31. Este huracán sin ojo que lo gobierne
Paola por fin volvía de París, nunca habíamos estado tanto tiempo sin verla, ni nunca antes había estado tan desconectada del teléfono, así que le habíamos reñido por tenernos tan abandonaditas y la obligamos a que esa misma noche cenáramos juntas en su casa. Cada una llevaría algo de comer y nos pondríamos al día frente a unos cargaditos gin-tonics. Ese mismo día por la mañana había salido a comprar las cosas que me tocaban llevar a la cena. A la vuelta, cargada con todo tipo de comida chatarra, decidí premiarme por lo mucho que estaba trabajando últimamente con un merecido Chai-tea Latte tamaño Venti en mi cafetería preferida. Y allí estaba, tan a gusto, leyendo mi último libro favorito “Persiguiendo a Silvia” de Elisabeth Benavent, y pensando sin querer en la ley antitabaco y en que el momento sería realmente perfecto si me permitiesen fumarme un cigarro en ese sofá mullidito, con mi Chai y mi libro. Siempre podía haber hecho eso mismo en casa y fumar tranquila, pero no era lo mismo. Ese lugar me encantaba, me gustaba levantar la vista y observar a la gente, imaginar sus vidas, poner un poco la oreja en sus conversaciones, me encantaba lo simpático que era el camarero, que siempre se acordaba de lo que pedía y me hacia algún descuentito o me regalaba alguna cookie o un muffin. Me gustaba todo de allí, y me relajaba, y me fastidiaba mucho que ese momento de placer que me estaba regalando a mí misma en el día se viera enturbiado por la necesidad de fumar. Maldito vicio. Decidí en aquel instante que iba a dejarlo de una puñetera vez.
Satisfecha y orgullosa de mí misma por mi determinación y empuje por tal decisión y muy concentrada en no reírme a carcajadas en voz alta por lo que le acababa de pasar en el libro a la alocada de su protagonista que tanto me recordaba a mí, no reparé en que alguien se había detenido frente a la mesita de la cafetería donde yo estaba sentada y me miraba fijamente. Era una gran capacidad mía, la de conseguir abstraerme complemente de todo lo que ocurría a mi alrededor cuando me atrapaba la lectura. Podían estar planeando un robo al banco en la mesa de al lado, que si yo estaba a lo mío, no me enteraba absolutamente de nada. No reaccioné hasta que un “ejem, ejem” perturbó mi placer, y no sólo eso, el placer se convirtió en horror y estupor cuando al levantar la vista, a quien me encontré, con su angelical cara de furcia fue Teresa, que me miraba… suplicante.
Mi primer impulso, fue levantarme de un salto como si fuera el mismísimo demonio quien estaba frente a mí, bueno, era mi demonio particular, así que era razonable quisiera huir, pero sin resultar agresiva, ella me agarró el brazo en un intento por no dejarme marchar.
- Espera, espera, por favor, siento mucho esta intromisión, pero de verdad sólo quiero poder hablar contigo un momento, creo que es importante para las dos que escuches lo que tengo que decir.
- Yo no quiero escuchar nada que venga de ti, y lo que a mí me gustaría decirte te aseguro que tampoco lo quieres escuchar tú, pedazo de zorra- Sí, se me escapó, que poca clase la mía, pero en ese momento me supo hasta a poco el insulto y tenía el regustillo en los labios de querer decirle mucho más.
- Adriana, por favor, sólo será un momento, somos dos mujeres adultas comportémonos como tal.
- ¿También pensabas en comportarte como es debido cuando querías hacértelo con un hombre casado?, ¿o lo de la madurez te va y te viene?- Dije mientras no sé por qué, me sentaba y la invitaba con un gesto desagradable a que lo hiciera ella también. En realidad, si tenía la oportunidad de decirle cuatro cosas a esa marrana no la iba a desaprovechar.
- Gracias.- Dijo algo avergonzada- No sé bien cómo empezar…
- Si quieres abrimos un turno de preguntas y respuestas, puede ser muy esclarecedor.
- Adriana, aunque no lo creas, estoy aquí con la intención de ayudarte.
- ¿Ayudarme tú a mí? Pues a buenas horas te nace ese sentimiento.- No la soportaba, su sola presencia me recordaba tantas cosas, que hasta mirarla me resultaba desagrade y doloroso. ¿Qué podía haber visto Damián en ella? , no es que fuese fea como para taparse los ojos al verla, pero no tenía nada que en mi opinión pudiera resultar atractivo a los ojos de un hombre. Una cara en exceso ovalada, que se asemejaba a una pandereta o a una torta de Inés Rosales, sin ningún rasgo especialmente armonioso en su rostro, ni su boca, ni su nariz, ni sus ojos, todo era normal y aburrido en ella. Emanaba ese aire de mosquita muerta y niña bien que hacían que me resultara imposible imaginarla disfrutar de un polvo desbocado y salvaje. Iba vestida con ropa de oficina, clásica y aburrida, como ella. Sin complementos que le dieran ninguna gracia al asunto. No sé si era el desagrado tan profundo que su persona me despertaba, pero no era capaz de ver en ella nada que pudiera resultar atractivo. Un culo desproporcionado y poca delantera no encajaba en absoluto con el tipo de mujer que le solía gustar a Damián. Debía de ser muy buena en su papel de halagadora, y a saber en qué más era buena, para que mi mundo se hubiera puesto patas arriba por su existencia.
- Bueno, tú dirás, no tengo todo el día- le escupí desagradable perdiendo la paciencia ante su silencio y expresión lastimera. ¡Qué horror de tía!
- Esto… a ver por dónde empiezo…
- Si esperas que te lo diga yo, vamos listos, nos van a dar las uvas.- Me recordé a mí misma, que no quería perder los papales delante de ella. Tenía que ver mi versión fría y elegante. Sí, esa era yo, fría y elegante, o al menos podía fingir serlo durante el rato que estuviese presente por mucho que tuviera que morderme la lengua. Fea, so fea, me repetía por dentro. Al menos en mis pensamientos sí me podía permitir ser algo infantil y respondona.
- Verás, Adriana, si estoy aquí es porque creo que hay demasiadas cosas que tú no sabes y es hora de que las sepas. Sé de sobra lo que piensas de mí y no estoy aquí, ni para hacerte cambiar de opinión, ni para pretender confraternizar contigo, la verdad es que también estoy aquí por mi propio interés.
- Vaya qué sorpresa que sean tus intereses los que te preocupan en esta historia
- Adriana, tú eres una víctima en esta historia, lo sé, pero yo también lo soy.- Fue tal mi sorpresa ante su declaración que creo que durante unos segundos se me paró el corazón.
- ¿Perdona? ¿Qué tú eres una víctima aquí? Eso sí que no me lo esperaba, chica, lo que tú eres es una loca perturbada.
- No, escúchame, y luego me preguntas todo lo que quieras si es que me quieres preguntar algo. Escúchame y saca tus propias conclusiones. No pienso seguir siendo la mala de la película cuando esa no es la verdad. Yo también sufro por todo lo que ha pasado y aunque mi sufrimiento a ti no te importe, es real, y quiero poner las cartas sobre la mesa y que teniendo todos toda la información, hagamos por dejar de sufrir de una vez por todas.
Estaba tan noqueada que no podía articular palabra.
- Tú crees que yo me metí en vuestro matrimonio, que busqué a Damián y que lo engatusé y no me importó hacerlo aunque estuviera casado, yo sé que tú piensas que entre Damián y yo sólo ha habido un coqueteo fuera de lugar que jamás ha llegado a nada gracias al amor y al respeto que te tiene, que he sido yo quién le ha buscado, e incluso creerás que he rozado el acoso y lo he atosigado y que él vive parándome a mí los pies- Pues sí, todo eso pensaba, aunque tenía serias dudas al respecto de que ese tonteo no se hubiera materializado en alguna noche de sexo, pero me callé y la dejé continuar con su discurso.- Damián es un mentiroso y un manipulador.
Pues no, eso sí que no esperaba escuchárselo, ¿de qué iba Teresa?
- Él sólo se quiere a sí mismo, y ha jugado contigo y conmigo. Nos ha estado mintiendo a las dos. Cuando he sido consciente de cómo nos manipula a ambas, y he tardado demasiado tiempo en darme cuenta para mi desgracia, he decido que se acabó, que hay que ponerlo en su sitio, y para eso, y aunque quizás te duela mucho lo que te voy a contar, estás en tu derecho de saber la verdad, igual que yo habría preferido saberla también todo este tiempo. Me ves como una enemiga y lo entiendo, pero te aseguro que las cosas no han sucedido como él te quiere hacer creer.
- Mira, Teresa, no sé si tienes mucho valor en venir aquí y decirme todo esto, o es que eres una inconsciente. Yo no tengo por qué creer nada de lo que tú digas por encima de lo que ya me ha dicho mi marido, ¿crees que voy a creerte a ti antes que a él, cuándo puede que sólo quieras hacerme daño y terminar de separarnos?
Pero en realidad sentía que esa chica, que ya no era tan fea como al principio de nuestra conversación, no me estaba mintiendo.
- Adriana, he estado acostándome con Damián años.- Un sudor frío me recorrió la nuca y el corazón empezó a palpitarme con tanta fuerza que parecía se fuese a salir de mi pecho. Tuve que soltar la taza de té ante el temblor incontrolable de mis manos mientras ella seguía hablando ajena a que yo sentía morirme- Me buscó él, lo provocó él, yo sabía que estaba casado porque me lo comentaron en la oficina, no porque él hablara de ti jamás, o te mencionara en absoluto en mi presencia, se preocupó mucho de que ante mis ojos, tu existencia casi no fuera real. Cuando empecé a dejarme engatusar y le pregunté abiertamente por su matrimonio, me dijo que no estabais bien y que te iba a dejar, sí, ya sé que es el cuento de siempre, pero yo le creí, era muy persuasivo e insistente, me convenció poco a poco, y yo quise creerme todas y cada una de sus mentiras, y en aquel momento ni siquiera las puse en duda. Cuando hace unos meses te marchaste de casa, me dijo que por fin te había dejado ¡qué te había dejado él! ¡Por mí!
En ese momento, yo no sabía ya, si llorar, si reírme histérica, o pedirle a alguien que me abofeteara para poder reaccionar y sentir algo que no fuera ese dolor profundo en el pecho ¿y si me estaba dando un infarto? pensé. Teresa seguía destrozándome con sus palabras e ignorando mis ojos llenos de lágrimas.
- Hace un par de semanas me dijo que necesitaba tiempo, que todo lo que os había pasado estaba muy reciente y que no quería seguir haciendo las cosas mal, que debíamos dejar de vernos de momento. Aunque me dolió que ahora que por fin ya no estabais juntos me pidiera espacio, lo comprendí y lo respeté. Y entonces ayer os vi comer juntos durante la hora del almuerzo no demasiado lejos de la oficina, estuve tentada en acercarme e incluso me veía con la autoridad de pedirle explicaciones, pero me fijé en como era su actitud contigo, tan cariñoso y complaciente, os observé durante veinte minutos desde lejos y como en un puzle en mi cabeza todo empezó a encajar. Sospeché entonces, que Damián no había sido sincero tampoco conmigo, y que quizás, donde yo creía que estaba empezando una relación de verdad con él, no estaba siendo más que un entretenimiento mientras arreglabais vuestros problemas. Decidí que no le diría nada, pues me exponía a más mentiras y a querer creérmelas, que esa es la peor parte, que le creería, porque yo quería creerle, así que me puse a investigar por mi cuenta, soy bastante buena haciéndolo la verdad, sin apenas esfuerzo accedí a su correo electrónico y entre otros emails que me ayudaron a esclarecer la realidad de vuestra historia juntos, encontré el que te mandó después de que tu amiga nos viera cenar juntos en aquel restaurante. Hay muchas cosas que tú no sabes al igual que habrá muchas cosas que no sepa yo, pero que nos ha mentido a las dos, eso te lo aseguro. Y que no pienso tolerarlo más, también. Sé que habéis vuelto juntos y que es por eso me ha pedido tiempo a mí, quizás sí que pretenda no seguir engañándote más, no lo sé, pero creo que es justo que si decides estar con él, sea sabiendo la verdad y lo sinvergüenza que es.
Hizo entonces una pausa, mirándome detenidamente, como evaluando si yo estaba creyendo todo lo que decía, y aunque yo permanecía callada, ella sabía que sí, que la creía, así que continuó hablando. Yo me sonaba los mocos sin ningún glamour en las servilletas de la cafetería, de esas que te arañan toda la nariz.
- Yo lo he querido mucho, muchísimo y jamás debí acostarme con un hombre casado, lo sé. Pero a mí también me ha engañado. Siento hacerte daño, Adriana, de verdad, pero a este tío hay que pararle los pies de una vez que nos ha tomado por imbéciles a las dos. ¡Y no me daba la gana de que se saliera con la suya después de cómo ha jugado con los sentimientos de las dos durante tanto tiempo! Y además, que puede que no te quiera engañar más a partir de ahora vale, pero que a mí no me ha dicho en ningún momento que no quiera seguir conmigo, ni que ha vuelto contigo, a mí lo que me ha pedido es tiempo el cabrón de mierda, supongo que querrá saber si lo vuestro va bien o no antes de perderme a mí del todo. Lo siento mucho, pero no se lo pienso consentir más.
- Esta misma mañana hemos estado organizando una escapada para el próximo fin de semana mientras comentábamos lo bien que nos iba a sentar- Dije en un hilo de voz, dirigiéndome más a mí misma, que queriendo compartir con ella esa información.
- Sí ya, pues mira, te he traído esto- Sacó un archivador de su maletín de trabajo y me lo mostró.
- ¿Qué es esto?
- Es nuestra historia. Tienes aquí impresos todos los mails, mensajes de texto, conversaciones de WhatsApp y de Facebook que hemos mantenido todo este tiempo. Léelo todo, comprobarás que esto viene de mucho tiempo atrás, que fue él quien me buscó, y sabrás todo lo que ha estado ocurriendo cuando te ha querido hacer creer otra cosa. Yo no soy ninguna acosadora que lo persigue sin éxito, igual que tú no eres una mujer incapaz de reconocer que lo vuestro está muerto y que no le quiere conceder el divorcio
- Teresa, me estás matando.
- Lo sé, y créeme que lo siento, ¡pero estoy tan enfadada! ¡Nos ha tomado el pelo demasiado tiempo, esto tiene que acabar de una vez!, ¡de mí ese capullo no se ríe más, y no me da la gana se salga con la suya quitándome yo de en medio sin decir ni una palabra, y que pueda retomar su vida marital como si tal cosa!- Dijo sacudiendo el archivador- Esta es la verdad, Adriana, la verdad de todo lo que ha pasado. Y ahora tú, con toda la información en tu poder, si quieres volver con él… pues que seáis muy felices, pero yo en tu lugar me lo pensaría dos veces.
- ¿Cómo sé que no estás inventándote todo esto para tener vía libre?- Dije aferrándome a esa posibilidad y no tener que asumir todo aquello.
- Pues mira, chica, yo no tengo tiempo ni imaginación para elaborar todos estos mensajes, además tienes pantallazos de todo, esto es real, Adriana. Tu marido ha querido tener a su linda mujer en casa y a una amante fuera que le haga sentir que aún es interesante e irresistible para las mujeres, que le engorde bien su inmenso ego y saberse así siempre rodeado de opciones.
Y en ese momento, fue a ella a quien se le saltaron las lágrimas. La miré y de repente vi también su dolor y todo su sufrimiento. Sentí pena por ella, por mí, pero sobre todo, por la mentira tan grande que era el hombre del que estaba enamorada. El Damián que yo veía, al que yo quería, no existía. No lo conocía.
- ¿Cuándo empezó lo vuestro?- Pregunté aterrorizada.
- Pues, a ver… yo llevo trabajando tres años en la empresa, él me invitó a comer en mi segundo día allí, a los seis meses de aquello nos acostamos por primera vez y la última fue hace dos semanas
- Teresa, no te voy a pedir disculpas, ni a dar las gracias.-Dije queriendo evitar ponerme a hacer las cuentas de lo que acababa de decirme.
- No lo esperaba tampoco, ni es esa la intención por la que hago todo esto.
- A pesar de lo que me has contado, sabías que te acostabas con un hombre casado, no deberías haberte metido ahí- Tras una breve pausa en la que recordé que yo no era quien para juzgarla continué- pero sé que las cosas no son blancas o negras y que a veces hay circunstancias atenuantes…
Ella sacó entonces un paquete de Kleenex y me ofreció uno, ambas nos sonamos los mocos a la vez. La escena no podía ser más triste, surrealista y grotesca. Allí estaban la mujer y la amante llorando juntas.
- ¿Sabes que es cierto todo lo que te he contado, verdad?
- Por desgracia no necesito abrir ese fichero para saber que es verdad.
- ¿Vas a decirle que te lo he contado todo?
- No lo sé. No creo que merezca la pena exponerme a más mentiras. Le pedí que me contará toda la verdad en su día y ahora comprendo porque no lo hizo. Es un cobarde, pero no es tonto, él sabe que todo lo que hay ahí- Dije señalando el fichero- jamás se lo hubiera perdonado, ni siquiera puede escudarse en que era sólo sexo, sexo continuado vale, pero sólo sexo a fin de cuentas. Teníais una relación, te dijo que no quería estar conmigo…
El llanto no me permitió continuar. Me levanté corriendo dejando allí aquel fichero destruye corazones y a Teresa llorando también. Ni siquiera le dije adiós.
Nunca volví a entrar en aquella cafetería, mi preferida, ni tampoco dejé de fumar aquella mañana.