Una maravilla
A veces miro fotos de cuando mis hermanos y yo éramos muy pequeños.
En ellas se nota que mis padres debieron de estar muy ocupados. Siempre arriba y abajo por casa para llegar a todo. Y es que tener tres hijos a la vez debió de ser muy complicado: tres camitas, tres sillitas en el coche, tres tronas. Todo por triplicado.
Porque somos trillizos; nací a la vez con otros dos hermanos. Estuve en la barriga de mi madre junto a Pau y Marta, y, al salir al mundo, nos pusieron a cada uno en una incubadora.
Unas semanas después, mis hermanos pudieron irse a casa, pero yo tuve que quedarme. Por suerte, no fui consciente de que se los llevaban, ya que los habría echado mucho de menos.
Mis padres venían cada día a verme, a veces acompañados de los abuelos o de Marc, mi hermano mayor, con quien ahora comparto muchas de las cosas que hago.
Tardé dos meses más que mis hermanos en conocer mi hogar y a mi familia. Me cuentan que el día que llegué a casa organizaron una gran fiesta solo para mí.
Desde entonces, los años han ido pasando, y aquella época empieza a quedar lejos. Me doy cuenta de ello al mirar las fotos. Todos han cambiado tanto..., yo un poco menos, y, sin embargo, algunas cosas permanecen igual.
El amor que mis padres me demostraban de pequeña, cuando dependía de ellos para todo, no ha cambiado. Como mucho ha crecido, igual que el amor que yo siento por ellos.
Hay días raros en los que me desanimo. Entonces, mi hermano Marc acude a mi rescate. Es especialista en darle la vuelta a la tortilla y sabe buscarle el lado alegre a todo.
Un día que yo estaba triste porque había visto por televisión un documental sobre niños que sufrían, me di cuenta de que su cara también se apagaba. Estuvo dando vueltas por casa hasta que encontró un libro que contiene fragmentos que le inspiran.
Me leyó en voz alta el siguiente texto de Pau Casals, un hombre que tocaba el violoncelo y que pensaba mucho en los niños:
Cada segundo que vivimos es un momento nuevo y único en el universo, un momento que nunca volverá a repetirse... ¿Y qué enseñamos a nuestros hijos? Les enseñamos que dos más dos son cuatro y que París es la capital de Francia. ¿Cuándo les enseñaremos también lo que son?
Deberíamos decir a cada uno de ellos: «¿Sabes qué eres? Eres una maravilla. Eres único. En todos los años que han pasado nunca ha habido otro niño como tú. Tus piernas, tus brazos, tus ágiles dedos, la manera en que caminas.
»Puedes llegar a ser un Shakespeare, un Miguel Ángel, un Beethoven. Tienes capacidad para cualquier cosa. Sí, eres una maravilla. Y cuando crezcas, ¿serás capaz de causar daño a otro que es, como tú, una maravilla?».
Debes trabajar —todos debemos trabajar— para hacer del mundo algo digno de sus hijos.