Vuelta a casa
Bélgica, Francia y País Vasco
(agosto-septiembre, 2007)
Durante los tres años de viaje nunca hemos tenido problemas de salud ni accidentes. La buena suerte siempre se ha aliado con nosotros y solo hemos tenido problemas digestivos cuando viajamos por la India, pero ¿quién no ha tenido problemas de estómago en la India? Aunque da la casualidad de que Alice se hace un esguince una semana antes de partir a Euskadi y tiene que reposar como mínimo tres semanas. No puede cruzar Francia en bicicleta, por lo que nuestros familiares se alegran. Si es una gran sorpresa cuando damos la noticia de que Alice está embarazada, decir que aún nos queda por recorrer Francia y Euskal Herria en bicicleta antes de terminar definitivamente nuestro viaje, es como un gran jarro de agua fría.
Tras el contratiempo, decido cruzar Francia en solitario. Nos encontraríamos nuevamente en tierras vascas para recorrer los últimos kilómetros del viaje en bicicleta. Espero hasta última hora, y cuando me doy cuenta, solo tengo unos doce días para cruzar Francia y llegar hasta Baiona, en el País Vasco francés. Salgo entristecido por la ausencia de Alice, pensando si realmente hago bien en irme y dejarla con su lesión y una barriga de cinco meses de embarazo. Pero tengo ganas de reemprender la ruta, pedalear y sentir ese espíritu de bohemio que ya toca a su fin.
El primer día recorro más de ciento cincuenta kilómetros, y eso que salgo de casa al mediodía. Al viajar solo, me paro menos y acampo mucho más tarde. Al siguiente día son otros ciento cincuenta kilómetros, pero esta vez no comienzo al mediodía, es el viento en contra el que me frena. En Arras me advierten de que en las regiones costeras de Normandía y Bretaña hace muy mal tiempo, con un fuerte viento, mucha lluvia y una mar revuelta. Si no estoy muy convencido en continuar, ya con el mal tiempo aún menos, pero, aun así, decido continuar y al día siguiente, ya descansado, pensar mejor. Las buenas decisiones se toman cuando uno está más descansado psicológicamente.
Como me advirtieron, la fuerte lluvia hace su presencia y, tras pensármelo muchísimo, en Amiens decido darme la vuelta e ir a la región de Ardenas al sur de Bélgica, donde Alice está pasando unos días con sus padres. No tengo motivación alguna y no le veo el punto a cruzar Francia en solo doce días, con una media de ciento cincuenta kilómetros por día y sin apenas comunicarme con la gente local y espontáneamente visitando pueblos. Pienso que Francia merece una visita mejor y más intensa. Al menos, hago una cosa que siempre he deseado hacer cuando tengo un viento fuerte en contra: pararme y darme la vuelta para tenerlo a favor. De pedalear a quince kilómetros por hora, paso a cuarenta.
Pedalear por las Ardenas es más fácil y el tiempo no es tan malo como en Francia; aun así, no me libro de los chaparrones. Alice se alegra de verme. No le ve el punto a cruzar Francia en solitario y a contrarreloj. Iremos hasta el País Vasco francés en coche. Por suerte encontramos a un chico por Internet que va hasta Madrid en coche y compartimos los gastos. Tiene espacio suficiente en el remolque para transportar nuestras bicicletas.
Seguimos con los mismos principios, pero no vamos con las mismas ideas, ya que el viaje está prácticamente terminado. Incluso pensamos en otras cosas, cómo adaptarnos de nuevo al estilo de vida que dejamos antes de partir, empezar de cero y coger nuevamente el ritmo de aquí, en qué lugar nos instalaríamos, la llegada de nuestra hija y muchas cosas más. El vivir día a día se ha acabado y aquello no es tan exótico como otros lugares del planeta. Estoy en casa y ya tenemos una fecha para el final del viaje. Aunque disfrutamos la vuelta que hacemos por Euskal Herria antes de ir a mi pueblo natal.
Empezamos a pedalear por la antípoda vasca, la única provincia que no conocemos de Euskal Herria, Zuberoa, la provincia más oriental de las tres vasco-francesas. Disfrutamos de días soleados y muy calurosos por las desérticas carreteras de Iparralde. Algunas veces el termómetro supera los treinta y cinco grados y la escasa población no da señales de vida. Lo tomamos con mucha tranquilidad, y no por el calor, sino por el estado de Alice. Está en su sexto mes de embarazo y ya no es tan ágil como antes. Aunque lo peor para ella es a la hora de acampar. El suelo duro es bastante incómodo y coger una buena postura es algo difícil.
Tras visitar la tranquila y pequeña ciudad de Maule (Mauleon-Licharre), vamos hasta Donibane Garazi (Saint Jean Pied du Port), una de las localidades más turísticas del País Vasco francés. Antes, subimos nuestro primer puerto pirenaico, el puerto de Osquich, corto pero duro por sus pendientes y calor. Donibane Garazi está plagado de peregrinos que comienzan su andadura por el Camino de Santiago. Nosotros acampamos a las afueras para subir el puerto de Izpegi pronto por la mañana.
Nada más coronar el puerto pasamos la frontera y entramos a Nafarroa/Navarra. El paisaje montañoso y la arquitectura de los caseríos apenas cambia, pero la gente es algo diferente a pesar de hablar el mismo idioma. El Pays Basque no cambia con el tiempo, pero al otro lado de los Pirineos no paran de edificar y construir carreteras. Todos los pueblos que cruzamos tienen el mismo contorno: grúas y más grúas de construcción. Mientras descansamos en un bar de Elizondo, vemos en los informativos que el tiempo empeora bastante, por lo que decidimos ir a Iruñea-Pamplona, lugar más seco que los montes de Urbasa. Acampamos casi en lo alto del puerto de Belate (847 metros), ya con el cielo muy grisáceo.
Evitamos la lluvia y rápidamente llegamos a la capital de Nafarroa/Navarra. Todavía guardo el número de teléfono de un amigo de Ermua, Kepa, y quedamos con él para pasar la tarde juntos y alojarnos en su casa. Por casualidad nos topamos con Javier Camacho, aquel cicloviajero de Tudela que encontramos en Luang Prabang (Laos) y Beijing (China).
Después de Iruñea/Pamplona seguimos el Camino de Santiago hasta Viana. Hay cientos de peregrinos de todas las edades y nacionalidades. Por lógica, todos piensan que hacemos el camino de Santiago como ellos. En Viana dejamos el mítico y turístico camino y nos desviamos para recorrer La Rioja alavesa, mucho más tranquilo. Visitamos El Ciego, localidad que mucha gente desconocía antes de que el arquitecto canadiense, Frank Gehry, construyera un hotel de lujo en las bodegas de Marqués de Riscal. Muchos turistas se acercan para visitar el extravagante edificio de láminas de titanio, nada que ver con el ambiente de alrededor. Después de almorzar y catar un buen vino, vamos hasta Haro (La Rioja), donde mi hermana Mertxe nos espera para pasar unos días en su apartamento.
El buen vino y las visitas a las bodegas amenizan nuestra estancia en Haro, la capital de la Rioja Alta. Cinco días tranquilos disfrutando de buen tiempo y ambiente riojano.
Salimos de Haro con la intención de llegar a Ermua el sábado, ya que mi hermana organiza una fiesta de bienvenida. Tenemos dos días y medio para recorrer los ciento cuarenta kilómetros que separan ambas localidades, por lo que seguimos con nuestro ritmo lento. Paramos un buen rato en Vitoria-Gasteiz, y matamos el tiempo en la terraza de un bar hasta la hora de acampar en el pantano que está a las afueras. Mientras me estoy lavando desnudo detrás de unos arbustos, pasa una pareja de mediana edad que pasea por el lugar. Me ven allá, solo, desnudo, lavándome con una botella de agua. Sus caras son un clamor y aceleran el paso como si les fuera hacer algo malo: igual creen que soy un exhibicionista, puesto que no saben, ni se imaginan que estoy acampando a la intemperie. Vuelvo a la tienda de campaña con la duda de si van a llamar a la policía o al hospital psiquiátrico.
Subimos tranquilamente el puerto de Urkiola (700 metros), ya en la provincia de Bizkaia. Rápidamente bajamos por las empinadas curvas hasta llegar a Durango, donde pasamos la tarde con mi padre y mi hermano. Acampamos a las afueras de Iurreta para, al día siguiente, poner fin a esta aventura, que por causalidad ha durado tres años, tres meses y tres días. Han sido tres continentes, tres los que volvemos, y tres meses para que nuestra futura hija nazca, como si el tres se convirtiera en un número simbólico. Pienso en estas cosas cuando intento conciliar el sueño, mientras recuerdo los buenos e inolvidables momentos y a toda esa buena gente que conocimos. Aunque ha habido momentos muy duros, ha merecido la pena viajar alrededor del mundo en bicicleta.
Quedamos a las once de la mañana en la plaza de Durango con mi hermana Mertxe. Algunos amigos y varios ciclistas del pueblo recorren los últimos kilómetros con nosotros. Comenzamos media docena, pero, según avanzamos, algunos se van sumando. Tras posar para sacar una fotografía en el alto de Trabakua, bajamos a Ermua. Al llegar a la plaza del pueblo vemos a familiares, algunos amigos y gente curiosa mientras suena la música trikitixa. Estamos sorprendidos, en un corro, con gente alrededor aplaudiendo y algunos periodistas sacando fotografías sin parar. Nos quedamos paralizados y sin saber qué hacer. Los cuentakilómetros se paran definitivamente a los 46.150 kilómetros y todo lo recorrido empieza a formar parte de nuestra historia.