Robert Lyman
Por mucho que hayan cambiado, o extrañas que sean las nuevas condiciones de la guerra, no solo los generales, sino también los políticos, pueden descubrir que mucho de lo que podemos aprender del pasado puede aplicarse también al futuro y que, en la búsqueda de este pasado, algunas campañas han anunciado más que otras el futuro patrón de la guerra moderna. Creo que nuestra campaña en Birmania fue una de ellas. Tal vez parezca una curiosa afirmación al referirnos a hombres, en comparación peor equipados, avanzando en la incertidumbre de la jungla. Ahora bien, el efecto y el estilo del pintor no dependen de cuántos tubos de colores tiene, o de la cantidad de pinceladas, o del tamaño de su lienzo, sino de cómo combina los colores y maneja los pinceles sobre el lienzo.
MARISCAL DE CAMPO SIR WILLIAM SLIM
Cuando redactó estas líneas en 1956, el mariscal de campo sir William «Bill» Slim sabía que las extraordinarias hazañas de su Decimocuarto Ejército en la India en 1944, y en Birmania el año siguiente, ya habían sido muy olvidadas por un país que ansiaba desesperadamente dejar atrás el prolongado trauma de la segunda guerra mundial, pero también por los estrategas militares decididos a concentrar su atención en las pequeñas guerras de contracción imperial y en las lecciones de la guerra blindada en Europa, útiles para abordar las cuestiones relacionadas con cómo combatir una posible guerra contra los países del Pacto de Varsovia. Estas «lecciones», ruidosamente difundidas por Montgomery de El Alamein y sus discípulos, ensuciaron la experiencia de combate en el Lejano Oriente calificándola de una «guerra de cipayos» que, en cuanto a significado histórico, no ofrecía nada comparada con los grandes enfrentamientos blindados en el norte de África, el norte de Europa y las estepas soviéticas. Slim, a quien no le gustaba alardear de sus propios éxitos, se limitó a observar una realidad: que la historia a menudo solía estar dictada por aquellos que hacían más ruido.
Con todo, sus afirmaciones, que Birmania proporcionaba un modelo apto para el estudio de la guerra moderna, demostrarían ser acertadas, pero no hasta mucho tiempo después de su muerte. Pese a los recursos asignados al Decimocuarto Ejército de Slim, muy restringidos comparados a los de los ejércitos británicos que combatían en Italia y en Europa, Slim creó un enfoque totalmente nuevo a la guerra, al menos para los británicos, que podría describirse como algo parecido a «maniobras de la mente». En el centro de esta doctrina se halla el concepto de que el arte de la estrategia consiste en debilitar la fuerza mental y la voluntad de vencer del enemigo utilizando la concentración de fuerzas para lograr el efecto sorpresa, la conmoción psicológica, el impulso físico y la superioridad moral. Se trata de un modo de enfocar la guerra en profundo contraste con la idea de igualdad numérica y de fuerzas, y en el que el objetivo de la estrategia no consiste en limitarse a luchar sin ceder terreno al enemigo en un enfrentamiento de desgaste del tipo que caracterizó buena parte de la experiencia británica en el norte de África y en Europa. Un comandante moderno, moldeado según el patrón de Slim, valora por encima de todo las virtudes de la astucia y del ingenio, intenta engañar y desorientar al enemigo, y basa firmemente su plan de operaciones en la implacable explotación de las debilidades del enemigo. El enfoque de Slim, descrito por uno de sus comandantes de división como algo parecido a «chutar a portería mientras el árbitro no mira», dependía de un liderazgo fuerte en todos los niveles del mando, de la formación y preparación intensivas, y de fomentar la sólida idea en todo el ejército de que el ingenio, la audacia y la iniciativa han de ser premiados en todos los rangos. En consecuencia, el Decimocuarto Ejército se convirtió tal vez en el regimiento más dinámico y victorioso de todas las unidades británicas que combatieron en el campo de batalla desde los días de Wellington, y ello pese a disponer solo de una pequeña parte de los recursos que se hubieran considerado necesarios si hubiera tenido que desplegar sus tropas contra los alemanes en Europa.
No sería hasta finales de la década de 1980 cuando las auténticas lecciones para los historiadores de la guerra, extraídas de los largos combates en la India y en Birmania entre 1942 y 1945, las señaladas por Slim, empezaran a ser objeto del mérito que se merecían.
Se dice a menudo que la historia la escriben los vencedores. También es cierto que, a menudo, solo recuerda el batir de los tambores más ruidosos.