29
—Ha sido muy fácil componer la lista de los familiares cercanos de Virgil Warwick —dijo Penny—. He hablado con la señora Houston para confirmar lo que yo recordaba y ha ido a ver a una amiga que trabajó en otro tiempo para la familia. El padre de Warwick murió hace algunos años. Virgil no tiene hermanos. Creo que hay algunos primos lejanos, pero que se trasladaron a Canadá. Por lo que hemos podido averiguar, solo tiene un pariente próximo en la ciudad: su madre.
—Warwick es el único heredero de una considerable fortuna —continuó Amity—. Lo que explica todo el lujo que vi cuando me secuestró.
Los cuatro se encontraban en el despacho. Penny y Amity estaban encerradas allí, repasando la lista de invitados una vez más tratando de encontrar alguna respuesta, cuando Benedict y Logan volvieron con la noticia de que habían asesinado al doctor Norcott. A Amity le bastó una mirada a sus serias caras para saber que el descubrimiento había acrecentado sus temores. Sin embargo, la expresión acerada de sus ojos dejaba bien claro que se encontraban cada vez más cerca de las respuestas.
Benedict se sacó una carta del bolsillo.
—Según esto, Warwick fue ingresado en Cresswell Manor, que parece ser un sanatorio privado, para recibir un tratamiento sin especificar hace poco más de tres semanas. Los informes de Norcott indican que fue la segunda vez que Warwick ingresó en dicho sanatorio.
—A ver si lo adivino —dijo Amity—: la primera vez fue hace alrededor de un año.
—Sí —confirmó Logan—. Justo después de que el cuerpo de la primera novia fuera descubierto. Parece que lo enviaron de regreso tras atacarla a usted, pero ahora lo han vuelto a dejar en libertad.
Penny frunció el ceño.
—¿Por qué iba a sacarlo su madre del sanatorio?
—En el fondo, seguramente sepa o sospeche cuando menos que es capaz de hacer cosas espantosas, pero aún alberga la esperanza de que la medicina moderna pueda curarlo —respondió Amity.
—Desde luego que no le ha dado mucho tiempo para que reciba terapia en esta ocasión —dijo Penny.
—A lo mejor se ha convencido de que no es culpable de asesinato después de todo —replicó Amity—. Seguro que le dijo a su madre que fui yo quien lo atacó, no al revés.
—Y ella desea creer que sucedió así —concluyó Penny—. No olvidemos que es su madre.
—Pensara lo que pensase, la madre de Virgil Warwick es la responsable de su liberación y tal vez sea también la única persona que sepa dónde se encuentra —dijo Logan—. Tengo que hablar con ella.
Penny meneó la cabeza.
—Aunque crea que su hijo es inocente, hablará con cualquiera antes que con un policía.
—Encontraré el modo —insistió Logan.
—Será mucho más fácil y rápido si voy yo a hablar con ella —dijo Benedict.
Amity lo miró.
—Lo acompaño.
Benedict sopesó la idea un segundo.
—Sí, creo que seguramente será lo mejor.
Logan arqueó las cejas.
—¿Cómo piensan pasar de la puerta? Si usan sus verdaderos nombres, se pondrá en guardia y hará que el mayordomo les informe de que no se encuentra en casa.
—¿Qué le hace pensar que pienso usar mi verdadero nombre? —preguntó Benedict.
—Hablando de nombres. —Penny levantó una hoja de papel—. Da la casualidad de que la señora Charlotte Warwick está en la lista de invitados del baile de los Channing.
—Así que después de todo existía un nexo —agregó Logan.
—Desde luego, así se explica que su hijo loco se enterase de mi supuesta aventura a bordo del barco con el señor Stanbridge —apostilló Amity.
—Según parece se enteró por su madre —concluyó Logan.
Amity suspiró.
—Estoy segura de que la mujer no sabía lo que su hijo haría con la información.
Una hora después, Amity estaba en los escalones de entrada de la mansión de los Warwick y observaba con interés cómo Benedict interactuaba con un mayordomo muy puntilloso.
—Dígale a la señora Warwick que el doctor Norcott y su ayudante han venido para hablar de un asunto de vital importancia.
El mayordomo miró la elegante chaqueta de Benedict, así como sus pantalones, y después examinó el costoso vestido de paseo de Amity de igual manera. No parecía muy convencido.
—¿Su tarjeta, doctor Norcott? —pidió.
—Lo siento, no me quedan. Créame, la señora Warwick nos recibirá.
—Veré si está en casa para recibir visitas —replicó el mayordomo.
Les cerró la puerta en las narices.
—¿Crees que va a funcionar? —preguntó Amity.
—Creo que, en estas circunstancias, a la señora Warwick le dará miedo no recibir al doctor Norcott. Debe de saber que es una de las pocas personas que está al tanto de que seguramente su hijo sea un asesino.
—Pero ¿y si se niega a recibirnos?
—En ese caso nos iremos —contestó Benedict.
—Podríamos acabar arrestados —señaló Amity con voz neutra.
—No me parece probable que la señora Warwick llame a la policía para echar a un médico y a su ayudante, los mismos que conocen su más oscuro secreto. Le aterraría la posibilidad de que el escándalo estuviera en boca de todos a la mañana siguiente.
—Por supuesto —dijo Amity—. Tus poderes de deducción lógica nunca dejan de sorprenderme.
—Me alegra oírlo, porque ahora mismo no estoy de humor para atender a la lógica. Quiero respuestas.
—Yo también.
La puerta se abrió.
—La señora Warwick los recibirá —anunció el mayordomo. Parecía desaprobar profundamente la decisión.
Amity le sonrió con frialdad y entró en el elegante y espacioso vestíbulo. Benedict la siguió.
El mayordomo los guió hasta la biblioteca. Una mujer ataviada con un vestido gris perla estaba junto a la ventana, con la vista clavada en el jardín. El pelo, que en otro tiempo debió de ser negro, adquiría a marchas forzadas el color de su vestido. Tenía un porte rígido y elegante, como si lo único que la sostuviera en pie fuera un corsé de acero.
—El doctor Norcott y su ayudante, señora —anunció el mayordomo.
—Gracias, Briggs.
Charlotte Warwick no se dio la vuelta. Esperó a que el mayordomo cerrara la puerta.
—¿Ha venido para decirme que mi hijo es un caso perdido, doctor Norcott? —preguntó ella—. De ser así, podría haberse ahorrado el viaje. Ya me he resignado a la idea de que Virgil tendrá que pasar el resto de su vida en Cresswell Manor.
—En ese caso, ¿por qué insistió para que lo dejasen en sus manos? —quiso saber Amity.
La sorpresa que se apoderó de Charlotte Warwick fue evidente. Jadeó y se tensó.
Recuperó la compostura y se volvió, con los labios entreabiertos por la estupefacción y, tal vez, el pánico.
—¿A qué se refiere? —preguntó Charlotte. Se calló. La rabia demudó sus facciones—. ¿Quién es usted? —Fulminó a Benedict con la mirada—. No es el doctor Norcott.
—Benedict Stanbridge, señora —se presentó él—. Y mi prometida, la señorita Doncaster. Tal vez haya oído hablar de ella. Es la mujer a la que su hijo secuestró hace poco.
—No tengo ni idea a qué se refiere... ¿Cómo se atreve a mentir para entrar en mi casa?
Charlotte hizo ademán de tirar de la cinta de terciopelo de la campanilla.
—Le aconsejo que no llame a su mayordomo, señora —dijo Benedict—. A menos que quiera ser la responsable de que Virgil siga libre para cometer más asesinatos.
—No sé a qué se refiere... —repitió Charlotte. Parecía que le costaba respirar—. Salgan de aquí.
—Nos marcharemos en cuanto nos diga dónde se esconde su hijo —replicó Benedict—. Si está loco de verdad, no lo colgarán. Lo devolverán al sanatorio. Todos sabemos que tiene el dinero para asegurarse ese resultado.
Charlotte recuperó la compostura. Se colocó de pie detrás del escritorio y aferró el respaldo del sillón con ambas manos.
—No es asunto suyo, pero déjeme que le aclare la situación —dijo con voz calmada—. Mi hijo está recibiendo un tratamiento para un desorden de tipo nervioso. Su salud es un tema privado. No tengo la menor intención de hablar del asunto, mucho menos con usted.
—Su hijo ha asesinado al menos a cuatro mujeres que sepamos, y muy seguramente también a su esposa —repuso Benedict—. Hace tres semanas, secuestró a mi prometida con la intención de asesinarla.
—No —insistió Charlotte—. No, es mentira. Sus nervios son demasiado delicados. Jamás haría algo tan violento.
—¿A qué se refiere con delicados? —preguntó Amity.
—No soporta mucha presión ni esfuerzo alguno. Se agita con facilidad. Siempre he tenido que encargarme de los detalles de su vida, de su economía, de sus citas sociales, del personal de su casa...
—Su hijo tiene afición por la fotografía, ¿verdad? —preguntó Benedict, que se negó a darle un respiro.
Charlotte titubeó.
—Mi hijo tiene una personalidad muy artística. Eso explica sus nervios delicados y sus cambios de humor. Encontró su pasión en la fotografía. ¿Cómo lo ha sabido? Aunque da igual. Es una afición bastante común.
—El día que intentó secuestrarme, me debatí —dijo Amity—. Lo herí de gravedad.
—Me dijo que lo atacó una prostituta callejera —susurró Charlotte—. Fue una discusión por dinero. Tal vez reaccionara mal.
Benedict se tensó y dio un paso hacia delante. Sin apartar la vista de Charlotte, Amity le colocó una mano en el brazo. Benedict se detuvo, pero ella era consciente de la frenética energía que lo recorría.
Charlotte ni se percató del incidente. Estaba concentrada en su historia. Amity sabía que intentaba con desesperación convencerse de su verdad.
—Accedió al... al encuentro —continuó Charlotte, con voz muy tensa—. Pero discutieron por el precio. La prostituta se puso furiosa y lo atacó.
—Creo que las dos sabemos que no fue eso lo que sucedió —repuso Amity en voz baja—. Virgil me secuestró. Conseguí escapar por los pelos. Sí, me defendí con un objeto cortante. Sangraba mucho cuando lo dejé en el carruaje. Buscó ayuda en el único médico que conocía, el único del que estaba seguro que guardaría el secreto. El doctor Norcott le curó las heridas y después la avisó a usted.
Charlotte se dejó caer en el sillón, asombrada.
—¿Cómo sabe todo eso?
—Esta misma mañana hemos encontrado el cadáver del doctor Norcott —explicó Benedict—. Lo habían degollado con uno de sus escalpelos. Al igual que les sucedió a las anteriores víctimas del Novio. Creemos que la esposa de Virgil murió de una forma parecida, aunque la verdadera naturaleza de sus heridas pasó inadvertida, ya que la arrojó por una ventana.
Charlotte meneó la cabeza.
—No, fue un accidente.
—Norcott está muerto —repitió Benedict—. Es evidente que Virgil está escondido... y, por cierto, tiene consigo el maletín médico de Norcott.
Charlotte recuperó la compostura.
—No puede haber sido Virgil. ¿No lo entienden? Ahora mismo está internado en una clínica especial.
—Ya no está en Cresswell Manor —repuso Amity—. Hace dos días, lo dejaron en la custodia de su madre.
Charlotte pareció encerrarse en sí misma. Cerró los ojos.
—Dios mío.
—Sabe lo que es —dijo Benedict—. Por eso lo internó en Cresswell Manor, no una vez, sino dos. ¿Por qué lo ha sacado de ese lugar?
Se hizo un silencio electrizante. Amity se preguntó si Charlotte iba a contestar. Sin embargo, acabó por salir de su ensimismamiento y mirarlos con ojos atormentados. Una extraña aura gris la envolvía, como si la vida abandonara su cuerpo poco a poco.
—Ha sido la bruja —dijo la mujer—. Seguro que ha sido ella. En cuanto a por qué se lo ha llevado de Cresswell Manor, no lo sé. Tendrán que preguntárselo a ella.
Amity y Benedict se miraron.
—¿Quién es la bruja? —preguntó Amity con voz neutral.
Durante un segundo tuvieron la impresión de que Charlotte desaparecería en el aura gris que la envolvía, pero a la postre consiguió recomponerse.
—Poco después de que mi marido muriese, descubrí que había sido chantajeado durante años por una mujer que dirigía un orfanato para niñas —explicó Charlotte—. Se puso en contacto conmigo y dejó claro que si no seguía pagando, se aseguraría de que ciertos asuntos acabaran siendo del dominio público y publicados por la prensa.
—¿Qué orfanato? —preguntó Benedict.
—Hawthorne Hall —contestó Charlotte—. Está en un pueblo en las afueras de Londres, a una hora en tren. Al menos, esa fue la dirección que me dieron cuando empecé a pagar el chantaje. El lugar ya no funciona como orfanato, pero la antigua directora sigue viviendo allí.
—¿Sobre qué tenía que guardar silencio? —quiso saber Benedict.
—Mi marido tuvo una hija con otra mujer.
Amity se acercó unos pasos al escritorio.
—Discúlpeme, señora Warwick, pero todos sabemos que no es inusual que hombres de cierta posición y riqueza tengan hijos fuera del matrimonio. Dichas situaciones resultan embarazosas, pero no sorprenden a nadie. Casi todas las mujeres en su posición sencillamente se desentienden del tema. ¿Por qué ha pagado un chantaje para ocultar el hecho de que su marido tuvo una hija fuera del matrimonio?
Charlotte volvió a clavar la vista en el jardín, pero Amity estaba convencida de que estaba recordando el pasado.
—La bruja aseguraba haberse percatado de cierta inestabilidad mental en la hija de mi marido. Dejó caer que tal vez mi hijo también estaba loco.
—Entiendo —dijo Amity—. Amenazó con llevar sus teorías acerca de la salud mental de Virgil a la prensa.
—Puede que yo también esté loca —siguió Charlotte en voz baja—. Porque he pasado mucho tiempo imaginando formas de matar a la señora Dunning.
—Supongo que es la antigua directora del orfanato —dijo Amity.
—Sí —confirmó Charlotte—. Es quien me está chantajeando.
—¿Por qué no lo ha hecho? —preguntó Benedict.
Charlotte lo miró.
—Al principio, Dunning dejó claro que si algo le sucedía, lo había organizado todo para que la prensa recibiera cartas en las que informaba de la locura de la familia Warwick. Sin embargo, la cosa empeoró hace un año. Me hizo saber que esas cartas contendrían pruebas de que mi hijo había asesinado a su esposa y a otra muchacha. Quería anunciar al mundo que Virgil era el Novio.
Benedict sopesó sus palabras.
—¿Su hijo sabe que la señora Dunning la ha estado chantajeando?
—No, claro que no —contestó Charlotte—. Nunca he querido que se enterase de que tiene una hermanastra.
Un silencio opresivo se instaló en la habitación. Amity miró a Benedict.
—Tenemos que ir a Hawthorne Hall —dijo ella.
—Sí.
Charlotte los miró fijamente.
—Mi hijo...
—Si tiene la menor idea de dónde puede estar escondiéndose, debe decírnoslo —la urgió Benedict.
—Les juro que no lo sé. Creía que estaba en Cresswell Manor. —El desconcierto de Charlotte parecía auténtico—. La señora Dunning asegura estar al tanto de la aflicción nerviosa de mi hijo. Estaba pagando el chantaje. ¿Por qué iba a sacarlo de allí?