Capítulo 11

La taza de café humeaba encima de la mesa del despacho de Sawyer. Eran las ocho de la mañana del jueves. El sargento no necesitaba cafeína para despejarse, la tomaba por pura rutina. Y para hacer tiempo. La temperatura de aquel líquido de aroma apetecible se asemejaba a la de un volcán.

Desde su silla, miraba el sobre blanco. Contenía el informe de todo cuanto se pudo obtener de la escena del crimen el sábado anterior. Wolfgang entendía que aquel no era el único caso, que los de la científica y del laboratorio debían de estar hasta arriba de trabajo, pero le habían entregado la documentación cinco días después. Bajo su punto de vista, era demasiado tiempo. Y suerte que no habían recibido otro aviso relacionado. De haber sido así, la tarea se habría acumulado. No podían permitírselo. Con todo, los días anteriores se habían centrado en otros asuntos y casi agradecía poder enfocar sus ideas a algo diferente.

Tocó la taza azul con la yema de los dedos. Comprobó que aún ardía.

Tras unos golpes en la puerta, aparecieron Catherine y Roger. Entraban juntos. Seguían esa costumbre desde hacía tiempo, daba una sensación más formal. La confianza no era impedimento para la rectitud. Al menos en el trabajo.

Se sentaron en las dos sillas habituales. Jones, quien había disfrutado de unos días libres desde el viernes, se incorporaba más despejada. Roger, por contra, se mostraba algo adormilado: la jornada anterior le había tenido ocupado hasta las dos y media de la mañana. Bostezó. Al ver la taza de su superior, se le antojó una.

—Por poco no llegan a tiempo para entregarnos el dossier hoy tampoco —se quejó Sawyer. No era muy amigo del sarcasmo, pero estaba molesto.

—Roger me lo ha contado todo. Siento que mis días libres coincidieran con esto —se disculpó Catherine. Se sentía bastante involucrada en la investigación.

—No se preocupe, Jones. Tampoco hubiese podido hacer mucho más. Imagino que ya conocerá las hipótesis que barajamos Rickman y yo. Y, con lo que hay aquí dentro, deberíamos ser capaces de encajar más piezas. —Wolfgang colocó la mano derecha sobre el envoltorio que guardaba el informe completo.

El sargento cogió el sobre y, manipulándolo con sumo cuidado, extrajo los papeles del interior. Él ya lo había leído. Sabía de lo que tenía que hablarles, qué puntos destacar.

—Todos los casquillos encontrados pertenecen a la misma arma. No se ha podido determinar cuál es la marca, pero se dispararon desde un arma corta de nueve milímetros. Las balas del cuerpo de Jay Taylor coinciden con las halladas en la furgoneta. Y todas, a su vez, coinciden con las extraídas del resto de los cadáveres hallados el lunes y el martes —informó Sawyer.

—¿La misma persona está haciendo esto? —se extrañó Jones.

—Eso parece. Por lo menos se trata de la misma pistola, eso seguro —confirmó el sargento—. No sabemos si va acompañado o no. —Echó otro vistazo al informe—. También se ha constatado que la pintura del mensaje de la pared coincide con la de uno de los botes de espray encontrados metros más allá de la escena del crimen. —Sacó la fotografía de entre todas las que habían adjuntado a los papeles, colocándola de cara a ambos detectives—. Como es de esperar, del bote negro. También se sabe que Taylor murió en el acto por la herida de bala en la sien derecha. —Enseñó una imagen del cadáver—. Se han encontrado hasta tres proyectiles más dentro de su cuerpo. El asesino parece haber querido asegurarse de que estaba bien muerto.

—¿Se ha podido averiguar algo sobre la furgoneta? —se interesó Rickman.

—No mucho. Lo único que sabemos por el momento es que no pertenecía a Taylor. Era alquilada. La empresa que ofrece este servicio por lo visto no cuenta con trabajadores que ayuden a los clientes. Ellos solo facilitan el vehículo. No habrá que descartar seguir ahondando en el tema si se cierran otras vías —contó Sawyer—. Y lo más interesante de todo viene ahora. La sangre encontrada a unos metros del cadáver no coincide con la suya, como ya pensábamos. El análisis, según la base de datos, nos revela que esa sangre pertenece a Rafael Espinosa. El Lobo. Tal y como especulamos la otra noche.

—Así que es verdad que consiguió escapar —afirmó Catherine.

—También se han encontrado huellas de neumáticos unos metros después del lugar de desaparición del rastro de sangre, lo que puede indicar que se marchó en coche. Según el informe, en algunas zonas la marca es más pronunciada, seguramente debido a algún derrape.

—De ahí la pintada en la pared. Joder. Creo que al asesino no le sentó muy bien fallar —intuyó Rickman—. Seguro que estaba convencido de que iba a terminar matándole, como había hecho con el resto.

—Entonces no solo sabe a quiénes está atacando, sino que los identifica perfectamente —apuntó Jones.

—¿Habrán recibido el mensaje? —se preguntó Roger.

—Tal vez no. Después de aquel intento fallido de asesinato, no tendrían ningún motivo para volver allí. A no ser que Scorpio haya querido tomarse la justicia por su mano y hubiese movido algún hilo para averiguar algo —respondió Sawyer.

—Todos sabemos que ese tipo es propenso a hacerlo —protestó Roger.

—Si el Lobo se marchó herido, quizá le alcanzó una de esas balas —dedujo Wolfgang.

—A lo mejor fue él quien se llevó la estrella, en caso de que la hubiera —razonó ella—. Decís que, a diferencia de las otras muertes, no la encontrasteis en esta. Podría haberla recogido.

—El cuerpo de Taylor no muestra heridas por ese tipo de arma —le corrigió Sawyer.

—El asesino podría haber errado y el Lobo solo tener que recogerla del suelo.

—Puede ser. Aunque a lo mejor decidió no lanzarla esta vez. Creo que será otra de las tantas cosas que nos costará averiguar —contestó el sargento—. La implicación de toda esta gente no nos lo pone fácil precisamente.

—Es posible que Scorpio tenga más información de la que nosotros disponemos.

Se hizo el silencio ante la intervención de la detective.

—¿Qué sugiere? —dijo Wolfgang tras unos segundos.

—Está claro.

—¿En serio, Cathy? Annibal no colaboraría con nosotros ni aunque el suelo se estuviese hundiendo —le contestó Roger, torciendo el gesto.

—¿Ni aunque la vida de sus hombres, y no sabemos si la suya, dependa de ello? —insistió Jones.

—Ni por esas. Parece mentira que no le conozcas a estas alturas.

—Creo que, si la sangre sitúa al Lobo en la escena del crimen, es un motivo poderoso para entrevistar personalmente a los posibles implicados —se empeñó Catherine.

—¿De verdad crees que ir a preguntar a Scorpio o al Lobo va a solucionarnos algo? Sabrán que estamos detrás —continuó Roger, obcecado.

—Como si no lo supieran ya.

—¿Sabes dónde nos metemos yendo a hablar con esa gente? Hablar no es precisamente lo que mejor se les da.

—¿Y qué propones tú? ¿Conformarte con las hipótesis? —saltó la mujer—. Te recuerdo que, si hay alguien dentro de este despacho que no ha tenido la oportunidad de estar cara a cara con ellos, ese eres tú. La teoría no siempre es suficiente, Roger.

—Pues entonces deberías saber, ya que tanto sabes, que son criminales. Gentuza. ¿Piensas que por ser policía te van a respetar? —Rickman soltó una risotada—. Para ellos estamos a la misma altura que la mierda.

—Bueno, basta —medió Sawyer—. Vamos a ver. Rickman tiene razón. Scorpio y los suyos no son buena gente, son peligrosos. —Miraba al aludido, quien mostró un pequeño gesto de triunfo—. Hablar con ellos no servirá de mucho, no nos dirán nada, lo sabemos de antemano. —Hizo una pausa, era un asunto sobre el que debía tomar una buena decisión y no actuar a la ligera—. Sin embargo, no podemos quedarnos de brazos cruzados y perder una oportunidad que más adelante podríamos echar en falta. Somos policías. Nuestro trabajo ahora mismo se centra en la investigación. Si por investigar tenemos que hablar con esa clase de hombres, ¿qué problema hay?

Jones sonrió para sus adentros.

—A lo mejor soy yo quien no lo entiende muy bien. No entiendo, sargento, qué ganamos encontrándonos con esos tipos. Si ya sabemos que no van a ayudarnos en nada, y es probable que incluso nos pongan obstáculos, ¿no estamos perdiendo el tiempo? —La lógica que Rickman veía distaba de la que se estaba planteando en ese despacho.

—Ya lo sabemos —repitió Wolfgang—. Pero hay una cosa que no está teniendo en cuenta, detective, y es el estudio del comportamiento. Muchas veces no es lo que se diga, sino cómo se diga. Y es posible que, en ese aspecto, Scorpio tenga muchas cosas que decirnos.

—Alguien como él tendrá estudiados sus movimientos. Qué hacer y qué decir en cada caso. Solo digo que no será fácil —continuó Roger. Tendría que aceptar esa idea temeraria con la que continuaba sin estar de acuerdo. No le quedaba otra opción.

—Alguien como él es humano —le recordó Sawyer.

Los argumentos de Roger Rickman estaban lejos de ensalzar a Scorpio, pero pensaba que un criminal así no había llegado a su puesto por casualidad. No creía que los fallos estúpidos se encontraran entre sus claves del éxito y tampoco veía por qué esa vez sería diferente. Le exasperaba.

—Nos acercaremos hoy e intentaremos hablar con él. Veremos lo que se puede hacer —prosiguió Sawyer.

—¿Y si no estuviera? —planteó Jones.

—Esperaremos un tiempo prudente. Si no aparece, iremos mañana. En cualquier caso, lo que tenga que decir, si es que lo hace, puede ser importante para nosotros.

—Dudo que sirva de algo. —Roger se encogió de hombros.

El detective no quería dar la impresión de que rechazaba la idea de conocer por fin cara a cara al maldito Annibal Scorpio. Tenía que admitir que no le gustaba un pelo, pero no por miedo, sino porque no sabía hasta qué punto necesitaría echar mano del autocontrol. Su placa debería prevalecer. Eran profesionales.

—Ya veremos —zanjó Wolfgang—. Les quiero a los dos esta tarde a las siete y media en la puerta de la comisaría. Iremos en mi coche. Utilizar un vehículo policial nos dificultaría el trabajo, ya de por sí complicado. No quiero que parezca algo estrictamente oficial.

—Si la policía va a su casa, lo mismo le dará que sea oficial o no —apuntó Rickman.

—A las siete y media —insistió el sargento.

Quedaban casi doce horas. Sería una tarde, como poco, interesante.