Capítulo 18
Viernes, 13 de julio, 14:30 h, Distrito Financiero, Nueva York.
—¿Tienes un minuto?
Kate alzó la vista y vio a Elle en la puerta de su oficina, un poco más consternada que de costumbre.
—Claro. Entra. —Agarró un montón de carpetas de una de las sillas y las puso en el suelo.
Elle entró y cerró la puerta, luego se sentó.
—He acabado de leer tu ponencia hace un rato.
—Gracias por tomarte el tiempo de leerla. No quería que pensaras que tenía prisa —dijo Kate, y luego frunciendo el ceño preguntó—: ¿Y qué te parece?
—Es buena. Interesante. —Elle sonrió, reclinándose en la silla.
Incluso recostada, su vientre era plano. Era motivo suficiente para que no cayera bien.
—¿Es eso el equivalente de los investigadores a decir que tiene una personalidad encantadora? —preguntó Kate secamente. Elle se rió.
—No. Eso quiere decir que pensé que era interesante, Kate. Ha resultado muy agradable leer sobre algo actual. La mayor parte del material con el que trabajo pertenece a varias décadas atrás.
—Entonces, ¿te parece que estoy loca?
—Define «loca».
Kate hizo un gesto con los ojos.
—Fantástico.
Elle renunció a la respuesta con un gesto lánguido de su mano.
—Estoy bromeando. No parece que estés loca. Pero puesto que tú lo preguntas, supongo que no te sorprendería si algunos lo creyeran después de leer tu ponencia.
—Un amigo mío ha sugerido eso —admitió Kate—. Aunque más que sugerir, creo que dijo que me convertiría en la modelo de la Sociedad de los Meteorólogos Locos cuando los trabajos fueran colgados en Internet. —Suspiró—. Así que, dejando el factor locura a un lado, ¿te parece que el trabajo tiene sentido?
—Por supuesto que tiene sentido —confirmó Elle—. No soy meteoróloga, así que no pude seguir del todo las ecuaciones. No sé qué son o significan algunas de esas variables, pero tus argumentos parecen ser sólidos. —Hizo una pausa—. ¿Tu exposición va a concentrarse en la ciencia o en lo especulativo?
«Buena pregunta».
—No estoy segura de poder separar la una de lo otro —respondió Kate, encogiéndose de hombros.
—Pero tú crees que las tormentas fueron, ¿cómo le dices tú?: ¿enriquecidas por la tecnología?
Kate se revolvió en su silla, incómoda ante aquella pregunta tan directa.
—Eso es lo que me ha parecido, pero creo que es una idea demasiado descabellada para presentarla ante un auditorio de científicos serios. Aunque si estuviéramos presentándola en una convención de Star Trek... —dejó que la idea flotara en el aire, con una sonrisa.
A pesar de parecer cansada, Elle dirigió a Kate una mirada clara, concentrada y atenta.
—Pero eso es lo que realmente analiza tu trabajo, ¿no es cierto? ¿De verdad piensas que los especialistas lo rechazarían si lo presentas con claridad?
—No lo rechazarán, pero puedo casi asegurar que su respuesta no estará acompañada de sonrisas. Se trata de gente obsesionada con el clima, Elle. Y sé que puede sonarte extraño, pero el clima es como nuestro bebé. Da igual que seamos académicos, gente de negocios, que trabajemos para el gobierno o estemos en la televisión, todos tenemos una sensibilidad bastante obsesiva con respecto al clima. Meterse con él no es una acusación que muchos de ellos vayan a tomar con ligereza.
—Entonces, eso significa que vas a presentar más superficialmente tu…
«Por Dios. Parece como si estuviera en un programa de entrevistas del domingo por la mañana». Kate negó con la cabeza.
—Claro que no. Quiero una discusión abierta, pero también necesito mantener mi credibilidad.
«Y mi trabajo».
Elle pensó por un momento.
—No eres la primera persona en sugerir algo así. Hay una historia razonable de intentos de manipular y controlar el clima que podrías utilizar para sustentar tus suposiciones. No hablas de ello en tu trabajo, pero podría ayudarte en tu exposición.
—¿Como el sembrado de nubes por cuestiones agrícolas y lo que los chinos están intentando hacer para mantener la lluvia alejada de las sedes de los Juegos Olímpicos en Pekín? —preguntó Kate con una sonrisa—. Ésas no sólo son noticias antiguas, sino que son minucias comparadas con lo que yo estoy diciendo. Mis tormentas muestran un aumento importante que desafía toda explicación. Si hay algún tipo de manipulación climática en estos momentos, sería al estilo del «científico loco». —Su sonrisa se apagó—. El sembrado de nubes se ha realizado durante décadas. Es muy sencillo, muy controlado y produce lluvia. No hace que las nubes exploten en nubes de tormentas que se elevan unos cuantos miles de metros en dos o tres minutos y, por cierto, no causa inesperadas inundaciones en el desierto en medio de la noche.
—¿Vas a dejar que el señor Thompson vea tu trabajo?
El impulso de retorcerse en su silla era fuerte, pero Kate permaneció inmóvil, mirando a Elle a los ojos.
—No lo había planeado. Davis Lee ya lo ha aprobado.
—¿Sabes si lo ha leído?
—Me imagino que sí. A estas alturas ya debe de haberlo hecho, aunque no sea realmente su especialidad. Él cree que mi interés en estas tormentas es algo estúpido. Como lo es presentar un trabajo que no ofrece conclusiones. —Kate se encogió de hombros con una despreocupación que en realidad no sentía y agarró una botella de agua que descansaba en la desordenada repisa de la ventana—. El interés de Davis Lee por el clima está casi completamente limitado a los efectos en las acciones de su compañía. Y en su vida social.
—Que seguramente será complicada, estoy segura.
—No tengo ni la más remota idea —respondió Kate sobre el borde de la botella de agua, enarcando una ceja.
Elle enrojeció.
—Eso no ha sonado muy correcto. Quiero decir, no es que me importe…
Kate se encogió de hombros.
—Eh, relájate. No ha pasado nada. Aunque te importara, no serías la primera mujer que trabaja aquí a quien le interesa. Es rico, soltero, atractivo y, a su manera, seductor.
—Sí, supongo que lo es, pero no me importa —repitió con énfasis Elle.
—Entiendo. ¿Entonces por qué me has preguntado si iba a enviárselo a Carter Thompson? ¿Por qué tendría que hacerlo? Y, a propósito, ¿cómo sabes tanto sobre la manipulación climática?
Elle se mantuvo inmóvil un instante antes de mirar a Kate a los ojos.
—He estado investigando un poquito. El señor Thompson solía estar interesado en esos temas cuando estaba en la universidad.
—¿Tiene algo publicado?
—En cierto sentido. Aparece citado en varios libros.
Kate absorbió la información durante un minuto, sintiendo un irritante escozor en el fondo de la mente.
—Llevo investigando este asunto varios meses y no me he tropezado con su nombre. ¿En qué tipo de libros aparece citado? ¿Y sobre qué temas ha escrito?
—Yo no los llamaría libros científicos —respondió Elle con franqueza—. Ciencia residual, tal vez. Fueron publicados a mediados o fines de los cincuenta y eran poco fiables, incluso en aquella época. Para que te hagas una idea, uno de los autores también escribió un libro sobre cómo construir su propio refugio nuclear.
—¿Pero qué decían sobre la manipulación climática?
—En general, cosas bastante absurdas. Que remolcar iceberg hacia el Ecuador detendría la formación de huracanes o lanzar bombas en medio de los huracanes los detendría de inmediato. Que el clima invernal que ayudó a detener el avance de Hitler en Rusia fue causado por la mano del hombre. Que la gran sequía durante la Depresión había sido un experimento comunista. —Puso los ojos en blanco—. Eso roza los límites de lo creíble.
—¿Pero citaban a Carter Thompson? ¿Él estaba escribiendo sobre esos temas?
—Sí, lo citaban, pero no, él no apoyaba esas ideas. Sus trabajos parecían centrarse más en la idea de manipulación que con salir a la palestra y declararlo abiertamente. Estaba más o menos apuntando la teoría de que no era algo que estuviera fuera del ámbito de lo posible, y que un día sería realidad. Pero nunca llegó a decir cómo sucedería. —Elle cruzó sus largas piernas y descansó su hombro en el brazo de su silla y su barbilla en la palma de la mano—. A lo mejor no deberíamos sorprendernos, creo. Supongo que tenía que ver con la época. Ya me entiendes, parece que entonces uno tenía mentalidad de Guerra Fría —Cuba, Rusia, los rojos escondidos detrás de cada bandera estadounidense— o de los beatniks —paz, amor y el flower power—. Y además todo ese asunto con Buck Rogers.
Kate absorbió la información un instante, y luego sacudió la cabeza.
—Sigue siendo extraño. Era un científico del gobierno.
—No cuando escribió esos trabajos —le recordó Elle—. Ya he devuelto los libros, pero podría darte la lista de citas, si te interesa verlos.
Kate alzó una mano con un gesto de rechazo.
—No, gracias. Mi cupo de investigación anual ya está cubierto. ¿En qué estás trabajando para haber tenido que buscar toda esa información?
—Una biografía —respondió Elle—. Es para una publicación privada con motivo de su sesenta y cinco cumpleaños, dentro de un mes, o poco más.
—¿Uno de los hombres más ricos del mundo cumple sesenta y cinco años y lo único que recibe es un libro sobre sí mismo? —Con una sonrisa, Kate se llevó la botella de agua a los labios—. Supongo que es mejor que un streptease. A la querida reina Iris no le gustaría. ¿De quién fue la idea?
—De Davis Lee, supongo.
—¿Te está dando mucho trabajo?
Reprimiendo un bostezo, Elle le sonrió tristemente.
—Creo que es lo que tenía en mente cuando me trajo. No conozco a mucha gente, así que estoy disponible a todas horas. —Se levantó con lentitud—. Hablando de eso, tendría que volver ya a la mina.
Kate dejó la botella de agua sobre el alféizar de la ventana y dejó que la silla recuperara su posición vertical.
—No dejes que te explote todo el tiempo. Nueva York es una gran ciudad. Asegúrate de disfrutarla.
—Me gusta —admitió Elle, con su mano sobre el picaporte—. Pero es tan grande. Es difícil saber adónde ir y qué hacer. A veces hay demasiadas opciones, y otras veces no tengo muchas ganas de ir sola. Y eso se está convirtiendo en algo habitual —continuó, apartando la mirada mientras su voz se reducía a un murmullo. Era un gesto efectivo, que hizo que Kate se preguntara si sería auténtico o si ella estaría buscando una invitación.
—¿Cuánto hace que estás aquí?
—Alrededor de un mes.
—¿Has ido a alguno de los conciertos al aire libre? Prácticamente todos los parques de la ciudad tienen alguna actividad durante los fines de semana.
Elle la miró a los ojos y negó con la cabeza.
—Aún no.
—Bueno, si te apetece, voy a ir con algunos amigos a ir a tomar algo y después al Battery Park hoy por la noche. Hay un festival local de fusión jazz-reggae. —Levantó los hombros y se rió—. No es lo mío, pero les sigo la corriente. ¿Por qué no vienes con nosotros? Será una cosa informal, y aunque la música sea horrible, ver a la gente será interesante. Tengo esa imagen mental de metrosexuales con camisas de seda teñidas, y bebés rubios con rastas, fumando marihuana civilizadamente con pantalones de marca, en pipas de plata repujada.
Elle se rió pero además pareció sorprendida realmente.
—Kate, no pretendía…
—Lo sé.
Elle hizo una pausa un segundo, para luego ofrecer la primera sonrisa auténtica que Kate había visto en su rostro.
—¿En serio? Es muy generoso por tu parte. ¿Estás segura de que no habrá problemas con tus amigos?
—Por supuesto. Te mandaré un correo electrónico sobre dónde y cuándo nos encontraremos. Seguramente será alrededor de las ocho y media. Nos vemos luego.
Viernes, 13 de julio, 15:45 h, Pentágono, Washington, D.C.
Lo primero que Jake observó cuando se dirigía a la sala de conferencias fue que de la docena de personas que había en la habitación, él era uno de los tres que no iba de uniforme. Tom Taylor y Candy eran los otros dos. Ya antes de comenzar la reunión, Jake venía ligeramente mareado a causa de la información que a toda velocidad le había presentado Candy en el viaje desde Langley. Aviones espía y equipamiento de manipulación climática. Terroristas y terminología de guerra.
No era exactamente a lo que había esperado enfrentarse cuando se había decidido estudiar para el doctorado en climatología.
Tom giró, concentrando su mirada casi muerta en Jake.
—¿Qué pasa con esta tormenta?
—Hasta el momento, está detenida al este-noreste de Puerto Rico tras desplazarse con lentitud pero sin descanso durante las últimas cuarenta y ocho horas.
—Después de ese incremento, ¿por qué se ha detenido?
Jake se encogió de hombros.
—Sucede en ocasiones. Nadie sabe realmente por qué. En 1998, el Mitch se detuvo treinta y nueve horas frente a las costas de Honduras.
—Y luego se extinguió.
—Después de caer con toda la furia sobre Honduras, el este de México y un puñado de islas del Caribe, murió de forma muy lenta y destructiva —lo corrigió Jake.
—Entonces, ¿esta tormenta se desvanecerá pronto?
—No hay modo de asegurarlo. Su presión barométrica sigue cayendo, y la velocidad de sus vientos es constante. Sigue siendo de categoría 2, así que, por ahora, no representa una gran amenaza, especialmente si permanece en el océano. —Se encogió de hombros—. Podría comenzar a moverse en cualquier momento, o podría disiparse.
Tom parecía aburrido.
—Jake, ¿esas posibilidades son del cincuenta por ciento?
—Lo dudo. Mi intuición me dice que no va a desaparecer pronto. La temperatura del mar allí abajo es demasiado agradable.
—¿Hay algo que podamos hacer para cambiar eso? —preguntó Tom.
En torno a la mesa, todos asintieron en silencio.
Frunció el ceño.
—Bueno, empecemos a pensar en ello. Tengo el mal presentimiento de que esta tormenta no desaparecerá. No hasta que encontremos a quién está detrás de ella. —Dejó de hablar bruscamente y tomó su Blackberry de la funda que colgaba de su cinturón, miró la pantalla y se puso de pie—. Tengo que interrumpir esta conversación. Mil disculpas.
Y se marchó.
Viernes, 13 de julio, 16:30 h, la Casa Blanca, Washington, D.C.
Tom Taylor avanzó hacia el interior por los concurridos pasillos, a través de un laberinto de oficinas hasta una de las escasas puertas cerradas. Golpeó con delicadeza, sonriendo al hombre que le abrió.
—El señor Taylor está aquí, señor Benson.
—Gracias. —Win Benson, el hijo del presidente y uno de sus consejeros extraoficiales, abrió aún más la puerta e hizo un gesto, sin sonreír, para que Tom entrara en el despacho.
Se trataba de un despacho grande y cómodo, decorado con el sencillo estilo ejecutivo. Buenos muebles, gruesas alfombras y obras de arte originales. Y dos rostros serios cuyas caras eran familiares de los programas matinales del domingo: la secretaria de prensa de la Casa Blanca y un asesor de seguridad nacional.
Se presentaron con apretadas y ligeras sonrisas, estrechando la mano de Tom. La secretaria de prensa fue directa al grano.
—Señor Taylor, los dueños y la tripulación de un pequeño yate que naufragó al este de Caribe, estuvieron en la televisión hace poco e informaron de que tras ser rescatados por un buque de la Marina, fueron interrogados por los oficiales sobre la repentina intensificación del huracán Simone. Su historia es, evidentemente, increíble, y por tanto, los medios no dan abasto para conseguir más datos. Están a la espera de salir al aire con Matthews, Hannity y Larry King, y eso es sólo esta noche. Lo están presentando como si hubiera un científico loco suelto, e insinuando que se están llevando a cabo experimentos con respaldo gubernamental. Los periodistas se están arremolinando como buitres sobre este tema. ¿Puedo preguntarle qué es lo que está sucediendo?
Justo lo que le hacía falta. Publicidad.
—Señora, creemos que el huracán puede haber sido aumentado artificialmente mediante alguna tecnología.
—¿Cree que alguien está manipulando el clima? —preguntó, con algo más que un poco de incredulidad en la voz.
—Sí, señora.
—¿Quién? ¿Y cómo? ¿Sabe esto el presidente? —Se volvió hacia el consejero de seguridad nacional—. ¿Estaban al tanto en el PDB?
—Discúlpeme, señora —interrumpió Tom—. Éste es un asunto que acaba de surgir y creo que no ha llegado todavía al extremo de ser incluido en los informes diarios del presidente. Nosotros tenemos todavía demasiadas preguntas que intentamos responder, incluyendo las que usted acaba de plantear.
—¿Tiene alguna información más acerca de quién puede estar detrás de esto?
Miró a los ojos del consejero de seguridad.
—No, señor.
—¿A quién se refiere cuando dice «nosotros», señor Taylor? —El hijo del presidente se movió hacia el centro del despacho al tiempo que hacía la pregunta.
Tom giró para mirarle de frente.
—Estoy a cargo de un equipo de trabajo a solicitud del director Nacional de Inteligencia. Es interdepartamental, y son varios los involucrados. La CIA, el FBI, Seguridad Nacional y todos los cuerpos de las fuerzas armadas. Y algunos otros. Algunos civiles.
—¿Y todavía no saben nada?
Se giró hacia la secretaria de prensa y sostuvo su mirada sin mostrar irritación.
—Sabemos mucho, señora, pero no todo. Todavía. Estamos aclarando el panorama general.
—Bueno, es hora de compartir, señor Taylor. Díganos lo que sabe —dijo en un tono de voz bajo y sarcàstico completamente distinto del cultivado estilo diplomático por el que era famosa—. Con pequeños paisajes será suficiente.
Su agradable y fotogénico rostro se mostraba firme. Había visto más calidez en los rostros de los interrogadores de Guantánamo.
—Sabemos que una persona o personas tienen capacidad para manipular con éxito los sistemas climáticos. Sabemos que han comenzado a trabajar, recientemente, dentro de las fronteras de los Estados Unidos y que están bien organizados, cuentan con fondos y son extremadamente esquivos. Sabemos que no hay investigadores de renombre trabajando en dichas actividades. Lo estamos considerando como una amenaza terrorista y tenemos personal trabajando las veinticuatro horas los siete días de la semana para encontrarlos y averiguar cuál será su próximo paso. Y estamos prácticamente seguros de que han transformado a Simone en la tormenta que ahora es mediante el uso de la tecnología.
—¿Algo más?
«¿Eso no le resulta suficiente?».
—No, por el momento.
—Quiero que me mantenga informada, señor Taylor.
Al darse cuenta de que daban por terminada la reunión, hizo una inclinación de cabeza a la Barbie de pelotas de acero y a sus amigos y se giró hacia la puerta.
—¿Considera usted que los Estados Unidos están bajo la amenaza de Simone? Me refiero a la situación climatológica.
Se volvió para mirar al hijo del presidente.
—Creo que existe una alta posibilidad, señor Benson, pero, por el momento, sólo podemos estar seguros del mismo nivel de riesgo que tenemos cuando hay un huracán en el Caribe. Si usted tiene que viajar a Florida la semana que viene, yo cancelaría la habitación con vistas al mar.
—Gracias.
Hizo un gesto con la cabeza al grupo y abandonó el despacho.