Ian Kershaw

Por más que grandes extensiones de Europa y muchos estados antiguos y famosos hayan caído o caigan en poder de la Gestapo y de todo el espantoso aparato del régimen nazi, no vamos a flaquear ni a fracasar, sino que seguiremos hasta el final. Combatiremos en Francia, combatiremos en los mares y en los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio; combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas; no nos rendiremos jamás…

WINSTON CHURCHILL

Creo que mi cita histórica preferida tendría que ser extraída del desafiante discurso pronunciado por Winston Churchill en la Cámara de los Comunes el 4 de junio de 1940. Tal vez pronunciara discursos mejores, y otras citas de sus escritos y discursos son al menos igual de memorables que esta, sobre todo su discurso «Finest Hour», pronunciado dos semanas más tarde. Sin embargo, yo elegiría este pasaje por su importancia retórica en un momento tan crucial, por el modo en el que subió la moral del país en el trance más sombrío de la dilatada historia del Reino Unido.

Churchill llevaba en el cargo de primer ministro menos de un mes cuando pronunció este discurso, y su bien fundada reputación como el héroe de guerra británico todavía estaba por construirse. Había sido investido en el cargo el 10 de mayo, precisamente el día en que Hitler lanzaba su ofensiva occidental. Entre la fecha de la investidura y la fecha de su discurso, Churchill tuvo que enfrentarse a la posibilidad, y más tarde a la certidumbre, de la caída de Francia, a lo que había que añadir la hegemonía alemana sobre Europa occidental y la muy probable y subsiguiente invasión del Reino Unido. También, durante tres días a finales de mayo, tuvo que vencer los argumentos, defendidos sobre todo por lord Halifax, el ministro de Asuntos Exteriores, que sostenían que el Reino Unido debía considerar la posibilidad de una paz negociada. El telón de fondo de las dramáticas reuniones del consejo de ministros de aquellos días era la desesperada situación en la que se encontraban las fuerzas expedicionarias británicas en Francia, atrapadas en Dunkerque, y que se suponían perdidas en su mayor parte. El propio Churchill creía que tal vez solo podrían salvarse entre veinte y treinta mil hombres. La inflexible postura de Churchill, que defendía que el Reino Unido debía seguir combatiendo fuera lo que fuera lo que ocurriera en Francia, se impuso finalmente en los debates del gabinete. Además, en lo que Churchill denominaría «el milagro de Dunkerque», casi trescientos cuarenta mil soldados británicos fueron rescatados de los alemanes por una armada de buques, muchos de ellos pequeños pesqueros, que cruzaron el canal de la Mancha en condiciones peligrosas para recoger a los hombres que estaban en las playas. Este era el contexto en el que Churchill se dirigió a la Cámara de los Comunes el 4 de junio. Aunque hizo hincapié en que «las guerras no se ganan con evacuaciones», afirmó no obstante que «sí que hubo una victoria en esta liberación». En realidad, fue una importante derrota, pero la retórica de Churchill la convirtió en un triunfo. Este discurso contribuyó a construir la imagen de Churchill como el indomable líder bélico que necesitaba el país en aquellos tiempos tan peligrosos. Y contribuyó también en gran medida a intensificar la moral del país e imbuirle un espíritu combativo cuando la situación difícilmente podía ser más desastrosa.

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El peso de la historia
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