Prácticas de trayecto

 

 

 

 

Toda mi familia, amigos y conocidos, que no sabían eso del Elemento, empezaron a buscarme trabajo. De vez en cuando iba a alguna entrevista, pero todo eran buenas palabras que se quedaban en nada.

De todos modos, mi vida estaba a punto de cambiar totalmente sin que yo lo sospechara.

Una mañana, Marc entró con mis padres en mi cuarto. Yo estaba tapada con la colcha.

—Tengo una idea... —dijo con expresión enigmática—. No quiero que pases ni un solo día más aquí, sin hacer nada.

—Es que no tengo adónde ir.

—Pues ahora sí. Trabajarás en Itinerarium, con papá, con Pau y conmigo.

 

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Itinerarium es una fundación donde hacen tecnología para que todos podamos aprender más y mejor.

Después de meses marchitándome en casa, emplearme en la organización social en la que trabajaban ellos era para mí un sueño.

Pero mi madre no lo veía claro. Pensaba que me agobiaría como en el supermercado. Sin embargo, yo rebosaba ilusión. Además de estar con mi familia, conocería a nuevos compañeros y podría hacer lo mismo que ellos cada día.

—¿Y cuál será mi trabajo en Itinerarium? —pregunté.

Nadie supo responderme a eso.

Era mi segundo intento de trabajar, y esa vez me juré ~treiidtque saldría bien.

Antes de empezar la rutina, como siempre que hacía algo nuevo, tuve que practicar el fin de semana con mis padres. Cuanto antes dominara el trayecto de metro y el camino hasta la oficina, mucho mejor.

El viaje empezaba en la parada de Rocafort y terminaba en Drassanes, en el puerto.

—Fíjate en la estatua de Colón —me pidió mi padre—. Cuando salgas de la estación, vas hasta allí mirando hacia el mar. Luego giras a la derecha hasta el World Trade Center, donde tenemos la fundación.

Memoricé todo el trayecto: el nombre de la parada de destino, el andén correcto para ir y para volver, las estaciones que separaban mi casa de mi nuevo trabajo. La estatua de Colón. El edificio blanco del World Trade Center, que parece un enorme barco a punto de zarpar.

«Tiene que salir bien. Esta vez tiene que salir bien», me repetía mientras regresaba a casa junto a mis padres.

Ellos notaban que yo estaba nerviosa, pero no dijeron nada.

Aquella noche ni siquiera vi una de las series de televisión que me gustaban. Me fui directamente a la cama y dejé que Bella subiera a mis pies y se acurrucara entre sus bostezos de perro.

En la oscuridad de mi cuarto, sentía que una luz pequeña pero poderosa se encendía en mi interior.

La luz de la fe.

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