Hanjin Ottawa
Océano Pacífico
(septiembre, 2007)
Según nos íbamos acercando al Extremo Oriente empezamos a pensar en nuestra vuelta. Teníamos bien claro que no regresaríamos a casa en avión y, antes de llegar a Japón, pensamos en varias posibilidades; ir hasta Vadivostok (Rusia) en barco para luego coger el mítico Transiberiano hasta Moscú y de allí continuar en bicicleta hasta casa, cruzar nuevamente China para atravesar los países de Asia Central que no pudimos conocer y Medio Oriente o cambiar de continente e ir a Norteamérica. Nos costó mucho decidir, pero al final nos decantamos por cruzar el océano Pacífico en un barco de mercancías y pedalear por el nuevo mundo. Contactamos con la compañía alemana NSB para cruzar el océano en uno de sus cargueros que va de Yokohama hasta Vancouver (Canadá). El viaje dura quince días y no ocho como estaba previsto, ya que antes tenemos que pasar por Yantian (China) y Hong Kong.
Salimos de Tokio a las cuatro de la mañana para ir hasta el puerto de Yokohama y coger el barco. Pedalear por las desérticas calles de la metrópolis más poblada del mundo es una experiencia única, no hay un alma, como si la población entera hubiera huido precipitadamente dejando la ciudad como tal. Llegamos al puerto a tiempo, para luego tener que esperar más de dos horas para que un coche de asistencia nos lleve hasta el Hanjin Ottawa, un barco de doscientos setenta y ocho metros de largo y nada menos que sesenta y seis mil toneladas. Impresionante el medio de transporte que hemos elegido para cruzar el océano Pacífico.
Nada más embarcar, el auxiliar nos guía hasta nuestro camarote, un dormitorio con cuarto de baño y una sala de estar con escritorio, frigorífico, TV-vídeo, radio Hi-Fi y un lector de DVD. ¡Un lujo! Después de instalarnos vamos a la oficina del capitán para que nos dé la bienvenida a bordo. Nos damos una vuelta para ver la sala de vídeos, biblioteca, gimnasio, sauna, piscina y terraza. Después almorzamos en el comedor de los oficiales. El primer encuentro es algo frío, todos se dedican a comer sin decir una palabra. Quizás, es la personalidad de los alemanes o de los marineros solitarios. Rápidamente nos vamos al puente de mandos para ver cómo el barco zarpa.
La tripulación consiste en veinticuatro miembros, seis alemanes, dos polacos y dieciséis filipinos. El capitán, los oficiales, ingenieros y mecánicos son europeos, y los electricistas, pintores, peones, cocinero y auxiliares son filipinos. Ya cenando empezamos a hablar con el capitán y jefe de ingeniería. Y según pasan los días hablamos más y más con el personal; Alice, la única mujer del barco, acaba siendo la confidente de los marineros.
Antes de llegar a Hong Kong hay una despedida, cuatro filipinos regresan a casa y vamos a la sala común para tomar unas cervezas frías mientras miramos vídeos musicales de Sakhira y Cristina Aguilera. Normalmente los marineros se tiran cuatro meses en alta mar. Después regresan a casa. Cuando vuelven tras dos meses de vacaciones trabajan en otro barco de la misma compañía, por lo que es muy difícil que coincidan con sus antiguos compañeros. Muchos nos explican la relación a distancia con sus familias. El auxiliar, por ejemplo, tiene un hijo que todavía no conoce.
La vida de los marineros ha cambiado mucho desde que se introdujo el sistema de contenedores en los cargueros. Se acabaron aquellos marineros que viajaban por el mundo entero y conocían centenares de ciudades portuarias mientras disfrutaban de sus románticas aventuras, como una vez nos contó el chipriota Tunçay. Hoy en día apenas tienen tiempo para ir a tierra firme y darse una vuelta por la ciudad. Antes, cogían días para descargar y cargar un barco, pero hoy tardan menos de lo que canta un gallo. Además, están demasiados ocupados cuando el barco está en el puerto.
Solo tenemos cinco horas para visitar Hong Kong, el tiempo suficiente para dar una vuelta y ver la silueta de la ciudad de las luces. En Yantian admiramos el ajetreo que hay en el puerto y la rapidez con que descargan y cargan los contenedores. Algunos chinos vienen a bordo para vender DVD y aparatos electrónicos made in China, todo copias y de baja calidad. El capitán no para de repetirnos: «No dejar nunca una puerta abierta y cerrar siempre las puertas con pestillo». Cada vez que nos cruzamos con él nos saluda y después vuelve repetir: «Cuidado con las puertas».
Se le ve algo nervioso con todos esos papeleos y ajetreo que hay en el barco. Cuando el barco zarpa el capitán está más tranquilo. Juuk nos explica que en los últimos años ha aumentado en número de polizones, al menor descuido puede encontrarse con una banda de chinos que quieren ir hasta América, nuestro destino. Sería multado con una cantidad considerable e incluso podría perder su posición, ya que todo cae bajo su responsabilidad.
Antes de embarcar dudaba si podía aguantar tanto tiempo en el barco y si me iba a aburrir, pero fácilmente nos entretenemos; leemos, vemos películas, vamos al gimnasio, damos vueltas por el barco. El tiempo pasa muy rápido, desayunamos y sin darnos cuenta ya es la hora de comer. Al atardecer hacemos alguna barbacoa que otra en la terraza; asamos carne y salchichas mientras bebemos cervezas, ron y Martini para Alice. Al final hay una fiesta hasta bien tarde. En alta mar la tripulación está tranquila; llegar a un puerto es estresante, por suerte los marineros del Hanjin Ottawa solo tienen cinco paradas: Hong Kong, Yantian, Yohokama, Vancouver y Seattle.
A partir del día veinticuatro los días empiezan a tener veintitrés horas, adelantamos una hora el reloj cada día para adaptarnos a la hora de la costa americana del Pacífico (−8 GMT). Al principio no se nota mucho, pero a partir de una semana casi todo el personal, incluido nosotros que no hacemos nada, estamos cansados, sobre todo altera la hora de dormir. Una noche me quedo bien tarde en la sala de mandos para ver emocionado como pasamos la línea internacional de cambio de fecha. A 179.999 E estamos a +12 GMT, y en cuestión de segundos pasamos a 179.999 W, −12 GMT, así repetimos el veintiocho de agosto.
La mayoría del tiempo lo pasamos en el puente de mandos mientras hablamos con el capitán y los oficiales. Nos explican el funcionamiento del barco, el transporte de contenedores, las rutas y sus batallitas. Nos cuentan que ya han sido tres veces asaltados por los piratas. Nos hacen una demostración de cómo puede bloquear las dos puertas del puente con unas barras de acero que tienen en una esquina.
Llegamos a Vancouver a las tres de la madrugada y a las siete de la mañana ya están los de migración en la oficina de los oficiales. Tenemos una entrevista con un policía. No paran de insistir en que no podemos trabajar en Canadá y nos registran las bolsas para ver si tenemos currículos. Nos pregunta si hablamos el farsi, como si fuera a darle alguna información. ¡Ah! Sí, claro, todos los persa-hablantes son terroristas. Además, registra a todo el personal en busca de películas pornográficas.
Nos da mucha pena despedirnos de la gente y salir del barco. Los dieciséis días se han pasado rapidísimo. Para repetir.