Capitulo 34

 

El renacimiento de una niña

 

 

 

Dante salió de la habitación y se paseó por austera sala mirando a su alrededor. La estancia era realmente sencilla, el único mobiliario lo constituían un sofá, una mesa y dos sillas. Ni siquiera la ventana tenía más que una cortina de una tela basta que impedía pasar la luz del sol cubierta de un hechizo de alarma, al igual que las puertas y el resto de las entradas de la casa. Él era un soldado y vivía como tal. Tenía dinero, mucho en realidad, pero no veía la necesidad de utilizarlo en bagatelas.

Su forma de vida era así, simple, austera, la de un guerrero.

Caminó hasta el sillón y se sentó, apoyando el codo en el reposabrazos y la barbilla en la palma de su mano grande y callosa.

Aún no entendía por qué había llevado a la chica a su casa, ni por qué la había dado aquella poción del sueño, ni por qué había curado sus heridas, mucho menos comprendía por qué estaba ahora durmiendo en su cama.

Intentó hilar la serie de acontecimientos que habían transcurrido en la última hora y les habían llevado a aquella sorprendente situación.

Cuando Dante entró y la vio, semidesnuda, sucia y llena de moratones, barro y sangre, con el pelo enredado y tan golpeada que no podría decir si había o no belleza bajo aquellas marcas brutales, sintió compasión.

Era extraño, muy extraño en realidad, porque Dante rara vez tenía sentimientos tan humanos, hacía muchos años que le habían arrancado todo aquello, años que le habían extirpado la inocencia.

No pudo evitar avanzar hacia aquella mano extendida y trémula cuando la joven rompió a llorar al  verle. Se preguntó si acaso la conocía, pero ella se lanzó sobre él finalmente, acongojada y temblando, llamándole por el nombre de su hermano.

Dante se había tensado entonces, partido en dos, indeciso entre apartarla de un empujón o… ¿Consolarla? Joder, él no podía haber siquiera pensado en algo así. Pero, sorprendiéndose a sí mismo tanto como a los demás, había tomado en brazos a la chica y se había ido con ella de allí tras ordenar a Jaren que fuera a Atlantia en seguida.

Sabía que el soldado iría ¿Qué otra cosa podía hacer? Desobedecer y esconderse no le serviría de nada pues, finalmente Dante le rastrearía y le encontraría.

Se trasladó a su casa y la cuidó. Se dijo en todo momento que, si aquella chica le había confundido con Alex, no había duda de que venía de Elysion, algo que seguramente, Lía estaría encantada de saber, pero también subyacía en el fondo su curiosidad innata por conocer qué había ocurrido ¿Por qué aquella joven, más niña que mujer había salido de allí? ¿Qué había llevado a alguien como ella a abandonar Elysion? Él mismo solo había sido un crío cuando se marchó, claro que él no había tenido opción.

Conseguiría las respuestas, se dijo y se la entregaría a Lía.

     —¿Alex?

Escuchó a la chica hablar, su voz ronca y amortiguada.

     —No —Dante se acercó a la habitación y se apoyó en el quicio de la puerta con los brazos cruzados —No soy Alex.

Cora parpadeó lentamente, soñolienta, enfocando a duras penas la vista en el hombre que tenía ante ella.

Ladeó la cabeza y lo observó.

El pelo liso y negro como, caía desfilado, pero no como el de Alex, pensó con un pinchazo en el estómago, éste lo llevaba largo, casi hasta los hombros y, dónde Alex tenía un aire juvenil, a él le marcaba los pómulos y la mandíbula haciéndole parecer fiero. Sus ojos, de un azul profundo eran exactamente igual a los de su adorado Alexander, viejos también y sabios. Pero a diferencia de él, este desconocido tenía una capa de barba cubriendo su rostro.

     —No eres Alex —Dijo con un murmullo.

Él asintió.

     —Oh dioses —Vio como la chica apretaba las sábanas en sus puños y las retorcía entre sus dedos —Eres… eres… él.

     —Eres Dante —Susurró —Su hermano.

El hombre apenas hizo una mueca.

     —¿Y tú eres?

Ella se mordió el labio inferior, parecía asustada aunque se mostraba estoica. Algo le decía a Dante que los últimos días habían curtido a aquella jovencita más de lo que lo habían hecho sus años sobre la faz de la tierra.

Ella apartó la vista y contempló la pared, absorta.

     —Me dirás tu nombre.

     —¿Y si no qué? —Espetó en un arrebato de arrojo más propio de Kyra que de ella —¿Qué vas a hacerme? ¿Pegarme? ¿Violarme?     —Soltó una amarga carcajada —Ya he visto qué hace la Orden, no me sorprenderá

Aquellas palabras hicieron que el cuerpo de Dante se tensara y se acercó a ella con el rostro iracundo, los ojos acerados, los labios convertidos en finas líneas blanquecinas.

     —¿Te violó?

Cora parpadeó

     —¿Perdón?

     —Jaren, ¿Te violó?

     —Así que ese es su nombre —Escupió con amargura.

     —Contéstame —Masculló con los dientes apretados.

Ella negó lentamente, sin apartar los ojos de él, fascinada por su parecido con Alex y por sus ahora claras diferencias.

     —No llegó a hacerlo aunque…

     —¿Sí? —Ahora él parecía contenerse por muy poco

     —La primera vez no pudo él… él…

Dante la miró sin parpadear y Cora se dio cuenta que la paciencia sin duda no era una de sus virtudes.

     —No… —La joven enrojeció y giró el rostro —No pudo

Dante asintió, intuía el motivo, seguramente la ingesta de alcohol y su más que conocida impotencia, maldito cabrón, pensó.

     —¿Y la segunda vez? —Siseó

     —Le dije que conocía a Delia Ker y paró —Soltó volviendo a mirarle a la cara.

Dante contuvo las repentinas ganas de sonreír que lo asaltaron.

     —Una jugada arriesgada…

     —¡Iba a violarme!

     —… Aunque acertada.

Ella se quedó en silencio.

     —Me llamo Cora —Dijo cuando vio que él iba de nuevo hacia la puerta.

Le vio asentir aunque no se giró.

     —Duerme, Cora.

 

…..

 

 

     —¿Hay noticias? —Andy se sentó al lado de Kyra que negó sin mirarla —Vaya…

     —Esta mañana Alex y Val salieron también, pero no hay más que hacer salvo esperar.

     —Lo siento mucho, Kyra —Agarró su mano y su amiga le devolvió el apretón.

     —No sé cómo no me di cuenta. Sabía que cada día su odio crecía más y más, pero suponía que eran… celos, que se le pasarían cuando asumiera que Alex… —Se le rompió la voz.

     —No te atormentes —Andrea dio otro apretón a su mano y tiró de ella para levantarla —Ven conmigo a clase —Dijo con una sonrisa

     —¿Estás de broma? Ellas no permiten a nadie entrar allí.

     —Viktor está allí.

     —El único candidato apto —dijo con retintín.

     —Yo les pediré entonces que te permitan estar.

Kyra la miró como si le hubiesen nacido cuernos de pronto.

     —¿Por qué?

     —¿Prefieres estar con los otros?

Ella se lo pensó. Los otros eran el resto de niños de Elysion. No eran demasiado, apenas treinta o cuarenta abarcando edades desde los cuatro a los diecisiete.

     —No

Andy sonrió

     —Hablaré con ellas entonces.

Kyra se encogió de hombros, sabiendo de antemano que la respuesta sería no, pero no queriendo chafar los planes de su amiga.

     —Pero no hoy.

Tras una leve vacilación seguida de un suspiro, accedió.

     —Está bien, mañana entonces.

     —Néstor entrará en la Hermandad

     —Lo sé, Alex me lo dijo anoche.

Kyra suspiró

     —No veo el momento de poder formar parte yo también. De hacer algo útil, de luchar.

     —Llegará —Andrea miró al horizonte y las imágenes la bombardearon una tras otra.

Las tres. Los Destinos, las Moiras, aferradas de las manos, girando bajo la tormenta, arrasando con la furia de su fuego árboles y bosques, dejando arena y desierto dónde antes había vida y árboles frondosos.

Calles pedregosas, una lucha, un hombre con capa y sombrero… una mujer golpeada y confusa, risas, amor… Una hoguera, Balan y Ximena tomados de la mano mientras las llamas rodeaban sus cuerpos, un grito desgarrados, las hojas de un diario extendidas por el suelo, la tinta convertida en sangre, roja y brillante… Un desierto, Kyra y ella tomadas de las manos, lucha, sangre, magia a su alrededor. Nikolas gritando mientras corría con su espada dando lances a diestra y siniestra, Alex frente a frente consigo mismo ¿O eran dos diferentes? Valerius luchaba, cubierto de sangre y polvo. En una mano su espada, la otra lanzando hechizos, resguardando una entrada de piedra. Cordelia resplandecía en un bosque, rodeada de mujeres con las pieles de colores, tumbada, con los ojos cerrados mientras cantaban y elevaban las manos al cielo, una mujer envuelta en una túnica franqueada por dos guerreros altos, un castillo, valles, montañas, bosques.... Las imágenes giraban a un ritmo vertiginoso en su mente, ella, con el talismán de su padre en la mano, cerrando el puño hasta que la piedra se convertía en sangre, resbalando por su antebrazo y entre sus dedos, Valerius gritando, sobre ella, aferrando sus mejillas mientras el mundo a su alrededor se hacía confuso y un estallido de luz lo cegaba todo.

Respiró entrecortadamente, cayendo de rodillas, con las manos en el suelo y la cabeza agachada.

     —Llegará —Susurró tragando saliva.

     —¡Andy! —Kyra se arrodilló a su lado y sujetó su brazo —¿Qué ha pasado?

     —Lo he visto —Respondió ella —He visto…

     —El futuro —murmuró la rubia suspirando y sentándose sobre sus talones —Tienes el don.

     —No —Andrea sacudió la cabeza —Cloto le había hablado de las visiones, de los principios de la adivinación y esto no era ni remotamente parecido —O sea sí, sí pero no.

Kyra alzó una ceja mirándola como si se hubiera vuelto loca.

     —La adivinación no es exacta, no existe un único camino, a no ser

     —A no ser que sea una profecía —Terminó Kyra por ella.

     —Exacto. Pero no he visto nada concreto, solo imágenes del pasado y del futuro. No son posibilidades, ocurrirá, todo eso está a punto de empezar Kyra.

     —Iremos a ver a tus… tías —Dijo fingiendo un estremecimiento —Vamos.

Ella asintió y juntas echaron a correr.