Dulce Francia

Francia

(julio, 2010)

Reanudamos el viaje un cinco de julio de 2010 sin rumbo fijo. Incógnitamente volvemos a coger las bicicletas para viajar por el mundo, aunque esta vez con nuestra hija Maia en un ciclo-remolque. De momento es lo que preferimos hacer, vivir día a día sin ataduras ni preocupaciones. Queremos disfrutar del momento, con lo poco que tenemos, muy justos pero muy útil para nosotros a la hora de desplazarnos. Somos felices y hacemos lo que nos gusta, ser libres.

Salimos un domingo al mediodía, aunque podía haber sido un día cualquiera. Allí están simplemente los padres de Alice y su hermana. Dudan si volveremos pronto o seguiremos la ruta hacia el sur. Nos preguntan cuándo regresaremos, pero instintivamente desviamos la conversación. Ellos han visto cómo preparamos y elegimos escrupulosamente nuestro material. Esta vez vamos mejor equipados. Presagian que nos vamos como la primera vez, para unos años, aunque nosotros no tenemos ni idea, quizás unos meses, quizás años. No lo sabemos. Maia es su única nieta y seguramente están tristes porque no la verán por un largo período, y es que a Maia le daremos muchas cosas, pero la privaremos de otras.

Dejamos rápidamente Bélgica, ya que Grandvoir no está muy lejos de Francia, aunque antes pasamos nuestra primera noche a la intemperie en tierras belgas. Para hacer tiempo cenamos en una friterie, gastronomía belga de comida rápida; unas salchichas y patatas fritas, aquellas que Maia adora, y razón tiene, los belgas son los mejores en freírlas. Vivaqueamos en medio de un campo, a cuarenta kilómetros de casa. Estamos todavía cerca de lo que hemos dejado, sin embargo, ya estamos sumergidos en el viaje, separados de todo, sin ninguna certeza, sin obligaciones, y únicamente capaces de vivir el momento que se presenta.

En los primeros días del viaje acompañamos al río Mosa, que atraviesa verticalmente la región de Lorena entre colinas cultivadas y boscosas. Pedaleamos unas cuatro horas diarias, aproximadamente unos setenta kilómetros de media, que, para ser el principio, no está nada mal. Todo va bien y Maia se adapta rápidamente. Le encanta moverse y disfruta en su ciclo-remolque. Es más fácil viajar ahora con ella que el año pasado. Ya habla; bueno, se deja entender, y sabe bien lo que quiere.

Hacemos una gran pausa al mediodía de unas tres horas. Luego continuamos, cuando ella echa su siesta. También hacemos muchas paradas, aunque a veces son siempre un par de minutos en la misma cuneta. Maia ha aprendido a pedir sus necesidades y cada dos por tres hay que parar cuando grita: «¡Pipíííí!», aunque de cinco veces, solo dos tiene éxito. Uno se mosquea cuando tiene que reanudar el pedaleo con los músculos enfriados, y en las subidas es algo doloroso.

Nuestro trayecto no anda muy lejos de lo que recorrimos el año pasado. Disfrutamos pedaleando por la campiña francesa, encontrar un lugar perfecto y acampar cerca de un río para lavarnos. Tenemos una tienda más grande y nuevas esterillas hinchables, no sé si es por la edad o por viajar con una niña, pero ahora tiramos más a la comodidad.

El buen tiempo nos acompaña y rápidamente llegamos a la región vinícola de la Borgoña. Esta región nos ofrece un sinfín de lugares para visitar, como el precioso pueblo amurallado de Langres en lo alto de una colina. El camping está en una de sus torres y nos brinda una maravillosa vista. Siempre que podemos vamos a un camping municipal, baratos en esta región, y así Maia puede jugar con otros niños que están de vacaciones.

Vinciane, la tía de Alice, nos invita a pasar junto a ella un fin de semana en Beaune, lugar conocido por sus bodegas y buenos vinos. Nos alojamos tres días en un bello hotel y comiendo en buenos restaurantes. Alice tiene familia por todas partes del mundo, más aún en Francia.

Tras dejar la Borgoña nos juntamos con otros cauces, primero el canal Central y después el río Loira. Aunque la ruta parece llana en el mapa, la carretera tiene muchas subidas y bajadas. Cortas, pero con mucha pendiente debido a los desfiladeros. Todo un sufrimiento por el peso que arrastro y el calor sofocante. Pero siempre hay un premio tras el esfuerzo. Encontramos un camping con piscina y una preciosa vista de un meandro del río Loira. Por una vez los cicloturistas pagan mucho menos que los automovilistas.

Después de cruzar el río más largo de Francia nos metemos de lleno en el Macizo Central, dejamos los ríos y los sustituimos por las montañas. Empiezan las subidas de verdad y disfrutamos muchísimo. Es duro, pero siempre tenemos una recompensa: vistas preciosas, la gran satisfacción por alcanzar el puerto y sobre todo la bajada. Pasamos nuestro primer puerto a mil cuatrocientos metros, entre una espesa niebla y los muchos ciclistas aficionados que se quedan pasmados al ver de lo que estamos tirando: pesadas bicicletas híbridas, equipaje, remolque y una cría. Nos animan y dan fuerzas para superar las dificultades de las montañas.

Los días son perfectos: buen tiempo, vistas espectaculares y al acecho los volcanes del Macizo Central. Allí está nuestra etapa reina, el puerto de Peyrol (1.589 metros), el más alto del Macizo Central. Pero tiene que llegar el día no deseado. Por la mañana me doy cuenta de que tengo un radio roto. Seguimos, pero, según avanzamos veo que los radios se rompen uno detrás de otro. Estamos a domingo y está todo cerrado; además, en el mes de julio las tiendas de bicicleta abiertas se cuentan con los dedos, ya que cierran por vacaciones. Echo chispas y maldigo hasta a la persona que me vendió la llanta: «¡Le dije bien claro que quería una llanta de treinta y seis radios ¡No de treinta y dos!». No paro de maldecirle. Pero siempre tengo que echar la culpa a alguien cuando las cosas van mal. La subida al Peyrol peligra, el miércoles dan lluvias y subir hasta allí entre nubes no merece la pena. Nos vamos a un camping ruidoso cerca de la autopista para intentar reparar los radios, pero es inútil. Estoy inaguantable y de muy mal humor. Pero en este mundo siempre hay personas amables. Al día siguiente el responsable del camping nos encuentra una tienda de bicicletas abierta para reparar los radios, está a cuarenta kilómetros y me lleva en su coche. Los mecánicos están a tope, pero me hacen el favor y reparan los radios al momento.

Nada más dejar el camping entramos en la región del Candal, famosa por sus volcanes y sobre todo por sus ricos quesos. A pesar de ser una zona muy rural, hay mucho turismo y en lo alto del Peyrol hay una muchedumbre impresionante para visitar los volcanes de los alrededores. Comemos mientras disfrutamos de las vistas y rápidamente bajamos hasta Aurillac, donde nos espera una familia miembro de la Warm Showers. El matrimonio ha viajado con sus hijos por medio mundo en bicicleta. Con ellos hablamos mucho sobre el viajar con críos. Siempre viene bien escuchar historias de otros cicloviajeros, aunque cada viaje es un mundo diferente.

Tras alcanzar el río Lot tiramos rumbo oeste, el cual nos guiará hasta las puertas de Aquitania. Estamos al sur y Le Pays Basque está ya cerca. Aunque el mapa miente. A pesar de ver en el papel una distancia corta, el ojo engaña. El río Lot serpentea exageradamente entre desfiladeros y damos mucho rodeo, pero merece la pena, sobre todo por sus pueblos en lo alto de la cañada. El lugar es muy turístico y no es difícil encontrar un camping municipal en condiciones a final de la tarde.

Tras dejar el río Lot, el paisaje nos condena a tener una ruta llana, cultivada y monótona. Nos quedan tres días para llegar hasta la frontera y dudo si llegaremos a casa antes del 25 de agosto, fecha a la que deseo llegar para celebrar las fiestas patronales de mi pueblo natal. Llevo años sin participar.

Tras levantarnos y sin previo plan, recorremos cincuenta kilómetros para ir hasta Agen y de allí cogemos un tren para ir directamente a casa. Nuestra andadura francesa se acaba. Así sin más. Tras lo recorrido estamos contentos. Viajar por Francia en bicicleta siempre es fácil y agradable.

El mundo en bicicleta
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