Capítulo 16
Viernes, 13 de julio, 8:00 h, Distrito Financiero, Nueva York.
Desde el extremo de Florida hasta el sur de Virginia, las enormes olas espumosas brillaban con la piel bronceada de los surfistas aficionados y los cuerpos cubiertos de brillante neopreno de los más serios, que pataleaban furiosamente mar afuera para tomar la ola siguiente, la mejor ola, la que daría que hablar por el resto del verano. En la bahía de Chesapeake, los ejecutivos y los políticos se divertían en el agua, con sus egos hinchados en consonancia con las velas de sus yates y catamaranes. Junto a los muelles y espigones que salpicaban el Atlántico desde la península de Delaware hasta las costas de Jersey, los niños chillaban con fingido terror y auténtico placer mientras esquivaban las salpicaduras de las olas al romper. Los pescadores de la costa de Nueva Inglaterra atrapaban peces de mayor tamaño que lo habitual y variedades típicas de aguas más profundas, que habían seguido a las especies de las que se alimentaban hacia aguas de la plataforma continental.
Simone, la causa de todos estos placeres costeros, seguía girando incansable en el Atlántico, al haber hecho una pausa en su recorrido como si contemplara un cambio de dirección o de planes. Sin molestarse por el avión que atravesaba sus paredes o la multitud de ojos que la observaban, continuaba su inexorable desplazamiento.