Capítulo 22
Un aviso telefónico sirvió para que los agentes acudieran a la emergencia. Después avisaron a Wolfgang Sawyer.
El sargento subió a su coche y condujo hasta el lugar del crimen. Catherine Jones y Roger Rickman le acompañaban. Los tres viajaban juntos, la presencia de los detectives era indiscutible. El nombre y apellido que Sawyer había recibido por radio le indicó que había vuelto a suceder.
En cuanto llegaron a las inmediaciones del motel HK Empty Road, pensaron que la denominación del mismo era muy acertada. El conductor no estacionó el Mercedes en el triste aparcamiento, sino en el descampado terroso situado delante del edificio. Quedó apenas a unos metros de los tres coches patrulla que habían acudido antes. De momento, no había rastro del juez que ordenaría el levantamiento del cadáver ni de los encargados de recogerlo después. Pero el grupo forense parecía estar trabajando allí desde hacía un rato.
Los tres policías se apearon del vehículo gris metalizado del sargento y se aproximaron caminando al centro de la actividad. Aún no se dirigieron a las escaleras que subían al largo corredor. No faltaba el grupo de curiosos. En un lugar tan solitario, solo podían ser los demás inquilinos del motel. Roger frunció el ceño, sorprendido de que hubiese gente que reservara allí. Localizaron a un hombre de mediana edad ataviado con prendas que necesitaban un par de lavados. Hablaba con unos agentes, inquieto. Decidieron acercarse.
—Escuché un fuerte ruido en la zona de las habitaciones. Estaba seguro de que había sido un disparo. Salí corriendo de recepción hacia allí. —Omitió que su falta de valentía le había hecho no acudir de inmediato—. No tuve que buscar mucho. La única puerta que estaba abierta era la de… —Se espachurraba las manos, nervioso—. Estaba tirado en el suelo. Cuando llegué, ya estaba muerto. No había nadie más. ¡Hacía apenas un cuarto de hora le había dado la llave! —La voz del empleado se volvía aguda por momentos. Tan solo era otro infeliz que había presenciado algo para lo que no estaba preparado.
—Tranquilícese —le sugirió el sargento—. Quédese aquí con la detective Jones, le va a hacer unas preguntas. Cálmese y explíquele a ella lo ocurrido de la forma más precisa que pueda para que le tome nota. Cualquier detalle que recuerde, por insignificante que pueda parecer, coménteselo.
A Catherine siempre se le había dado bien el trato con los testigos. Les inspiraba confianza desde el principio, tal vez por el tono que empleaba al hablar o quizá por su lenguaje no verbal. La mayoría de las veces resultaba una ventaja para la consecución de sus objetivos.
Roger y el sargento empezaron a subir por las escaleras de aspecto pútrido, temiendo que en cualquier momento los tablones cedieran. Sabían a qué habitación debían ir: la única que recogía el movimiento de la policía científica. Habían acordonado la zona desde los laterales de la puerta hasta la barandilla oxidada del corredor. Sawyer y Rickman se agacharon para franquear la banda de plástico.
Ni el recepcionista ni sus compañeros les habían revelado muchos datos acerca del presunto cadáver, así que no sabían el verdadero estado del mismo. Al situarse bajo el marco, divisaron el cuerpo. La luz amarillenta de la habitación contrastaba con la creciente oscuridad exterior, aun cuando varias farolas lamentables iluminaban el entorno del motel. Los flashes de las cámaras creaban juegos de luces y sombras. Se acercaron. No pretendían entorpecer a sus compañeros, pero necesitaban ver al muerto y confirmar su identidad.
Aún no se había enfriado.
Debían tener mucho cuidado para no contaminar la escena del crimen. Con la cantidad de sangre que rodeaba al hombre sin vida, era fácil pisarla. No necesitaban huellas falsas.
Era fácil divisar el agujero que atravesaba su pecho. Con toda seguridad habría un proyectil alojado en su interior. Quedaba bien poco del color verde oscuro del polo: la sangre teñía el tejido. Confirmaron que aquel rostro blancuzco pertenecía a Larry Greenwich. Otro asesinato perteneciente a la “Cadena del Trece”. Era así como habían bautizado al conjunto de las escabrosas muertes. Hasta esa tarde, el último que había protagonizado la lista que habían elaborado fue Jay Taylor. El artefacto clavado en la frente de Greenwich le encasillaba dentro de la teoría.
Wolfgang pensó que el asesino había bajado el listón al terminar con Greenwich. Recordaba muy bien que, en la anterior ocasión, el Lobo casi acaba siendo un nombre más de aquel siniestro catálogo. ¿Qué había cambiado? No mucho, en realidad. El nuevo cadáver también había formado parte del círculo cercano al jefe. Pero eso solo corroboraba lo que ya sabían. El gran interrogante continuaba. Desconocían la autoría.
—Otro lacayo de Scorpio —dijo Sawyer sin emoción alguna.
—Qué novedad.
Por supuesto que Roger también le conocía. Después de haber leído y releído informes con fotografías y detalles, como para no hacerlo. No sentía ningún tipo de lástima por ese desgraciado que yacía muerto a sus pies.
—¿Qué cojones hacía él aquí solo? —continuó el detective.
—Podría haber estado haciendo mil cosas y, probablemente, ninguna de ellas buena. Por el momento no hay evidencias de que viniese con ninguna mujer. Y parece que los testigos tampoco escucharon nada que la situara en esta habitación. Además, el asesino no la habría dejado escapar. Greenwich estaba solo cuando lo mataron.
—Tampoco se defendió. No hay ningún arma a la vista, ni ningún objeto que pudiera haber usado para agredir. Tampoco signos de violencia, además de los evidentes —expuso Roger mientras miraba en derredor. Había presenciado tantos escenarios mortales que muchas veces no le resultaba difícil hilar las pruebas a simple vista—. Habrá que esperar a ver si los forenses encuentran algún tejido bajo las uñas.
—Parece que no esperaba el ataque. El autor tampoco se demoró, le mató nada más que Greenwich entrara en la habitación. El cadáver está muy cerca de la puerta y, por la orientación, no creo que estuviera saliendo —dedujo Sawyer.
—Si hubiese esperado a que entrase más, el disparo no se habría escuchado tanto. Pero qué se yo, si estas paredes parecen papel de fumar.
—El asesino tenía un objetivo muy claro, que era acabar con este tipo. Cuanto antes mejor —supuso Wolfgang—. Sin embargo, el procedimiento ha cambiado. No eran dos los que estaban aquí cuando se ha producido la muerte. Y, en principio, no hay pruebas de que hubiese otro más, como ocurrió en el caso de Rafael. Y teniendo en cuenta que estaba solo...
—Tenemos que verificarlo.
—Así es mientras no tengamos más información —insistió el sargento—. Pero podemos esperarnos cualquier cosa. Voy a decirle algo. Esta gente tiene el dinero suficiente como para permitirse algo mejor que un motel baratucho y sucio. Tienen casas grandes, buenos coches. Si el encuentro hubiese sido con alguna amante, le digo yo que habría reservado la habitación de un Hilton. Como mínimo. No, dudo mucho que estuviese aquí por un encuentro amoroso.
—Pero, aunque no veamos indicios de compañía, creo que sí había tenido pensado un encuentro de otro tipo. Si se llegó a dar, no lo sabemos.
—Claro. ¿Qué iba a hacer este hombre aquí si no? Pongamos que, por lo que sea, necesitase pasar una noche fuera de casa sin compañía. Este es el último lugar al que acudiría.
—Negocios.
Demasiado obvio.
—Es la teoría con más peso —le apoyó Sawyer—. Hay pocos sitios mejores que este para evitar preguntas incómodas ante una actitud sospechosa. Si pudiéramos saber con exactitud cuáles eran las intenciones y, llegado el caso, con quién, podríamos estar más cerca de resolver todo esto. ¿Pretendía reunirse con el que terminó siendo su asesino?
—¿Está diciendo que tanto Scorpio como sus hombres conocen al homicida y no lo saben?
—Solo estoy suponiendo, como llevamos haciendo desde que aparecieron los dos primeros cadáveres en aquel callejón. Si de verdad se encontró con quien le mató, lógicamente no conocería su verdadera identidad. De otro modo, habría sido un suicidio. No son tan estúpidos. Otra posibilidad que se me ocurre es que el autor supiera que iba a venir aquí y llegase antes.
—Entonces el asesino conoce los movimientos de estos tipos —consideró Rickman.
—Si fue así, la persona que debía acudir al encuentro debería aparecer por aquí.
—No si nos ha visto. Incluso si estuviésemos aquí por algo que no tuviera nada que ver con Greenwich, no se arriesgaría a encontrarse con la policía. Vamos, digo yo. —Roger miraba el cadáver como si de un momento a otro fuese a darles la pista que tanto necesitaban.
—Sargento —les interrumpió uno de los de la científica—, ya tenemos los primeros datos. El disparo parece haberse producido a media distancia. Ni tan cerca como para que se considere a quemarropa ni tan lejos como para que la bala hubiese perdido cierta fuerza. Seguramente fue desde la distancia de la propia habitación. Arma corta, bajo calibre. Cuando extraigamos la bala podremos tener más información al respecto. Y clavaron esto en la cabeza del muerto, creemos que post mortem. —Mostró una bolsita hermética, dentro de la cual se podía ver la estrella afilada con el célebre número grabado—. No podemos adelantar mucho más, tendremos que esperar a la autopsia. Trataremos de hacerla rápido, así como el estudio del arma blanca y demás cosas que podamos llevarnos de aquí.
—Perdone, ¿ha dicho que la estrella fue clavada cuando ya estaba muerto? —repitió Sawyer. Algo había hecho clic en su mente.
—Tenemos que comprobarlo, pero lo puedo afirmar casi con toda seguridad. A juzgar por el aspecto de la zona alrededor de la herida, la pincharon en la cabeza con un ángulo y una fuerza que es imposible que sea la misma que si la hubieran arrojado. Es una punzada limpia, seguramente la víctima ya estaba inmóvil en el momento del impacto. Y apenas está hundida.
—Interesante —murmuró Sawyer. Se pinzó la barbilla con el dedo índice y pulgar de la mano derecha, pensativo—. Muchas gracias. No olviden enviarme una copia del informe forense a mi despacho.
Después se despidió de ellos con la cortesía habitual e hizo un gesto con la mano a Rickman para que le siguiera. Salieron de la habitación y recorrieron el extenso pasillo hasta llegar a un punto intermedio entre la ciento diecisiete y las escaleras. Allí no tenían mucho más que hacer, el trabajo que quedaba ya estaba en manos de los especialistas.
—Al tío le estará siendo tan fácil cargarse a esta gente que se habrá aburrido. No le habrá merecido la pena tirarla y la habrá dejado clavada —rio Roger.
—A lo mejor no deberíamos referirnos al asesino, sino a los asesinos.
La mente del sargento trabajaba a velocidades desorbitadas. Por lo que había visto hasta el momento, si por algo se caracterizaba la metodología era por ser la misma siempre, de una manera u otra. No se repetía velocidad de lanzamiento de la estrella metálica. No se repetía doble asesinato, o al menos su intento. No sabía hasta qué punto eso era bueno o malo. Desde luego, añadir azar no les beneficiaba en absoluto.
—Joder. —La desgana de Roger camufló al asombro—. ¿Y si de verdad estamos ante una guerra de bandas? —Le empezó a doler la cabeza. El caso se iba enredando cada vez más.
—Scorpio parecía no saber quién estaba acabando con los suyos —recordó Sawyer.
—Pero Scorpio puede mentir.
Wolfgang se quedó mirando al detective mientras valoraba toda la información. En su momento había estado convencido de que, por una vez, Annibal había dicho la verdad. Por lo menos en cuanto a su falta de información. Y todavía le seguía creyendo. ¿Le seguía creyendo?
No quería perder más tiempo en medio de ninguna parte. Los dos hombres bajaron las escaleras endebles para reunirse con su compañera. Catherine aún permanecía con el extraño recepcionista. Su conversación también parecía estar llegando al final. Sawyer esperaba que el tipo hubiese visto u oído algo que les ayudara a salir de ese vórtice de incertidumbre.
—Me ha dicho lo mismo que al principio. Creo que su testimonio no puede ayudarnos. Básicamente escuchó el disparo, salió hacia las habitaciones y vio el cadáver. Nada más. Ha comentado que nos llamó cuando asimiló que había un muerto en el motel. Según cuenta, luego no percibió nada fuera de lo común, tan solo que los pocos huéspedes se asomaron para ver qué había pasado. Son los que vimos nosotros al llegar. Le pregunté si había escuchado algún motor cerca que pudiera indicar que el culpable estaba huyendo, pero nada. No escuchó nada. Es como si el asesino se hubiese esfumado en el aire —les informó Jones. Se encogió de hombros y cruzó los brazos—. ¿Qué tal ahí arriba? ¿Se confirma que es Larry Greenwich?
—Buff, si yo te contara —resopló Roger.
—Sí, se trata de él. Ya tenemos otro para añadir a nuestro expediente particular —confirmó Sawyer. Estaba cansado y con la cabeza aturullada—. Le daremos los detalles en el coche. Seguro que le encantará oírlos.
—¿Nos vamos ya a la comisaría? ¿No deberíamos quedarnos por si el presunto autor está deambulando por aquí? —se preocupó la mujer.
—Ya se quedan ellos, todavía no han terminado. —El sargento señaló a los demás agentes que continuaban trabajando en el esclarecimiento de los hechos—. Además, casi ha pasado una hora de la muerte. Lo más probable es que el tipo esté ya lejos de aquí. Y no vamos a comisaría.
—¿No? —se extrañó Rickman. Giró el cuello para mirar a su superior antes de montar en la parte trasera del vehículo plateado.
—Vamos a ir a ver a un viejo amigo —anunció Sawyer.
—¿Otra vez? —bufó el detective.
—Otra vez —insistió Wolfgang.
—¿A estas horas? —Roger miró su reloj de muñeca. Las diez y diez de la noche. Se acomodó en el asiento tras cerrar la puerta y se abrochó el cinturón de seguridad. La placa, colgada al cuello por medio de una elegante y larga cadena, se balanceó.
—No veo por qué no —contestó Wolfgang. Ya estaba poniendo en marcha el Mercedes.
—Podría haber salido, es viernes —señaló la detective.
Jones no tenía muchas ganas de encontrarse de nuevo con ese criminal después de lo que había ocurrido en su domicilio. Al parecer, no serviría de nada rebatir.
—Si ha salido, esperaremos. Creo que es bueno que sepa lo que ha ocurrido hoy.