Capítulo 4

—Siéntense, por favor —indicó el sargento Sawyer acompañándose de un gesto con la mano derecha. En frente de la mesa de su despacho había dos sillas vacías. Las ocuparían los detectives Roger Rickman y Catherine Jones. Les había convocado allí para hablar del hallazgo del día anterior. Hasta ese momento no había podido tratar el asunto, tal era el volumen de trabajo de Wolfgang.

Ambos policías obedecieron. Sawyer permanecía sentado e inclinado ligeramente hacia delante. Tenía los codos apoyados en la mesa y los dedos entrelazados. Su semblante era serio.

—Como era de esperar, el arma arrojadiza no presenta huellas de ningún tipo —explicó el sargento. Tenía las ideas en la cabeza, lo único que debía hacer era encontrarles forma y orden—. ¿Se sabe algo de balística?

—Por ahora, la única información que tenemos es que todos los casquillos encontrados cerca de los cadáveres pertenecen a la misma arma. Creen que es de alguna de las pistolas de los muertos. Seguramente del más joven, puesto que estaban más cerca de él. No afirmarán nada hasta que hagan la prueba con las pistolas. Tampoco cuentan con las balas del interior de los cuerpos todavía. No hay mucho más —informó Roger. Habló con la misma formalidad. Se pasó la mano derecha sobre el pelo corto y castaño.

—Lo de la estrella arrojadiza todavía me tiene desconcertada —apuntó Jones—. No es una manera habitual de matar, al menos aquí. Que no haya huellas en ella reafirma nuestra teoría de que el autor de las muertes quería dejarla ahí a propósito. Quería que se encontrara.

—¿Y el número? El trece —preguntó Roger. Él no había visto el arma, pero estaba informado.

—No lo sé —admitió Catherine—. No sé qué clase de significado tiene o le quiere dar el asesino. Pero veo muy probable que quiera dejarnos un mensaje.

—¿A nosotros o a su jefe? —preguntó Rickman. Se le formó una arruga en el entrecejo.

—¿A Scorpio? —intervino Sawyer—. ¿Qué le hace pensar que esto tiene que ver con él?

—El otro no sé, pero todos sabemos que Carlo Saunders trabajaba para él —continuó Roger.

—Aunque parezca increíble, es posible que haya gente que no sepa ese detalle —dijo Jones, sarcástica.

—Bueno, es cierto que estos asesinatos podrían no haber tenido nada que ver con Scorpio. Podrían haberse metido en problemas por su cuenta. Tenemos que considerar todas las posibilidades —apuntó el sargento—. Pero sabemos de quiénes estamos hablando. La probabilidad de que las muertes estén relacionadas con asuntos turbios es alta.

—Vamos, que ya está tocando los cojones —soltó el detective.

—Básicamente —le apoyó Wolfgang.

—No nos debería sorprender que él esté involucrado —prosiguió Roger.

—¿Involucrado? ¿Annibal? —preguntó Catherine—. Es muchas cosas, pero ¿de verdad piensas que va a matar a su propia gente?

—En persona, lo dudo. En todo caso enviaría a alguien —contestó Rickman.

—¿Y qué gana matando a sus propios hombres? Quiero decir, sé que no podemos descartar nada todavía, pero hay cosas que caen por su propio peso —continuó la mujer.

—Ese tío le pega una patada a una piedra y ya tiene sustitutos para los muertos. Además, es perfectamente capaz de ordenar quitar del medio a alguien que ya no le hace falta. O incluso que le hubiese traicionado —argumentó Roger.

—Creo que no iríamos por el buen camino si nos centramos en investigar a Scorpio si nada apunta a él, en eso estoy de acuerdo con la detective —opinó Sawyer—. Por una vez pienso que podría no estar detrás. No descartaremos tenerle en cuenta, aunque sea a modo de afectado. Además, la estrella no es un arma que se haya asociado nunca con su banda. Esto es la primera vez que ocurre.

—Siempre hay una primera vez para todo —comentó Roger con las cejar arqueadas. Le resultaba difícil ocultar que no era un tipo de su agrado. Los ojos de color marrón claro le delataban.

—Hay veces que esa rabia que tienes cuando se trata de él lo único que hace es taparte los ojos. Hay que ser más neutral —le recomendó Jones. Consideraba que era un comportamiento infantil.

—Soy muy neutral. Estoy diciendo que en ocasiones nada es lo que parece y no podemos quitarle del punto de mira solo por nuestros criterios, sin tener más pruebas —se defendió el detective.

—Lo que veo más probable, tal y como ya se ha dicho, es que se trate de algún ajuste de cuentas. Si esa gente no ha hecho nada nuevo para propiciarlo, seguramente sea por algún acto del pasado. O alguien ha sido lo suficientemente valiente como para plantarles cara. Candidatos sospechosos no faltan. Nuestra función es averiguar quién pudo tener motivos reales para hacerlo. Da igual quiénes hayan sido los muertos, sigue siendo un asesinato.

Las palabras de Wolfgang eran sensatas, algo común en él. Se trataba de un hombre serio, cuadriculado, milimétrico en su trabajo. Le caracterizaba la calma y reflexión a la hora de hacer las cosas, procurando no recurrir a decisiones precipitadas. Y conocía a Scorpio desde hacía mucho tiempo, incluso antes de que llegase a ser quien era en la actualidad. Sabía la forma de proceder de su entorno. Pero, como bien había afirmado, no podían ignorar nada. Lo inusual de aquella situación, se dijo una vez más, eran las identidades de las víctimas. Y si se trataba de una guerra entre bandas, de la cual no tendrían conocimiento, el otro bando tenía todas las papeletas de perder. Ya eran muchos años.

Annibal Scorpio era célebre por las actividades ilícitas con las que movía fortunas. Su fama destacaba entre los del gremio y, por supuesto, entre la policía que investigaba tales delitos. Al final, nunca quedaba nada que pudiese incriminarle. Su nombre aparecía en incontables informes, siempre inmaculado. Sin embargo, era el responsable final de gran parte del tráfico de cocaína en la Costa Este de Estados Unidos. Se sabía que tenía contactos en Colombia. También podía facilitar parte de la entrada de droga en Europa mediante enlaces españoles en Galicia. Con todo, se centraba en Norteamérica. Sawyer pensaba que empleaba un porcentaje del dinero que ganaba en comprar los favores de diversos miembros de la policía, en diferentes escalas y cuerpos. También de gente relacionada con la justicia. Entre esos y los que trabajaban para él, la inmunidad del hombre explicaba gran parte de su poder.

El sargento siempre había trabajado muy duro para hacer algo al respecto. Pero siempre se quedaba en intentos infructuosos de bajarle de ese trono de dinero negro.

La policía desconocía, no obstante, los negocios también ilegales de armas en los que Scorpio participaba. Nunca podían seguir bien la pista a las incautadas cada vez que, de forma esporádica, detenían a algún hombre que podía trabajar para él. Eran armas sin marcar, a veces conseguidas por ellos mismos y otras vendidas por su jefe. Esta falta de información hacía que no pudiesen continuar por ese tipo de líneas de investigación. Pero lo que Sawyer sí sabía era que Scorpio había pasado dos años en la cárcel en el pasado, y confiaba en que se podía volver a conseguir. Pero había sido hacía bastante tiempo y, por aquel entonces, Annibal no disfrutaba de esa coraza casi blindada que ahora le protegía.

Wolfgang ahuyentó esos pensamientos, podían desviarle del caso que ahora tenían entre manos.

—Lo que sea —comentó Roger, casi para sí mismo. Se moría de ganas de que surgiese algo, lo que fuera, que pudiese señalar en dirección al narcotraficante. Pero debía reconocer que lo más probable era que no estuviese involucrado en las nuevas muertes.

—También es posible que no sepa nada de lo que ocurrió ayer —prosiguió Sawyer.

—Bueno, tal y como se propagan las noticias, veo más bien lo contrario —apuntó Jones—. Pero sería curioso ver su reacción. Nos ayudaría a aclarar unas cuantas cosas.

—Es algo con lo que obviamente no podemos contar —dijo Rickman.

—Por el momento, acercarnos a él no es una opción —terció el sargento—. Vuelvo a lo de antes. Hay más vida más allá de esa organización. Pudo ser un crimen ajeno a ella. Es gente que anda siempre metida en problemas. Y, por ahora, no tenemos mucha información de la que tirar. Tenemos que esperar al resto de pruebas forenses, a ver si arrojan algo de luz al caso.

—De todas maneras, si no son unos asesinatos que en principio estén relacionados con drogas o crimen organizado, ¿por qué no se encargan los de Homicidios? —quiso saber Roger. Consideraba que ya tenían demasiado trabajo acumulado como para añadir más que podría no ser de su campo.

—Porque, aunque no podamos esclarecer nada todavía, son potencialmente posibles de relacionar…

—Aunque luego no tendrán nada que ver —interrumpió Roger.

—Nuestra función es averiguarlo.

Acto seguido, los tres policías abandonaron esa conversación para abordar otras relacionadas con el resto de los expedientes en los que trabajaban. Con tanto jaleo en la comisaría, eran escasos los huecos que podían encontrar para ponerse al día. Aunque ya no daba tiempo a mucho más. La jornada laboral de cada uno estaba a punto de terminar.

De repente, se escuchó la puerta del despacho de Sawyer. Alguien la había golpeado con los nudillos. Había pedido permiso para entrar.

—Buenas tardes, sargento —saludó una policía joven. No se adentró más allá del umbral—. Asesinatos. Solicitan su presencia.

Roger resopló de un modo inaudible. Nunca tendrían demasiado trabajo, siempre quedaría hueco para más. Catherine miraba con atención a la portadora de la noticia.

—¿Están ocupados en Homicidios? —preguntó Wolfgang.

—Los agentes que se encuentran allí han solicitado a su unidad en concreto.

Sawyer miró la hora en el reloj de pared del despacho. Le confirmaba lo cerca que estaba de acabar el turno. Si acudía a esa llamada, saldría bastante más tarde. Formaba parte de su trabajo.

—Está bien. Jones, Rickman, vengan conmigo. Avisaremos a un par más. ¿A qué dirección tenemos que dirigirnos?

—No me lo han dicho. Un coche patrulla les estará esperando abajo y les guiará al lugar en concreto.

Wolfgang conducía y Catherine Jones estaba sentada en el asiento del copiloto. Al final solo habían avisado a un policía más, que iba en otro vehículo con Roger. Ambos coches seguían al de patrulla, que les abría camino. Durante el trayecto, Sawyer y Jones se preguntaron con qué clase de suceso se enfrentarían en esta ocasión. La mujer se había detenido un par de minutos antes de salir para hacerse con dos vasos de plástico con café. Ya eran muchas horas. El sargento bebía cuando el tráfico y las condiciones se lo permitían, no le gustaba desviar la atención.

Tardaron unos veinticinco minutos en llegar.

Lo primero que vieron los policías fue el color rosa brillante de los neones. Estos bordeaban el nombre del local adonde les habían guiado, Siete Lunas, al lado de la silueta sugerente de una mujer formada por el mismo material fluorescente. Se trataba de un prostíbulo.

Roger y el otro agente se reunieron con ellos, se adentraron por la puerta y traspasaron la zona estrictamente acordonada. Una vez dentro, encontraron las luces encendidas en su totalidad, situación que debía de ser poco frecuente en aquel local. El panorama era familiar: objetos tales como sillas y vasos esparcidos por el suelo y testigos entrevistándose con los correspondientes agentes. Las caras de los interrogados eran una muestra fehaciente de miedo y desconcierto. Y, por supuesto, los cuerpos. La sangre decoraba el suelo y a simple vista se podían observar huellas rojizas por haberla pisado.

El caos posterior a la muerte.

—Buenas noches, Sawyer —le saludó un policía en el momento en el que le localizó tanto a él como al resto de acompañantes. Una evidencia más de lo tarde que era. Pero nadie pensaba en la hora.

—Buenas noches, Hamby. ¿Qué tenemos? —preguntó Wolfgang, cordial. Tras mirar a su compañero, barrió los alrededores con un vistazo rápido.

—Cuatro cadáveres. Vengan conmigo —respondió James Hamby, sargento del Departamento de Prostitución. Tan solo fueron necesarios unos pocos pasos—. Tres hombres y una mujer.

Sawyer y los suyos se dispusieron a contemplar lo que tenían delante. Efectivamente, ese era el número de cuerpos sin vida que yacían a sus pies. La mujer parecía joven. Era rubia y, a juzgar por su aspecto y por la poca ropa que vestía, sería una de las chicas que trabajaban en el local. Según lo que podían vislumbrar sin inspeccionarla más a fondo, tenía dos disparos: uno en el pecho y otro casi en el cuello. El charco sanguinolento a su alrededor completaba la macabra composición. Tumbada boca arriba, sus largas pestañas eran el broche de unos ojos cerrados.

El siguiente cadáver que vieron fue el de un hombre que también permanecía en el suelo. Sin embargo, a diferencia de la pobre muchacha, él guardaba una silla debajo. Parecía que los impactos de bala de su cabeza y torso le habían impulsado hacia detrás. Su traje oscuro estaba empapado de sangre, visible a pesar del color negro de la tela. Y, aunque el sargento Sawyer no fue capaz de reconocerle, el rostro de ese hombre le resultaba familiar. Estaba seguro de haberle visto antes.

Contempló otro de los muertos. También decoraba el suelo. La silla permanecía en su sitio esta vez. Una ráfaga de disparos era la aparente causa de la muerte. Sus ojos habían quedado abiertos. Tenía la expresión de haberse encontrado cara a cara con el final de su vida. Más sangre. Su indumentaria se repetía: un traje elegante. Ahora el rostro no le decía nada a Sawyer.

El último cadáver yacía en otra de las sillas y se encontraba inclinado hacia delante. Estaba apoyado en la mesa mediante el pecho, los hombros y la frente. Wolfgang entornó los ojos, enfocándolos en un punto. Un artilugio metálico y reluciente atravesaba la nuca del tipo. Ya lo había visto antes, el día anterior para ser exactos. Una estrella arrojadiza. El número trece de su centro brillaba casi con luz propia.

—¿Es lo que creo que es? —pregunto Jones mientras se acercaba a su superior. Como no podía ser de otro modo, el detalle no le pasó desapercibido. El matiz macabro de la escena se intensificó.

—Eso parece —contestó Sawyer.

Entonces tuvo una corazonada. Se acercó a ese mismo cadáver. Se colocó los guantes de látex que llevaba en el bolsillo de su gabardina. Separó la cabeza de la mesa lo justo como para verle la cara. Resopló. Tras unos segundos, con cuidado volvió a situar al hombre fallecido en la posición inicial. Se giró hacia los tres policías de su unidad. Levantó las cejas y apretó los labios durante un breve instante.

—Harold Klein. ¿Alguno de ustedes le conoce? —prosiguió.

Los dos detectives asintieron con la cabeza. El otro policía no respondió.

—Klein se dedicaba al narcotráfico —apuntó Jones.

—Recuerdo su cara perfectamente. Estaba involucrado en un par de casos que investigamos. Se libró, por supuesto —intervino Rickman casi con amargura.

—Parece que esta vez no corrió la misma suerte —dijo la mujer.

Sawyer se encontraba desconcertado. ¿Cómo estaba siendo posible aquello? No habían transcurrido ni cuarenta y ocho horas. Fue a hablar de nuevo, pero le interrumpieron antes.

—Irina fue una de las testigos —reveló el sargento Hamby. Se había acercado a su posición sin que su colega apenas se percatara de ello. Caminaba junto a una joven de cabello oscuro e iris muy claros. No parecía estadounidense, al igual que parte de las demás mujeres que hacían negocio allí—. Cuéntele lo que vio.

—Ya he contado lo que sé —dijo Irina. Estaba asustada. Cubierta por un gran fular, intentaba disimular que la ropa que vestía era escasa.

—No pasará nada si lo cuenta otra vez —insistió Hamby.

La joven se acurrucó contra sí misma. Era difícil concretar si lo hacía por el frío o por los nervios. Miró al suelo antes de fijar la vista en ellos.

—Yo estaba ahí encima. —Con el índice derecho señaló una plataforma situada a una altura superior al nivel del suelo; esta contaba con una pulida barra metálica que llegaba hasta el techo desde el centro, a modo de cilindro—. Estaba bailando. No recuerdo mucho, estaba oscuro. Ya saben, el show. Solo pocas luces y humo para bailar. La música estaba alta, como siempre. No pude ver casi nada, la verdad.

—Pero ¿qué vio, Irina? —insistió Sawyer, algo impaciente. La descripción de la chica no servía de nada por el momento. Quería más.

—No mucho —repitió ella. Apretujaba las manos juntas con cierto desasosiego.

—La mesa de los cadáveres está bastante cerca de la plataforma en la que usted bailaba. Algo tendría que ver desde ahí arriba —comentó Roger.

—Veo casi todo el salón desde ahí, no solo miro a los que están al lado —se excusó la chica.

—Irina, me ha contado esto a mí hace unos minutos. Entiendo que sea difícil para usted, pero solo tiene que repetirlo. Es importante —la animó Hamby, armándose de paciencia. Tenía más trabajo, pero quería comprobar que mantenía la misma versión.

—Empecé a escuchar disparos —reanudó la joven tras coger aire—. Se formó un alboroto, no sabíamos quién disparaba ni de dónde. La gente se escondía debajo de las mesas o donde podían. Yo bajé corriendo. Solo vi cómo esos caían por los disparos. —Señaló a las víctimas—. Y me escondí también. El tiroteo terminó al poco rato. Solo se escuchaban gritos entre la música. No sé nada más.

—Muy bien. Si recuerda algo nuevo, por favor, háganoslo saber —dijo Wolfgang. Anotó en su memoria los datos que creyó más relevantes. Ya le entregarían los demás después en el informe correspondiente. Se lamentó de la poca información que podía proporcionarles la chica.

—Gracias, puede retirarse —le permitió Hamby a la testigo. No fue necesario repetírselo. Irina estaba deseando tener su propio espacio para poder empezar a asimilar lo ocurrido—. Estamos interrogando a los que nos es posible por el momento. No he escuchado todos los testimonios, claro, pero coinciden en que no saben la procedencia de los disparos ni en qué momento exacto comenzaron.

—Los muertos nos dirán desde dónde les dispararon —dijo Roger. La curiosidad y el deseo de saber más también hacían mella en él.

—Recrearemos los crímenes con la información que vayamos recabando y averiguaremos lo que ha sucedido aquí —le respaldó Hamby. Se dio la vuelta y se fue. El policía que había viajado con Roger en el coche se marchó con él a petición del propio Hamby.

—Harold Klein también trabajaba para Scorpio —comentó Jones cuando los otros dos hombres se hubieron alejado lo suficiente. No quería compartir sus suposiciones con todo el mundo. Al menos de momento.

—Ya lo sé. Y es precisamente él quien ha muerto de la misma forma. Había más gente en el local y el asesino ha repetido patrón, tanto en identidad como en el modo de matarle —razonó el sargento.

—¿Se sabe quiénes son los que estaban sentados con él? También hubo gente que se pudo marchar corriendo al producirse el tiroteo. A lo mejor la estrella acabó en este tipo sin que fuese esa la intención —añadió Jones. No estaba del todo convencida.

—No he terminado de reconocer a los demás, quizás también estén relacionados con la organización. No lo sé —admitió Sawyer.

—Incluso el mismo Scorpio pudo estar aquí y haber salido huyendo en cuanto comenzaron a disparar —propuso Roger. Se adivinó mofa en su tono.

—No podemos saberlo por ahora. Lo que sí es seguro es que en muy poco tiempo tenemos el mismo modus operandi. Intuyo que el ataque fue cuidadosamente planificado y que, una vez más, el asesino sabía muy bien contra quién estaba disparando. E incluso me aventuro a asegurar que ha puesto la estrella arrojadiza en el lugar preciso en el que quería ponerla —continuó Wolfgang. Pero sus propias intuiciones le resultaban vanas si no se hacían con más datos que les llevara a avanzar.

—Si Scorpio estuvo aquí, desde luego no estaba en la mesa de esta gente. No hay sillas de más. Además, lo lógico es que el ataque se hubiese producido contra él. Es quien lidera a estos hombres. ¿Qué sentido tendría matar a quienes ocupan rangos inferiores pudiendo acabar con el jefe? —le rebatió Jones a Roger.

—Puede que estuviera en una mesa cercana, no tienen por qué sentarse todos juntos. Y, si Scorpio escapa, mejor matar a alguien de los suyos que dejar que todos se libren —razonó Rickman.

—O quizá no está en todos los sitios a la vez, como llevas sugiriendo todo el día —contestó ella.

—A lo mejor la que no quiere verlo eres tú, que evitas pensar que pudiera estar involucrado —atacó Roger. Fruncía el entrecejo al mirarla.

—¿Y qué gano yo con eso? Te recuerdo que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario —apuntó Jones. No quería entrar en el juego que estaba iniciando su compañero, pero notó el calor arrebolarse en sus mejillas. Roger era especialista en darle la vuelta a las situaciones.

—¿Inocente? —bufó el detective—. Ese gilipollas no es inocente.

—Aún no hemos demostrado lo contrario —reiteró ella.

—Céntrense, por favor. Esto no es una guardería —intercedió Sawyer. Puso los ojos en blanco tras presenciar la escena que consideraba infantil.

—Creo que, una vez más, el ajuste de cuentas es el motivo que puede encontrarse detrás de esto —dijo la mujer tras suspirar. Fue una llamada a la paciencia. Volvió a echar un vistazo rápido a su alrededor con los brazos cruzados.

—Hay que admitir que hay que tenerlos muy bien puestos para iniciar una guerra con la banda de Scorpio —apuntó Roger. También decidió que era mejor continuar por otros derroteros.

—Quizás no empieza ahora —contestó Catherine.

—Lo sabríamos.

—O no. Deberíamos saber muchas cosas y no las sabemos. Por eso este tipo de gente aún está en la calle —prosiguió ella. Era demasiado fácil regresar a una discusión con su compañero. Y eran tantas las hipótesis, que dejarse algo en el tintero suponía ir por detrás del asesino. Era lo que en apariencia ocurría.

—Jones tiene razón. Si hay algo que se nos escapa, eso siempre será una ventaja para ellos. Para que el asesino o asesinos salgan impunes y para que los otros puedan planear sus represalias. Me cuesta pensar que Scorpio y sus hombres se quedarán de brazos cruzados ante lo que les está viniendo encima. Cada segundo que perdemos nosotros, lo ganan ellos —explicó Sawyer.

—¿Alguna idea nueva de quién puede estar detrás? —quiso saber Roger. Tres cabezas siempre pensaban mejor que una, en especial si no se detenían en discusiones que les estancaban.

—Este hombre tiene tantos aliados como enemigos pueda dejar por el camino. Investigaremos cada pista, cada detalle que nos parezca relevante. Cualquier cosa que nos dé algún indicio. Empezaremos por localizar tiendas que puedan vender armas arrojadizas. Por supuesto, cabe la posibilidad de que se hayan importado o incluso, más probable aún, adquirido en el mercado negro —expuso el sargento. Necesitaba poner en orden sus ideas.

—Hasta el momento, este tipo de criminales no son tan imbéciles como para adquirir sus armas dejando un rastro de purpurina por detrás —recordó el detective Rickman.

—Ya contábamos con ello —dijo Wolfgang—. Pero debemos hacerlo. Habrá que empezar por algún sitio. Cuando tengamos los testimonios de todos los testigos, construiremos la línea de los sucesos que hoy tuvieron lugar aquí. A diferencia de ayer, al menos tenemos gente que lo presenció.

Para los tres policías era como si los primeros cuerpos se hubiesen encontrado días atrás y no esa misma mañana. El día estaba siendo tremendamente largo.

—Y prepárense. Me temo que pronto nos avisarán de que ha habido otro crimen similar. No creo que el asesino se contente con quitar del medio a tipos que ni siquiera formaban parte del círculo más cercano de Scorpio. Demasiadas molestias en dos armas fuera de lo común para hombres que podría decirse que no son nadie. Con los disparos habría bastado, no habría hecho falta añadir la guinda. ¿No les parece?

Wolfgang Sawyer sentía haber caído dentro de la piel de un pintor. Veía un enorme lienzo disponible delante de él. Vacío, en blanco. Contaba con las herramientas necesarias para comenzar a trabajar, así como con una ligera idea de cuáles quería que fueran los trazos. Pero no sabía por dónde empezar el dibujo.