Por fin conocemos la China han
Norte de China
(mayo-junio, 2006)
En Chengdu nos hospedamos en el apartamento del matrimonio jubilado que conocimos en la pensión de Lijiang. En su día nos comentaron que, si pasábamos por la capital de Sichuan, nos podíamos quedar en su casa. Por primera vez en China nos alojamos en un hogar. El matrimonio jubilado es bastante activo. El marido es aficionado a la poesía y escribe bastante, y ella va todas las mañanas a estudiar inglés a la universidad de Chengdu a sus setenta y ocho años. Casi todos los vecinos del edificio donde nos alojamos están jubilados y la gran mayoría perteneció al partido. Una tarde el vecino de arriba nos invita a cenar junto a su familia. El señor habla muy bien el castellano, ya que fue cónsul en Montevideo y vivió mucho tiempo en la capital de Uruguay. Se ve que le gusta hablar y con él charlamos bastante. Veo la oportunidad de sacar ciertos temas políticos y económicos, qué mejor oportunidad para hablar con un diplomático, pero el señor evita mis preguntas. No quiere hablar de estos temas, tendrá sus puntos de vista, pero en China, hablar de política no es tan fácil. El idioma nunca ha sido una barrera, es cierto que debido a la falta de una lengua en común, muchas veces la conversación no ha ido más allá de lo que hubiéramos querido con algunos encuentros, pero, en general, estamos impresionados por lo que podemos expresar sin palabras. De la misma forma, hay personas que hablan el mismo idioma que el nuestro, pero la conversación no va más allá de cuatro palabras; muchas veces, la barrera es la persona y no el idioma.
Después de estar tres semanas sin parar de pedalear por las altas montañas nos viene muy bien el descanso de seis días. La ciudad de la abundancia es como otras grandes ciudades en China, con inmensas avenidas, edificios altos, centros comerciales y con un rumbo fijo a la modernidad. En China nos sorprende el contraste entre tradición y modernidad. En las zonas más rurales emergen ciudades y autopistas en la mitad de la nada. En las ciudades desaparece el centro histórico para construir centros comerciales y edificios altos. Estamos en una China en plena efervescencia y lanzada a un desarrollo económico desenfrenado. El daño causado al patrimonio y herencia cultural por el progreso y desarrollo urbanístico es comparable a los años de la revolución cultural (1966-1976), cuando los guardias por lealtad a Mao Zedong saqueaban los templos y destruían el patrimonio cultural en el nombre de la revolución. Hoy en día los enclaves históricos y reliquias arquitectónicas son devastados por el proyecto de renovación para una China moderna.
Pensamos que la Nacional 108 que va directamente a Xi’an transitaría por un paisaje monótono y plagado de camiones, pero es todo lo contrario. A partir del segundo día aparecen bellas colinas y la carretera serpentea tranquilamente a través de bosques de cipreses milenarios. Hay una nueva autovía y todo el tráfico transita por allá.
Ya nos hemos registrado en la recepción, instalado en una habitación y duchado en un hotel cuando, de repente, el dueño nos dice que no podemos estar aquí. Tenemos que desalojar la habitación lo antes posible, ya que los extranjeros no pueden hospedarse en su hotel. No nos queremos mover porque lo vemos absurdo, lo tenían que haber advertido antes. Llaman a una chica que habla algo de inglés. Es la supervisora de otro hotel, el único de la ciudad que acepta a extranjeros. La habitación más barata cuesta trescientos yuanes (treinta euros). Por cincuenta yuanes estamos de lujo en el hotel que no nos acepta. Les decimos que nos vamos al siguiente pueblo para encontrar otro hotel más barato, pero la supervisora insiste que en su hotel hay mucha seguridad, además, en otros pueblos de la comarca tampoco nos aceptarían.
En el siguiente pueblo, a veinte kilómetros, encontramos una pensión sin problemas y a un buen precio.
El estado de la carretera cambia todo el rato. Muchas veces es de doble carril y en perfecto estado; otras, sin asfaltar y estrecha, aunque lo peor es cuando están en obras. En este inmenso país hay muchas construcciones de carreteras y pueden extenderse por cientos de kilómetros. Lo peor es la gran polvareda que sacan los camiones que transportan escombros o cemento. Llegamos a Guangyuan ya tarde, pero continuamos. Desde que empezamos a tener problemas con los hoteles, evitamos buscar alojamientos en las ciudades grandes. Siempre tenemos complicaciones para encontrar un hotel barato y que nos acepten. Así que pasamos de largo las ciudades con más de cien mil habitantes.
Tras pedalear un par de días en el aburrido valle de Hanzhong, ya en la provincia de Shaanxi, llegamos a la cadena montañosa de Qin, que hace frontera natural entre el norte y el sur. Shaanxi es muy verde, con densos bosques y ríos. Después de almorzar siempre nos metemos un baño, así nos refrescamos en las horas más calurosas. Los túneles antes y después de Foping nos salvan de subir hasta casi la cima de la cadena; aun así, la carretera sube bastante y zigzaguea por toda la cordillera. Yo disfruto en las subidas; Alice, no tanto. Cuando ve un túnel lo festeja a lo grande.
Nada más dejar la cadena montañosa el escenario cambia radicalmente. El panorama es una llanura seca y polvorienta; además, está muy poblada. Por lo menos, un viento violento a favor nos empuja rápidamente hasta Xi’an. En la antigua capital de China nos alojamos en el campus de la universidad. Nancy, una estadounidense profesora de inglés y miembro de la Warm Showers, nos invita a pasar unos días en su piso. Con Nancy estamos como en casa, disfrutamos de su amistad y conversaciones. Varias veces vamos a su clase para que sus alumnos practiquen inglés con nosotros. Algunos se sorprenden por nuestros acentos, el único que conocen es el estadounidense. Incluso se extrañan cuando les decimos que el inglés no es nuestra primera lengua. En China, todo el mundo cree que somos estadounidenses.
Junto a unos amigos estadounidenses de Nancy visitamos los famosos guerreros de terracota en el mausoleo del emperador Qin Shi Huang, el primero de la China unificada y perteneciente a la dinastía Qin. Xi’an, para ser la antigua capital de país, no ofrece gran cosa a sus visitantes. Detrás de su muralla bien restaurada, hay una ciudad moderna. Solo restan las restauradas torres de la campana y el barrio musulmán.
Hace ya año y medio que decidimos parar los anticonceptivos y tener familia por el camino. En Kurdistán, tras una larga charla sentados en un banco, Alice me propuso tener un bebé durante el viaje. Pensaba que, como estábamos viajando por un largo período, le podríamos dedicar todo el tiempo del mundo. Estar con nuestro bebé las veinticuatro horas del día. Acepté, aunque lo veía una locura. Pero los meses pasaban y Alice no quedaba embarazada. Cuando su período se retrasaba unos días, creíamos que ya íbamos a ser padres, pero luego Alice aparecía con la cara triste porque tenía la regla. Llegamos a hacer alguna prueba de embarazo que otra, pero todas dieron negativo.
Alice no puede más. Quiere saber definitivamente si somos estériles, así que en Xi’an vamos al médico. La enfermera me da un vasito y me dice simplemente: «Cuando esté lleno lo llevas al laboratorio».
Con el vasito en la mano recorro los largos pasillos del hospital en busca de un váter. Cuando lo encuentro, nada más entrar hay un olor repugnante a orina y muchos hombres están meando o lavándose la cara. No hay retretes particulares. Vuelvo a la consulta del doctor. Le comento ante una docena de pacientes a los que intenta atender al mismo tiempo:
—Me voy a casa a rellenar el vasito. Regreso en un par de horas.
—Necesitamos la muestra ya mismo —me comenta con un inglés básico la enfermera que nos ayuda.
—En realidad os estamos haciendo un gran favor; estáis pasando por delante de muchos pacientes en una larga lista de espera.
Mi cara lo dice todo mientras no sé qué hacer con el vasito de plástico. La enfermera me enseña un lugar más íntimo, un cuarto donde guardan los utensilios y productos de limpieza. El lugar está a oscuras, intento concentrarme con fantasías eróticas, y, cuando creo que es en vano, la enfermera aparece con Alice. Las pruebas de Alice son varias y más complicadas. Para tener el resultado de la última prueba hay que esperar un mes, aunque nos adelanta que según las dos pruebas anteriores, Alice tiene las trompas de Falopio obstruidas. Así que no podemos tener hijos de forma natural. Entristecidos, abandonamos el hospital. Al menos tenemos una respuesta y el consuelo de quedar embarazados con la ayuda de la ciencia.
Si la ruta de Chengdu a Xi’an es la cara de la etapa, de Xi’an a Beijing es la cruz. Ya para salir de la ciudad tenemos que recorrer cincuenta kilómetros por una autopista, la única forma abandonar la antigua capital. Un estudiante de Nancy nos recomienda una bonita ruta que ya ha recorrido él en bicicleta, por lo que cambiamos de planes y no vamos por Yan’an (ciudad natal de Mao), Yulin y Datong.
Alice quiere parar porque está diluviando, pero la convenzo para continuar hasta Huanglong con la idea de ir a un hotel para ducharnos con agua caliente y quitarnos la humedad de encima. Pero nada más llegar al pueblo una patrulla de policía nos para y nos lleva a comisaría. Llaman a una profesora de inglés para que nos diga que la zona está cerrada a extranjeros y nos marchemos lo antes posible. Nos graban con una videocámara, sacan fotocopias de las treinta y dos páginas de nuestros pasaportes e intentan sin éxito confiscar nuestras cámaras. Le comentamos a la profesora que ya es muy tarde para dar media vuelta, sigue diluviando, estamos mojados y tenemos frío. Nos negamos a abandonar el pueblo en esas condiciones y les proponemos pasar la noche en la comisaría, aunque sea dormimos en el calabozo. Al final de tantas discusiones nos dejan pasar la noche en un hotel. Aunque no podemos salir de la habitación, tenemos un arresto domiciliario. Solo nos dejan salir de la habitación durante quince minutos para ir a cenar en el restaurante del hotel. Por la mañana cogemos un autobús para no recorrer lo mismo del día anterior. A partir de Chengcheng continuamos la ruta en bicicleta por la Nacional 108, carretera que queríamos evitar desde un principio. Un poco antes de cruzar el río Amarillo empiezan las minas de carbón. Lo peor es la polvareda negra que esparcen los camiones que transportan el mineral. Tenemos que estar casi una hora debajo de la ducha para quitarnos el hollín incrustado en la piel. La zona es muy industrial y los pueblos son deprimentes. Todo está cubierto del polvo negro. Nos compramos unas máscaras para evitar la polvareda. Alice tiene una tos de perros y yo un dolor de garganta insoportable. Al mediodía paramos a comer en Jingshi, y más descansados, decidimos coger un autobús para huir de la provincia minera de Shanxi. Rodar en esas condiciones es demasiado, e incluso malo, para nuestra salud.
Ya en la provincia agrícola de Hebei el recorrido es más tranquilo, pero más aburrido. Los campos de trigo se pierden en el lejano horizonte. A pesar de tener un viento fuerte lateral que nos desequilibra, podemos llegar a Beijing en tres días.
Qué emoción llegar a la plaza de Tiananmén en bicicleta. Estamos en la mitad de la plaza más grande del mundo, cuánta historia hay en este lugar. La plaza, símbolo de una nueva China, fue construida por el gobierno comunista de Mao Zedong en 1949. Pretendían construir una gran explanada en la que se pudieran desarrollar masivos actos militares y políticos al estilo de los que se realizaban en la plaza Roja de Moscú en la Unión Soviética. En la parte oriental de la plaza, junto al Museo Nacional, hay un contador digital que marca los días que restan para la apertura de los Juegos Olímpicos, a las ocho de la tarde del día 08/08/08: 487 días, 2 horas, 35 minutos y 24 segundos es lo que le resta a Beijing para entrar en nueva era. Los hutongs, los barrios más tradicionales de la capital, serán unos de los primeros sacrificados, ya que empiezan a ser demolidos. Nos gusta mucho el ambiente de los hutongs, visitar las entrañas de la ciudad mientras atravesamos pasajes, calles estrechas y tranquilas. Muchos pekineses viven como si el tiempo no corriera para ellos. Nos hospedamos en el hutong de Gianmenwai, muy cerca de la plaza de Tiananmén. Lo están destruyendo para reconstruirlo como les gusta los turistas nacionales, un barrio limpio, perfecto, cursi y lleno de tiendas de regalos y recordatorios.
La visita al Beijing histórico me decepciona algo, sobre todo el palacio de verano e Imperial (también conocido como la Ciudad Prohibida). Los restauradores no tienen mucho gusto para restaurar los edificios históricos, ni siquiera utilizan el mismo material que utilizaron sus antepasados. Como en todo el país, quieren que sus palacios, templos y pagodas relumbren incluso mejor que en pasado. Además, casi todos los edificios están con andamios para restaurarlos antes de que lleguen los Juegos Olímpicos. No visitamos la parte más atractiva y renovada de la gran Muralla. Estamos más contentos en perdernos en los hutongs y descubrir un mundo más auténtico mientras charlamos con su gente ¿Por qué siempre hay que visitar y fotografiar los sitios más turísticos? Nosotros con descansar en el hotel y bajar al restaurante para comer bien ya es suficiente. Con el apetito de un ciclista, uno se chupa hasta los dedos.
De Beijing vamos directamente al puerto de Tanggu para coger el ferry que va directamente a Kobe, Japón. El país del sol naciente no será nuestro destino final como teníamos pensado. Decidimos prolongar el viaje y compramos un pasaje para atravesar el Pacífico en un barco de mercancías para ir hasta Norteamérica.