6
Amity estaba furiosa.
Benedict se sintió sorprendido al comprobar que tuviera la energía suficiente para demostrar semejante emoción considerando lo que había soportado tres semanas antes. Pero el fuego que ardía en esos asombrosos ojos era decididamente peligroso.
Ese no era el apasionado encuentro con el que había estado soñando durante todo un mes, pensó.
Mientras se devanaba los sesos en busca de la mejor manera de responder al exabrupto, untó la tostada con un poco de mantequilla. No se le ocurrió nada.
—Lo siento —se disculpó—. Creí que lo mejor era evitar toda comunicación hasta mi regreso a Londres.
Ella lo miró con una sonrisa gélida.
—Ah, ¿sí?
La cosa no iba bien, decidió Benedict. Se dijo que debía tener consideración con ella, dado el estado emocional en el que se encontraba. Si la mitad de lo que la prensa aseguraba era cierto, tenía suerte de seguir viva. La mayoría de las mujeres se habrían refugiado en la cama después de sufrir semejante calvario. Y habrían seguido en dicha cama durante un mes, alimentándose de caldos y tés, y pidiendo cada cierto tiempo las sales.
Aunque claro, la mayoría de las mujeres no habrían sobrevivido al ataque, pensó. La admiración se mezclaba con el intenso alivio que lo había invadido nada más atravesar la puerta del comedor matinal poco antes. Los periódicos habían enfatizado que se encontraba sana y salva, pero Benedict sabía que no se quedaría tranquilo hasta haberla visto con sus propios ojos.
Debería haber sabido que la encontraría disfrutando de un copioso desayuno.
Amity era la mujer más singular que había conocido en la vida. Jamás dejaba de asombrarlo. Desde el momento en que la vio en aquel callejón de Saint Clare, se sintió hipnotizado. Le recordaba a una gata pequeña, ágil y curiosa. El alcance de su curiosidad lo intrigaba enormemente. Nunca se sabía qué tema sacaría a continuación.
Durante la travesía de Saint Clare a Nueva York, descubrió a Amity en los lugares más inesperados del barco. Resultó evidente desde el principio que la tripulación la adoraba. En una ocasión, fue en su busca para encontrarla emergiendo de una excursión a la cocina del barco. Estaba enfrascada en una conversación con el cocinero, que le explicaba largo y tendido la logística necesaria para alimentar durante un viaje tan largo a la tripulación y al pasaje. Amity parecía realmente interesada. Sus preguntas eran sinceras. El chef parecía medio enamorado de ella.
Y, después, la encontró un día manteniendo una conversación íntima con Declan Garraway, un estadounidense joven y guapo. Benedict se sorprendió al descubrir el afán posesivo que experimentó al encontrar a la pareja en la biblioteca.
Garraway acababa de salir de una universidad de la costa este y estaba en el proceso de descubrir mundo antes de asumir sus responsabilidades en el negocio familiar. Parecía muy interesado en las nuevas teorías sobre la psicología, que había estudiado en la universidad. Le dio unas charlas entusiastas a Amity sobre el tema. Ella, a cambio, tomaba notas y le hacía multitud de preguntas. Garraway parecía embelesado, no solo con la psicología, sino también con Amity.
A lo largo de las pasadas semanas, Benedict había repasado las conversaciones que él mismo había mantenido con Amity a bordo del barco. Sin duda la había aburrido mortalmente con sus descripciones sobre los emocionantes inventos de Alexander Graham Bell, creador de un instrumento que permitía la comunicación a distancia, llamado fotófono. Ella había logrado parecer tan interesada que se sintió animado para abordar otros temas. De modo que había hablado largo y tendido sobre las teorías de varios científicos e ingenieros de renombre, como el inventor francés Augustin Mouchot, que predecían que las minas de carbón de Europa y América pronto se agotarían. Si se demostraba que estaban en lo cierto, las grandes máquinas de vapor de la era moderna que lo movían todo, desde los barcos y las locomotoras hasta las fábricas, dejarían de funcionar. La necesidad de encontrar una nueva fuente de energía era la principal preocupación de todos los poderes. Y así habló de muchos otros temas. En una ocasión en absoluto memorable, llegó al punto de regalarle una explicación detallada sobre cómo los antiguos griegos y romanos experimentaron con la energía solar.
¿En qué había estado pensando?
Se había hecho esa misma pregunta todas las noches durante un mes. Amity estuvo atrapada a bordo del Estrella del Norte a su lado desde Saint Clare hasta Nueva York. Una oportunidad de oro para impresionarla. En cambio, se había puesto a hablar sin fin sobre asuntos relacionados con la ingeniería, un tema de su interés. Como si una mujer quisiera escucharlo hablar sobre ingeniería.
Pero, en aquel momento, Amity le había parecido dispuesta a discutir sobre sus especulaciones y teorías. La mayoría de las mujeres que conocía, con la manifiesta salvedad de su madre y de su cuñada, consideraba el reino de la ingeniería y la invención como un interés degradante para un caballero. Amity, en cambio, había llegado al extremo de tomar notas, tal como había hecho mientras conversaba con Declan Garraway. Benedict reconocía que se había sentido halagado. Después, sin embargo, durante el largo trayecto en tren hasta California, tuvo mucho tiempo para llegar a la verosímil conclusión de que se había limitado a ser educada.
Cuando pensaba en el tiempo que había compartido con Amity en el Estrella del Norte, prefería centrarse en la última noche que estuvieron juntos. El recuerdo había enardecido sus sueños durante la separación.
Deambularon por la cubierta de paseo y se detuvieron para contemplar los fuegos artificiales celestiales provocados por una distante tormenta en el mar. Estuvieron juntos en la barandilla durante casi una hora, observando los distantes relámpagos que iluminaban el cielo nocturno. Amity se sintió cautivada por la escena. Él, en cambio, se sintió cautivado por su entusiasmo.
Fue la noche en que la tomó entre sus brazos y la besó por primera y única vez. La experiencia demostró ser más electrizante que la tormenta nocturna. Solo fue un beso, pero por primera vez en su vida comprendió cómo era posible que la pasión obligara a un hombre a desafiar la lógica y los dictados del sentido común.
La señora Houston regresó de la despensa.
—Aquí tiene, señor —dijo—. Que le aproveche el desayuno.
Dejó frente a él un plato lleno hasta arriba de huevos y salchichas. Benedict aspiró los aromas y de repente se sintió famélico.
—Gracias, señora Houston —replicó mientras desplegaba su servilleta—. Esto es justo lo que necesito.
La señora Houston sonrió y le sirvió una generosa ración de café.
Benedict probó los huevos revueltos al tiempo que miraba a Amity.
—Dígame qué pasó —la invitó—. Espero que la prensa haya exagerado en parte.
Penny habló antes de que pudiera hacerlo Amity.
—Por desgracia, el incidente sucedió tal cual lo describe la prensa —le aseguró.
—Salvo por la parte en la que afirman que escapé del carruaje en camisón —añadió Amity, contrariada—. Eso es una espantosa exageración. Le aseguro que estaba vestida como Dios manda.
Antes de que Benedict pudiera comentar al respecto, Penny siguió con la historia.
—Un cruento asesino al que apodan «el Novio» secuestró a Amity en la calle a plena luz del día e intentó dejarla inconsciente con cloroformo —le explicó.
—Cloroformo. —Benedict sintió que se le helaban las entrañas. Si el asesino hubiera logrado dejar a Amity inconsciente, era poco probable que hubiera podido escapar—. Maldita sea su estampa.
Se percató de que tanto Penny como la señora Houston lo estaban mirando.
—Perdón por el lenguaje —se disculpó.
Cayó en la cuenta de que era la segunda vez que se disculpaba y ni siquiera había acabado de desayunar.
Amity enarcó las cejas y eso le hizo pensar que la situación le hacía gracia. De hecho, no era la primera vez que lo había escuchado maldecir, pensó. En todo caso, ya estaba de vuelta en Londres. Había reglas que cumplir.
—Por suerte, pude usar mi abanico antes de que él usara el cloroformo —siguió Amity—. Salté del carruaje y corrí todo lo rápido que fui capaz.
Benedict frunció el ceño mientras sopesaba sus palabras.
—¿Quién conducía el carruaje?
—¿Cómo? —Amity frunció el ceño también—. No tengo la menor idea. Era un carruaje particular, así que supongo que el cochero era empleado del asesino.
Benedict analizó a fondo la información.
—¿Era un carruaje particular?
—Sí. Por culpa de la lluvia lo confundí con un coche de alquiler. —La mirada de Amity se tornó penetrante—. ¿Qué está pensando, señor?
—Que el cochero es cómplice o bien un criminal contratado para la ocasión y al que han pagado para que mantenga la boca cerrada. En cualquier caso, sabrá algo que pueda ayudar a identificar al asesino.
Amity abrió los ojos de par en par.
—Una idea excelente. Debe mencionársela a Logan.
Benedict se encogió de hombros y se llevó a la boca un trozo de salchicha.
—Es una línea de investigación obvia. Estoy seguro de que la policía ya la está siguiendo.
La expresión de Amity se tornó furibunda.
—Yo no estaría tan segura.
Penny parecía pensativa.
—Hasta que Amity escapó, no se sabía cómo logró secuestrar a las otras novias. Desaparecieron sin más.
Benedict siguió comiendo huevos mientras sopesaba el asunto. Después, miró a Amity.
—¿Por qué usted? —quiso saber.
Ella lo miró perpleja.
—¿Cómo?
—¿Tiene la menor idea de por qué el asesino la eligió como víctima, de entre todas las mujeres de Londres?
Amity miró a Penny, que carraspeó con disimulo y luego dijo:
—Supongo que no está al tanto de los rumores, señor Stanbridge.
—Los rumores fluyen por Londres como el mismo Támesis. —Cogió la taza de café—. ¿A qué rumor en particular se refiere?
En esa ocasión, fue Amity quien contestó.
—El rumor sobre nosotros, señor Stanbridge —dijo con voz fría.
Benedict detuvo la taza en el aire sin que llegara a sus labios y la miró por encima del borde.
—¿Sobre nosotros?
Amity lo miró con una sonrisa gélida.
—En ciertos círculos ha habido una gran cantidad de especulaciones sin fundamento sobre la naturaleza de nuestra relación mientras viajábamos en el Estrella del Norte.
Eso lo dejó estupefacto.
—¿A qué diantres se refiere? Éramos pasajeros que viajábamos en el mismo barco.
Penny lo miró con los ojos entrecerrados.
—Se han esparcido rumores que aseguran que su relación con Amity fue de índole íntima.
—Bueno, me salvó la vida, algo que puede considerarse como un vínculo íntimo. —Guardó silencio, consciente de que tanto Amity como Penny lo estaban mirando de forma ciertamente extraña. A la postre, lo comprendió todo. Miró a Amity, atónito—. ¿Quiere decir que se rumorea que usted y yo fuimos amantes?
La señora Houston resopló y se apresuró a recoger la cafetera. Penny apretó los dientes. Amity se puso muy colorada.
—Siento decirle que así es —dijo.
Benedict se esforzó por asimilar la situación un instante y decidió que lo mejor sería no decirle que le gustaría que fuese cierto. Se obligó a concentrarse en el problema más acuciante.
—¿Qué tienen que ver los rumores con el hecho de que han estado a punto de asesinarla? —preguntó en cambio.
Amity respiró hondo y enderezó los hombros.
—Según la prensa, el Novio elige víctimas cuya reputación ha sido mancillada por un escándalo.
Lo dijo con tal rapidez, y casi murmurando, que Benedict no estuvo seguro de haberla escuchado bien.
—¿Mancillada por un escándalo? —repitió para asegurarse de que lo había entendido.
—Sí —contestó Amity con brusquedad.
—¿Me está diciendo que los rumores sobre usted, o mejor dicho sobre nosotros, han llegado a oídos del asesino y por eso se fijó en usted?
—Ese parece ser el caso —respondió Amity, que se sirvió un poco de nata en el café—. Me temo que los rumores llevan un tiempo corriendo por ciertos círculos.
—Desde el baile de los Channing para ser exactos —añadió Penny—. Según tengo entendido, comenzaron la mañana posterior al evento.
Benedict arrugó la frente.
—¿Asistieron ustedes?
—No —contestó Penny—. Pero no me resultó difícil establecer que comenzaron a correr justo después. La alta sociedad es un círculo reducido, tal como estoy segura de que usted sabe, señor Stanbridge.
—Cierto —replicó—. Y también es como un invernadero recalentado en lo referente a los rumores. Me esfuerzo todo lo posible en evitarla.
—A mí tampoco me agrada —puntualizó Penny—. Pero debido a mi difunto marido, he pasado una temporada en dicho invernadero y todavía tengo contactos. Así fue como descubrí dónde y cuándo comenzaron los rumores.
—¿Ha descubierto al responsable? —quiso saber.
—No —confesó Penny—. Eso es más difícil de concretar. Hasta que Amity sufrió el ataque, nuestra principal preocupación era que los rumores obligaran al editor a cambiar de opinión sobre la publicación de su libro.
Benedict miró a Amity.
—¿Ha acabado su libro de viajes para damas?
—Casi —contestó ella—. Aún tengo que hacer unos cuantos cambios menores, pero esperaba enviárselo al señor Galbraith a finales de este mes. Por desgracia, los rumores que me relacionan con usted, sumados al asunto del asesino, han complicado mucho las cosas.
Benedict analizó varias posibles soluciones al problema mientras apuraba los huevos. Después, se apoyó en el respaldo de la silla e hizo lo propio con el café.
—El problema de asegurar la publicación de su libro es bastante sencillo de resolver —aseguró.
Amity y Penny lo miraron.
—¿A qué se refiere exactamente con «sencillo», señor Stanbridge? —le preguntó Amity. Saltaba a la vista que recelaba de él—. ¿Tiene la intención de amenazar o intimidar de alguna manera al señor Galbraith? Porque le aseguro que, aunque aprecio el gesto, no toleraré semejante comportamiento.
—¿Apreciaría el gesto? —le preguntó Benedict.
Ella esbozó la primera sonrisa sincera que le había regalado desde su llegada. El tipo de sonrisa que iluminaba sus ojos y todo aquello que la rodeaba. El tipo de sonrisa que lo hacía sentirse muy pero que muy bien por dentro.
—Es muy amable por su parte que se ofrezca a intimidar al señor Galbraith para ayudarme a publicar mi guía de viaje, pero me temo que, dadas las circunstancias, podría resultar un tanto incómodo —aclaró ella.
—Bueno, en ese caso, dejaré la opción de atemorizar a su editor como último recurso —repuso Benedict—. La verdad sea dicha, no creo necesario tomar medidas tan drásticas si aplicamos la solución más directa y sencilla que tengo en mente.
Penny aún parecía un poco atónita, pero sus ojos se iluminaron cuando empezó a comprender.
—¿Cuál es, señor?
—Por lo que me ha dicho, es evidente que la manera más fácil de lidiar con el asunto de la reputación de Amity es anunciar nuestro compromiso matrimonial —contestó. Satisfecho con la obvia perfección de su respuesta al problema, bebió un poco más de café y esperó a que Amity y Penny mostraran la alegría y conformidad apropiadas por el plan.
Amity lo miró como si acabara de declarar que el fin del mundo estaba cerca.
Sin embargo, Penny afrontó la solución con un profundo alivio.
—Sí, por supuesto —dijo—. Es la respuesta ideal. Confieso que a mí también se me había ocurrido. Pero debo admitir que no esperaba que usted lo propusiera, señor Stanbridge.
—¿Cómo? —Amity miró a su hermana—. ¿Estás loca? ¿Cómo diantres va a solucionar las cosas semejante anuncio?
Penny adoptó una actitud madura.
—Estoy segura de que el señor Stanbridge tiene todas las respuestas. Algo me dice que ideó el plan antes de que llegara a nuestra puerta, hace un rato. ¿Estoy en lo cierto, señor?
—Sí, desde luego —contestó, intentando parecer modesto.
Amity aferró con fuerza su servilleta.
—Señor Stanbridge, le recuerdo que hasta que se sentó a esta misma mesa para desayunar era usted ajeno a la existencia de los rumores que circulan sobre nosotros. ¿Cómo diantres puede afirmar que ha tramado este descabellado plan durante el camino del barco a esta casa?
Que lo tildara de «descabellado plan» le escoció, pero se recordó que Amity había estado bajo un estrés considerable en los últimos días.
—Han sido las noticias del ataque las que me han convenido de que el compromiso es la única alternativa —contestó.
Penny asintió con la cabeza, satisfecha.
—Sí, por supuesto.
Amity los miró, furibunda.
—¿Cómo es posible que un compromiso falso sea una buena idea?
—Porque logrará dos cosas importantes —respondió Benedict, que trataba de ser paciente, pero en el fondo reconocía que encontraba su falta de entusiasmo por el plan bastante deprimente—. En primer lugar y más importante, nos permitirá que me vean a menudo en su compañía. Eso me facilitará la tarea de protegerla.
Amity frunció el ceño.
—¿Protegerme? ¿Quiere decir que cree que el asesino podría tratar de secuestrarme por segunda vez?
—No podemos alcanzar a entender cómo funciona la mente de ese monstruo al que apodan «el Novio» —respondió con tiento—. Hasta que no estemos seguros de que ha muerto o está en prisión, no creo que sea sensato que salga sola. Si está escondido ahí fuera, tendrá tiempo para que se le curen las heridas. No debería salir de esta casa sola en ninguna circunstancia. Como su prometido, podré acompañarla a cualquier lugar adonde quiera ir.
Amity hizo ademán de replicar, pero se detuvo, tomó aire y lo intentó de nuevo.
—¿Y la segunda razón por la que cree que este acuerdo fraudulento es una buena idea? —le preguntó.
—¿No es evidente? —preguntó él a su vez—. Acabará con los rumores. Ya no tendrá que preocuparse por la posibilidad de que el señor Galbraith se niegue a publicar su libro por culpa del daño que ha sufrido su reputación.
Penny miró a Amity.
—Seguro que entiendes que un compromiso es la solución perfecta para ambos problemas.
—Discúlpame —replicó ella—, pero no estoy muy segura.
—¿Por qué? —quiso saber Penny.
—¿Que por qué? —replicó Amity con voz aguda—. ¿Y tú me lo preguntas? Es una idea terrible. El compromiso sería ficticio. ¿Cómo diantres vamos a lograr que parezca cierto? Aunque el señor Stanbridge acepte interpretar el papel de mi prometido, ¿qué pasa con sus padres? Estoy segura de que podrán alguna objeción.
—No, no lo harán —le aseguró Benedict—. Mis padres son asunto mío. Yo me encargaré de ellos si es necesario.
—¿Cómo no va a ser necesario? —le soltó Amity.
—Da la casualidad de que se encuentran en Australia ahora mismo. —Desterró de esa manera el asunto de sus padres—. No tendrán la menor idea de que lo que sucede aquí en Londres. Y, por cierto, ya que tratamos el tema, también me encargaré de mi hermano y de su esposa.
Amity apretó los labios.
—Aprecio su ofrecimiento, señor Stanbridge, pero...
—Haga el favor de no decir más que aprecia mis esfuerzos —la interrumpió él.
Cayó en la cuenta de la brusquedad de sus palabras cuando vio que Amity guardaba silencio de repente. El asombro de su mirada le recordó que hasta ese momento no la había hecho partícipe de su temperamento.
Contuvo un gemido y trató de explicarse.
—Es lo menos que puedo hacer después de lo que usted hizo por mí —adujo en voz baja—. Me salvó la vida en Saint Clare. No lo habría logrado sin usted. Fue dicho incidente el que provocó la situación comprometedora que, a su vez, provocó que se extendieran los rumores sobre nuestra supuesta relación. Y resulta que la han atacado debido a dichos rumores. Estoy en deuda con usted y yo sí que apreciaría que me permitiera agradecérselo.
—¿Fingiendo ser mi prometido? —preguntó ella sin dar crédito.
—Hasta que la policía encuentre al asesino —respondió Benedict.
—¿Y si no lo consiguen? —quiso saber Amity.
—En ese caso, tendremos que hacer nosotros su trabajo.
Había sido un palo de ciego, pero lo hizo basándose en lo que sabía de su personalidad. Por encima de todo, era una persona curiosa a la que le intrigaba la idea de una aventura. Fue ese espíritu el que la motivó a viajar por el mundo.
Supo al instante que su estrategia estaba funcionando. Amity pareció entusiasmada de repente.
—Mmm... —musitó.
Penny lo miró con recelo.
—¿Tiene alguna experiencia en investigaciones criminales, señor Stanbridge?
—No, pero imagino que es como cualquier problema que se presenta en el campo de la ingeniería o de las matemáticas —respondió—. Se reúnen los datos relevantes de forma lógica y se resuelve el misterio.
—Si fuera tan simple, la policía capturaría a todos los criminales que andan por las calles —repuso Amity de forma sucinta. Se puso en pie—. Penny, si nos disculpas, me gustaría enseñarle el jardín al señor Stanbridge.
—Estaba a punto de pedirle a la señora Houston que me traiga más café —comentó Benedict.
Amity lo miró.
—Un paseo por el jardín, señor. Ahora mismo.