Callejón sin salida
Corea del Sur
(junio, 2012)
Corea del Sur es como la pieza de puzle que le faltaba a nuestro trayecto cuando fuimos a Oriente en bicicleta. En el verano de 2006 teníamos ya una fecha para salir del continente asiático, y desde China decidimos ir directamente a Japón sin visitar antes el país peninsular.
De nuevo en Japón pensábamos ir por Rusia, pero su burocracia nos complicó la entrada, sin olvidar el alto coste del visado, la carta de invitación y el pasaje del Transiberiano. Buscábamos otra ruta y nuevamente abrimos el mapamundi, ese embrujado y maldito mapa que cada vez que lo observo me hace perder el rumbo. No le podía quitar ojo, hipnotizado, señalaba con mi dedo los lugares que todavía no había trazado con mi rotulador negro. Estábamos más desorientados que nunca, sin saber qué ruta coger para volver a Europa. Ir por Indonesia o volver por China, quizás pasar por Mongolia. Pasábamos los días en Tokio deshojando la margarita; sureste asiático o atravesar Asia por el norte. Ambas rutas tenían cosas positivas y negativas, pero ya en ruta decidimos ir por China. Nos daba pereza coger otro avión tras la mala experiencia en Auckland y el trópico sería muy caluroso y húmedo, peor aún si teníamos que llevar a Unai en la espalda con el porta-bebé. Antes de ir a China quería pasar por Corea del Sur, y encajar esa pieza del puzle que faltaba en mi mapamundi. Sin bien, tengo más ganas y curiosidad que Alice por conocer esta pequeña nación en medio de dos grandes potencias, con una historia bastante sangrienta, salpicada por invasiones, guerras y colonizaciones.
Desde el ferry vemos aparecer Busan, una megacity con edificios altos y una autopista que los esquiva. Alice y yo nos miramos mientras al mismo tiempo decimos: «¡Menudo pedazo de ciudad!».
Busan nos impone. Un lugar como este nos absorbe mucha energía, más viajando con niños. Sin saberlo, entramos a Corea del Sur por la segunda ciudad más grande del país (con cinco millones de habitantes). Llegamos a las siete de la tarde y rápidamente buscamos una pensión económica antes de que Unai quiera ir a dormir. En la información turística del puerto nos dicen que los alojamientos más económicos están cerca de la estación de tren, no muy lejos del puerto. Hay muchos moteles por la zona, que en realidad son love hotels. Nos cuesta encontrar un motel para dormir, la gran mayoría no nos aceptan porque muchos de sus clientes llevan prostitutas a su habitación. Sin saberlo, nos encontramos en el barrio rojo del Busan. Los que nos admiten, después se arrepienten cuando ven las bicicletas y el remolque. Al final encontramos un motel con garaje y pagando un poco más del precio estándar. Dormimos en una gran cama rosada y redonda con espejos a su alrededor.
El cambio cultural es más grande de lo que pensamos. Corea no tiene nada que ver con Japón. Los coreanos son extrovertidos, escandalosos y estrafalarios. Vemos que claramente estamos más cerca de China que del país Nipón. En un principio nos gusta el cambio de país, y, sobre todo, el ajetreo que hay en las calles. Maia no sale de su asombro cuando visitamos los inmensos mercados, hay muchas variedades de pescados. Peces vivos de todos los tamaños y colores, conchas enormes, extraños crustáceos y moluscos. Se queda horas mirando las peceras. Nunca hemos visto tanta diversidad de pescado al mismo tiempo. En los mercados también degustamos la comida coreana, nada que ver con lo que hemos comido anteriormente en Asia. A los coreanos les encanta el picante y es difícil encontrar un plato típico que no pique. En un principio no nos importa, pero según pasan los días, nos hartamos. Ahora entiendo cuando mi amigo Federico en Aberdeen (Escocia) decía que si abusaba del picante el culo se le ponía como una coliflor. Elegir un plato es complicado, no basta con señalar con el dedo el plato de otro cliente que está comiendo. Por un lado, no tenemos idea de lo que comen los otros; por otro, los vendedores no parecen entender, y casi siempre se desprenden de nosotros por la vía rápida.
Pedaleamos por la costa oriental para ir a Seúl, supuestamente menos deshabitada que la costa occidental, pero no nos libramos de toda esa zona urbana y denso tráfico que hay en los alrededores de Busan. No conseguimos dejar la ciudad atrás, el horizonte siempre nos recibe con más edificios altos, polígonos industriales y grandes carreteras. Rodar por esta jungla de hormigón es algo agobiante. Sin saberlo antes, estamos visitado uno de los países más densos del planeta. Por suerte, acampar por libre sigue siendo asequible, siempre instalamos nuestra tienda de campaña en unos templetes de madera que suele haber por todos los lados para descansar.
La circulación en Corea del Sur es un horror. Dudamos si continuar por la costa o meternos al interior para hacer una diagonal e ir directamente a Seúl. Ambos estamos cansados físicamente y necesitamos un gran descanso de por lo menos dos semanas. Estamos exhaustos: echando cuentas, desde que salimos de Samaipata no hemos parado. El resto de Sudamérica lo recorrimos sin detenernos mucho para aprovechar al máximo los días que nos restaban antes de abandonar el continente. Nueva Zelanda fue bastante exigente físicamente, y desde entonces no nos hemos recuperado. La parada en Tokio fue más fatigosa que reposada. Después, pedaleamos por Japón durante tres semanas y apenas paramos dos días. Y en Corea del Sur seguimos pedaleando sin parar, con una media de setenta kilómetros diarios y por unas cuestas que tienen un diez por ciento de desnivel. Afortunadamente, recibimos por Internet una invitación de un señor cicloturista que vive en Incheon, cerca de Seúl. Young Lee, nuestro anfitrión en Taketa (Japón), escribió sobre nosotros en la página web de ciclistas en Corea del Sur, y Kim, tras conocer nuestra historia, nos ofrece un apartamento para descansar nada menos que dos semanas. Esta invitación nos da alas y nuestro único objetivo es llegar a Incheon y descansar cuanto antes.
Volvemos a la carretera nacional para ir más rápido y evitar los numerosos puertos de montaña. En las locales hay menos tráfico, pero hay demasiadas cuestas con fuertes pendientes. En otros tiempos no nos habría importado, pero estamos cansados. El problema es que las vías principales se convierten en carreteras de tres bandas o incluso en autovías, y algunas prohíben circular en bicicleta. Nuestro mapa no es muy detallando y simplemente nos guiamos por el número de la carretera, ya que no podemos leer coreano. Pero, al seguir el número, nos conduce a autovías o variantes que no vienen indicadas en nuestro mapa. Pedalear por Corea del Sur no es muy agradable y cuando estamos a cien kilómetros de Seúl cogemos un autobús para evitar toda esa aglomeración, donde viven casi la mitad de los coreanos del sur.
Con el objetivo cumplido, por fin podemos descansar. China está al otro lado del mar Amarillo y estamos excitados en volver al país del que tan buenos recuerdos tenemos. Sin perder tiempo vamos al consulado chino para solicitar el visado. El portero no nos deja entrar, nos dice que tenemos que hacer los trámites mediante una agencia de viajes, pero que si no somos residentes en Corea del Sur sería imposible obtener visado. La agencia de viajes lo confirma, no podemos conseguir el visado chino. La noticia nos cae como un jarro de agua fría. ¡Otra puerta que se cierra! Nunca habríamos imaginado que fuera imposible obtener el visado chino en Corea del Sur. Si ya estoy tocado físicamente, ahora estoy destrozado psicológicamente. Qué chasco, rabia e impotencia. No podemos ir a Rusia ni a China.
«¿Qué hacemos ahora?», le pregunto a Alice bastante frustrado. Estamos en Corea del Sur en un callejón sin salida, entre dos grandes naciones que nos cierran las puertas de sus fronteras. No paro de preguntarme a mí mismo: «¿Por qué no nos habíamos informado antes de todo esto por Internet? ¿Por qué salimos de Tokio sin saber qué ruta íbamos a coger? —casi fuimos al consulado chino de Tokio, aunque más tarde nos enteramos de que allá también era casi imposible—. ¿Por qué quise ir a Corea del Sur? ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello?». Incluso empiezo a buscar culpables, y maldigo a Peter sin sentido por darnos la idea de ir a Indonesia cuando no tenía sentido. Así soy, una persona que da mil vueltas al mismo tema, pensando siempre en el pasado, cuando ya no se puede dar marcha atrás, y, aunque no quiero pensarlo, ese nudo en el estómago es superior a mí. Ya sé que es absurdo, imposible volver al pasado. En cambio Alice es más positiva que yo y mira más hacia el futuro. También le fastidia, muchísimo, pero no quiere hablar de esto y desea pasar página cuanto antes y buscar una solución.
—Sí o sí, hay que volar —le comento Alice.
—Pero… ¿A dónde? ¿Ulán Bator?
—Me encantaría, Alice, pero estaríamos en las mismas. Aitor, otro cicloviajero vasco, me ha comentado en un correo electrónico que ahora también es complicadísimo obtener visado chino en la capital de Mongolia. Podríamos ir a otra ciudad asiática.
—¿A cuál, Andoni? El continente asiático ya lo conocemos bien.
—El Medio Oriente —le comento mientras miro el mapamundi.
—¿En pleno verano? Las temperaturas serían muy elevadas. Lo mismo pasaría si fuéramos a los países de Asia Central que no conocemos; además, no sabemos si Unai soportaría las grandes alturas.
—Estoy hecho un lío ¡Menuda faena esto de los visados!
—¿Y por qué no volamos a Kiev, he visto un vuelo muy económico, después podemos pedalear por los países occidentales de la ex URSS y Escandinavia?
—Me parece interesante, pero volver a Europa tan pronto me deprime, Alice, sobre todo la idea de volver a casa.
—A estas alturas, deberías estar preparado para viajar como lo hacemos, improvisando. Hasta este cambio de planes puede ser normal.
—Si es verdad, pero tenía mucha ilusión en pedalear por las grandes estepas mongolas, a pesar de que no estaba en un principio en nuestros planes.
La temporada alta está a la vuelta de la esquina, y antes de que los vuelos se encarezcan, compramos un billete de avión para ir hasta la capital de Ucrania. Mientras, pasamos los últimos días en Incheon entristecidos. Apenas hemos entrado en Asia y ya tenemos que salir. No tengo ganas de visitar la capital de Corea del Sur y mi único deseo es que llegue el día del vuelo y así pasar página lo antes posible.