera la estaba mirando.

—No vuelvas a hacer eso —le advirtió Catherine. Hizo verdaderos esfuerzos por no dejarse llevar por la irritación. Casi los mismos que necesitó para controlar su respiración. Había endurecido el gesto.

—No vuelvas a tratarme como si fuera gilipollas —contraatacó él, más áspero—. ¿Crees que puedes llegar aquí y contarme esto para luego decirme que lo has hecho a espaldas de los otros? ¿Qué es, una especie de favor? No me hagas reír. Nadie hace favores gratis y menos la policía. ¿Qué esperabas, que iba a contarte todo lo que supiera? ¿O qué es lo que vas a pedirme? ¿De verdad sigues esperando que colabore?

—¿Has pensado que quizás te trato como lo que eres? —le espetó Jones, airada—. He venido a tu casa arriesgándome a que mis compañeros, contrarios a avisarte, me descubran. Y arriesgándome a ti. —Enfatizó—. No sabía ni cómo reaccionarías ni si estarías solo. Simplemente quería avisarte para que tuvieseis cuidado. Me parecía que era lo correcto. Estoy corriendo un riesgo que ni siquiera me corresponde para evitar una posible muerte y tú te comportas como un idiota. Quizás te vayan mejor las cosas cuando aprendas a ver más allá de tus narices.

La detective pensó que Sawyer había estado en lo cierto. No le entraba en la cabeza cómo había llegado a pensar que aquello era una buena idea. Se dijo que lo tenía merecido. Se levantó.

Scorpio podía contar con los dedos de una mano las personas que se atrevían a hablarle de la forma en que lo había hecho la policía. Estaba sorprendido. No podía decir que no tenía agallas, pretendía marcharse sin darle la oportunidad de responder. Una parte de él ansiaba enseñarle, por la vía fácil, que debía respetarle. Se contuvo. De nuevo, atacar a una agente de la ley no era la idea más adecuada. Y ella era la única que iba armada. Además, aunque reconocerlo abrasaba su amor propio, Jones tenía razón. La vida del Lobo era demasiado importante, incluso con Austen muerto. Le había proporcionado una información muy valiosa.

Se levantó y fue tras ella. La alcanzó enseguida.

—¿A dónde vas? —preguntó Annibal. De camino a la entrada había logrado controlar los impulsos. Era lo mejor para ambos.

—Creo que es evidente —soltó Catherine, seca. Le hizo sentir insegura una vez más. Nunca podía predecir a ciencia cierta cuál sería su siguiente movimiento. Sabía que era un hombre de escrúpulos casi inexistentes. No veía el momento de abandonar aquella casa.

Él se colocó delante de la puerta principal, cruzado de brazos. La detective tuvo que obligarse a mirarle a la cara. Esperaba que se diera por aludido y se quitara de en medio.

—Y no sé lo que te pensabas, pero no vuelvas a acercarte a mí de ese modo, Scorpio.

—No sé de qué hablas. —Había vuelto a adquirir ese tono altanero que había mantenido antes de que se torciera el diálogo. No pensaba disculparse.

—Lo sabes perfectamente.

—Yo no te veía muy por la labor de apartarte. Hasta podría decirse que te gustó —trató de provocarla Annibal. Era altivo en este ámbito porque sabía que podía serlo.

—Lo odié —se apresuró a responder Catherine. Él no era al único al que pretendía convencer.

—Seguro.

—¿Me permites? —le pidió Jones. No iba a seguirle el juego. Necesitaba marcharse de allí.

Annibal se apartó y le dejó vía libre. Catherine no tardó ni medio segundo en avanzar tan pronto vio que podía hacerlo. Fue tan simple como abrir la puerta, cruzarla y cerrarla. No se despidió.

Cuando se quedó solo, Scorpio no se movió. Suspiró. Al fin y al cabo, esa tía le había llevado información crucial de la que podría sacar partido, toda bajo su responsabilidad. Policía o no, tenía que reconocérselo. Abrió la puerta y vio cómo se alejaba a paso rápido.

—¡Eh, Jones! —la llamó. Ella se paró al escucharle. Giró la cabeza sin llegar a darse la vuelta—. Gracias.

Mantuvieron el contacto visual durante breves instantes. Después, el hombre desapareció tras el umbral.

Catherine reanudó la marcha. Abandonó el recinto. No sabía hasta qué punto la última palabra del narcotraficante había sido sincera, pero poco importaba. Bastaba.

Se avergonzaba de sí misma. Solo de recordar la insolente cercanía, sentía bochorno. No podía volver a permitir que ocurriera algo así.

Había aparcado el coche en una calle paralela, por precaución. Fue un alivio vislumbrarlo a lo lejos. Aceleró el paso. Cuando por fin se sentó al volante, se puso el cinturón. Durante los segundos siguientes no hizo otra cosa que procurar volver a un estado normal. Todavía notaba los nervios a flor de piel. Aunque su determinación había ido en contra de lo que opinaba su superior, creía que había actuado bien. No se arrepentía.

Encendió la radio.

Desde el mismo momento en el que regresara a la comisaría, seguiría trabajando con ahínco para resolver aquel caso. Y para que Scorpio terminara entre rejas.


FIN