—¿Qué piensas? —me pregunta Alice mientras tengo la mirada algo perdida.
—No sé, pero creo que estoy un poco harto de todo lo que me rodea, de esta sociedad y de nuestro modo de vida desde que llegamos a casa —le respondo mientras observo a Maia jugar en el parque junto a otros niños pegados a sus padres. Y continúo—: Pero una cosa que tengo clara es que me gustaría enseñar a nuestra hija aquel maravilloso mundo que hemos recorrido durante tres años. —Alice gira su cabeza y observa a toda la gente que nos rodea.
—Sí, también me gustaría volver a viajar. Disfrutar de todas esas libertades. Aquí hay demasiadas reglas, control y miedo.
Después de nuestro embarque, todo ha sido demasiado rápido. En menos de un mes nació Maia, encontré trabajo, alquilamos un apartamento, me compré un coche de ocasión para ir a trabajar, nos casamos e incluso tuvimos un funeral, el abuelo de Alice nos dejó para siempre. Al principio lo sobrellevamos bien, contentos por volver, pero al cabo de unos meses no terminamos de encajar. Yo vuelvo a trabajar en la misma empresa que dejé tres años y medio atrás, aquel que me gustaba mucho y me costó tanto dejar, me llevaba muy bien con mis compañeros, gente profesional y con ganas de hacer las cosas bien. Cuando empecé en el 2001, el departamento apenas tenía seis meses y el ambiente era radiante. Pero al volver, me encontré con un departamento menguado. Más de la mitad de mi excompañeros habían dejado su posición. Algunos, para tener más responsabilidades o formar parte de un proyecto; otros, para cambiar de empresa. Había nuevas caras y otras formas de hacer las cosas. Con algunos compañeros daba gusto trabajar, pero, desafortunadamente, me tocó currar directamente con aquellos que tenían una calificación nula y una profesionalidad bastante ineficaz; sus únicas virtudes consistían en ser unos parlanchines y tener mucho descaro. No estaba a gusto.
Nada más entrar el otoño, me reúno con mi jefe. Los rumores son ya una realidad, la compañía no me va a renovar el contrato. En un par de meses debo dejar la empresa y me convierto en un desempleado, otro más, de los miles de trabajadores que sufren la pérdida de su trabajo tras la crisis financiera mundial que arrastramos desde principios de 2008. Frank se disculpa con tristeza. Lo siente mucho. Yo, en cambio, lo miro a los ojos y con una ligera sonrisa le comento que no es tan grave. Sobreviviré. Nos estrechamos las manos y vuelvo a mi oficina. Mis compañeros me intentan consolar, como si fuera el fin del mundo. Sigo el juego mientras intento ocultar mi júbilo, me voy de allí como una víctima más de la crisis, y no por mi propia voluntad, puesto que no pienso continuar. No quiero renovar mi contrato. No estoy nada a gusto con estos incompetentes. Además, no me siento libre; este tipo de multinacionales lo quiere controlar todo, dirigir a sus empleados con pruebas psicológicas, encuentros de compañeros de trabajo para fomentar el espíritu de grupo y reuniones tipo plan de negocios y ambiciones.
Me voy al paro y tengo la libertad de moverme para dar conferencias sobre nuestro viaje entre Bélgica, España y Francia. Mientras que yo trabajaba, Alice realizó el montaje de un diaporama audiovisual para hacer alguna charla que otra en centros culturales y festivales sobre viajes.
Dejamos el apartamento, vendemos el coche y nos vamos a vivir al sur de Bélgica, en la provincia de Luxemburgo, donde los padres de Alice tienen una casa de campo. Intentamos gastar lo menos posible y ahorrar, ya que estamos cociendo otra salida. Maia duerme mucho mejor, desde que descubrimos que tenía reflujo gastroesofágico la medicamos para que no sufra de acidez ni le queme el esófago. Maia no ha sido un bebé fácil. En su primer año de vida se despertaba por las noches como mínimo ocho veces y era incapaz de dormir más de una hora seguida. Nos desesperaba. Además, ella era muy inquieta y hasta bien entrada la noche no quería dormir. Nos rompía el ritmo del sueño y estábamos cansados día y noche.
En julio de 2009 cruzamos Francia en bicicleta para ir a mi tierra de vacaciones. Para nosotros es una prueba de fuego. Maia lo lleva bien, nosotros también. Paramos muy a menudo porque Maia no le gusta estar mucho tiempo en el ciclo-remolque. Ella es la que decide y marca el ritmo de pedaleo. Finalizamos las vacaciones con muy buenas sensaciones y contentos con la nueva experiencia: hemos recorrido algo más de mil doscientos kilómetros durante un mes. Volvemos a casa con una decisión. El próximo verano reiniciaremos el viaje por el mundo en bicicleta. Estamos seguros de que a Maia le encantará viajar y vivir todas esas experiencias que le enseñará la ruta. Queremos coger nuestro tiempo para vivir los tres juntos y aprovecharnos de su pequeña niñez. Deseamos que aprenda de sus experiencias, viendo el mundo en toda su riqueza, todas sus variaciones y contradicciones. Ahora solo queda poner una fecha.