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—El señor Stanbridge me sugirió que les dejara ver las escasas pruebas que hemos recopilado de los escenarios de los crímenes —dijo Logan—. He accedido porque, según mi experiencia, se pueden conseguir muchas cosas desde una perspectiva nueva... En este caso, desde muchas perspectivas nuevas. —Miró a Declan Garraway—. La suya también, caballero. Le agradezco que haya venido hoy.
—Será un placer ayudar en la medida de mis posibilidades —dijo Declan. Dio un tironcito a su corbata y miró de reojo a Benedict—. Pero me temo que no soy un experto en estos asuntos. Tuve el privilegio de estudiar con el doctor Edward Benson, que es toda una autoridad en el campo de la psicología, y tengo un interés personal en la mente criminal, pero ahí acaban mis credenciales. La ciencia para explicar y predecir el comportamiento humano sigue estando en pañales.
—Su recorrido académico y la gran cantidad de libros que ha leído sobre el tema es lo que le confiere valor a su opinión —adujo Amity—. En cualquier caso, cuantos más ojos, mejor, tal como ha comentado el inspector.
Se encontraban en el despacho de Penny. El inspector Logan había llegado poco antes con una cajita metálica que en ese momento estaba abierta sobre el escritorio. Penny, Amity, Benedict, Logan y Declan se habían reunido en torno a la mesa.
Amity se había visto obligada a ponerse muy seria en cuanto a invitar a Declan. A Benedict no le había hecho gracia la idea hasta que ella le recordó que Declan tenía cierta formación en las teorías modernas de la psicología. Benedict había cedido a regañadientes, pero no pensaba esforzarse en ocultar que desaprobaba la presencia de Declan.
En cuanto al estadounidense, era evidente que se sentía cohibido por Benedict. Los dos se miraban con desconfianza, pero Amity se daba cuenta de que a ambos les intrigaba la posibilidad de averiguar algo nuevo de las pruebas.
—Tengo que advertirles que bastantes agentes de Scotland Yard han visto estos objetos y no han llegado a ninguna conclusión útil —siguió Logan.
Penny examinó el contenido de la caja.
—¿Es todo lo que han conservado de los escenarios de los crímenes?
—Eso me temo —contestó Logan.
Amity miró los objetos.
—Cuatro alianzas de oro muy sencillas y tres medallones con sus correspondientes cadenas. —Miró a Logan—. Dijo que creía que hubo un cuarto asesinato.
—Sí —afirmó el aludido—. Pero según los informes, la familia se quedó con el medallón de la primera víctima. Lo quería como recuerdo de su hija.
Declan frunció el ceño.
—No hay mucho con lo que guiarse.
—Es difícil de creer que solo estimaran oportuno guardar esto de los escenarios de unos crímenes tan graves —comentó Benedict.
Logan apretó los labios.
—Estoy de acuerdo. Tengan en cuenta que me asignaron a este caso hace muy poco tiempo, después de que mi predecesor fuera incapaz de identificar al sospechoso. Estoy seguro de que había más pruebas, pero se descartaron por considerarlas irrelevantes. —Hizo una pausa—. Además, había otros factores que limitaron el alcance de la investigación.
Penny asintió con la cabeza.
—Las familias de las víctimas seguramente hayan presionado mucho a la policía para acallar cualquier noticia.
—El temor a un escándalo siempre es predominante en estos casos —añadió Logan—. Las familias no querían que hubiera rumores ni informes morbosos de la muerte de sus hijas en los periódicos. Aunque tampoco pudieron evitar que eso sucediera, claro.
—Supongo que se buscaron huellas dactilares en los medallones —observó Benedict.
—Así es —corroboró Logan—. Pero no se encontró nada.
—Es de suponer que el asesino llevaba guantes o limpió las joyas —dijo Benedict.
—Es lo más probable, sí.
Amity miró a Logan.
—No parece que las alianzas tengan nada de especial.
—No —convino el aludido—. Fui incapaz de dar con la tienda que las vendió.
—¿Puedo abrir los medallones? —preguntó ella.
—Por supuesto —contestó el inspector—. Lo único que hay dentro son los retratos de las mujeres ataviadas con un vestido de novia y un velo.
—Los medallones no son baratos —comentó Penny—. La plata es de buena calidad, pero el diseño es anticuado.
—Se los enseñé a un par de joyeros que reconocieron el labrado —dijo Logan—. Me dijeron que los medallones estaban pasados de moda, datan de casi una década, y que debían de haberse hecho hace años. Sospecho que el asesino los compró en tiendas de empeño.
Amity metió la mano en la caja y sacó uno de los medallones. Lo abrió con mucho tiento y lo dejó sobre el escritorio.
Todos miraron el retrato. La fotografía era de una novia de cintura para arriba. Tenía el velo retirado de la cara para revelar las facciones de una guapa muchacha de pelo oscuro. Llevaba un ramo de azucenas blancas en las manos enguantadas. Miraba de frente a la cámara, como si estuviera delante de una cobra. Aunque el retrato era pequeño, resultaba imposible pasar por alto el miedo y la desesperación de los ojos de la víctima.
Amity se estremeció.
—Por el amor de Dios —susurró.
Nadie más habló.
Sacó los otros dos medallones, los abrió y los dejó junto al primero. Había parecidos indiscutibles y evidentes en todos los retratos.
—Parece que se hicieron en el mismo estudio —dijo ella.
—Estoy de acuerdo. —Benedict examinó los retratos más de cerca mientras arrugaba la frente, concentrado—. La luz es la misma en todas las fotografías.
—Las flores son todas azucenas blancas, pero están dispuestas de forma un poco distinta en cada retrato —comentó Penny.
—Tiene sentido —dijo Amity—. Debe de ser muy difícil hacer tres ramos de novia de la misma manera.
Se quedaron en silencio durante un rato, examinando los retratos.
—Blanco —dijo Amity de repente.
Todos la miraron.
—Tienes razón —dijo Penny—. Los vestidos y los velos de los retratos son todos blancos. La reina impuso la moda de los vestidos blancos cuando se casó hace unas cuantas décadas, pero solo los ricos siguen esa moda.
Declan la miró.
—¿A qué se debe?
Penny sonrió.
—El blanco es un color muy poco práctico para un vestido. Es imposible de limpiar, que lo sepan. Casi todas las novias se casan con sus mejores galas. Si se compran un vestido nuevo para la ceremonia, suele ser de color y con un estilo que les permita llevarlo después de la boda. Solo las novias muy ricas visten de blanco. En los retratos, los vestidos son blancos y los velos están muy elaborados. —Miró a Logan—. Claro que sabemos que las muchachas eran de clase acomodada.
—Cierto —convino Logan.
—El asunto es que estos vestidos tienen algo... —Penny cogió uno de los medallones y lo observó con el ceño fruncido—. Creo que las muchachas llevan todas el mismo vestido y el mismo velo.
—¿Cómo? —preguntó Logan con brusquedad—. No me había dado cuenta.
—Es un detalle más fácil de ver para una mujer —dijo Penny—. Pero estoy convencida de que es el mismo vestido y el mismo velo en cada retrato. —Abrió un cajón del escritorio y sacó una lupa. Examinó, despacio, cada medallón—. Sí, segurísima. El mismo vestido. Y el mismo velo. Compruébalo tú, Amity. ¿Qué me dices?
Amity cogió la lupa y estudió cada retrato por separado.
—Tienes razón. Todas llevan el mismo vestido de novia. Es más difícil asegurarlo con el velo, pero creo que la diadema también es la misma.
—El vestido tiene algo particular —comentó Penny. Se hizo de nuevo con la lupa y repasó los retratos—. Creo que es de al menos hace dos años.
A Benedict le resultó intrigante la idea.
—¿Cómo lo sabe?
—Ese tipo de mangas y el escote bajo estuvieron muy en boga hace dos años para los vestidos formales —explicó Penny con seguridad.
—Interesante —dijo Logan. Tomó nota—. Supongo que tiene sentido que haya usado el mismo vestido con las tres víctimas. Un hombre no puede entrar tan campante en el establecimiento de una modista y encargar trajes de novia sin provocar un revuelo.
—¿Eso quiere decir que compró el vestido hace dos años y lo usa con cada víctima? —se preguntó Amity.
Declan carraspeó. Todos lo miraron. Se puso colorado por la atención.
—¿Qué pasa? —preguntó Benedict—. Habla, hombre.
—Se me acaba de ocurrir que tal vez el vestido tenga un significado especial —dijo Declan.
—Es un vestido de novia —replicó Logan—. Por ese mero hecho, tiene muchísimo significado.
—No, me refiero a que tal vez ese vestido en concreto tenga un significado especial para él —repuso Declan.
—Sí, por supuesto —dijo Amity en voz baja—. ¿Y si el vestido lo hicieron para su propia novia?
Logan repasó sus notas y se detuvo en una página con nombres.
—Cinco de los hombres que aparecen en la lista confeccionada por el señor Stanbridge y su hermano están casados. Los otros tres no.
—Tengo la sensación de que buscamos a uno de los que no están casados —añadió Declan en voz baja—. Al menos, ya no lo está.
Se produjo un silencio estremecido. Amity sintió un escalofrío en la nuca.
Benedict miró a Logan.
—¿Hay algún viudo en la lista? ¿O algún hombre que se volviera a casar después de perder a su primera mujer?
—No lo sé —contestó Logan—. Pero no creo que sea difícil de averiguar. —Miró a Declan—. ¿Qué le hace creer que la primera novia que usó el vestido está muerta?
—Porque tiene cierta lógica retorcida que sea así —contestó Declan—. Recuerdo una charla del doctor Benson acerca de los asesinos que mataban una y otra vez. Cree que siempre hay un patrón, un ritual, involucrado. Si tiene razón, no me sorprendería descubrir que el primer asesinato de este sujeto fue el de su propia esposa.
Benedict miró a Logan.
—Dijo que el cuerpo de la primera víctima fue descubierto hace un año. Estaba comprometida, pero todavía no se había casado.
—Así es —corroboró Logan—. Ninguna de las muchachas se había casado.
Declan soltó un lento suspiro y meneó la cabeza.
—Solo son especulaciones —dijo.
—Si asesinó a su primera mujer —dijo Benedict con tiento—, eso reduce la lista de sospechosos a un hombre que se casó alrededor de hace dos años y que enviudó.
—Creo que merece la pena investigar esa pista —convino Logan.
—Y no hay que olvidar que al asesino le gusta fumar cigarros aromatizados con especias —añadió Amity—. Eso también ayudará a reducir la lista un poco.
—Así que fuma clavos de ataúd, ¿no? —dijo Declan.
—¿Cómo dice? —preguntó Amity.
—Así los llamamos en Estados Unidos —aclaró Declan—. Clavos de ataúd. Aunque no impide que la gente los siga fumando, la verdad sea dicha.
Logan lo miró de reojo.
—Tenía entendido que los cigarros son buenos para los nervios.
—No según el doctor Benson —dijo Declan.
Penny decidió intervenir en ese momento.
—Puede que yo también pueda ayudar a reducir la lista un poco más.
Logan la observó con detenimiento.
—¿Cómo lo hará?
Penny miró a Amity.
—Consultando con una experta.
Amity sonrió.
—Madame La Fontaine, tu modista.
—Es una autoridad en todo lo referente a la moda —aseguró Penny—. Amity y yo iremos a su establecimiento esta misma tarde, a ver qué podemos averiguar.
—Excelente. —Logan se guardó el cuaderno y el lápiz en el bolsillo de la chaqueta—. Les agradezco la ayuda que me han prestado todos hoy. Tengo la sensación de que sé muchas más cosas sobre el asesino que antes de la reunión.
Benedict le lanzó una mirada inquisitiva a Declan.
—Admito que tus comentarios me tienen intrigado. A lo mejor deberías pensarte la idea de trabajar como consultor externo para la policía.
—Mi padre se pondría furioso —dijo Declan. Hizo una mueca—. El futuro está en el petróleo, ya sabe.
—Sí, ya lo has dicho antes —replicó Benedict.