Nuevos amigos y un nuevo amanecer
Aún faltaba mucho para el amanecer, pero Alexander llevaba horas sentado en el alfeizar de una de las ventanas. No había dormido ¿Cómo podría hacerlo? En primer lugar porque la única cama de la casa estaba siendo utilizada por su inesperada invitada y, además, sabiendo lo importante que sería el próximo día, habría sido incapaz de conciliar el sueño, por más que lo hubiera intentado.
Toda su vida la había dedicado a Andrea…
Era curioso, no sabía nada de ella, ni su aspecto, ni su edad, ni el lugar o la forma en que la encontrarían, ni siquiera sabían si serían ellos los elegidos o, como tantos otros antes, morirían en la búsqueda de la heredera, esperando que, en un futuro no muy lejano, alguien la encontrara y pudiera llevar a cabo la profecía que liberara a su pueblo del yugo de la injusticia y el terror.
Mil veces, en los últimos años, había pensado en lo que sentiría si por fin apareciera… pero jamás imaginó que ella fuera así. A veces pensaba en la hija de Balan como en aquella niña que él y Ximena escondieron. La niña de la que hablaban los libros de historia, aquella pequeña que nació en 1665, en la casa que tenía ahora mismo frente a sí, la casa que llevaba horas mirando, la casa en la que había entrado de niño incontables veces, buscando una pista, una señal, algo, cualquier cosa que pudiera dar un atisbo del lugar al que tenían que dirigir sus pasos para encontrarla… siempre en vano, siempre el vacío, la soledad, la tristeza es lo que se percibía en aquella pequeña vivienda de piedra que, como si fuera un recuerdo constante de la tragedia que vivió aquel que debería haberlos regido, se alzaba orgullosa, paciente e incólume, esperando a la niña que un día, siglos atrás, cruzó su puerta con su gorgojeante risa, sin saber que habrían de pasar más de trescientos años, para que volviera a franquear el vano de aquel portón. El que una vez fue mudo testigo de la felicidad que irradia una familia unida como lo fue la de Balan Nox de Pendragon.
Alex suspiró, sí, había imaginado muchas veces a aquella pequeña, pero ahora… ahora cada vez que cerraba los ojos veía aquellos enormes orbes verdes que brillaban divertidos o furiosos, veía aquella sonrisa pícara que iluminaba su rostro de muñeca. ¿Por qué se sentía de ese modo? Se frotó el pecho, tragando saliva, incapaz de controlar sus propios pensamientos. No debería ser así, su propio destino no se ligaba al de ella ¿Podrían haberse equivocado? Y si no era así… ¿Podía luchar contra su sino? Nunca había deseado tanto algo como la deseaba a ella, esa chica diferente, incluso extraña para muchos, a la que apenas acababa de conocer, despertaba en él una necesidad que no era capaz de comprender, una atracción que dolía casi físicamente.
Levantó la vista al cielo, perdiéndola entre las constelaciones, dibujó mentalmente a Escorpio, sonriendo al ver el brillo titilante de Antares, su corazón. ¿Era posible enamorarse de alguien en un día? Casi se rió de si mismo ante semejante pregunta, como si fuera un inocente niño que aún cree en los cuentos de hadas con que los humanos hacen conciliar el sueño a sus hijos. Por supuesto que no, se contestó a sí mismo casi al instante. Pero ¿Qué era entonces? ¿Por qué se sentía así?
Tal vez era ella.
Había visto como Valerius caía prendido de la muchacha, él, un guerrero curtido en la lucha, casi insensible, un solitario entre su propia gente… No hacía falta que él lo admitiese, Alex tenía una empatía muy desarrollada y sabía, sin ningún género de dudas, que Val había sentido algo, igual que él.
Casi sentía pena de su compañero y amigo, puede que su destino estuviera lejos del de Andy, pero el de Valerius no podía estar mucho más cerca, ya que rondaba la treintena, era demasiado mayor para una niña que apenas empieza a ser mujer, una mujer que, sin saberlo, cargaba con el peso de toda una raza sobre sus hombros.
Al despuntar el alba, mientras por el monte de Atlas comenzaba a aparecer el primer rayo de sol escuchó su voz y sintió la calidez de su pequeña mano en su espalda.
—¿No has dormido? —Preguntó bostezando.
Alex se giró a mirarla y no fue capaz de contener la sonrisa que frunció sus labios al verla frotarse los ojos somnolienta, envuelta en su enorme camiseta, despeinada y descalza.
—No —Respondió antes de tirar de su mano y ayudarla a subir junto a él en el alfeizar —Mira eso Andy —Dijo señalando el horizonte donde los distintos tonos de azul se mezclaban en un collage etéreo e incorpóreo —Escucha y observa —Susurró sin poder evitar pasar un brazo por su cintura y pegar los labios a su oreja —Bienvenida a casa.
Andrea contuvo la respiración, las estrellas se desdibujaban en la cúpula celeste, como si fueran poco a poco tapadas con un tupido velo azul tornasolado, los rayos del sol refulgían, intensos y brillantes, llenando de vida, calor y luz todo cuanto bañaban con su luminiscencia… y escuchó, y no solo el ligero canto de los pájaros llegó a sus oídos, una melodía, tenue y sutil, similar al tintineo de gráciles campanillas que parecía emanar de algún lugar invisible, de algún sitio intangible que no lograba ver.
Respiró cuando le faltó el aire y llenó sus fosas nasales con el aroma suave del rocío de la mañana, el olor de las diversas flores que había por doquier inundó sus sentidos y sonrió.
Era un espectáculo que jamás olvidaría.
—¿Qué es esa música? —Preguntó casi con reverencia
—¿La escuchas? —Los labios de él se estiraron más aún —Así debía de ser —Dijo casi para sí mismo al ver el asentimiento de Andrea —Es la magia, te habla, te susurra en un lenguaje tan antiguo como el mundo.
—Es música
—Lo sé.
Y sin una sola palabra más esperaron, uno junto al otro, hasta que el sol se alzó en todo su esplendor dando paso a un nuevo día.
—¿El Escudero trayendo desconocidas a casa?
Un chico pelirrojo, con ojos achinados de un verde aguamarina, alto y espigado, apareció de entre los arbustos que había a la derecha de la casa.
Andrea dio un respingo, ya que imaginaba que solo había muro en aquel punto en concreto y, mundo mágico o no, ver a alguien atravesar las paredes no entraba dentro de lo admitido por su cerebro, al menos no todavía.
—Bueno Alex, esta buena, es guapa… —El pelirrojo alzó una ceja mirándola de arriba abajo —Aunque tiene un pésimo gusto a la hora de vestir, esa camiseta no solo es enorme si no que además es terriblemente fea.
—Corta el rollo Drakos —Alex chasqueó la lengua y sacudió la cabeza soltando a Andrea —Ve a cambiarte —le dijo en voz baja mientras saltaba hacia afuera para ir al encuentro de su amigo —Llegas temprano.
—Dijiste que con el alba
—Es cierto —Oteó el horizonte y se quedó en silencio mirando en derredor —Los demás estarán a punto de llegar.
—Dime... ¿Es ella? —Rompió a reír cuando le vio asentir y palmeó su muslo con diversión —¡Por los dioses! ¿Saben las perras que te tiras a la heredera?
—Retira eso —Como un fantasma, como una mancha indetectable, Alex se acercó al pelirrojo y agarró su cuello con una sola mano. Flexionó los dedos y apretó, sintiendo bajo su palma el latido rápido del corazón, la sangre palpitar bajo las yemas —Retíralo Drakos —susurró fieramente.
El chico se revolvió y, luchando por respirar elevó una pierna y dejó caer todo su peso sobre el pie derecho, pisando con fuerza el pie de Alex que solo gruñó pero aflojó levemente el agarre, lo suficiente para que Drakos se girara y empujara las palmas de sus manos contra el pecho de Alex en un golpe brusco que le hizo soltar el cuello que tenía aprisionado. El pelirrojo tosió y el otro aprovechó el momento para lanzar un puñetazo a su pómulo antes de cubrirse el rostro y asestar otro golpe seguido.
—¡Alex!
—¡Drakos!
Valerius y Néstor aparecieron a la vez, seguidos muy de cerca por Cordelia y Nik, éste último reía encantado, tratando de hacer apuestas sobre quién de los dos vencería, mientras su hermana refunfuñaba sobre el exceso de testosterona que había en el ambiente.
—¿Qué coño os pasa? —Val zarandeó a Alex que luchaba contra él, tratando de desasirse para alcanzar de nuevo a Drakos.
—¿Estáis locos? —Néstor le inmovilizó con dificultad y miró a Alex furibundo —¿Siempre tenéis que acabar así?
—¡Suéltame!
—¡Esto no acabará así! ¡Si no lo retiras, te reventaré la cabeza Drakos!
—¿Qué demonios te pasa? —cuando Néstor le soltó se pasó la mano por el pelo y la ropa, volviendo a ponerse presentable —Solo bromeaba joder... Vaya sentido del humor
—Hay bromas que no deben hacerse —respondió hosco —Es sagrada Drakos —dijo en un murmullo.
—Vaya, de modo que ¿Así están las cosas? —Preguntó con sorpresa.
Sin despegar la mirada de la suya, Alex asintió con gravedad.
—Bien.
—¿Pelea de gallos?
Todos se giraron ante el sonido de la voz de Andrea. Al fijarse en ella, Valerius puso los ojos en blanco y se golpeó la cara con la mano abierta, gruñendo, Nik se frotó las manos y lanzó una carcajada de deleite ante la nariz arrugada de su hermana y las bocas abiertas de Néstor y Drakos. Alex solo sonrió y extendió la mano.
Andy, sin dejar de ser fiel a su estilo, estaba en el marco de la puerta, unas botas altas, hasta la rodilla abrazaban sus piernas, cubiertas solo por unas medias translucidas y negras con una hilera muy fina de bordados que asemejaban la tela de una araña y unos pantalones negros, muy cortos, que apenas cubrían algo menos de medio muslo. En el torso una camiseta del mismo color, de tirantes y con el dibujo de una enorme letra rúnica en su centro. Había recogido su pelo en una coleta alta que caía en gruesos mechones negros y rojos acariciando su cuello y sus hombros desnudos.
—No tardé ni quince minutos —dijo extendiendo también la mano
—No te preocupes preciosa —Nik se adelantó y sujetó sus dedos atrayéndola hacia sí y besando el dorso. Casi ronroneó de placer al escuchar el gruñido bajo a su espalda —Esto es pan de cada día
—Mi nombre es Drakos Pilos —Dijo el pelirrojo adelantándose mientras pasaba la mano por la herida de su labio —Creo que antes no nos presentamos del modo en que corresponde...
—Si quieres llamarlo así... —Espetó Andrea sin perder la sonrisa
Sorprendentemente, las mejillas de Drakos de tiñeron de un leve tono sonrosado.
—Ya que todos parecemos conocernos ¿Qué tal si nos ponemos en marcha? —Dijo Val golpeando el hombro de Drakos —A las perras no les gusta esperar.
Cordelia rió y enlazó su brazo en el del guerrero
—Ahh siempre adoré la inteligencia Val
Ambos rieron mientras caminaban hacia las escaleras que Andrea y Alex ascendieron el día anterior.
—¿Alguien sabe si Dru va a venir? —Preguntó Nik
—¿A ver a las Moiras? —Néstor se encogió de hombros —me extrañaría verla por allí, creo que no ha vuelto desde el duelo que tuvo con Lassie
Alex no pudo evitar la risotada que se le escapó
—Joder Néstor, cualquier día una de ellas acabará contigo
—Ni siquiera creo que sepan quién es Lassie —dijo guiñando un ojo a su amigo —Me parecía una analogía perfecta, dada la situación.
Se marchó seguido de los demás
—¿Quién es Lassie?
Alexander sonrió de lado
—Una perrita de una serie de televisión
Andrea le dio un empujón con el hombro y se echó al hombro una mochila de tela
—¡Eso ya lo sé bobo!
Alex alzó las cejas en un gesto de sorpresa. Hasta que la conoció nadie más le había hablado antes de ese modo.
—Néstor se refería a Laki
Andrea arrugó la nariz
—Vaya nombre tan feo, no sabría decirte siquiera si es de hombre o de mujer
—Ssssch —le puso un dedo sobre los labios y bajó la voz —Su nombre es Láquesis, es una de las Moiras, hermana de Cloto y Atry o Átropos... Al nacer las marcaron como las reencarnaciones de las que fueron llamadas Moiras hace siglos, tantos que apenas conservamos libros de entonces. Les pusieron sus mismos nombres y... —Carraspeó —Hoyen día son...
—Una faena bien gorda —terminó ella —creo que sus padres no las querían demasiado. Poner esos nombres a unas hijas es de ser un poco desgraciados.
La risa de Alex les acompañó el resto del descenso.
—Iremos a verlas —Dijo él al llegar donde el resto del grupo se reunía
—Vamos chicos —Val sonrió de forma ladina —que empiece la fiesta.
En un parpadeo todos habían desaparecido.