John Luckacs
Los documentos no hacen la historia, la historia hace los documentos.
La historia no consiste en «hechos». La historia se escribe, se enseña, se habla y se piensa en palabras. Sus hechos son inseparables de las palabras con las que se explican. Las palabras también tienen su propia historia: su vida, su muerte, su poder y sus límites. Imaginemos (no es fácil, pero es imaginable) que en algún momento del futuro las personas pudieran comunicarse entre ellas solamente por medio de dibujos, imágenes y números; incluso la conciencia de la historia que tiene la gente, y por supuesto también su propia historia, seguiría existiendo.
El propósito de los historiadores NO consiste en establecer verdades definitivas, sino en corregir y eliminar las no verdades y las medias verdades.
Érase aquella vieja irlandesa charlatana a quien los vecinos le preguntaron si los chismes sobre la joven viuda al otro extremo de la calle eran ciertos. Contestó: «No son ciertos, pero son lo bastante ciertos». El historiador debe pensar a la inversa: «Tal vez sea cierto, pero no es lo bastante cierto».
Uno de los problemas es que hay tantos historiadores profesionales que están menos interesados en la historia que en su condición de historiadores.
La cuestión principal no es (o ya no debería ser) si la historia es arte o ciencia, sino que debería ser: escribir la historia ¿es ciencia o literatura? Debería ser lo segundo.
La diferencia entre un historiador «profesional» y uno «aficionado» no es mayor que la que existe entre un neurocirujano profesional y uno aficionado; pero es menor que la que separa a un poeta «profesional» (un absurdo, ¿no creen?) de uno «aficionado».
Una celebridad es alguien famoso por ser muy conocido. Mi ambición ha sido siempre ser famoso por no ser muy conocido.