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—Puede que tengas razón con lady Penhurst —dijo Cornelius. Tenía las piernas apoyadas en un escabel y jugueteaba con su pipa apagada—. Pero ha desaparecido. Mandé al joven Draper, mi secretario, para que preguntara en su casa esta mañana, después de que me contaras lo sucedido en Hawthorne Hall. Lord Penhurst no tiene ni idea del paradero actual de su mujer. El personal de servicio cree que está de viaje por Escocia.
Amity miró a Benedict, que estaba repantigado en un sillón junto a la ventana. Este enarcó las cejas.
—Parece que hay mucha gente viajando por Escocia este verano —comentó él.
—Ciertamente. —Amity tamborileó con los dedos sobre el brazo del sillón—. Primero, nos dijeron que Virgil Warwick iba de camino a un pabellón de caza en Escocia y ahora descubrimos que su hermana tal vez vaya al mismo sitio.
—Y no nos olvidemos de que el doctor Norcott estaba en posesión de un billete de tren hacia Escocia —añadió Benedict—. Aunque en su caso sí era verdad. Es evidente que buscaba refugio en la zona.
—Sí —convino Amity.
Se había sentido muy complacida cuando Benedict sugirió que lo acompañase a casa de su tío. Era un indicio de que no solo confiaba en ella, algo que ya sabía, sino que además la consideraba una igual en esa investigación.
En cuanto a Cornelius Stanbridge, parecía muy recuperado. Todavía llevaba un pequeño vendaje, pero insistía en que se había curado por completo del golpe de la cabeza.
Benedict se puso de pie. Amity lo observó acercarse a la ventana. Era consciente de la energía nerviosa que lo impulsaba.
—Dudo mucho de que Warwick o Leona estén en Escocia —dijo él.
Cornelius gruñó.
—Le he pedido al joven Draper que investigue el pasado de lady Penhurst.
Benedict apretó los dientes.
—Leona es la hermanastra de Virgil Warwick y trabaja a sueldo de los rusos. Es la única explicación posible a los cambios de tercio y a las sorpresas de este caso.
—Creo que tienes razón. —Cornelius golpeó el brazo del sillón con la boquilla de la pipa—. Como esposa de lord Penhurst, desde luego que se encuentra en una posición privilegiada para ejercer de espía. Tal vez Penhurst esté senil, pero sigue teniendo muy buenos contactos. Conoce a todo el mundo y, al menos hasta hace poco, gozaba de la confianza de muchos altos cargos del gobierno. A saber cuántos secretos ha conocido a lo largo de los años.
—Y a saber cuántos ha revelado sin querer a lady Penhurst —repuso Amity.
—Desde luego. —Cornelius parpadeó y entrecerró los ojos—. Creo que los dos deberíais ver la nota que he recibido poco antes de que llegarais. Estaba a punto de mandaros llamar cuando habéis aparecido en mi puerta.
Benedict se dio la vuelta y su mirada reflejó que había adivinado lo que sucedía.
—¿Has tenido noticias del ladrón?
—Sí —confirmó Cornelius—. Y, a juzgar por el momento en el que me ha llegado la nota, creo que el ladrón está al tanto de que la señorita Doncaster y tú habéis sobrevivido a la explosión de Hawthorne Hall. Me llegó poco después de que regresarais a Londres sanos y salvos. Sin embargo, parece que el espía está ansioso por llevar a cabo el canje. —Cornelius señaló con la boquilla de la pipa—. Vamos, comprobadlo vosotros. Me gustaría conocer vuestra opinión. El precio por recuperar el cuaderno es sumamente interesante.
Amity se puso de pie de un salto y se acercó a toda prisa al escritorio. Benedict dio dos zancadas y se reunió con ella.
Benedict leyó el mensaje en voz alta, con voz más furiosa a medida que pronunciaba cada palabra.
—«El intercambio se llevará a cabo mañana por la noche en el baile de los Ottershaw. La señorita Doncaster llevará el Collar de la Rosa como pago por el cuaderno. Lucirá un dominó negro con el antifaz proporcionado. Alguien se pondrá en contacto con ella en el baile con las instrucciones finales para concluir el canje.» Hija de puta —añadió Benedict—. Ya no cabe la menor duda: Leona ha enviado esta nota.
—Yo también lo creo —dijo Cornelius—. No me imagino a ninguna otra persona que pudiera insistir tanto en un collar en concreto como pago por el cuaderno.
Amity lo miró, desconcertada.
—Pero no tiene sentido. Seguro que se da cuenta de que exigir el collar de los Stanbridge es un asunto muy complicado. Así solo conseguiría que las sospechas recayeran sobre ella. Hay muchas personas que saben que se ofendió cuando Benedict no le propuso matrimonio.
—Creo que lady Penhurst ha permitido que sus ansias de venganza anulen su sentido común —replicó Cornelius.
—Me pregunto si los rusos están al tanto de que su agente ha permitido eso, que sus ansias de venganza anulen su sentido común —comentó Benedict.
Amity alisó la carta con una mano.
—Charlotte Warwick nos dijo que la señora Dunning aseguraba haber observado pruebas de inestabilidad mental en la hermana de Virgil. Tal vez nuestro compromiso la desestabilizara por completo.
Benedict empezó a andar de un lado para otro por el despacho.
—Eso parece.
Amity miró a Cornelius.
—¿Dónde está el antifaz?
Cornelius señaló con la boquilla de la pipa la caja que había sobre el escritorio.
—Ahí dentro.
Amity le quitó la tapa a la caja y la dejó a un lado. Examinó el precioso antifaz. Era muy elegante y estaba decorado con lujosas plumas y pequeños cristalitos que reflejaban la luz. Estaba creado para ocultar la parte superior de la cara. Y era de un color rojo intenso.
—No es muy sutil, ¿verdad? —preguntó Amity—. Quiere que aparezca como la Mujer Escarlata.
Benedict dejó de moverse y fulminó el antifaz con la mirada.
—No irá a ese dichoso baile.
Amity se dio cuenta de que Cornelius había decidido no interferir. En cambio, esperó a ver cómo reaccionaba ella.
—Por supuesto que voy a ir —replicó—. Leona se dará cuenta si intenta que vaya otra mujer en mi lugar. Claro que no pienso permitir que lleve a otra mujer con usted.
—Si quiere hacer el intercambio, puede hacerlo con nuestras condiciones —dijo Benedict.
Cornelius tosió.
—Tenemos que desenmascarar a lady Penhurst. Y parece que va a ser algo muy literal.
—Su tío tiene razón —dijo Amity—. Tenemos que atraparla. Es nuestra oportunidad para desenmascararla como una espía.
Cornelius gruñó.
—La señorita Doncaster ha dado en el clavo en cuanto a la estrategia. Tal como he mencionado, en esta clase de situación, el momento del intercambio es cuando el ladrón es más vulnerable.
—Soy consciente de que el collar seguramente sea muy valioso y de que tiene un significado especial para su familia, Benedict —dijo Amity—. Pero si tenemos cuidado, podemos protegerlo.
—Me importa un bledo el collar. —Benedict tenía una expresión muy tensa—. Ese antifaz es un insulto a su persona.
—Solo si yo decido tomármelo como tal —repuso ella—. Prefiero considerarlo una parte del disfraz que llevaré para una representación. De verdad, no es necesario que se ponga nervioso ni que tema que vaya a pasarme algo. ¿Qué puede salir mal en medio de un salón de baile atestado?
—Ahora mismo se lo digo —contestó él.
—Benedict, es nuestra mejor oportunidad, no solo para atrapar a lady Penhurst, sino para averiguar el escondrijo de su hermano. Si alguien puede llevarnos hasta Virgil Warwick, es su hermana.
Benedict parecía muy serio.
—Necesitamos un plan —dijo él a la postre.
Amity sonrió.
—En fin, pues trace uno.
Cornelius resopló.
—Tiene razón, Ben. Tú eres quien tiene el talento apropiado para hacer planes en previsión de cualquier desastre o contingencia.