F
de Fe
Hay un dicho que asegura que la fe mueve montañas. Y una de las maestras que tuve en mi primera escuela comentaba que ni siquiera es necesario creer en milagros para que eso ocurra. Sobre todo si confías en el apoyo que te brindan los demás.
Puesto que muchos Himalayas que encontramos en el camino los levantamos nosotros, basta con dejar de ponernos trabas para que la montaña se mueva, desaparezca.
—Tu fe marca lo que puedes hacer y lo que no —me aseguraba mi maestra—. ¿Sabes qué decía un fabricante de coches norteamericano?: «Tanto si crees que puedes como que no puedes, estás en lo cierto».
Ella comparaba la fe en las posibilidades de uno mismo con el hecho de confiar o no en alguien: es algo que no puedes hacer a medias, o confías o no confías.
Y aquella noche, encogida bajo la colcha, mientras me llegaba el rumor del televisor, yo había decidido confiar.
Confiar en mí.
Antes de dormirme, recordé un cuento popular que me había contado mi abuela cuando yo era muy pequeña.
Al principio de los tiempos, había tres amigos que pasaban el día juntos: el fuego, el agua y la confianza. Todos se querían y les encantaba dedicar el tiempo a reír y jugar.
Un día, uno de ellos les preguntó a los otros dos:
—¿Qué haremos si alguna vez nos perdemos? ¿Cómo podríamos volver a encontrarns dos?
Los tres amigos pensaron y pensaron, hasta que el agua respondió:
—Bueno, si alguna vez me perdéis, buscadme en un prado muy verde que esté lleno de flores. Justo cuando empiece el amanecer, yo estaré por ahí.
A continuación, el fuego dijo:
—Bueno, si alguna vez me perdéis, buscad un sitio donde haya mucho humo y donde haga muchísimo calor. ¡Seguro que yo andaré por allí cerca!
Finalmente, la confianza dijo:
—Bueno, si alguna vez me perdéis..., nunca volveréis a encontrarme.