Todos somos discapacitados, pero somos capaces de todo
Mi hermano Marc siempre se enfada cuando oye que alguien utiliza la palabra minusválidos.ría Dice que nadie vale menos que otro, porque cada persona es única e irrepetible. Nadie se puede comparar con otra persona.
Tampoco le gusta el término discapacitados, a no ser que se use para todo el mundo.
—Todos somos discapacitados —le explicaba el otro día a un contable que vino a la oficina—. Usted, por ejemplo, ¿sabe escribir con la mano izquierda?
—No —respondió el hombre muy sorprendido—. Soy diestro.
—¿Lo ve? Entonces, tiene una discapacidad para escribir con la mano izquierda. Visto de este modo, todo ser humano es un saco de discapacidades.
El señor miró a mi hermano sin saber qué pensar.
—Si solo tenemos en cuenta aquello que nos falta o que no nos funciona, la lista puede no tener fin —siguió—. Hay quien es incapaz de subir a un avión, de tomar el ascensor o de viajar en metro. Otros no han aprendido nunca a nadar o a ir en bicicleta. Y muchos más son incapaces de hablar bien un idioma extranjero, de patinar sobre hielo o de cantar sin desafinar. Mal mirado, cada persona es una suma de discapacidades. Pero... ¿sabe qué decía Hemingway?
El hombre no respondió, aunque escuchaba atentamente lo que le decía mi hermano, que esa mañana se había levantado con ganas de hablar.
—En unos consejos para jóvenes escritores que dio en un periódico, les recomendaba: «HABLAD SIEMPRE DE LO QUE HAY, NO DE LO QUE NO HAY». Hemingway se refería a la descripción de un cuarto, por ejemplo. Es absurdo decir que no hay armario o que a la ventana le falta la persiana; es mucho mejor mencionar lo que sí contiene. —Mi hermano echó una mirada circular a la oficina—. Lo mismo sucede con la vida: es mucho mejor valorar lo que tenemos, y potenciar esas capacidades, que lamentarnos por lo que nos falta.
Después de oír esto, el señor se quedó pensativo mientras miraba fijamente un póster de la Fundación Itinerarium que reza con grandes letras:
Mi hermano había captado su interés y sonrió mientras se acercaba a mi mesa. Yo estaba copiando un texto para mejorar mi caligrafía, pero sentí a mis espaldas su presencia protectora al tiempo que oí su voz, que explicaba:
—Anna nunca estudiará Ingeniería en la universidad, pero posee muchas otras capacidades. Su letra es tan bonita que ha creado con ella una tipografía que ha dado la vuelta al mundo. Tiene una memoria prodigiosa para las series de televisión, le encanta bailar y no hay nadie más responsable con sus tareas en el trabajo.
Le di un empujón cariñoso a mi hermano para que dejara de hacerme la es hacermpelota, antes de que acompañara al señor hasta la puerta.
Sentada frente a los folios que estaba llenando de palabras, escuché cómo despedía a la visita:
—¿Sabe? Estos últimos años he descubierto algo importante: todos somos discapacitados, pero somos capaces de todo.