Welcome to USA

EE. UU.-Costa Oeste

(octubre-noviembre, 2006)

Desde lejos ya vemos la bandera de las treces bandas rojiblancas con las cincuenta estrellas. La frontera está muy cerca; en seguida, entraremos en el país más poderoso del mundo y uno de los más odiados por su política exterior y maquiavélica. Antes de pasar el paso fronterizo, me detengo y mientras observo la bandera bien cerca me pregunto a mí mismo: «¿Merecerá la pena? ¿Qué tipo de gente me encontraré en este país?».

Será interesante conocer y estudiar la sociedad estadounidense, así que empiezo a pedalear mientras pienso: «¡No todos sus ciudadanos serán iguales y muchos estarán en contra de su gobierno! Además, disfrutaremos de sus diversos paisajes».

Cruzar la frontera es más fácil de lo que pensamos. En cuestión de minutos ya estamos en territorio estadounidense. Incluso es la frontera más fácil y rápida que hemos pasado en estos años. Somos los únicos en el paso fronterizo y ni nos registran. Los tres obesos aduaneros solo nos hacen preguntas muy entusiasmados por nuestro viaje en bicicleta por el mundo. Incluso nos regalan una linterna-silbato para usarla en caso de que tengamos problemas. Hasta bien entrada la tarde no llegamos al primer pueblo, Bonners Ferry. Apenas supera el millar de habitantes, pero tiene la bandera más grande que he visto en mi vida. A pesar de que hay bastante viento, le cuesta ondear. Entramos en una tienda de deporte para comprar un mapa del estado de Idaho. Hay varios cazadores comprando municiones y poniendo a punto sus armas. La temporada de caza ha empezado esta misma tarde. Y a nosotros, inconscientemente, se nos ocurre acampar a la intemperie en un bosque cerca del pueblo. Nada más instalar la tienda de campaña empezamos a oír disparos de escopeta. Miro a Alice y le digo con algo de pánico:

—¿Tú crees que corremos peligro aquí?

—¡Qué va! Tenemos que tener muy mala suerte para que nos den —me responde siempre tan positiva.

Por una vez, deseo que nuestra tienda de campaña sea más vistosa para que nos vean mejor. La tienda de campaña que tenemos es de un tono verde oliva, el perfecto color para pasar desapercibido a la hora de acampar. Los disparos no paran hasta la noche.

 

En Sandpoint paramos un buen rato. Se hace tarde y decidimos acampar a las afueras, cerca del lago Pend Oreille. Pero la Nacional 95 está muy cerca, hay demasiado ruido y tráfico. Vamos hasta el otro lado del lago, todo es propiedad privada; entonces, pedimos permiso a una mujer para acampar en un pequeño terreno enfrente de su casa, e inmediatamente nos propone, si lo deseamos, la habitación de invitados con vistas al lago ¡Eso no se puede negar! Valery y su marido, Jim, viven en una bonita casa, a la orilla del espléndido lago. Cenamos junto a viejos amigos, nos proponen pasar el fin de semana con ellos y aceptamos con mucho gusto.

En Fairfiled, en el estado de Washington, vamos a la biblioteca municipal para consultar nuestro correo electrónico. Antes de partir, una mujer nos invita a pasar la noche en su casa. Parece muy simpática, y a pesar de ser mediodía, aceptamos. Su familia es agricultora y viven en una típica casa de madera en la mitad de un mar de trigo. Durante toda la adolescencia de sus hijos han acogido a estudiantes extranjeros para que sus hijos conocieran otras culturas.

En Moscow (Idaho), nos acoge otro contacto de la lista de Warm Showers.

El centro de Moscow es vasto e inhabitado. Nadie camina por sus calles y como peatones nos sentimos como bichos raros. Sus habitantes se desplazan en coche. Todo está adaptado para que no tengan que bajarse de sus vehículos. Hasta se puede sacar dinero o comprar medicina desde un drive-thru, incluso tomar un café sin despegarse del volante.

Jim y Linda nos pasan una lista de contactos donde podemos alojarnos. Sus amigos más próximos están en Joseph, en el estado de Oregón, así que vamos para allá; nos coge más o menos de camino.

En Lewiston nos cruzamos con la famosa ruta de Lewis & Clark, exploradores que al principio del siglo xix llegaron hasta el Lejano Oeste. Por esta zona vivían los indígenas nimiípu, más conocidos como los nez percé (en francés, «nariz agujereada»). Al principio cooperaban con las expediciones europeas, sin percatarse de las intenciones del hombre blanco. Medio siglo después los expulsaron de sus tierras al descubrir oro y plata. Los nez percé junto a su líder, Hinmaton-Yalaktit, el jefe Joseph, pusieron resistencia, pero no pudieron hacer nada contra el poderoso ejército estadounidense. Siglo y medio después no queda ni un solo indígena, aunque la zona, entre los cañones de los ríos Salmon y Snake está catalogada como parque nacional histórico de los nez perce.

Oregón nos da la bienvenida con una lluvia fuerte. Ya nos advirtieron que en este estado llueve mucho, pero, qué causalidad, nada más pasar la línea divisora empieza a llover. Entre los bosques nacionales de Umatiila y Wallowa no hay nada y tenemos problemas para encontrar agua. Cada vez llueve más fuerte y la temperatura baja. Cuando pensamos que peor no pueden estar las cosas, aparece esa chispa de suerte. Casi de noche vemos en la mitad de la nada una casita con gente dentro. Les pedimos agua. Al ver que llueve tanto, nos ofrecen una ducha caliente y su caravana, que está aparcada al lado de la casa, para pasar la noche.

 

Joseph es bastante pequeño, con una sola avenida y casas de madera del siglo pasado, muy a lo western. La casa de Jim y Anne está a las afueras, en un bosque junto a un riachuelo, a los pies de las montañas de Wallowa. El lugar es muy tranquilo y hermoso, el sitio perfecto para relajarse y esperar a que la lluvia pase. Al final nos quedamos cuatro días, disfrutamos de la compañía y conversaciones con Jim y Anne, sobre todo, cuando hablamos de política, pues las elecciones al Congreso están cerca. Son auténticos hippies, y formaron parte de aquella revolución cultural en los años 1960; ahora viven aquí, en una cabaña en este precioso entorno.

De Joseph vamos al Hell’s Canyon («el cañón del Infierno»), la garganta de río más profunda de Norteamérica y lugar donde los nez percé invernaban. Nada mas atravesar el río Snake entramos de nuevo en Idaho. Para salir del cañón hay mucha pendiente, aunque lo peor está por llegar. Alice se mete en un sendero para ver si hay un lugar discreto para acampar. Sus ruedas se desinflan en un tiempo récord. Cuando vamos a reparar el pinchazo, vemos que los dos neumáticos están repletos de pinchos. Puedo contar hasta quince pinchazos en ambas ruedas. Por suerte tenemos dos cámaras de aire de repuesto y continuamos hasta encontrar un aparcamiento y acampar. No nos atrevemos a meternos en el campo, nos damos cuenta de que hay una especie de planta que suelta unas bolas pequeñas llenas de pinchos, nuestra pesadilla en los próximos días.

Parece que en Weiser hay más iglesias que casas: iglesia baptista, presbiteriana, concordia luterana, Advenimiento de Cristo, Iglesia de Nazareno, Siete días Adventistas, San Lucas de Episcopal, la Iglesia de Cristo, baptistas Calvario, Asamblea de Cornerstor, baptista Riverside, católica de Santa Añes e Iglesia cristiana de Weiser. Como si cada cura hubiera inventado una nueva forma de entender y predicar la Biblia.

 

Entrar al Walmart con un hambre de perros es lo peor que nos puede pasar en los Estados Unidos. Ya lo decía mi profesor en Londres: «Los estadounidenses son tan buenos en marketing que son capaces de vender cubitos de hielos a los esquimales». Sus productos sobresalen a la vista, con olores fuertes, sabores y promociones listos para tentar al consumidor. Quiero comprarlo todo, aunque siempre caigo en los inmensos dónuts que están en la entrada, bien a la vista. Tras comer tanta porquería, me duele el estómago.

A partir de Weiser la zona está más poblada y tenemos problemas para encontrar un lugar y acampar a la intemperie. Todo está alambrado con cientos de carteles que dicen: «No Trespassing» («No pasar sin autorización»). Más razón para pedir permiso para poner la tienda de campaña, aunque al final siempre terminamos durmiendo dentro de la casa.

En la biblioteca de Sandpoint, nada más entrar en los Estados Unidos, encontré por casualidad un libro que se titulaba Los vascos, desde los Pirineos a la Rocosas. Cuando estaba echando un vistazo leí que en Boise está la comunicad vasca más grande fuera de las fronteras del País Vasco, así que decidimos visitar la capital del estado de Idaho.

En Boise nos alojamos en casa de Jerry y Carold, amigos de Jim y Anne. A él le encanta hablar de política y nos intenta explicar el complicado sistema político estadounidense, casi siempre injusto a la hora de repartir los escaños en el Senado, como en el caso del conservador y republicano estado de Idaho, los Demócratas, partido político al que vota, nunca tienen la posibilidad de ganar.

A menudo vamos al centro vasco, donde escuchamos las historias de algunos inmigrantes, como la del lekeitiotarra José. En 1952 recibió una carta de su tío que vivía en la América próspera. Dentro del sobre había un contrato de trabajo, un billete de barco para ir a los Estados Unidos y varios billetes de diez dólares. No dudó ni un segundo y fue a buscar información para emigrar. Dos semanas después llegó a Boise y al día siguiente su patrón le dijo: «Aquí tienes dos mil quinientas ovejas; junto a tu compañero, las tenéis que llevar a trescientas millas más al norte. Os doy dos semanas ¡Agur!». El pobre hombre no podía creérselo, dejaba su querido pueblo junto al mar para ir hasta el otro lado del mundo y trabajar en las deshabitadas y áridas colinas del sur de Idaho. Él había sido arrantzale («pescador») y de repente se veía con dos mil quinientas ovejas. Sus botas se rompieron al segundo día de trabajo y tuvo que cruzar el desierto descalzo. En el barco se imaginaba lo bonito e increíble que serían los Estados Unidos, pero fue otra historia: «¡Cuántas calamidades!», nos cuenta con gran desconsuelo. A pesar de arrepentirse un millón de veces, solo volvió a Euskadi de visita.

Tras la fiesta de Halloween dejamos Boise un poco entristecidos; junto a Carold y Jerry, pasamos una grata semana. Además, empezamos a conocer gente interesante. Como hablamos perfectamente inglés, las conversaciones son más enriquecedoras. Las despedidas son la parte más dura del viaje. Pero tenemos que ir, somos viajeros, por definición estamos de paso, de tránsito, nos despedimos de algunos para ir al encuentro de otros.

La parte oriental del estado de Oregón nos brinda una bella carretera bien asfaltada en el gran desierto norteamericano. Somos el único tráfico en este inmenso paisaje desértico donde la fauna salvaje huye a nuestro paso. ¡Qué mejor sueño para la vida de un cicloviajero! Aunque debemos tener cuidado con las distancias que nos separan de un punto a otro para conseguir agua y comida. Por las noches acampamos a escasos metros de la carretera, muchas veces tenemos que saltar la valla, ya que el terreno es privado, pero son tan enormes que ni pedimos permiso para acampar; el rancho está a decenas de kilómetros al interior. Gozamos de la tranquilidad del desierto, un silencio eterno que solo los coyotes rompen con sus aullidos.

En esta vastedad, el peor enemigo es el viento. Rodar por el desierto y con el viento en contra se hace eterno; en frente vemos la carretera recta perdiéndose en el lejano horizonte, nuestro contador no marca más de diez kilómetros por hora. Estamos a mediados de noviembre y cada día que pasa la temperatura baja, así que aceleramos el ritmo para llegar cuando antes a la costa.

Antes de llegar a Christmas Valley una pareja nos advierte que tengamos cuidado, no es un lugar seguro porque hay problemas de drogas y no hay ley. Todo el mundo lleva un arma encima. Pero la gente de Christmas Valley es como en otros lugares. La diferencia es que casi todos sus habitantes viven en caravanas y chabolas. Estadounidenses que rozan la extrema pobreza. Gente marginada en el país más poderoso del mundo.

Alice teme otra aventura invernal, empieza a nevar y tenemos que cruzar la cadena montañosa de Cascade para llegar a la costa. Tenemos que parar pronto porque anochece a las cuatro de la tarde y a la noche la temperatura baja hasta menos cinco grados dentro de la tienda. Entonces, cuando la oportunidad se presenta, pedimos permiso para acampar en un terreno o una granja. Siempre nos invitan a ducharnos con agua caliente y dormir bajo un techo. Eso es también la magia del viaje, somos como electrones libres, sin estatuto social, sin etiqueta, encontramos de todo, del más rico al más pobre, del más conservador al más progresista. Una noche estamos invitamos por una pareja de pensionados evangelistas; al día siguiente, por una familia hippie, y al otro, por un grupo de estudiantes. Y siempre los debates son ricos e interesantes.

Subimos el puerto de Cascade mas rápido de lo que pensamos. Hay bastante nieve y la carretera que va al cráter Lake está cerrada. La bajada por el bosque nacional de Umpqua es muy guapa. El lugar es superhúmedo y muy verde con grandes pinos que apenas dejan pasar la luz solar. Acampamos ya abajo, en un camping cerrado junto al río Umpqua.

Mucha gente nos advierte que durante la noche está prevista una tormenta muy fuerte, por lo que buscamos una granja para acampar, y, como siempre, nos invitan a pasar la noche dentro de la casa. Pedalear con frío y fuera de temporada tiene sus desventajas, pero también sus ventajas: a la hora de pasar la noche, la gente es más hospitalaria.

 

El mundo en bicicleta
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