Año decimoctavo. Visión decimotercera

Año decimoctavo después del nacimiento de los Reyes Blancos

Undécima luna, posada del Valle del Trébol

Saghan y Ailsa ayudan a nacer a un potro en las cuadras de la posada.

Una noche, el mozo de cuadras acudió a la alcoba de los hombres en busca de ayuda. Una de las yeguas se había puesto a parir a destiempo y el potro venía en mala posición. Saghan se prestó a acompañarle a los establos; Uthn ya estaba junto a los animales con algunos de los habitantes de la posada. Ailsa también estaba presente. La tensión se palpaba en el aire. La voluminosa yegua lanzaba horribles relinchos, estaba tan agitada que habían tenido que atarla; mordía y lanzaba coces a cuantos trataban de ayudarla. Los cascos del potro ya asomaban por detrás, pero no podía salir. Nadie se atrevía a intervenir.

—No hemos querido despertar a los señores de la casa —le explicó el mozo.

Saghan se daba cuenta de que todos esperaban que él tomara el control de la situación, ya que era sanador como su tío.

—Está bien —aceptó—. Esta hembra está demasiado nerviosa. Hay que sacarla de aquí y conducirla a un lugar más amplio. Yo la desataré.

Nadie podía acercarse a la yegua sin arriesgarse a salir herido. Pero Saghan era un djendel, capaz de mantener la armonía con el resto de los seres vivos, y el animal aceptó su presencia. Después, y para asombro de muchos, la yegua se dejó conducir hasta un rincón despejado. Saghan posó con delicadeza sus manos sobre el abultado vientre y así se mantuvo un buen rato bajo la curiosa mirada de los demás, que no dejaban de preguntarse cómo podría ayudar a un parto de aquella forma.

Para Saghan era una situación novedosa y ardua. Nunca antes había intervenido en un parto. Estaba tan preocupado por la yegua y su criatura que no fue consciente de la naturalidad con la que impartía las órdenes y la presteza con la que le obedecían. Ailsa, en cambio, sí se percató de ello.

—Ya viene —les advirtió a los demás.

Dejó el candil en manos de Uthn y se colocó frente a los cuartos traseros del animal. Al instante, la joven kranyal estaba recibiendo en sus brazos a la criatura, aún envuelta en su saco fetal. Limpió el morro húmedo con su propia falda y esperó su primera respiración. Cuando el pequeño comenzó a boquear ansioso, lo depositó en el suelo, pero cayó de bruces sobre sus desmesuradas patas, incapaz de sostenerse. Por un momento, Ailsa temió que no sobreviviera, pero al poco el potrillo hizo sus primeros intentos por ponerse en pie. Uthn asintió con un gruñido de aprobación y Ailsa sonrió. Estaba manchada de la cabeza a los pies con los desechos del parto y apestaba, pero no le importaba. Saghan y ella compartieron una mirada de satisfacción por el trabajo realizado. Fue solo un gesto, pero dio origen a muchos chismorreos toda la semana.