46

 

 

 

Benedict llevó a Amity a su casa y se la presentó a los Hodges, que la saludaron con una calidez que lo sorprendió.

—He leído en los periódicos que se libró por los pelos —dijo la señora Hodges—. Gracias a Dios que su hermana y usted están sanas y salvas.

—Somos unos fieles seguidores de sus artículos de viajes para El divulgador volante —añadió el señor Hodges, con verdadero entusiasmo.

—Lleva una vida la mar de emocionante —dijo la señora Hodges—. ¿El señor Stanbridge y usted viajarán mucho por el mundo después de la boda?

—En fin... —comenzó Amity. Miró con expresión desconcertada a Benedict.

—Desde luego que viajaremos de vez en cuando en el futuro —respondió él.

—Permítanos felicitarla por el compromiso, señorita Doncaster —dijo el señor Hodges con una inclinación de cabeza—. Creo que hablo en el nombre de mi esposa y en el mío propio al decir que nos complacen muchísimo las inminentes nupcias del señor Stanbridge.

Amity carraspeó y sonrió. Benedict se preocupó. La sonrisa de Amity era demasiado radiante, pensó.

—Gracias, señor Hodges, pero me temo que hay cierta confusión con respecto a mi compromiso con el señor Stanbridge —repuso Amity.

La señora Hodges puso los ojos como platos, alarmada.

—Ay, Dios.

Benedict aferró con más fuerza el brazo de Amity.

—La señorita Doncaster quiere decir que hay cierta confusión con la fecha de la boda. Por supuesto, preferiría casarme lo antes posible, pero me han informado de que, en lo referente a una boda, hay que hacer muchos planes.

—Sí, por supuesto —dijo la señora Hodges, que se relajó de nuevo y miró a Amity con una sonrisa—. Pero siempre cabe la posibilidad de celebrar una boda íntima, seguida de una recepción formal pasado un tiempo.

—Excelente idea, señora Hodges —dijo Benedict antes de que Amity pudiera replicar—. Ahora tienen que disculparnos. Voy a enseñarle a la señorita Doncaster mi biblioteca y mi laboratorio.

La señora Hodges entrecerró los ojos, una expresión muy elocuente en opinión de Benedict.

—¿Está seguro de que es buena idea, señor? Tal vez después de la boda sea un buen momento para enseñarle a la señorita Doncaster la biblioteca y el laboratorio.

—No —contestó Benedict—. Debo de enseñárselos ahora.

La señora Hodges suspiró. El señor Hodges parecía resignado, tanto que le dio unas palmaditas a su mujer en el hombro.

—Es lo mejor —le dijo en voz baja a su esposa.

Benedict condujo a Amity por el pasillo y la hizo pasar por la puerta abierta de la biblioteca. A su espalda, escuchó que la señora Hodges farfullaba algo, hablando con su marido.

—Supongo que es lo justo para ella —dijo la señora Hodges—. La señorita Doncaster se merece saber dónde se mete.

—Intenta no preocuparte —dijo el señor Hodges—. La señorita Doncaster es una dama aventurera.

Benedict cerró la puerta con llave. Miró a Amity, que estaba examinando los títulos de varios libros que descansaban en las estanterías.

—Sí —dijo él—, la señorita Doncaster se merece saber dónde se mete. —Se alejó de la puerta y abarcó con un gesto de la mano las paredes llenas de libros polvorientos—. Así soy yo de verdad, Amity, o, debería decir, así es una parte de mí. El resto se encuentra tras la puerta situada al final de esa escalera.

Amity miró la escalera de caracol de madera emplazada en el extremo más alejado de la biblioteca. Una expresión socarrona asomó a sus ojos.

—Qué emocionante, una habitación cerrada —dijo ella.

Benedict hizo una mueca.

—Me temo que no es emocionante en absoluto.

—¿Puedo echar un vistazo? —preguntó Amity.

—Sí. —Se preparó para lo que se avecinaba—. Para eso te he traído hoy. Quiero que conozcas mi verdadero yo. Verás, es parte de mi plan. No soy un arrojado caballero, Amity. Solo soy un hombre que, cuando no trabaja en un proyecto de ingeniería para la empresa familiar, está feliz dentro de su laboratorio.

—¿Y qué haces en tu laboratorio?

—La mayor parte del tiempo, llevo a cabo experimentos y diseño mecanismos y maquinaria que seguramente nunca tengan una aplicación práctica.

Sin decir nada, Amity se recogió las faldas y subió los escalones. Benedict la siguió, presa de una emoción urgente. Sabía que todo su futuro pendía de un hilo.

Al llegar al último escalón, Amity se detuvo delante de la puerta. Benedict se sacó la llave del bolsillo y la introdujo en la cerradura.

Amity se mantuvo en silencio mientras él abría la puerta y procedía a encender las lámparas, tras lo cual se apartó para dejarla pasar.

Se quedó plantada en el umbral un momento, examinando el instrumental diseminado por los bancos de trabajo.

—Así que este es tu laboratorio —dijo ella.

—Sí.

Benedict esperó.

La vio acercarse al telescopio situado junto a la ventana y examinarlo con admiración.

—Sientes curiosidad por un sinfín de cosas.

—Eso me temo.

—Como bien sabes, la curiosidad es uno de mis principales pecados.

Benedict sonrió al escucharla.

—Soy muy consciente.

—Así que tenemos algo en común, ¿no te parece? —le preguntó ella.

Titubeó antes de contestar.

—Nuestros intereses no siempre coinciden.

—Tal vez no, pero eso da igual. —Amity se acercó a un banco de trabajo y observó la máquina de electricidad estática—. Lo importante es esa curiosidad. Tienes una mente inquisitiva. Es uno de los muchos motivos que te hacen tan interesante, Benedict.

«Interesante», pensó. No sabía muy bien cómo interpretar esa palabra.

—Hay quienes me encuentran aburridísimo —le advirtió él, por si acaso no se había percatado de lo que quería decirle.

—Es de esperar que aquellos que no sienten curiosidad por lo que hay más allá de su mundo crean que quienes sí poseen esa cualidad son aburridos.

—Mi prometida huyó con su amante después de ver esta habitación.

—Asúmelo, Benedict, tu primer compromiso fue un error. Si Eleanor y tú os hubierais casado, habríais sido muy desdichados.

—Soy muy consciente de ese hecho. —Hizo una pausa—. Razón por la cual quiero asegurarme de que sabes lo que haces si accedes a casarte conmigo.

Amity se volvió para mirarlo desde el otro lado del pasillo.

—¿Me estás pidiendo que me case contigo?

—Te quiero, Amity. Mi mayor deseo es casarme contigo.

—Benedict —susurró ella—. Seguro que sabes lo que siento por ti.

—No, no lo sé. No con seguridad. Creo que sé lo que sientes, pero ahora mismo solo es una teoría... sin demostrar y basada únicamente en la esperanza.

Amity dio unos pasos hacia él y se detuvo.

—Me enamoré de ti a bordo del Estrella del Norte. Estaba casi segura de que sentías algo por mí, pero me daba mucho miedo creer que dichos sentimientos brotaban del hecho de haberte salvado la vida.

—Me salvaste la vida, sí, pero no me enamoré de ti por eso.

A Amity empezaron a brillarle los ojos.

—¿Por qué te enamoraste de mí?

—No tengo ni la más remota idea.

—Ah. —El brillo de su mirada se empañó.

—Podría enumerarte las cosas que admiro de ti, como tu espíritu, tu amabilidad, tu lealtad, tu valor y tu determinación. —Hizo una pausa—. También podría decir que eres una mujer de grandes pasiones. Hacer el amor contigo es la sensación más emocionante que he experimentado en la vida.

—¿De verdad? —Amity se puso colorada como un tomate.

—De verdad. Todo eso son unas cualidades admirables, que lo sepas. Pero nada explica por qué te quiero. —Dio unos pasos hacia ella y se detuvo—. Pero eso es lo que hace que todo sea tan fascinante. Amarte es como la gravedad o el amanecer. Es un misterio que sé que me encantará explorar durante el resto de mi vida.

—¡Benedict! —Corrió hacia él y se arrojó a sus brazos—. Es lo más bonito y lo más romántico que un hombre haya dicho jamás.

—Lo dudo mucho. —La abrazó con fuerza, saboreando la felicidad—. Soy ingeniero, no poeta. Pero si esas palabras te hacen feliz, estaré encantado de repetirlas todas las veces que me lo permitas.

Amity lo miró con ojos rebosantes de amor.

—Me parece un plan maravilloso.

Benedict se sacó el Collar de la Rosa del bolsillo. Los rubíes y los diamantes refulgían en su mano.

—Sería un gran honor para mí que aceptaras esto como símbolo de nuestro amor —dijo él.

Volvió a esperar.

Amity miró el collar durante un buen rato. Cuando alzó la mirada, Benedict se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas, pero sonreía.

—Sí —contestó ella—. Lo cuidaré muy bien.

Fue lo único que dijo, pero era suficiente.

Amity se dio la vuelta. Benedict le colocó el collar al cuello y después le puso las manos en los hombros para que se volviese.

—En un momento dado, te entregué una carta para que la mantuvieras a salvo —dijo él.

—Y yo te prometí que sobrevivirías para entregarla.

—Ambos mantuvimos las promesas que nos hicimos.

—Sí. —Amity le rodeó el cuello con los brazos—. Y así será siempre entre nosotros.

El futuro, iluminado por la promesa de un amor eterno, brillaba con más fuerza que las piedras preciosas del Collar de la Rosa.

—Siempre —juró él.