Risas, celos y un nuevo hogar
—¿Vives aquí?
Cuando Néstor se marchó de la casa, Andrea se dejó caer en el sillón y recostó la cabeza en el respaldo, suspirando cansada.
—Si con aquí te refieres a esta aldea, sí. Vivo aquí el tiempo que no estoy entre los humanos. Pero si con aquí hablas de esta casa, la respuesta es no. Esta es la casa de Néstor, él, su madre y sus hermanas viven en ella.
Andrea se levantó de un salto y colocó los cojines que había desordenado. Una cosa era sentirse cómoda con Alex y Valerius a los que había empezado a tomar algo parecido a la confianza, pero sus padres le habían dado la suficiente educación para saber que una no se tira en los sillones ajenos como si fueran propios.
Alex rió al verla y se encogió de hombros.
—Las cosas aquí son diferentes —dijo en voz baja como si hubiera escuchado sus pensamientos.
—¿Sabes? —Andrea se acercó a él con una sonrisa bailando en sus labios —Creo que prefiero conocer tu casa, me sentiría más cómoda —Él pareció sorprenderse e incomodarse a partes iguales y la chica temió haber metido la pata —Solo si no te importa claro
Andy ya la has liado… ¿Qué tal si vive con alguien? ¿Si está casado o tiene una novia? ¿Cómo había sido tan idiota? Un chico así no podía estar soltero y sin compromiso. ¿Qué tenía? ¿Veinte años? Habría que estar loca o ciega para dejarlo pasar…
—No no, claro que no me importa —Alex frunció el ceño y apartó la cortinilla que hacía las veces de puerta, invitándola a pasar —Pensé que estarías más a gusto en casa de Cora y Kyra.
—¿Por qué iba a sentirme más cómoda? —Salió de nuevo al exterior con un gesto de sorpresa en el rostro —Ni siquiera las conozco —dijo como si aquello lo explicara todo.
—Olvidaba lo extraña que eres —Espetó él sin más —Supongo que tanto tiempo entre humanos desde pequeña tiene ese efecto.
—Me pregunto —Andrea paró de pronto y se giró para fijar los ojos en los de él, ajena a las miradas que ambos despertaban en la gente que caminaba cerca de ellos —¿Por qué los llamáis humanos? ¿Acaso no sois humanos vosotros también? Es decir, homo sapiens y todo eso ¿Verdad? ¿O venís de la evolución del lagarto y habéis olvidado mencionarlo?
Los extraños ojos de Alex brillaron y una risotada masculina llegó a los oídos de Andrea poniendo su vello de punta.
—Tenemos la misma ascendencia, sin lugar a dudas, pero por nuestras venas corre la magia, hace mucho que en nuestras tierras les llamamos humanos, así como nos referimos a nuestra raza como magos —Retomaron el paseo, deambulando entre la gente, zigzagueando entre las casas de piedra y musgo —Pero supongo que a un nivel científico, biológico o del modo en quieras llamarlo, somos humanos también.
—¿Mutantes?
Él la miró con los ojos entre cerrados
—¿Crees que me vería bien con mallas amarillas y garras? —Resopló —Obviamente no somos una mutación genética de nadie.
Andrea le observó con recelo y elevó un hombro
—Seguro que más de uno difiere en eso
No pudo evitar una sonrisa al contemplarle molesto y oírle gruñir, lo cierto era que ver a un tío así hacer un mohín era algo que se alegraba de no haberse perdido. Aquel chico era bastante divertido.
—¿Todos vivís aquí? Me refiero a Val, Nik, Cordelia…
—Sí, este es el único lugar que permanece fuera del gobierno de la Orden.
—¿Por qué?
—Supongo que porque aunque saben que existe no pueden encontrarlo —dijo con una sonrisa ladeada.
—¿Es posible? ¿No conocen este lugar? —Preguntó asombrada.
—Las Moiras son muy poderosas —respondió Alex —Ellas nos protegen.
Alexander apoyó la palma en su cintura y la guió hacia unas pequeñas y resbaladizas escaleras que ascendían tras una edificación muy similar a todas, cubierta de hiedra y algo parecido a la dama de noche.
—Por aquí —la hizo subir quedando siempre tras ella, para sujetarla en caso de que la joven pudiera resbalar —Ellas, las que fueron ellas, eligieron su bando hace milenios. Aunque algunos creen que no están con nadie; ni con unos ni con otros, solo consigo mismas, que velan por su propio interés. Son muy poderosas, pertenecen a una de las ramas de sangre más antiguas, se dice que son la reencarnación de las tres hermanas que crearon la profecía más vieja que existe en nuestro mundo.
—¿Tú lo crees?
—Lo creo.
—¿Y por qué os ayudan?
—Por ti.
—¿Por mi?
Andrea paró en un pequeño rellano que cambiaba de dirección los escalones y se giró a mirarle. Estando un par de peldaños por encima quedaba a la misma altura que él y tragó saliva al darse cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro. Aguantó la respiración, el calor que emanaba del cuerpo de Alex casi rozaba el suyo, del mismo modo en que su aliento mentolado y cálido acariciaba sus labios en cada respiración.
Ser tan guapo debía estar penado por ley o algo, pensó ella, sumida en una extraña bruma que parecía embotar su cerebro licuando su razón. ¿De qué estaban hablando?
—¿Andrea?
Fijó los ojos en aquellos labios carnosos que se movían, parecían húmedos, como si el chico hubiera pasado la lengua por ellos poco antes, dejando un rastro tangible de su camino. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Sería aquel lugar? ¿Algo que había en el ambiente?
—Andrea —Acertó a decir de nuevo.
—¿Cómo?
Alex carraspeó. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser un muchacho imberbe y estúpido, era más que consciente de la atracción que parecía existir entre ellos, aunque Andrea no lo fuera y, desde luego, no era inmune a aquellos ojos verdes que le miraban cargados de algo que dudaba que ella comprendiera.
—Llámame Andy
Su voz fue un susurro denso y apagado, un susurro que Alex más que oír sintió sobre sus labios.
—De acuerdo —respondió del mismo modo.
—¡Hola hola!
Alexander trastabilló cuando el peso de un cuerpo femenino cayó sobre sus hombros rompiendo el momento y unas manos pequeñas se agarraron a su cuello.
—Joder Cora ¿Qué demonios haces?
Andrea vio cómo una chica que parecía la copia exacta de la que había conocido apenas quince minutos antes, incluso por la ropa que vestía, bajaba de la espalda de Alex y se ponía delante de él sonriendo de forma exagerada.
—Saludar, por supuesto. —Se pegó demasiado para el gusto de Andrea al cuerpo del chico y la miró a ella recelosa —Mi hermana me dijo que trajiste a alguien contigo. ¿No nos vas a presentar?
Alex frunció el ceño y miró a Andrea que alzó las cejas con sorpresa. Desde luego no había que ser muy listo para saber qué era lo que estaba pasando por la cabeza de la chica en aquel instante, porque como siempre, Cora estaba insinuando más de lo que decía con sus gestos y sus formas.
—Por supuesto —dijo sonriendo de lado —Andy —pronunció su nombre saboreando cada letra, de aquel modo que sabía hablaba de intimidad y conocimiento, de una forma que a ninguna de las dos féminas les pasaría desapercibida —Ella es Cora, la hermana de Néstor ¿Le recuerdas, querida?
Andrea vio el gesto de fastidio que surcó el rostro de la hermosa muchacha y se sintió dividida entre la empatía que le despertaba la chica quien, sin duda sentía más que atracción por Alex y la sensación de poder que la embargó al verse, en cierto modo elegida por aquel bombón que parecía preferir su compañía a la de aquella beldad… Era en el fondo una adolescente ¿Verdad? Así que pese a que en su fuero interno sabía que estaba mal echar sal en las heridas ajenas, no pudo evitar la sonrisa de deleite que se formó en su cara al mirarle asintiendo en muda respuesta.
—Hola Cora —Estiró la mano con naturalidad y casi rió al ver el modo en que la otra la estrechaba casi en contra de su voluntad —Encantada.
Cora murmuró algo parecido a Sí, sí, y yo y yo… antes de girarse hacia Alex con una sonrisa invitadora y apoyar la mano en su pecho.
—¿Vendrás a cenar a casa como siempre? —Preguntó en un ronroneo
—No Cora —Se apartó amablemente de la chica, sonriendo con amabilidad y agarró su mano con cortesía, apretándola con cariño antes de soltarla —Estaba llevando a Andy a casa, creo que cenaremos allí.
—¿A casa? —Preguntó la chica escandalizada —¿A tú casa?
—Justo allí, sí.
Cora miró a Alex como si estuviera absolutamente ofendida, casi con los ojos cuajados en lágrimas.
—¿Por qué? Alex ¿Qué tiene esa chica? Es de lo más común, no tiene nada hermoso… tal vez sus ojos podrían considerarse bonitos pero nada más.
Alexander miró a Andy, quien se veía sorprendida por la poca educación de Cora que parecía haberse olvidado totalmente de su presencia mientras la criticaba con total impunidad y pensó en qué tan equivocadas eran las aseveraciones de su amiga. Andrea Nox no tenía nada de común, no solo tenía los ojos más bonitos que había visto nunca, unos iris aterciopelados que le recordaban a su casa, verdes como el musgo húmedo y suave que navegaba por las profundas grietas de las rocas que formaban la adorada tierra de su hogar, si no un aura mágica que emanaba de ella con fuerza, arrollándolo todo a su paso, como un ariete que empujaba tu visión tridimensional del mundo, tratando de enseñarte que había más, mucho más que no eras capaz de ver antes de conocerla a ella.
—Tiene el pelo de un color horrible ¡Pintado! Se ha pintado el pelo con mechones rojos ¡Eso es de lo más ordinario Alex! Además yo tengo mejor figura ¿No lo ves? —Preguntó marcando sus espectaculares curvas con las manos mientras una lágrima surcaba la tersa e inmaculada piel de su mejilla derecha —¿Por qué no me quieres a mí?
Alex suspiró con cansancio.
—Cora, por favor —Ella ahogó un sollozo y se marchó corriendo escaleras abajo —Lo siento —Dijo tomando la mano de Andrea.
—No te preocupes —Le miró de arriba abajo, tratando de destensar un poco el ambiente y sonrió guiñándole un ojo —Así que un rompecorazones ¿No?
—Para nada —Un leve hoyuelo se marcó en su mejilla dando a su aspecto masculino un aire ligeramente infantil y encantador —No rompería el tuyo de cualquier modo.
No fue su intención que su afirmación sonara tan seria, pero el sonido ronco y profundo de su voz hizo que ambos se sumieran de nuevo en un extraño trance que él rompió tirando de su mano.
—Vamos a mi casa entonces, dulce dama —Dijo en tono jocoso —Nos espera una noche de manjares inolvidables.
—¿Sabes cocinar? —Preguntó Andrea asombrada
—Para nada —Respondió con un mohín tirando de ella por las escaleras —Pero ¿Para qué sirve la magia, querida?
La risa cristalina de Andrea les acompañó mientras subían la loma que llevaba al hogar de Alexander.