Capítulo 27
Miércoles, 18 de julio, 7:30 h, McLean, Virginia.
Jake alzó la vista al oír los pasos que se detenían cerca de su cubículo. La curiosidad se superpuso a la sorpresa al ver que su visitante era Tom Taylor.
—¿Tienes un minuto? —Tom tenía un aspecto pésimo.
—Claro —respondió Jake, titubeando, y se puso de pie para seguirlo por la «autopista de los cubículos» hacia la sala de conferencias.
—¿Tienes algo para mí? —preguntó Tom sin perder tiempo, apenas Jake cerró la puerta.
—¿Sobre Simone?
—Sobre cualquier cosa.
—No, todavía estoy buscando un común denominador para el orden de las tormentas, pero el Servicio Nacional de Meteorología acaba de clasificar a Simone como categoría 4.
—¿Qué han hecho qué? —Tom lo miró fijamente—. ¿Cuándo? La noche pasada la consideraron de categoría 3.
—Hace unos cuatro minutos. Zigzagueó a través de las Bahamas en veinticuatro horas, tocando tierra en cinco ocasiones y después se dirigió hacia el oeste. No ha cambiado de posición de modo apreciable en las últimas tres horas.
—¿Eso es normal?
—En realidad no hay nada normal cuando uno habla sobre el clima. Los huracanes no suelen detenerse habitualmente, pero a veces sucede.
Tom dejó escapar un suspiro irritado que tenía algo de indecente.
—Esa puta está creciendo mucho. Necesito saber si nuestros amigos tiene algo que ver con esta última intensificación —le dijo, y salió de la sala.
Jueves, 19 de julio, 17:15 h, Distrito Financiero, Nueva York.
Davis Lee miró a través de la ventana de su oficina al agua y al cielo en la lejanía. Brooklyn brillaba bajo el calor. Había un centelleo sobre el agua y una especie de brillo apagado en la niebla rojiza que se extendía sobre ella. La ciudad necesitaba una buena ducha para limpiar el aire, y Davis Lee necesitaba algunas respuestas firmes para ajustar su mente, que había estado dando vueltas al correo electrónico que había recibido de Elle hacía apenas una hora.
Elle había demostrado ser una excelente investigadora, lo cual era bueno y malo a partes iguales. Malo porque si ella podía encontrar algo, también lo podían hacer otros. Descubrir los secretos más profundos de una persona no era muy distinto a encontrar una civilización perdida, o al menos eso le parecía a él. Uno se podía pasar años especulando hasta que un día alguien, encontraba un sendero en medio de una selva hasta entonces impenetrable. Podía haber un tesoro de información desconocida esperando ser utilizada, pero lo primero siempre dejaba un rastro evidente. Y en el caso de la información perturbadora que Elle había hallado sobre Carter, el rastro tenía que ser tapado de modo que Davis Lee pudiera sintetizar las revelaciones a su antojo y decidir qué hacer al respecto. Todo en estos días tenía un lado oscuro, incluso la filantropía, y Davis Lee tenía que asegurarse de dirigir la discusión para así poder controlar las conclusiones. No iba a dejar que nadie hundiera el barco de Carter. Ni siquiera Carter.
Era bien sabido que Carter no era hombre que guardara sus opiniones para sí, y una de las cosas sobre la que había opinado ad náuseam era el medio ambiente. También era cierto que estaba en los consejos de la mayoría de las organizaciones sobre medio ambiente, pero, esa mañana, Elle había descubierto que Carter era un hombre que no sólo hablaba sobre el tema y actuaba en público en consecuencia, sino que también hablaba y actuaba en privado.
En voz baja, en África central.
Hacía unos quince años, Carter, había creado una fundación cuyo objetivo, aparentemente, era convertir partes del Sáhara y el Sahel en tierras cultivables, o quizás en una selva. Era un objetivo loable; Davis Lee no podía criticar las intenciones de su jefe, pero parecía ser una elección extraña. El medio ambiente estaba destruido en muchos lugares y podía haber elegido una zona más cercana a su hogar.
Dada la cantidad de dinero que Carter había estado enviando a la fundación desde sus comienzos, podía haber sido capaz de invertir en muchos asuntos locales, y, de paso, habría podido utilizar semejante material para una campaña presidencial. Eso sería fácilmente comprensible, así que el motivo por el que había decidido ignorarlo, favoreciendo una causa tan lejana, literal y figuradamente, que no le proporcionaría publicidad era algo que no terminaba de encajarle a Davis Lee.
Si las noticias sobre la existencia de la fundación salían a luz, y eso sucedería, sería difícil convencer a los votantes de que era bueno que un hombre que vivía en los campos de Iowa, y que tenía más dinero que el que podía gastar en varias vidas, se preocupaba tan profundamente por recuperar un desierto a medio mundo de distancia. Los matones del personal de campaña de Benson se frotarían las manos y utilizarían semejante información para situar a Carter en el lado equivocado de los asuntos importantes, desde el destino de la ONU hasta la ética en los avances científicos.
Sin embargo, la imagen no lo era todo, y las dos preguntas que inevitablemente Davis Lee no quería que nadie hiciera eran las que flotaban amenazadoramente en su mente: ¿Por qué demonios Carter quería hacer algo tan ambicioso —incluso demente— y por qué mantenerlo tan oculto?
La pregunta que Davis Lee no estaba ni siquiera seguro de querer conocer la respuesta era si en ello no tendría algo que ver la antigua obsesión de Carter: la manipulación climática.
Se giró al oír un suave golpe a la puerta.
—¿Tienes un minuto?
Kate estaba de pie en la puerta, con un aspecto tan agotado como el suyo, lo que le hizo sentir mucho mejor. Ella tenía que estar cansada. Le había dado una montaña de nuevas responsabilidades durante los últimos días para ver cómo se las arreglaba. Hasta el momento, todo iba bien, y los datos que estaba suministrando mantenían su nivel habitual. También estaba obteniendo resultados.
Durante meses había estado intentando convencer, sin éxito, a Carter de ampliar el área de inversiones para incluir los mercados energéticos. Hasta la semana pasada. En el momento en que el presidente había anunciado la formación de la coalición energética, Carter había cambiado de opinión, y Davis Lee había tenido que modificar el rumbo aceleradamente. El trabajo extra que le ocasionaría a él y a sus subalternos no era asunto a discutir. Cualquier cosa que les permitiera colocar a la compañía en mejor posición a largo plazo y a ocupar un lugar más prominente en la mesa de discusiones era lo que deseaban.
Se pasó una mano por el rostro.
—Puede que tenga un minuto. ¿Vas a decirme que este maldito sol va a desaparecer?
—No soy tan buena mentirosa. Pero puede que tengamos algo de mal tiempo pronto.
—¿Cuándo?
Kate se encogió de hombros.
—Tal vez mañana. Simone está causando varias tormentas en la costa y la depresión atmosférica del Golfo parece estar a punto de tomar un tren expreso en dirección norte.
Él sacudió la cabeza.
—Demonios. Lo puedes palpar en el aire ahí afuera.
—Esto es Nueva York. La gente ha probado el aire de afuera durante doscientos años. Acostúmbrate.
Con una risa, se reclinó en su silla y le hizo señas para que entrara.
—¿Cómo te va?
—Aceptando el desafío. —Ella se sentó en una silla delante de la mesa.
—Bien. Eso es lo que imaginé que harías. ¿Cuándo vas a tener esos informes que te pedí?
—La semana que viene.
—¿Puedes darte un poco más de prisa?
—Ya me la estoy dando «Chica dura». Sonrió mientras buscaba el vaso con San Pellegrino helada que se había servido unos minutos antes.
—¿Qué puedo hacer por ti?
—Me voy a Washington dentro de una hora para el congreso.
Él enarcó una ceja, animándola a explicarse un poco más. Ella se rió y miró por la ventana durante un momento, haciendo que él se preguntara qué demonios estaba sucediendo.
—¿Acaso has leído mi trabajo? Ése sobre las tormentas.
«No, otra vez con esa mierda».
—Le eché una ojeada al resumen. No me vas a hacer un examen, ¿verdad? —dijo por encima del borde de su vaso.
—No. Sólo quería hacerte saber que, en la versión definitiva, he introducido algunos cambios de última hora. —Ella dudó durante un segundo y luego lo miró a los ojos con algo parecido al desafío—. Le envié un correo electrónico a Carter con una copia para él y otra para ti.
Las noticias cayeron en su estómago con un golpe que no se molestó en analizar. Dejó el pesado vaso sobre el posavasos sin tomar un trago y la miró fijamente.
—¿Qué has hecho qué? ¿Por qué demonios has hecho eso?
Ella se encogió de hombros.
—Dijiste que me estaba observando. Por eso yo…
—¿Querías recordarle tus meteduras de pata? —la interrumpió Davis Lee. «Que nuestra meteoróloga jefe presente teorías conspirativas sobre el clima al jefe de la compañía es la última jodida cosa que necesito».
Ella se estremeció al oír su tono y un destello de rabia apareció en sus ojos.
—El tiene un doctorado en meteorología, Davis Lee. Entenderá perfectamente el significado del trabajo. Creo que es importante para mi carrera que comprenda que no estoy dejando caer la pelota, que sé lo que estoy haciendo y que tomo mi trabajo en serio y…
Él golpeó con el puño el brazo forrado en cuero de su silla y la hizo callar con una mirada.
—Por el amor de Dios, Kate, él no necesita que lo molestes con esa mierda. Te he dicho que sólo se preocupa por los resultados. No te pagamos para que seas una académica testaruda. Eres una analista. ¿Acaso crees que él espera que hagas una demostración de tu diligencia? Pues lamento contradecirte. Va a pensar que estás cometiendo errores porque te distraes durante el horario de trabajo. Afortunadamente, eso sólo sucederá si lee el maldito correo, lo que por tu bien, espero que no haga.
—Puede que le interese más de lo que tú piensas —replicó ella—. Ha escrito trabajos sobre asuntos similares, y puede que, no sólo esté interesado sino que es posible que tenga algunas respuestas.
Él se quedó helado.
—¿Qué dices?
—Ha escrito trabajos sobre manipulación climática. —Sus ojos reflejaron una chispa de rebeldía y su cuerpo se puso tenso.
«Maldita sea. O esos trabajos no son muy difíciles de encontrar o Elle necesita un curso intensivo sobre cómo mantener la boca cerrada».
Se obligó a tragarse la ira y desechó su comentario con una mirada exasperada.
—¿De dónde has sacado ese material, Kate?
—Fue citado en libros, Davis Lee, hace años.
«Mierda». Respiró profundamente.
—¿Me estás diciendo que citas a Carter en tu trabajo?
—No, no lo he hecho.
Se puso de pie y se frotó la nuca, frustrado. Carter leería, con seguridad, esa maldita ponencia y entonces habría una investigación. Eso significaba que él iba a tener que leerlo primero.
—¿Cuándo vuelves?
—Mañana por la tarde.
—Bien. Hablaremos el lunes y podrás contarme qué comentarios han hecho los cerebros ilustrados sobre tu «intelectualización». —Dejó escapar un pesado suspiro mientras los altavoces de su monitor dejaban escapar un suave campanilleo anunciando la llegada de otro correo electrónico. Al ver el título del mismo, murmuró—: Tengo que ocuparme de esto.
Kate no esperó a que se lo dijeran dos veces. Le dijo adiós y huyó del despacho.
Jueves, 19 de julio, 17:10 h, Campbellton, Iowa.
«Esto es intolerable».
La furia invadió a Carter mientas éste se apartaba del monitor del ordenador que tenía sobre su mesa, se ponía de pie y se dirigía hacia la ventana que daba a los campos. Éstos se veían exuberantes bajo el sol de la tarde, evidencia de un verano perfecto.
Pero, en ese momento, eso poco importaba. Lo que le preocupaba es que alguien había empezado a establecer conexiones. Alguien de su empresa. Alguien que tenía relación con su pasado.
«El autor quiere agradecer al doctor Richard Carlisle su ayuda en la preparación de este trabajo».
Respiró profundamente y cerró los ojos en un esfuerzo por controlar su ira.
«Cómo se atreve Richard a romper el solemne juramento que hizo de proteger los secretos de su país».
Hacerlo era traición. Richard había traicionado su confianza también a título personal, al hablar con Kate Sherman, entre todas las personas posibles. Y ella había comenzado a revolver el avispero.
Eso era imperdonable.
Volviendo a respirar profundamente, Carter se obligó a reconocer que la balanza estaba empezando a inclinarse hacia el otro lado. Ya no contaba con todo el tiempo del mundo a su disposición o con la privacidad. Había llegado el momento de tomar el guante que el presidente le había lanzado y dejar bien clara su postura.
Agarró uno de los móviles del borde de su escritorio y marcó un número. Raoul respondió al segundo tintineo.
—Cambio de planes —ordenó Carter y anunció una serie de coordenadas—. Quiero que se lleve a cabo dentro de las próximas veinticuatro horas.
No tuvo que esperar una respuesta antes de cortar. Simone iba a ocupar un lugar en la historia de los Estados Unidos, y Richard Carlisle, Kate Sherman y Winslow Benson estaban a punto de recibir su merecido.
Carter apretó el botón del interfono del teléfono.
—Betty, llama a todas las chicas y diles que quiero que vengan a casa este fin de semana. Sin excusas. Envía el avión a buscarlas. Y tendré que estar en Nueva York el sábado por la tarde. Házselo saber a Jack, ¿vale? —dijo con sencillez y calma, refiriéndose al piloto de la empresa.
—De inmediato, señor Thompson. ¿Algún problema?
—No por mucho tiempo —respondió. Y no tuvo que fingir una sonrisa.