... y subiendo

 

 

 

 

Cuando mi foto apareció entre los finalistas del diario, yo salía en 85décima posición porque lo habían ordenado —¡otra vez el orden!— alfabéticamente y mi apellido empieza por v.

El día que se abrieron las votaciones para elegir al Catalán del Año entre los diez candidatos, me posicioné en el sexto lugar, por encima de Marc Márquez o de Raimon.

A mí me daba pena estar por encima de un piloto tan bueno o de un músico que ha compuesto cientos de canciones, pero los lectores votaban a quien querían y no había más que decir.

Iban pasando los días y las muestras de apoyo cada vez eran más. Muchas escuelas se sumaban a la iniciativa y cientos de niños y niñas votaban cada día por mí. Muchos famosos también pedían votos para mí a través de Twitter.

Me parecía increíble que todo aquello me estuviera sucediendo, pero no era la primera vez que me sentía así.

—No tienes que avergonzarte porque la gente te aprecie y apoye tu candidatura —me decía mi hermano Marc muy serio—. Piensa que no te están votando solo a ti. A través de tu nominación están apoyando a todas las personas con dificultades y a sus familias. Votan para que estén orgullosos de sus hijos.

Saber eso hizo que no me sintiera mal por el hecho de que muchas personas me prefirieran a mí antes que a genios que consiguen cosas que parecen imposibles.

Al comentárselo a Marc, me respondió:

—Tú también consigues cosas que parecen imposibles, Anna.

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